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Fútbol Nacional e internacional => Medios de comunicación => Medios de comunicación ajenos al club => Mensaje iniciado por: RED SKIN en Diciembre 24, 2011, 11:23 Horas

Título: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: RED SKIN en Diciembre 24, 2011, 11:23 Horas
(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2011/04/logoJotDown.png)

Os enlazo esta nueva revista, donde aparecen artículos muy interesantes, extensos, eso si, pero muy currados y documentados.

http://www.jotdown.es/ (http://www.jotdown.es/)

Y lo traigo aquí, por un articulo critico sobre el actual panorama del periodismo español deportivo.

Los porqués del actual periodismo deportivo

La parasitología, esa rama de la biología que se presume tan fascinante como repulsiva, tiene entre sus numerosos objetos de estudio uno especialmente llamativo para nosotros los profanos. Uno de esos que resultan carne propicia de documental de La 2. Nos referimos al Leucochloridium paradoxum, un gusano parásito cuyo ciclo vital se basa en una curiosa habilidad para “controlar mentes”.  Es cierto que son sólo mentes de caracoles y no las controla exactamente, sino que daña la capacidad de estos moluscos para distinguir la luz haciéndolos por ello más proclives a permanecer en zonas donde se vean amenazados. A su vez, toma posesión de alguno de sus tentáculos para hacerlos semejar con movimientos y vivos colores a algo parecido a una oruga. Expuestos y tentadores, los convierte en comida fácil para cualquier pájaro, en el medio perfecto para conseguir llegar a un huésped mayor. Una vez en el sistema digestivo del pájaro en cuestión, el parásito se reproduce y sus huevos son expelidos al mundo a través de los excrementos del ave, esos que serán consumidos de nuevo por los caracoles para de esta manera completar el ciclo.

Es cierto que la parasitología no trata como caso a investigar el actual periodismo deportivo, pero atendiendo al ejemplo del Leucochloridium paradoxum bien podría. Porque viven del deporte, perdón, del fútbol  -y si acaso de algún deportista español de éxito-, se expanden básicamente a través de toda la mierda que puedan sacar de él (polémicas, confrontación, sensacionalismo, glorificación de lo anecdótico…) para que, de esta manera, sea consumida por la masa poco crítica o directamente descerebrada. Apelando así a sus más bajos instintos serán fácilmente manipulados para que continúen alimentando el gran negocio en que se ha convertido el fútbol de hoy día. Un ciclo perfecto. Parásitos dignos de estudio.

Aquellos años de lo escaso pero honrado

Probablemente esté de más decir que el periodismo deportivo no siempre fue como es ahora. Aquellos que comenzamos a interesarnos por el deporte en la década de los noventa o anteriores reconocemos con cierta nostalgia una época donde con matices y excepciones (siempre las hay) primaba el ejercicio periodístico honesto, el criterio, la profesionalidad del que responde a un código deontológico. Una época donde lo que más importaba era la información, la buena información como premisa vocacional. Cuando Marca era un ejemplo de calidad a niveles internacionales (por especial atención al Real Madrid que tuviera), las secciones deportivas de los telediarios se ceñían a lo que realmente importaba y El Día Después era un programa de culto. Un escenario donde una noticia sobre tenis o ciclismo podía ser portada con total normalidad y los periodistas en su mayoría eran individuos cercanos al anonimato que aceptaban su posición tras la noticia y no dentro de ella. Las ventas dependían de lo que debía contarse en vez de limitarse a publicar lo que más vende.

No todo era tan maravilloso, es cierto. Principalmente porque el volumen de información era mucho más limitado que en la actualidad. Los pocos periódicos o revistas especializados que encontrabas en el kiosco o lo que se escuchaba en los programas nocturnos de radio era básicamente la única forma de permanecer informado. Seguramente también fuera por ello por lo que la profesión se tomaba su trabajo con mucha más responsabilidad y vivía en permanente deuda con la verdad. El bien era escaso y había que cuidarlo.

Entonces, con el nuevo siglo, llegó internet; para hacernos más libres, para ofrecernos al segundo toda la información, opinión y discusión que pudiéramos soñar, para arruinar el periodismo irremediablemente.

El nuevo periodismo, el que no necesita periodistas

Hablar sobre todos los males del periodismo deportivo actual es de forma inevitable hacerlo de muchos de los males que acucian al periodismo en general.

Los avances que nos ha proporcionado internet en los últimos años son abundantes. Entre ellos destaca especialmente su desarrollo como medio de información instantánea. El suceso, en cuanto ocurre, se comunica y extiende por la red desde múltiples focos con suma velocidad (especialmente desde la irrupción definitiva de las redes sociales), lo que acaba por provocar que la inmediatez prime sobre la calidad. La información como tal deja de resultar potestad de unos pocos periodistas que monopolizan su transmisión a través de unos contados medios como en las anteriores décadas. Ahora los profesionales pasan a ser, en el mejor de los casos, un simple canal rutinario porque basta uno solo de ellos conectado con la fuente para que cualquier consumidor sea capaz de acceder a ella. Si incluso los portales de noticias pierden eficacia como medios de información genuina centrándose en copiar lo que algún otro ya ha dicho en otro lugar, el periódico del día siguiente alcanza para muchos carácter de auténtica reliquia. Ante una situación donde lo informativo ya no es un rasgo de exclusividad periodística, especialmente en lo resultante al deporte donde el marco es más reducido y la mayoría de lo noticiable está previsto con fecha y hora, el mercado de la opinión comienza a hacerse vital. El periodismo, y en el caso que nos ocupa, el deportivo, continúa sirviendo para informar pero con una preponderancia de lo valorativo. El periodista ya no se limita a contar lo que pasa, también cuenta lo que le parece. Los medios deportivos pasan a convertirse en empresas de opinión.

Nace un monstruo del que vivir

El deporte, a través de las últimas décadas, ha ido progresando como forma de negocio hasta convertirse, primero mediante la televisión, y en los últimos años también gracias a internet, en el escenario publicitario ideal para todo tipo de empresas. Un verdadero catalizador económico. Punta de lanza del nuevo capitalismo que ha acabado por convertir a equipos y jugadores en marcas con enormes fuentes de ingresos. Las nuevas estrellas del rock. El periodismo deportivo, siempre dependiente, ha ido paralelamente aumentando también su influencia sintiéndose legitimado a exigir su parte del pastel para acabar convertidas a su vez en meras empresas subsidiarias del deporte. Esto, cambiando deporte por política, también podría hacerse extensivo al periodismo generalista.

Porque, efectivamente, el periodismo ha pasado a ser fuente de opinión pero, sobre todo, opinión como recurso básico de una actividad empresarial. Los diarios, televisiones, radios…, cualquier medio de comunicación tiene como misión maximizar beneficios. Hay que ganar y hay que hacerlo vendiendo noticias y opinión sobre las mismas, pero en tal tesitura de agresiva competencia empresarial deben buscarse mejoras de productividad a toda costa, aunque muchas acaben atentando contra los principios básicos del periodismo. Uno de los pilares básicos es la obsesión de ciertos medios en adaptar su línea editorial a un colectivo concreto, a una determinada ideología, o en el caso del periodismo deportivo a un equipo con un gran número de aficionados. Para que esta resulte efectiva deban manipular la información con un barniz valorativo, perpetuando una perspectiva interesada, para que esa audiencia potencial lea lo que quiere leer y oiga lo que le quiere oír, independientemente de cuanta verdad resida en ella.

El deporte, como simple espectáculo, como forma de ocio que el negocio ha llevado a la hipertrofia, ha posibilitado que el periodismo que lo cubre se frivolice y pervierta hasta niveles solo equiparables al del periodismo del corazón, explotando métodos de productividad sin límites, sin escrúpulos.

Guerra deportiva y prostitución intelectual

No podíamos imaginarlo entonces, pero el día de la bestia fue aquel 2 de Julio de 2007, cuando un señor recién pintado por El Greco, y anónimo para la mayoría, era nombrado director de Marca tras la compra del Grupo Recoletos por parte de Unidad Editorial. Eduardo Inda estaba destinado a liderar una transformación del periodismo deportivo escrito que llevaría a corromper los principios más básicos del mismo a cambio de rendimiento económico.

No lo hizo sólo, qué duda cabe; directores y redactores del resto de periódicos deportivos del país se sumaron a la causa, pasando a convertirse definitivamente en aparatos propagandísticos de F.C. Barcelona y Real Madrid. Aprovechando la lucha de gigantes que sometía al fútbol que dividía a España a niveles deportivos pero también políticos. Era la guerra, perfecto escenario para intereses bastardos. Para que cada periódico defendiera con todas las armas necesarias al equipo del que vivía. Para hacer caja con los sentimientos de los aficionados, especialmente del sector más exaltado.

Portadas convertidas en banderas de un club, en cañón contra el enemigo, en la mejor tira cómica posible para el aficionado crítico o neutral. Otrora periódicos ahora convertidos en teletiendas de pijamas, tazas y plumíferos con escudo. Noticias manipuladas, titulares descontextualizados, polémicas baratas, anécdotas convertidas en noticia; todo ello para la exaltación del equipo propio y el disparo contra el rival. Los rumores sobre fichajes que nunca se producen como placebo de ilusión y las conspiraciones victimistas como kleenex del desahogo en la derrota; métodos de venta asegurada. Webs cuyos ingresos publicitarios se basan en el número de clics sobre las noticias publicadas y donde por tanto un titular sensacionalista que lo posibilite es lo único que importa, aprovechando así el secreto de que indignar atrae mucha más atención que contribuir. Haga clic aquí para dar salida a su espíritu de incredulidad o denuncia, pero haga clic.

En síntesis, el deporte esclavizado y el periodismo prostituido como forma de negocio.

La caja imbécil

Por desgracia no sólo el periodismo deportivo escrito se degradó persiguiendo rentabilidad económica, el audiovisual también aprovechó el mantra televisivo del “todo por la audiencia” para sacar tajada de tan suculenta presa. Incluso desde espacios hasta entonces de naturaleza discreta y formal.

Las secciones deportivas de informativos conocieron con la irrupción de Los Manolos en el telediario de sobremesa de Cuatro el fin de su condición seria y concisa. Con vocación de pequeño circo y métodos propios de los programas del corazón (Aquí hay tomate)  ha venido trivializando la información deportiva para hacer de la chanza, el video de Youtube y el reportaje sensacionalista cebos para una audiencia más amplia que no tiene por qué estar verdaderamente interesada en el deporte. En mayor o menor medida es un tratamiento de la información deportiva que se ha ido extendiendo por telediarios de otras cadenas para conformar un paisaje de frivolidad conectado a otro de supuesta seriedad. El deporte como vulgaridad. Más que nunca como opio del pueblo.

Por otra parte, las madrugadas llevaban siendo franja deportiva desde épocas remotas en las que José María García metió los transistores en las camas, pero curiosamente ningún programa deportivo había fructificado en televisión a esas horas. Así fue hasta que llegó Punto Pelota, espacio de tertulia encendida, hija de la peor Crónicas marcianas y hermana deportiva de esa cumbre de la telebasura llamada Sálvame. El programa líder de Intereconomía erigido sobre el monotema Real Madrid contra F.C. Barcelona, viene a ser un híbrido entre discusión a gritos salida de cualquier tasca, el maratón de polémicas donde el deporte es solo un trasfondo y el teatrillo con personajes representando siempre el mismo papel. El engendro perfecto que mejor simboliza la degeneración del actual periodismo deportivo, centrado en remover los más bajos instintos que todo ser humano posee y especialmente el odio al contrario.

Flores en el vertedero

La mutación del deporte como auténtico monstruo económico y mediático lo ha plagado de malformaciones y parásitos, pero también ha posibilitado una cobertura de amplitud sin igual para regocijo de los verdaderos amantes de las muchas modalidades deportivas. No todo puede ser negativo cuando las televisiones ofrecen más acontecimientos deportivos que nunca y con una calidad de imagen nunca vista, cuando hay canales dedicados exclusivamente al deporte cubriendo desde torneos de tenis a mundiales de patinaje pasando por combates de boxeo o campeonatos de natación. No puede serlo cuando internet potencia la pluralidad y el diálogo y, si se busca bien, aún quedan periodistas íntegros e interesantes -más de lo que parece, aunque haciendo menos ruido-  a los que seguir como la extensión perfecta a nuestra pasión deportiva.

Sin duda la red, con su profusión de foros donde los seguidores de cualquier deporte han podido intercambiar material y opiniones como forma extraordinaria de enriquecimiento y la expansión del formato blog que le ha dado voz a gente anónima pero con mucho y bueno que decir, ha cambiado para mejor el ecosistema del deporte. El acceso a información y opinión de calidad de medios extranjeros o de periodistas españoles concretos que dignifican la profesión, tales como Gonzalo Vázquez, Axel Torres, Santiago Segurola, Rubén Uría, Ramón Besa, Martí Perarnau y tantos otros, constituyen un fructífero terreno para los exiliados del manicomio más mediático.

En el fondo todo el conflicto parece fácil de explicar, y es que salvo estas excepciones comentadas donde la profesionalidad prevalece por encima de todo, lo gratuito o barato, por naturaleza, difícilmente puede ser bueno de veras. Los medios deportivos que permiten el acceso gratuito a su servicio se pliegan a llegar al mayor número de gente para sacar el más alto beneficio económico por publicidad aunque para ello haya que vulgarizar al máximo el contenido. Por contraposición los canales de pago como GolT o Canal Plus ofrecen una cobertura deportiva notable, como la ESPN en Estados Unidos o, en otros ámbitos, la HBO produciendo las mejores series de televisión. ¿Es concebible una web deportiva de pago aunque sea parcialmente? ¿Un periódico con un tratamiento imparcial de la información que tenga ventas suficientes para su subsistencia? ¿Es realmente  posible otro periodismo deportivo de éxito? Son cuestiones de difícil respuesta, pero mientras alguien se decide a darles solución muchos seguiremos comprobando con lástima el maltrato deportivo de los grandes medios mientras nos recluimos en nuestros rincones de culto minoritario. Al fin y al cabo, más allá de todo aquello que lo rodea, el juego sigue siendo lo verdaderamente importante.


Autor: Isaac Ramos
Título: Re: JOT DOWN. INFORME ROBINSON.
Publicado por: RED SKIN en Diciembre 24, 2011, 11:25 Horas
http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2011/12/Informe-Robinson-port.jpg (http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2011/12/Informe-Robinson-port.jpg)

Sospechaba que lo más difícil de esta entrevista sería vencer las reticencias de un equipo acostumbrado a trabajar en la comodidad del anonimato. Cuando trabajas en Canal+ todos hablan de “los de Informe Robinson” con veneración y distancia. Son el Cuerpo de Élite de la cadena. Uno imagina tipos bien parecidos curtidos en mil batallas. Lejos de eso, ante el objetivo del fotógrafo de Jot Down, aparece un heterogéneo grupo de treintañeros largos con cierto aire de despiste y una sorprendente falta de tablas a la hora de posar. Ellos prefieren estar al otro lado de la cámara. El toque mediático se lo dejan al jefe, Michael Robinson, un guiri que más allá de su socarronería exhibe un exquisito paladar televisivo. Él hace muchas veces de ariete para abrir puertas cerradas eternamente a cualquier periodista mundano, y a partir de ahí sus chicos seducen al protagonista con un despliegue hollywoodiense. Conversar con ellos en uno de los cubículos actualmente desocupados en la redacción de Tres Cantos durante una hora y media pasa por ser un absoluto lujo, pues es la primera entrevista que concede todo el equipo que forman los redactores José Larraza, Luis Fermoso, Raúl Román, José Luis de la Osa (ausente por estar convaleciente de una operación), el productor Ander Gómez, los realizadores Román Escoda, Edgar Delgado, Javier Culebras, Juan Porres, el cámara Adolpho Cañadas y el director Michael Robinson. Lo realmente difícil fue convencer a la editora de que era posible entrevistar a ocho personas a la vez sin morir en el intento. Lo que no le dije es que esto no era una entrevista, sino una conversación entre amigos y admirados colegas.....................

SEGUIR LEYENDO.

http://www.jotdown.es/2011/12/informe-robinson-las-historias-te-poseen-las-sufres-y-las-disfrutas/ (http://www.jotdown.es/2011/12/informe-robinson-las-historias-te-poseen-las-sufres-y-las-disfrutas/)
Título: Re: JOT DOWN. Los porqués del actual periodismo deportivo
Publicado por: Jose Luis Bueno en Diciembre 24, 2011, 14:04 Horas
(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2011/04/logoJotDown.png)

Os enlazo esta nueva revista, donde aparecen artículos muy interesantes, extensos, eso si, pero muy currados y documentados.

http://www.jotdown.es/ (http://www.jotdown.es/)

Y lo traigo aquí, por un articulo critico sobre el actual panorama del periodismo español deportivo.

Los porqués del actual periodismo deportivo

Autor: Isaac Ramos


Sin querer defender al periodismo actual, estoy en contra de "cualquier tiempo pasado siempre fue mejor". Está muy bien valorar el trabajo de gente que había antes, los programas, sus narraciones y tal, pero gracias a Internet, ahora somos nosotros los que opinamos de los partidos, jugadores o situaciones, porque las estamos viviendo y no dependemos de cómo lo narre Araujo o José María García.

Gracias a Internet, también conocemos otros puntos de vista y somos nosotros mismos los que seleccionamos el tipo de información que queremos recibir. Habrá gente que disfrute viendo "Punto y pelota", otros lo harán leyendo a Uría, otros debatiendo en foros, etc.

En mi opinión, la información ahora es más rica y de más calidad.


http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2011/12/Informe-Robinson-port.jpg (http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2011/12/Informe-Robinson-port.jpg)


http://www.jotdown.es/2011/12/informe-robinson-las-historias-te-poseen-las-sufres-y-las-disfrutas/ (http://www.jotdown.es/2011/12/informe-robinson-las-historias-te-poseen-las-sufres-y-las-disfrutas/)

Buen artículo y parece que buen programa. Ahora van a hacer uno sobre Barcelona 92 que promete bastante.
Título: Re :Los doce asaltos del " Toro Salvaje".
Publicado por: RED SKIN en Enero 04, 2012, 23:58 Horas
(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2012/01/raging-bull-original.jpg)

Primer asalto.
Un ratero, dos escuelas. Años veinte. Nueva York es un gigantesco jardín de piedra, un reguero de calles inhóspitas cuyo centro neurálgico de violencia es un barrio que fusiona la cultura del miedo y la del esfuerzo: El Bronx. Jake, hijo de una familia siciliana cuya familia se acababa de mudar desde Filadelfia se inscribió en la escuela de la calle y se matriculó como ladrón de poca monta. ‘Tenía 16 años y no sabía nada de la vida. Si un policía me hubiera disparado mientras robaba tuberías de plomo, no habría pasado nada’. Sobrevivir en mitad de la Gran Depresión no era tarea fácil para un chico que soñaba con jugar en las Grandes Ligas de baseball y que no tuvo infancia más allá de las peleas callejeras. ‘En la escuela se juntaban varios niños y me pegaban para robarme el sandwich. Un día mi padre me dio un picahielos y me dijo ‘vamos, chico, aprende a usarlo para defenderte. Y aprendí, claro’. El pequeño de los LaMotta vivía como un vagabundo. No había un mañana. No existía un futuro. ‘Si hubiera muerto cuando era un ratero, me habrían hecho un funeral de veinte minutos’. Nadie le disparó pero, como Rocky Graziano, otra leyenda de los pesos medios —Marcado por el odio, con Paul Newman—, acabó en el reformatorio. Había empujado al librero Harry Gordon a un callejón oscuro y siniestro en mitad de la noche. Le golpeó con una barra de hierro en la cabeza y le robó la cartera para después darse a la fuga en una carrera desesperada por los infectos callejones del barrio. Al llegar a casa se topó con dos malas noticias: la primera, que la cartera estaba vacía; la segunda, que el periódico se hacía eco de la muerte de Gordon, al que habían encontrado tirado y sangrando víctima de un atraco brutal; el ladrón se había dejado casi dos mil dólares en el bolsillo delantero de la camisa del librero. ‘Nunca fui a la Iglesia y los curas no pudieron meterme en la cabeza aquel rollo de ir al infierno pero sabía que, más tarde o más temprano, pagaría por aquello que había hecho’. Se equivocó. Nunca pagó por aquello, pero la muerte de Gordon le atormentó durante buena parte de su vida. LaMotta, forjado a base de puñetazos y violencia, fue un alumno aventajado en asuntos de supervivencia. Nunca pudo elegir otra cosa. ‘Sólo tuve dos escuelas: el reformatorio y el ring’.

Segundo asalto. Un tipo duro que quería morir. ‘Un día me pregunté para qué demonios quería usar el picahielos para defenderme, si tenía mis puños’. LaMotta se apuntó al gimnasio y debutó como profesional antes de cumplir los veinte. Su hermano estaba entusiasmado con la idea: ‘Es un milagro que aún no te hayan matado ni metido en la cárcel, así que descarga tu rabia en el ring’. Entusiasta del olor a linimento, del contacto de la sangre en sus guantes, adicto a contemplar el miedo reflejado en la cara de su enemigo y escuchar el crujir de huesos después del impacto de sus pequeñas manos, Lamotta se empeñaba en liberar su alma en el ring, cada noche, como si el mundo se fuera a acabar en cada combate. Antes de cada pelea, en el vestuario, se desfogaba una y otra vez golpeando, arriba y abajo, de manera figurada, mientras repetía en voz alta una frase de manera enfermiza para autoafirmarse. ‘Soy el mejor, soy el mejor, soy el mejor’. En su primer año disputó 22 combates en Nueva York, Cleveland y Chicago ante Charles Mackley, Jimmy Reaves o Nate Bolden. No era técnico, no tenía demasiada pegada y no tenía los fundamentos necesarios para esquivar los golpes de sus rivales. Pero LaMotta se transformaba en una auténtica bestia cuando subía al ring. Torturado por la muerte del librero Harry Gordon, Jake mantenía una actitud que llamaba la atención de su esquina y, sobre todo, del público. Quería que le castigaran, que le hicieran daño, que le rompieran todos los huesos. Se exponía, entraba en el cuerpo a cuerpo y no conocía el miedo. ‘Luchaba como si no me importara vivir. De hecho, no sé si entonces me importaba vivir. Quería morir’’.

Tercer asalto. Sobredosis de azúcar. ‘El dolor no significaba nada para mí. Iba al dentista sin anestesia. Me sentaba allí y me decía a mí mismo ‘no hay dolor, no hay dolor’. Y no lo sentía’. LaMotta no conocía el dolor, pero no conseguía entrar en el ‘top’ de los mejores boxeadores del país. Necesitaba un plus. Entonces se cruzó en su camino Ray ‘Sugar’ Robinson, el mejor boxeador de la historia, libra por libra. El 2 de octubre de 1942, en el Madison Square Garden, ‘Sugar’ le derrotó por puntos, pero LaMotta acabó de pie. Cuando el combate finalizó, lanzó su reto. ‘La próxima vez seré yo quien pueda reírme en la cara de Robinson’. Sólo cinco meses después, el 5 de febrero de 1943, en Detroit, LaMotta cumplía su promesa. Intimidó a Robinson desde el primer tañido de la campana y le persiguió como una fiera por todo el ring. Ray, trabado,  incapaz de imponer su velocidad, apenas podía contener a una furia con genes sicilianos que le empujaba a las cuerdas, con unas acometidas suicidas. En el octavo asalto, Ray ‘Sugar’ Robinson caía, a plomo, por primera vez en su carrera. Robinson se levantó después de escuchar una cuenta de protección que se detuvo en el nueve, pero acabó perdiendo su condición de invicto. La rivalidad entre LaMotta —raza blanca, fajador— y Robinson —raza negra, fino estilista— había alcanzado su punto más álgido. Después de dos batallas tremendas en Nueva York y Detroit, lejos de evitarse, ambos querían volver a medir fuerzas. El 23 de febrero de 1945, en el Madison, en casa de LaMotta, ‘Sugar’ volvía a imponerse a los puntos tres diez asaltos; en Comiskey Park, Chicago, en septiembre de 1945, Robinson confirmaba que seguía siendo el mejor peso de la categoría al volver a imponerse a LaMotta, que había noqueado a George Kochan sólo siete días antes. Robinson sabía que era mejor boxeador que LaMotta, dominaba los combates y sabía imponer su estilo de boxeo. Pero en todos y cada uno de sus enfrentamientos ante ‘El Toro del Bronx’ se había impuesto a los puntos sin ser capaz de noquear a un hombre que, cuanto más castigo recibía, más se crecía. Robinson asumía la fortaleza sobrenatural de su rival y después de su cuarto combate lo hacía público ante la prensa con cierta resignación cristiana: ‘¿Qué puedo decir de él? Le pego con todo y se queda ahí, tan pancho. Menudo tío’. LaMotta, que peleó hasta seis veces con ‘Sugar’, definió con precisión sus enfrentamientos: ‘Él era el mejor púgil de todos los tiempos. He peleado tantas veces contra Ray ‘Sugar’ que no sé cómo no tengo diabetes’.

(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2012/01/jake-lamotta1.jpg)

Cuarto asalto. Un campeón sin corona. A pesar de sus heroicas peleas ante Robinson y de sus victorias a la tremenda ante Bell, Lester, Yarosz o Janiro —la segunda esposa de LaMotta dijo que era un tipo agraciado y su marido le premió con una paliza que le desfiguró la cara—, Jake LaMotta vivía un infierno. Se dejaba la piel en cada combate, era el favorito del público y mostraba una actitud propia de un kamikaze en el ring, pero no se le presentaba la oportunidad de poder pelear por el título. El periodismo neoyorkino le apodó ‘el campeón sin corona’ y sólo Robinson había demostrado poder hacerle frente con éxito. Angelo Dundee, en su día entrenador de Muhammad Ali, decía que LaMotta era ‘un guerrero, alguien con una determinación terrorífica. Sabía cómo triunfar y se metía al público en el bolsillo. Era un peligro público’. Y nadie quería ir a un peligro público como campeón del mundo. LaMotta era uno de los pocos boxeadores del circuito que no tenía manager (‘no me fio de nadie’), y aunque escuchaba los consejos de su hermano y del promotor Al Silvani, siempre se resistía a acudir a los que sí podían darle la oportunidad de convertirse en campeón. La Mafia.

Quinto asalto. En manos de La Mafia. En los años cuarenta la alargada sombra de la ‘cosa nostra’ era omnipotente, para desesperación de la Comisión Nacional de Boxeo. Rocky Graziano, que como LaMotta había forjado su leyenda en el reformatorio, había sido suspendido por tongo. Y Ray ‘Sugar’ Robinson se había negado a delatar a varios hampones que habían querido comprar una de sus peleas por miedo a ser asesinado. En vísperas de un combate ante Billy Fox, un paquete al que LaMotta habría destrozado en condiciones normales, La Mafia llamó a la puerta de ‘El Toro del Bronx’. Las instrucciones fueron muy claras. ‘Pierde hoy y serás campeón mañana’. LaMotta, desconocido y desmotivado, perdió aquella noche. Investigado por la Comisión de Boxeo y acosado por la prensa negó cualquier arreglo sucio con Frankie Carbo, un conocido mafioso del que se decía que se había embolsado 30.000 dólares de la época apostando por la derrota de LaMotta ante Fox. A Jake le cayeron mil dólares de multa y una suspensión de siete meses. ‘No sé nada de mafiosos, aunque a algunos les conozco sólo de saludarlos’. Años más tarde, cuando ya había logrado el cinturón de campeón del mundo, LaMotta confesó todo al escritor Peter Heller. ‘Perdí ante Foz porque me prometieron que tendría una oportunidad de pelear por el título. Me dijeron que era la única manera de ser campeón. Después de mi suspensión aún tuve que pagarles 20.000 dólares para que me consiguieran una combate por el título’. La Mafia cumpliría su palabra el 16 de junio de 1949 en Detroit, Michigan. Jake LaMotta se enfrentaba a Marcel Cerdan por el título mundial de los medios.

Sexto asalto. El título ante Cerdan. La Mafia había hecho sus deberes a conciencia, con un trabajo fino. Había conseguido que un púgil europeo cruzara el charco y accediera, contra todo pronóstico, a enfrentarse a LaMotta en suelo norteamericano. Francés de origen argelino, Marcel Cerdan había conquistado el cinturón en un combate terrorífico ante el ya veterano púgil Tony Zale, el gran rival de Rocky Graziano, y era un boxeador más que notable, un rival de cuidado. Algo que hubiera inquietado a cualquier púgil, pero no a Jake LaMotta, que llevaba esperando ese combate toda una vida y que estaba ansioso por subir al ring y destrozar al único hombre sobre la tierra que le podía privar de consumar el gran sueño de su vida, ser el campeón. Cerdan mantuvo el tipo hasta el octavo asalto, donde se resintió en un hombro. A partir de ahí, LaMotta atacó sin tregua al francés, le llevó a las cuerdas y descargó una serie de rabiosos ganchos de izquierda que minaron a Cerdan. El púgil de origen argelino se rindió a finales del noveno asalto. Cuando el árbitro de la contienda dio comienzo al décimo asalto, el galo dio una orden tajante a su esquina: ‘No más, por favor, no más’. Jake LaMotta, exultante, había hecho realidad su sueño. Era el nuevo campeón. Su segunda esposa, Vicky, fue testigo de excepción de aquellos días. ‘Le gusta tanto el cinturón de campeón del mundo que incluso se lo pone para dormir’.

Séptimo asalto. El fantasma de Harry Gordon. En su vestuario, mientras él respondía a las preguntas de la prensa mientras se anudaba su bata fetiche de piel de leopardo se agolpaban mafiosos, políticos y gente del mundo del espectáculo. Todos querían compartir la noche de gloria del campeón. Fue allí, en ese mismo instante, cuando LaMotta se quedó paralizado y su rostro palideció al ver a Harry Gordon, aquel librero al que, presuntamente, había asesinado de un golpe en la cabeza para quitarle la cartera cuando deambulaba de reformatorio en reformatorio. No, no se trataba de un fantasma salido del ultratumba para hacerle pagar el día que LaMotta menos esperaba. Aquel anciano con la cabeza llena de cicatrices era Harry Gordon en persona. Al parecer, la prensa se había precipitado al anunciar su muerte y el viejo había sobrevivido a la paliza en aquel callejón oscuro, y ahora estaba en el vestuario de LaMotta para estrechar la mano del nuevo campeón. Con Harry vivo y coleando, Jake se había liberado de aquella bestia que, atormentada por la culpa, se había convertido en una máquina insensible programada para destrozar a todo bicho viviente en el ring. Una vez que comprobó que Gordon no era una pesadilla y que estaba bien de salud, ‘El Toro del Bronx’ respiró aliviado y disfrutó de aquello que más anhelaba, el cinturón de campeón.

Octavo asalto. ‘La masacre de San Valentín’. Marcel Cerdan falleció en un accidente de avión cuando regresaba a Estados Unidos para la revancha con Jake LaMotta. Ese giro inesperado del destino provocó otro combate ante su gran enemigo, Ray ‘Sugar’ Robinson. Fue el 14 de febrero de 1951, el día de San Valentín. LaMotta había perdido en cuatro de sus cinco anteriores peleas, pero siempre se había mantenido en pie, una barrera psicológica para ‘Sugar’, incapaz de enviarle a la habitación del sueño.  La pelea era un ajuste de cuentas. El definitivo. En el pesaje previo, Robinson quiso amedrentar a su rival bebiéndose un vaso de sangre de toro. Era una provocación en toda regla. Con el coraje de siempre, ‘El Toro del Bronx’ se abalanzó sobre Robinson en el décimo asalto. Con ganchos cortos, buscó el KO. No dio resultado. ‘Sugar’ alcanzaba el undécimo asalto y pasaba a dominar la situación. En el siguiente round, LaMotta, desfondado y destrozado por los golpes de Robinson, está a merced de su rival. Recibe un uno-dos que casi le arranca la cabeza de cuajo y se agarra a las cuerdas. Cuando el público vislumbra la inminente caída de LaMotta, éste desafía a Robinson. ‘Vamos Ray, ven aquí, veamos si eres capaz de noquearme, vamos’. El aspirante, más potente y entero, se ceba con LaMotta. Golpea en serie, arriba y abajo, convirtiendo la cara de su contrincante en una masa tumefacta de carne que no para de manar sangre por la boca y los ojos. Ray es pura electricidad y Jake soporta un huracán de manos. ‘El Toro’ se tambalea, pero no cae al suelo. Algo, nadie sabe qué, le mantiene el pie. ‘¿De qué está hecho este tío?’. El árbitro, asustado por la cantidad de sangre que tiñe el rostro de LaMotta decide parar el combate. El asalto es una completa carnicería y los periodistas titulan al día siguiente que la pelea había sido ‘La masacre del día de San Valentín’. Robinson, el nuevo campeón, se marcha hasta su esquina mientras Jake permanece en pie sabiendo que ha perdido la corona. Mientras ‘Sugar’ levanta los brazos y se lleva los flashes de los fotógrafos, LaMotta avanza, desmadejado y roto, hasta la posición de Ray. Le toca en el hombro y cuando el nuevo campeón se gira para mirarle a los ojos, le susurra: ‘You never got me down, Ray… You never got me down, Ray’’. [‘Oye, Ray, no me has derribado..Jamás me vas a derribar’]. Después del combate, Robinson atiende a la prensa y no encuentra palabras para describir la actitud suicida de LaMotta. ‘No ha perdido Jake. Este hombre es un gladiador. Yo he ganado, pero él no ha perdido’. Sin título, con la cara destrozada y después de que le aplicasen oxígeno durante media hora, LaMotta ofrece su versión embutido en su bata de piel de leopardo. ‘Tuve varios pensamientos para ese hijo de puta. Le dije ‘no vas a derribarme. Nadie ha derribado a Jake LaMotta y tu no vas a ser el primero’.

SIGUE.....................

Autor: Rubén Uría

http://www.jotdown.es/2012/01/ruben-uria-doce-asaltos-del-toro-salvaje-2/ (http://www.jotdown.es/2012/01/ruben-uria-doce-asaltos-del-toro-salvaje-2/)
Título: Re: JOT DOWN. Los porqués del actual periodismo deportivo
Publicado por: Lobo en Enero 05, 2012, 02:08 Horas
Joder, interesante este último artículo. Mañana mismo videare el film de Scorsese.
Título: Re: JOT DOWN. EN EL PAÍS DE DIOS, LE TISSIER.
Publicado por: RED SKIN en Enero 10, 2012, 22:11 Horas
Para el estimado forero, Le Tissier.


EL PAÍS DE DIOS, LE TISSIER.

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No hay mucho que ver en Southampton, ciudad del sur de Inglaterra, situada a unos 100 kilómetros al sudoeste de Londres. La mayor parte de su casco viejo fue destruido por los bombardeos de los nazis en la Segunda Guerra Mundial y su puerto, uno de los más importantes del Reino Unido, fue el punto de partida del tristemente célebre Titanic. Es una ciudad melancólica, con un clima gris, cuyas carreteras convergen en un mismo punto neurálgico. La M27 envuelve la ciudad con todos los puntos de la costa Sur de Inglaterra, la A34 enlaza con Winchester y la más famosa, la M3, es la autopista que une Londres con Southampton. Sin embargo, en todos los accesos hasta la ciudad conocida como ciudad de los santos uno puede leer cientos de leyendas y carteles a la entrada de Southampton que rezan así: ‘Welcome to Southampton, you’re entering the country from Le God‘. [Bienvenido a Southampton. Está usted entrando en el país del Dios]. Southampton es muy religiosa, es cierto, aunque basta un cuarto de hora en el corazón de la ciudad para descubrir que, para los casi trescientos mil vecinos de Southampton, ese concepto de divinidad tiene su raíz en el fútbol. En la ciudad desde la que zarpó el Titanic, el título honorífico de Dios de Southampton es para un futbolista de calidad superlativa cuyos milagros forjaron una leyenda a comienzos de los años noventa. Su nombre apenas figura entre las páginas más brillantes de de los libros de historia y estadística del fútbol mundial. Sus goles imposibles nunca merecieron prestigio fuera de Las Islas y sus hazañas nunca llegaron a traspasar el umbral del Canal de La Mancha. Pero si en la Tierra los dioses del fútbol responden por nombres como Maradona o Pelé, existe un lugar en el mundo donde Dios —con mayúscula— es británico. En Southampton, Dios bajó a la tierra para vestirse de corto y jugar al fútbol en un modesto. Lucía camiseta rojiblanca, calzón negro y llevaba el siete a la espalda. En Southampton, Dios era un tal Matt Le Tissier.

El gran ídolo de Southampton nació en Saint Peter Port, en Guernsey, una isla situada en el Canal de La Mancha, entre Inglaterra y Francia. De niño, su sueño era jugar en la Premier League y vestir, algún día, la camiseta de Inglaterra con los tres leones grabados tatuados en su pecho. Talento precoz, hizo sus primeros pinitos como futbolista en el Vale Recreation, equipo en el que se dio a conocer muy pronto por sus goles imposibles, algunos desde el centro del campo o desde el saque de esquina. ‘Para mí, salir de mi pueblo fue como pisar la Luna, así que disfruté de lo único que se me daba bien, jugar al fútbol y beber cerveza’. En 1985 llamó la atención del Southampton, que lo fichó sin titubear. Los dirigentes tenían mucha confianza en aquel chico alto con tendencia a engordar, con nariz de alcayata y gesto displicente, que era tan irregular como genial, siendo capaz de andar, literalmente, durante 85 minutos, para anotar un hat-trick en los cinco restantes. Matt tenía precisión de cirujano en la diestra, dibujaba pases de 40 metros que provocaban el asombro del público y era el terror de los rivales cuando levantaba la cabeza desde fuera del área y apuntaba a la escuadra, alojando la pelota en el ángulo. No tenía demasiada velocidad, no tenía demasiado ritmo, no luchaba cada balón dividido y tenía serios problemas para marcharse de su marcador en velocidad. Pero cuando aquel falso lento encaraba la portería rival, de sus botas salían relámpagos teledirigidos.

En su primera temporada como jugador de los Saints Le Tissier marcó tantos goles espectaculares que la prensa le bautizó como ‘Mister Le’, aunque la hinchada del Southampton fue mucho más allá después de un golazo al Aston Villa, a raíz del cual Le Tissier pasó a ser conocido con el calificativo de ‘Le God’ [El Dios]. Sábado a sábado, la fama de Le Tissier comenzó a crecer entre los fieles que acudían en masa al Victorian Former Ground, el estadio del Southampton, más conocido por The Dell. Después de un par de temporadas donde Le Tissier fue máximo goleador del equipo y su mejor asistente, antes de cada partido los hinchas rojiblancos recibían la salida al campo de Matt con un grito unánime que inmortalizaron como el estribillo de una canción cuya estrofa más repetida y coreada decía: ‘He is God, Matt Le God‘. Matthew, abrumado por tanto cariño, se tomaba su condición de estrella de un modo campechano y terrenal. ‘Me llamaban Le God, pero podría haber sido Matt The Fat [ Matt, el gordo]. Bebía tanta cerveza antes de los partidos que a veces me pesaba el culo. También me pasaba con las hamburguesas y el chili’. Tímido, reservado y hombre de pocas palabras, se sentía extraño ante tanto halago. ‘Cuando me llamaban Dios, no sabía qué decir, sobre todo si me cruzaba con un cura… Yo no era Dios, claro. Imagínate que Dios siguiera mi dieta de cerveza y hamburguesas’.

El siete del Southampton correspondió a tanto afecto con una fidelidad de por vida. Jamás se movió del hogar de los ‘saints’. Nunca abandonó a un equipo pobre privado de grandes futbolistas, acostumbrado a pelear por no descender y cuyo presupuesto era reducido. Vistió la zamarra rojiblanca durante quince intensas temporadas, donde disputó 540 partidos entre Liga, Copa y Copa de la Liga, anotando más de 200 goles como capitán y emblema del club. Muchos futbolistas que compartieron vestuario con Le Tissier sí se subieron en marcha al tren de la fama, fichando por los grandes de Inglaterra, como Alan Shearer, que acabó en el Blackburn Rovers. No fue el caso de Le Tissier. Él jamás llegó a abandonar las calvas praderas del vetusto estadio de The Dell. Nottingham Forest, Arsenal, Tottenham o Liverpool lo quisieron en algún momento. Fuera de Inglaterra, Lazio de Roma, Juventus, Marsella y Atlético de Madrid preguntaron por él. Siempre recibían la misma respuesta. El club estaba como loco por vender, pero Le Tissier nunca les devolvía la llamada. Tenía todo lo que necesitaba. ‘Es fácil jugar en el Manchester United o en el Liverpool. Yo prefiero jugar al borde del abismo, con presión, sacando a un equipo de bajar a Segunda’. En una entrevista concedida a la BBC le preguntaron por qué motivo no había aceptado nunca las ofertas del United o del Liverpool, siempre interesados en hacerse con sus servicios. La respuesta de Matt fue comparable a una Copa de Europa para los hinchas del Southampton: ‘Jugar en los mejores clubes es un reto bonito, pero hay un reto mucho más difícil: jugar contra los grandes y ganarles. Yo me dedico a eso…’. Años después, confesaría a Four Four Two: ‘siempre me pregunté si habría sido capaz de ganar la Premier League, pero conseguí algo más importante, estar 16 años en Southampton y conseguir que ese equipo estuviera en la elite. Quien ha nacido en Southampton sabe de qué hablo, era un pequeño milagro mantener siempre a un equipo tan modesto’.


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Le Tissier siempre tuvo claro que entre el honor y el dinero, lo segundo nunca era lo primero. La mejor muestra llegó cuando, a comienzos de los años noventa y según confesión de su mejor amigo y compañero, Ronnie Ekelund—que llegó a probar con el Barcelona de Cruyff—, el Chelsea decidió poner toda la carne en el asador para llevarse a ‘Le God’ a Londres. Por aquel entonces, el Chelsea necesitaba recuperar su cartel como equipo grande y estaba dispuestos a pagar lo que hiciera falta para convencer a Matt, pero Le Tissier jamás llegó a negociar y considerar todos los ceros que podrían adornar su cuenta bancaria. ‘Antes de un partido en casa, Matt me comentó que el Chelsea le había hecho una oferta de tanto, tanto dinero, que la vida de los hijos de sus hijos estaría resuelta —confiesa Ronnie Ekelund—. Luego se calzó las botas, se puso la camiseta con el siete a la espalda y me dijo que él no valía todo ese dinero. Aquel día ganamos, Matt marcó un golazo, se duchó y se fue a casa. Nunca devolvió la llamada al Chelsea’. Cuenta la leyenda que rechazó un cheque en blanco del Mónaco (‘son habladurías, me daban mucho dinero, quizá demasiado’), también un ofertón de la Juve (‘no hablaba una palabra de italiano y allí no tendría a mis amigos para hablar en el pub’) y una propuesta, la del Tottenham, que fue la única que estuvo cerca de cuajar (‘me iba a casar y a mi futura esposa no le apetecía mudarse recién casados, así que me quedé y punto’). Esa resistencia a la tentación, ese orgullo por su camiseta, esa contumaz idea de ser el estandarte de un equipo pobre, consiguió que Le Tissier no sólo fuera considerado el mejor jugador del club, sino que se ganó el primer lugar del escalafón del santoral de la hinchada del modestísimo Southampton, un equipo que llegó a batir varias veces a los grandes en su estadio gracias a los goles de Le Tissier, su sempiterno capitán, una especie de Robin Hood del fútbol que robaba a los ricos para dárselo a los pobres. ‘Pude cambiar de camiseta muchas veces, pero no tengo remordimientos. Dicen que soy un romántico, pero los que dicen eso no ven la cara de los niños de esta ciudad, que son felices cuando me piden autógrafos’.

El Dios de Southampton pasaba consulta los fines de semana regalando milagros a su parroquia. Una tarde ganaba, él solo, al Manchester United. Otras veces, salvaba a su equipo del descenso con un gol desde el centro del campo. Y otras, como en la temporada 1994-95, marcaba el gol de los goles. Ese sábado el gigante en cuestión era el Newcastle, y el Southampton estaba en su lugar natural, el fondo de la tabla. Había que ganar o ganar. ‘Estábamos en una situación difícil y pensé, Matt, de esto te deberías ocupar tú porque es lo que los chicos esperan de ti’. Le Tissier enganchó un balón suelto en el centro del campo. La pelota bajaba con nieve y el siete, mal colocado para recibir, giró sobre sí mismo y controló de espuela para bajar la pelota al pasto. Primera ovación y primer rugido del estadio para ‘Le God’. Le Tissier avanza con la pelota controlada, encara a un defensa y le supera en carrera con toque, sutil y dulce, para sortearle por un costado. Segunda ovación y segundo rugido en honor a ‘Le God’. Le Tissier prosigue su carrera hacia el corazón del área, un central le sale al paso y, cuando la pelota bota delante del capitán del Southampton, Le Tissier se inventa un sombrero que deja roto al central. Tercera ovación y tercer rugido de The Dell para su héroe. Matt aguarda a que baje la pelota mientras observa cómo el portero del Newcastle le achica el ángulo desde el área pequeña, espera una décima de segundo y coloca el empeine derecho de su bota para acompañar la pelota de una manera suave y delicada, junto al poste. Para sorpresa del personal, aquel gol maradoniano, kilométrico, desde el centro del campo, no fue elegido gol de la temporada por votación popular. ¿Quién podría superar aquel golazo? Pues… el propio Le Tissier. Su tanto al Blackburn Rovers, desde el centro del campo, con un disparo a la escuadra desde más de 40 metros, fue su milagro más sonado con los ‘saints’. Un gol que hoy, muchos años después, sigue en el top-10 de goles más descargados en Internet en el Reino Unido. ‘Han pasado mucho años desde aquello y ahora puedo decir que tuve mucha suerte. De cien veces, esos goles me salen una’.

La única prueba existente de que Le Tissier era humano y que estaba hecho de carne y hueso, había llegado un año antes, un 24 de marzo de 1993, en un partido de la First Division. Hasta entonces, ‘Le God’ había anotado todos los penaltis que había chutado. Aquella tarde, Matt había marcado un golazo y tenía en sus botas la oportunidad de empatar la contienda ante el Nottingham Forest de Roy Keane y Nigel Clough, el vástago del mítico Brian Clough. Le Tissier cogió la pelota, la colocó en el punto fatídico, cogió carrerilla y pateó, para sorpresa de todos, de modo defectuoso. La pelota salió mordida y Mark Crossley, el meta visitante, alargó la mano para despejar la pelota y conjurar el peligro. Crossley recuerda aquella parada como un fenómeno extraño. ‘Él era un seguro de vida, pero le pegó mal y lo paré’. Le Tissier había marrado una pena máxima y su equipo había caído por 1-2. Entonces sucedió lo inesperado. ‘Matt se me acercó y me dijo que algún día tenía que fallar, y que esperaba que mi parada me diera buena suerte para jugar algún día con mi selección’. Años después, Mark Crossley llegaría a ser el portero titular de la selección de Gales, pasando a la historia como el único portero que fue capaz de detener un penalti a Matthew Le Tissier. Después de casi 16 años en el Southampton, ‘Le God’ anotó todos y cada uno de los que lanzó. Ejecutó 50 penaltis y anotó 49. Tras fallar ante Crossley, nadie volvió a detenerle una pena máxima.

Sin embargo, sus goles espectaculares, su carisma en Southampton y su extraordinaria elegancia sobre el campo nunca fueron un aval suficiente como para que Le Tissier triunfara con Inglaterra. Siendo un chaval pudo haber elegido jugar para Francia, al haber nacido en territorio anglo-francés, y alguna vez debió arrepentirse de no haber probado con Les Bleus. Porque, a pesar de que Le Tissier fue convocado en varias ocasiones para jugar con su selección, nunca fue un fijo para su país. Nunca tuvo continuidad. Siempre fue injustamente marginado. ‘Mi reputación de perezoso no me hizo ningún favor con Inglaterra. Cuando estaba en el mejor momento de mi carrera los seleccionadores no fueron lo suficientemente valientes como para encontrarme un acomodo en el once inglés’. Sólo disputó ocho encuentros con la camiseta de los ‘pross’ y se quedó fuera tanto de la lista de la Eurocopa de Inglaterra, en 1996, como dos años más tarde del Mundial de Francia, en 1998. Ni Terry Venables ni Glenn Hoddle, ni Kevin Keegan ni Sven-Göran Eriksson confiaron en su pie de seda. Todos dieron la espalda a Le Tissier como pieza clava para ganar los campeonatos y le sacrificaron en beneficio de jugadores de un perfil mucho más áspero. Unas veces fue por sus lesiones musculares. Otras veces, el ‘no’ llegó por sus problemas de espalda, otras, por su propensión a engordar más de la cuenta y, la mayoría, por su carácter introvertido. Nadie sabe qué habría conseguido Inglaterra con el siete del Southampton como director de orquesta.

Con los tobillos resentidos, con un evidente sobrepeso, con múltiples problemas en su espalda y una rodilla muy desgastada decidió colgar las botas en el año 2002. Tenía 33 años y había dado toda una vida por su club. En mayo de ese mismo año Matthew Le Tissier tuvo su partido homenaje, en un choque amistoso que enfrentó a sus dos únicos equipos desde que era un niño. El Southampton y la selección de Inglaterra. Rodeado de sus ex compañeros, Alan Shearer, Tim Flowers, Paul Gascoigne o Ronnie Ekelund, el último adiós de Matt Le Tissier congregó a 32.000 aficionados en las gradas. Fue un día triste para Southampton, aunque él lo asumió con naturalidad: ‘En esta vida estamos para pasar un buen rato’. Su cuerpo había dicho basta y su prominente barriguita jamás volvería a lucir la elástica con el siete. El Daily Mirror fue tajante en su emotiva despedida: ‘Se va uno de los más grandes de la historia, un genio de andar por casa que habría sido mucho más si hubiera querido irse de Southampton’. Tras la retirada de Le Tissier los fans del Southampton comercializaron un CDRom biográfico con todos los detalles de su carrera. Sus mejores goles, su vida, sus comienzos, sus mejores frases, su familia y sus amigos. Lo compraron veinte mil seguidores y tuvo tanto éxito que a partir de 2006 decidieron que se pudiera descargar de manera gratuita a través de Internet.

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Aficionados, ‘celebrities’ del fútbol británico y prensa coinciden en señalar que Matt Le Tissier fue único, irrepetible, un genio que pudo haber marcado una época. Sir Alex Ferguson fue explícito: ‘Podía ganar un partido cuando le diera la gana’. George Graham también: ‘Tiene aspecto de gordinflón, pero le ves tocar la pelota y piensas, demonios, quién fuera un gordinflón’. Su compañero Ekelund, tajante: ‘Si tenía ganas de jugar, te marchabas al vestuario sabiendo que habías visto jugar a Maradona en The Dell’. Y Tommy Docherty, mito viviente de los banquillos y que presume de haber tenido más clubes que Jack Nicklaus, ponía el dedo en la llaga: ‘Podría haber sido lo que le hubiera dado la gana. Su pierna derecha era pura clase’. En opinión de Julio Maldonado, comentarista de fútbol internacional de Canal Plus y la Cadena SER, Le Tissier fue uno de esos talentos mitad pereza, mitad genialidad. ‘Recuerdo haberle visto bostezar en mitad de un partido. Era el Mágico González del fútbol inglés. Tenía un talento similar, no exagero. Le Tissier era un deleite para la vista’. Gaby Ruiz, analista de Canal Plus y eminencia del fútbol internacional, define al siete eterno del Southampton en cuatro palabras: ‘El Trinche, Le Tissier’, en un paralelismo con la figura genial de Carlovich con el genio británico. Axel Torres, referencia en Gol TV y Radio Marca, considera que Matt fue ‘una isla de clase y fantasía casi latina en el contexto de un fútbol inglés que no parecía poseer espacio para piernas finas y cabezas frías como la suya’. Iván Castelló, comentarista del programa Fiebre Maldini va más allá. ‘En su grandeur, Napoleón imaginó su Imperio, y esa obra inacabada la continuó Matt Le Tissier en un campo de fútbol. Fue el mejor jugador que jamás he visto’. Y Fermín de la Calle, periodista de As y Esquire, disecciona así al crack que se quedó grabado en su memoria: ‘Recuerdo que vi a Le Tissier con mi padre, en el año 94, en el campo del QPR. Escondía la mejor pierna derecha del fútbol inglés en un cuerpo de estibador. Era el Zidane de la Premier en una Premier más británica y menos técnica que la actual. Era perfume caro en una botella de dos litros’.

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Autor: Rubén Uría

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Título: Re: JOT DOWN. Scottie Pippen, el escudero perfecto.
Publicado por: RED SKIN en Enero 16, 2012, 19:32 Horas
Scottie Pippen, el escudero perfecto
Posted by Guillermo Ortiz

(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2012/01/scottie-pippen.jpg)

Junio de 1992. El equipo de Estados Unidos se reúne en Portland para disputar el pre-olímpico de clasificación para los Juegos de Barcelona. Es la mejor plantilla de la historia, un equipo de ensueño; “Dream Team”, dice la prensa estadounidense y con ella la de todo el mundo: Magic Johnson, Larry Bird, Michael Jordan, Patrick Ewing, John Stockton, Karl Malone, Chris Mullin, David Robinson, Charles Barkley, Clyde Drexler, el universitario Christian Laettner… y Scottie Pippen, con el número ocho, satisfecho en esa constelación de megaestrellas, el profesional más joven del grupo, apenas 26 años.

Pippen está en lo más alto de su carrera: viene de ganar la NBA por segundo año consecutivo, ha sido incluido en el mejor quinteto defensivo de la liga, su promedio por partido ha llegado a los 21 puntos por primera vez desde que coincide en cancha con Michael Jordan… y ha firmado una extensión multimillonaria de su contrato con los Chicago Bulls. Ya no tiene nada que demostrarle a nadie. Ni a su general manager, Jerry Krause, con el que mantendrá una relación de amor-odio durante toda su carrera en Chicago, ni a los “bad boys” de Detroit —¿dónde está ahora Thomas, dónde Dumars, dónde Rodman?— ni a la prensa que le tildó de “blando” tantas veces.

Como mucho le queda ajustar cuentas con Toni Kukoc, el hombre que puso en riesgo su contrato y su puesto en el equipo durante la convulsa temporada 1990/91 cuando Krause se empeñó en hacerle sitio por si daba el salto a la NBA. Kukoc y Pippen, Krause y Pippen, Jordan y Pippen. ¿Cómo entender más de una década de NBA sin ese hombre de nariz improbable, gesto de estatua de Pascua, brazos infinitos? El alero que podía ser base, el defensor que anotaba desde cualquier lado, el hombre de carácter que miraba con admiración a Larry Bird y a Magic Johnson, sin imaginar que un día tendría más anillos en sus manos que cualquiera de los dos.

El rookie inesperado

Scottie Pippen llegó a la NBA como número cinco del Draft de 1987, elegido por los Seattle Supersonics. Se trataba de un alero por encima de los dos metros con mentalidad de base, su puesto cuando entró en la universidad de Central Arkansas, antes de crecer sorprendentemente casi 20 centímetros en un par de años. Había demostrado sobradamente su capacidad para anotar y para defender y solo se cuestionaba su carácter, algo apocado, silencioso, sin madera de líder.

Los Sonics tenían ese puesto bien guardado con Dale Ellis y el espectacular Xavier McDaniel. Lo que necesitaban en Seattle era un pívot fajador que le diera un extra al equipo. Pese a las genialidades de los Jerry West, Oscar Robertson, Bob Cousy, incluso los propios Magic Johnson o Larry Bird, la constante en la NBA era entonces y lo sigue siendo construir el equipo de dentro afuera, es decir, con un pívot como referencia. No en vano apenas tres años antes, en 1984, Sam Bowie fue elegido como número dos del draft por delante de Michael Jordan.

Así pues, los Sonics tuvieron claro desde el principio que Pippen sería una gran incorporación… para forzar un buen traspaso.  Punto.

Un poco más tarde le tocaría el turno a los Chicago Bulls. Para entonces, ya era “el equipo de Michael Jordan”, para lo bueno y para lo malo: un equipo en el que todo el juego se supeditaba a su superestrella y cuya capacidad para competir estaba aún por descubrirse. Por dentro, solo Charles Oakley era una presencia intimidatoria pese a su corta estatura. Por fuera, la jugada consistía demasiadas veces en dársela a Michael y que los demás miraran.

Hacía falta profundidad, eso lo tenía claro Jerry Krause. Profundidad y versatilidad, pedía Doug Collins, el antiguo All Star reconvertido a entrenador. Por eso escogieron a Horace Grant, un ala pivot con clase, buen anotador de media distancia, facilidad para el rebote, no demasiado alto pero con buen instinto a la hora de defender y taponar… Grant era un diamante en bruto que no se sabe por qué cayó tan abajo en las prioridades de los general managers. Conseguido el pívot, Krause buscó al escudero de Jordan, el hombre que diera un paso adelante en la defensa y pudiera dar minutos de calidad cuando la estrella descansara.

Su debilidad era Scottie Pippen. A cambio le pidieron a Olden Polynice, un hombre de casi 2,10 con una técnica muy limitada. No lo dudó dos veces: el traspaso dotaba a los Bulls de dos jugadores muy jóvenes y con mucho talento. Los dos dieron resultados desde su primer año: Grant promedió casi 8 puntos y más de 5 rebotes en 22 minutos de juego, Pippen se fue a los 7,9 puntos y 3,8 rebotes. Lo más importante: entre los dos sumaban casi dos robos de balón y un tapón por partido. Los Bulls, por fin, defendían. La franquicia pasó de ganar 40 partidos a ganar 50 en una sola temporada, Jerry Krause fue nombrado Directivo del Año y solo los Pistons de Detroit pudieron frenar a Michael Jordan en semifinales de la Conferencia Este.

El éxito estaba un peldaño más cerca, lo que tardaran los larguísimos brazos de Pippen, Jordan y Grant en agarrarlo.

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La barrera de los Pistons

Muchas veces, la segunda temporada de un rookie es la más complicada, igual que el segundo disco de una banda con éxito es pasto fácil para los críticos. Pippen se había consolidado como suplente de lujo, entrando en la lista de los mejores novatos del año. Su tiro exterior aún tenía mucho que mejorar pero era rápido en el contraataque, un excelente defensor en anticipación y se entendía a la perfección con sus compañeros.

Collins entendió que ya estaba para ser titular y “Pip” no defraudó: en 33 minutos por partido, promedió 14,4 puntos, 6,1 rebotes y más de 2 robos. El equipo cambió por completo con un nuevo ingrediente: el veterano Bill Cartwright entraba por Charles Oakley, el “guardaespaldas” oficial de Michael Jordan. Aquel traspaso enrareció el ambiente en Chicago: Jordan no entendía nada, no confiaba en la madurez mental ni física de los nuevos chicos y estaba convencido de que la actitud de Oakley, siempre dispuesto a armar un buen lío o defender a un compañero, era necesaria.

Todo el mundo coincidía: los Bulls eran flojos. ¿Qué sentido tenía vender a tu jugador más duro por un veterano con tendencia a las lesiones?

Sin embargo, no fue una mala temporada, ni mucho menos: Chicago ganó 48 partidos en la División Central, por entonces el hueso duro de la liga, superó a Cavaliers y Knicks en los play-offs y se plantó en la final de Conferencia de nuevo frente a los Pistons. Aquello era un paso adelante muy importante en una franquicia que nunca había ganado un título en su historia. La juventud de los Bulls, su talento puro, su elasticidad frente a la dureza de los “Bad Boys” de Chuck Daly, empezando por Isiah Thomas, el demonio de sonrisa angelical, y acabando por Bill Laimbeer, uno de los jugadores más inteligentes –y sucios– que se recuerdan.

En medio, los Rodman, Aguirre, Mahorn, Dumars, Edwards, Vinnie Johnson… un equipo de ninjas al margen de las portadas y que odiaban con todas sus fuerzas a Jordan y lo que los Bulls representaban: el glamour, el arte, la foto de póster. En su segundo año frente a los Pistons, Pippen volvió a naufragar y todos empezaron a señalarle con el dedo: ¿Sería capaz de afrontar el reto físico que suponían los Pistons? Aquel año cayeron en seis partidos, el año siguiente, ya con Phil Jackson en el banquillo caerían en siete.

Esa tercera eliminación consecutiva fue un momento terrible para Pippen. Su temporada había vuelto a ser excelente: 16,5 puntos, 6,7 rebotes, 5,4 asistencias… y 2,1 robos, su especialidad. En play-offs su rendimiento mejoró: más de 20 puntos, más de 7 rebotes, 40 minutos sobre la cancha… Los Bulls pusieron a los Pistons contra las cuerdas. Eran los tiempos de las “Jordan Rules”, el sobrenombre que Daly le daba a su táctica de repartir estopa contra Michael y compañía. Tras mantener ambos equipos el factor cancha, la serie llegó al séptimo partido en Auburn Hills.

La gran oportunidad de Jordan había llegado después de seis años, solo hacía falta que sus compañeros estuvieran a la altura… pero no fue así. Aquejado de una horrorosa migraña, Pippen tuvo una noche espantosa: 2 puntos, con 1 de 10 en tiros de campo. No le fue mejor a Grant, quien se fue a 3 de 17. Bill Cartwright tenía la rodilla de nuevo destrozada y B. J. Armstrong, el novato que había impresionado en los partidos de Chicago, dio una lección de sobre-excitación, yéndose a 1 de 8. A mediados del tercer cuarto, los Bulls perdían 61-39. La eliminatoria estaba acabada. Pippen miraba alrededor al borde del desmayo, vomitando en los vestuarios, las luces cegándole sin poder enfocar siquiera.

Jordan no se creía lo de la “migraña”. Jordan no sabía perder. Jordan necesitaba a alguien que diera el máximo en el momento más importante y si Pippen no estaba dispuesto a asumir ese reto se buscaría a otro. En esas condiciones empezó la temporada 1990/1991.


Los tres anillos

Phil Jackson tenía un plan: sabía que si los Bulls querían ganar un anillo tendría que dosificar a Jordan. Por supuesto, Michael podía meter 40, 50, 60 puntos si quería, pero esa no era manera de ganar anillos. Jackson lo aprendió en los Knicks de los 70, un equipo con estrellas como Willis Reed, Walt Frazier o Dave DeBusschere, pero que sobresalía por su capacidad de sacrificio y generosidad. El primer paso era convencer a Jordan de que eso era posible, que podía ganar sin controlarlo todo, reservándose para los minutos clave de los partidos clave, integrar a sus compañeros en el ataque.

Junto a Jackson se sentaba siempre su ayudante, Tex Winter, un hombre ya mayor en 1990, que había desarrollado en varios libros la teoría del “triángulo ofensivo”, una serie de movimientos sobre el campo que hacían que todos los jugadores pudieran tener su oportunidad recibiendo en el lugar que les hacía más efectivos. Meter a Jordan en el “triángulo” costó mucho. Muchísimo. Cada vez que Pippen tenía un mal partido y los Bulls perdían, sabía que podía contar con el comentario agrio de Michael: “¿Otra migraña, Pip?”.

Sin embargo, aquel año los Bulls perdieron poco, apenas 21 partidos por 61 victorias, la mejor temporada de la historia de la franquicia. El éxito se basaba en la presión defensiva: Pippen asumía la punta de lanza y enviaba al base contrario hacia el lado donde le esperaba Jordan o en ocasiones Grant, el pase al lado contrario era invariablemente interceptado y daba pie a un contraataque fulgurante. Los Bulls eran muy jóvenes: Jordan, pese a sus múltiples años de estrellato, apenas cumplía 28 años, Grant y Pippen no rebasaban los 25.

Con triángulos continuos en defensa y en ataque, los Bulls simplemente eran superiores a cualquier rival. Pippen se convirtió en una pieza clave para Phil Jackson, el hombre decisivo sin el cual lo demás no tenía sentido: podía subir la bola como un base, podía correr como un escolta, rebotear como un pívot… Aquel año, Scottie se fue a los 18 puntos y 6 rebotes, con 2,4 robos por partido. Eso ya lo habíamos visto antes, la pregunta era: ¿Podría Pippen pasar por los play-offs sin migrañas ni extrañas lesiones?

No había sido un año fácil para él. Obsesionado con el dinero, Pippen seguía teniendo su contrato de novato, lo que le convertía en uno de los jugadores peor pagados dentro de la propia plantilla, clase baja de la NBA. Aquello era intolerable. Como medida de presión, amenazó con saltarse el campo de entrenamiento de octubre, pero Reinsdorf, el propietario del equipo, le convenció de lo contrario. A mitad de temporada empezaron a surgir los rumores de que los Bulls iban a por Toni Kukoc. Kukoc por aquí y Kukoc por allá, Krause no hablaba de otra cosa.

Pippen se sentía traicionado y eso a veces le derrumbaba y a veces le daba más energía para demostrar la injusticia. ¿Quién ese era Kukoc aparte de otro europeo flacucho? La cuerda de las negociaciones estuvo a punto de romperse varias veces, pero milagrosamente todo acabó encajando. Curtido mentalmente tras las dos derrotas anteriores contra los Pistons y los meses negociando con Krause y Reinsdorf, Pippen llegó a las finales de Conferencia dispuesto a comerse a quien tuviera delante.

Y delante tenía, cómo no, a los chicos de Detroit.

Pistons y Bulls se necesitaban. Los Pistons eran para los Bulls lo que los Celtics habían sido para los Pistons: la prueba de madurez. Aquel año, los bicampeones estaban aún más ajados, pero de nuevo habían llegado allí tras una temporada con más sombras que luces. Por juego, no había color, pero no se trataba del juego, sino de la madurez mental, de la agresividad, de la condición física. Rodman se emparejó con Pippen desde el principio y jugó toda clase de tretas mentales con él: empujones, codazos, insultos… No sirvió de nada. Nadie podía parar a Scottie en aquella serie ni en aquellos play-offs. Se iría a los 22 puntos y 9 rebotes por partido lanzando por encima del 50%.

Los Bulls ganaron el primer partido, luego el segundo, luego el tercero… y cuando estaba claro que se impondrían en el cuarto, los jugadores de Detroit simplemente abandonaron el campo sin saludar a nadie, pasando por delante del banquillo de los “chicos suaves” sin un solo intento de felicitación. Ahora no solo les robaban las portadas sino también los campeonatos. Pippen había solventado todas las dudas y volvió a hacerlo en la final ante los Lakers de un renqueante Magic Johnson. Con un Jordan insuperable, Paxson impecable en la suspensión, Cartwright sabiendo dominar a Divac, y Pippen y Grant descomponiendo a Worthy y Perkins, los Bulls se llevaban el primer anillo de su historia. Ya no había interrogantes.

Con la vitola de campeones, con la presión ya fuera de sus hombros, los Bulls se convirtieron en un equipo imbatible durante los dos años siguientes, siempre basándose en el triángulo, en la defensa presionante y en la versatilidad. En la temporada 91/92 Pippen se fue a los 21 puntos y 8 rebotes, ¡con casi 8 asistencias por partido! Todos corrían, todos pasaban, todos lanzaban desde el lugar preciso. Ya no era el equipo de Jordan sino el equipo de Jordan y Pippen, compañeros en el mejor quinteto defensivo del año, compañeros en el Dream Team de Barcelona, compañeros en las finales contra Portland y posteriormente en las que les enfrentarían a los Phoenix Suns de Charles Barkley.

En junio de 1993, Pippen tenía todo lo que una vez soñó: un contrato de muchos millones, un estatus indiscutible de estrella, tres títulos de la NBA y ninguna duda sobre su fortaleza mental. La saga podía durar años y años… solo que apenas unos meses después, tras el hallazgo del cadáver de su padre, Michael Jordan anunciaba su retirada de las canchas. “No me queda motivación”, dijo en rueda de prensa, visiblemente afectado. El testigo de los campeones pasaba a manos de Pippen.

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La vida sin Michael

Pocos apostaban por los Bulls sin Jordan. De acuerdo, habían ganado tres títulos seguidos y aún contaban con grandes jugadores, incluida la estrella europea, Toni Kukoc, llegada aquel año para ir rodándose al lado de Michael y que ahora tendría que asumir un protagonismo mayor del deseado por Phil Jackson. La baja de Paxson se suplió con el fichaje de Steve Kerr, un jornalero de la liga, y Cartwright, al borde de la retirada, fue dando poco a poco el relevo al australiano Luc Longley.

Sorprendentemente, la cosa funcionó. Muy bien, de hecho. Los Bulls ganaron 55 partidos, solo dos menos que el año anterior, y se lanzaron a los play-offs con la intención de ganar el cuarto anillo sin Jordan, una machada sin matices. La temporada de Pippen fue sencillamente espectacular, a la altura de las expectativas: 22 puntos, 9 rebotes, casi 6 asistencias y 3 robos de balón por partido. Por primera vez en su carrera fue elegido en el mejor quinteto de la liga y por supuesto en el de mejores defensores.

Sin embargo, los play-offs no fueron todo lo bien que uno podía esperar: después de eliminar a los Cavs sin problemas, los Bulls tenían que enfrentarse a los Knicks en semifinales de conferencia. El equipo de Pat Riley era cosa seria, ya lo había demostrado varias veces en los años anteriores y hasta cierto punto tenía la misma necesidad de eliminar por fin a los Bulls que los Bulls habían sentido con los Pistons.  Tras dos victorias locales en Nueva York, la serie llega a Chicago. Con 1,8 segundos para acabar el tercer partido, el marcador registra un empate a 102 puntos. Phil Jackson pide tiempo muerto y diseña una jugada para… ¡Toni Kukoc! Pippen no puede creérselo. Es el momento más decisivo de la temporada, y el entrenador le pasa de largo. Cabreado, inconsolable, se sienta en el banquillo y se niega a salir. La bola llega al croata, que, desequilibrado, consigue lanzar… y anotar.

Todos le abrazan menos Pippen, condenado de nuevo a la figura de escudero, una herida difícil de cerrar.

De alguna manera, los Bulls consiguieron forzar los siete partidos de la serie. De hecho, si no fuera por un arbitraje lamentable en el quinto encuentro, en Nueva York, probablemente habrían llegado a su sexta final de Conferencia consecutiva, pero no fue posible. En otro partido horrendo para el espectador, los Bulls perdieron 87-77 en el Madison Square Garden, su primera eliminatoria perdida en cuatro años. Pippen había demostrado que podía liderar al equipo, pero no quedaba claro si podía hacerlo campeón o si sus miedos, sus inseguridades acabarían con él. Los números no dejaban lugar a la crítica: 23 puntos y 8 rebotes por partido más la habitual colección de asistencias y robos de balón. Su actitud, especialmente en aquel crucial tercer partido, indicaba que aún necesitaba madurar.

Todo ese proceso, mirado en perspectiva, era necesario. Pippen tenía que saber lo que suponía ser el centro de todas las miradas, el encargado de resolver, la estrella a la que se alaba o se hunde para entender todo por lo que había tenido que pasar Jordan durante años y años. La temporada siguiente fue un desastre: menos de 50 victorias, demasiados cambios y lesiones, una eliminación prematura ante los Orlando Magic en los play-offs… pero dos noticias positivas: la primera, el equipo había aprendido a sufrir. La segunda, Michael Jordan anunciaba su regreso.



Del cuarto al sexto título

Los Bulls ya no eran el equipo joven y vigoréxico de principios de década. El bigote de Phil Jackson se llenaba de canas, Jordan volvía después de dos temporadas arrastrándose por campos de béisbol con 32 años y Pippen cumplía 30. Harper, fichado el año anterior para aportar anotación exterior, también superaba la treintena… Si no podían ser los más rápidos ni los más fuertes no les quedaba más remedio que ser los más listos. El equipo más grande de la historia de la NBA se fraguo cuando Krause consiguió lo imposible: el “bad boy” por excelencia, el hombre de los mil peinados y los mil rebotes, Dennis Rodman, llegaba a la franquicia que tanto había odiado. Pippen acogió la medida con reserva. Pippen odiaba a Rodman tanto como odiaba a Kukoc.

Pero sabía que necesitaban a Rodman si querían volver a ganar y él quería volver a ganar, desde luego. Las victorias eran prestigio y eran dinero, siempre envuelto en inversiones y compraventas, la gran obsesión de su vida, el miedo a que una lesión, una enfermedad, un accidente lo estropeara todo para siempre…


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Título: Re: JOT DOWN. UN OSO EN LAS GARRAS DE LA MAFIA.
Publicado por: RED SKIN en Enero 23, 2012, 21:54 Horas
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Charles ‘Sonny’ Liston nació bajo la sombra del infortunio. Desde pequeño, como miembro de una familia más pobre que las ratas que había tenido 25 hijos, tuvo que ganarse la vida trabajando de sol a sol en una plantación en Pine Bluff, Arkansas. Sin educación, sin dinero y tras varios arrestos de la policía local, Charles se mudó a San Luis, en el estado de Missouri, junto a su madre y parte de sus hermanos. Era rudo, de pocas palabras, con escaso bagaje cultural y a duras penas sabía escribir su nombre, con lo que solía firmar con una ‘X’. Tras participar en el robo de una gasolinera y ser detenido, ingresó en prisión. Allí, en la penitenciaría, su suerte cambiaría. Conoció al capellán Alois Stevens, un reverendo que le convenció de que Dios le había bendecido con el don del boxeo, y que si era capaz de purgar sus pecados entre el confesionario y el gimnasio enderezaría su rumbo. Dicho y hecho. Supervisado por el reverendo Alois, Liston aprendió a boxear y sacó provecho de su cuerpo, una mole de metro ochenta y cinco adornada por más de cien kilos de peso. Los presos le apodaron ‘Sonny’. Un diminutivo para un gigante superlativo. A base de entrenamientos, de disciplina y mucha fuerza de voluntad el convicto Liston se convirtió en una auténtica máquina de picar carne. Un oso salvaje. En un tipo que, cuando subía al ring y cerraba aquellas manazas más negras que un tizón descargaba unos puños que, cuando impactaban, sacaban humo del saco y hacían añicos a sus atemorizados rivales. El capellán fue explícito con Liston: “Charles, hijo, Dios ha puesto dinamita en esos puños. Sólo tienes que usarlos”. No se equivocó. Cuando alcanzó el grado de libertad condicional, Charles ‘Sonny’ Liston ensayó con boxeadores profesionales. Su gancho, un tren de mercancías, conquistó los Guantes de Oro. “Les pego y se caen”.

‘Sonny’, una fuerza de la naturaleza con un pasado turbio, irrumpe en los cuadriláteros y comienza su impopular reinado a finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta. Aunque la prensa especializada se esfuerza en escribir cuentos de hadas, los puños de Liston no entienden de refugios narrativos. Él se abre paso hablando con sus manazas, a martillazos de realidad, a puñetazo limpio. Son tiempos del gancho de izquierda de un ogro de color cuya reputación atenta contra el idílico estilo de vida americano. Villano, indeseable y marcado por el odio, no es ningún ejemplo para los niños. Entre rejas por agredir a un policía en plena calle y habiendo pasado seis meses a la sombra por reincidente, Liston era una bomba de racimo humana que alcanzaba su punto álgido en el ring. Sus desventuras en el calabozo le instaban a golpear más fuerte, más rápido, más contundente que antes de vestir el traje de rayas. Alentado por una sed de venganza interior, Liston se adivina indestructible. No conoce la piedad. “Voy a tumbarlos a todos”. Un periodista pregunta, acongojado por los registros del ex presidiario: “¿Y qué harás cuando no te quede nadie a quien tumbar, Sonny?” La mole responde con firmeza. “Pues entonces volveré a tumbarles a todos otra vez”. La prensa sufre. A pesar de ser demonizado por su turbulento pasado, Liston noquea a Mike DeJohn en seis asaltos, a Cleveland Williams en tres y acaba con Nino Valdez, que no acaba de pie el tercer round. Tumba de nuevo a Williams en la revancha en dos asaltos. Pasa por encima de Roy Harris y de Zora Folley. Y aplasta a Eddie Machen con una superioridad insultante. Liston es un ogro. El ogro. Un tipo hecho a sí mismo, un campeón forjado entre los barrotes de la cárcel, un boxeador con conexiones con la mafia. Un cuerpo grueso, compacto, de mirada maliciosa, de perfil siniestro. El típico animal salvaje al que uno jamás querría encontrarse de madrugada, a oscuras, en el rellano del portal de su casa. Un enterrador que disfruta noqueando a cualquier bicho viviente a su alcance. “Desayuna marines y se come a los boxeadores crudos”. Hablar de Liston era hablar de miedo. De conocer el terror.

Apenas le queda un adversario de cierto renombre por derribar, Floyd Patterson, entrenado por Cus D’Amato, una leyenda del boxeo. Tras una escaramuza con la ley —siempre problemas con la autoridad— Liston es condenado por la Comisión de Boxeo. Los mentores de Patterson se agarran a ese clavo ardiendo para esgrimir que un ejemplo para la sociedad como Floyd no puede compartir ring con condenado como Liston. Pero la estratagema del entorno de Patterson no da resultado. Cuando la calle comienza a rumiar que Floyd desea evitar a toda costa medirse a Sonny Liston, entra en juego un factor tan inesperado como sorprendente: La Casa Blanca. A petición del mismísimo presidente John Fitzgerald Kennedy, que entiende que Liston es un deshonor para la división de los pesos pesados, Patterson da el sí quiero al combate más esperado. Por un buen puñado de dólares, amén del consejo áulico del presidente de la nación, Floyd (el bueno) decide subirse al ring para enfrentarse a Sonny (el malo). No podía negarse. La paliza, que no combate, tiene lugar en Comiskey Park, Chicago, Illinois, el 25 de septiembre de 1962. Liston se convierte en campeón mundial al noquear a Patterson en un asalto. Herido en lo más profundo de su orgullo, Patterson vuelve a la carga en Las Vegas un año después para la revancha. Liston le castiga con otra humillación sin precedentes. El ‘chico bueno’ visita la habitación del sueño en el primer round. Patterson jamás debió hacer caso a la Casa Blanca. Después de comprobar hasta dónde llegaba el poder de los puños del bribón Liston, la prensa agacha la cabeza. Su estandarte del fair play, su Adonis del boxeo, Patterson, es un juguete roto en manos del despiadado púgil que cuenta con el visto bueno y la amistad de los pesos pesados de la Cosa Nostra. Portada de todas las revistas, protagonista de anuncios de refrescos, estrella de los clubes regentados por ilustres mafiosos y boxeador favorito de The Beatles —solía escuchar Night Train mientras entrenaba y apareció en la portada del disco Sargeant Pepper’s—, Liston se convierte en un asesino en serie del ring, en un campeón indestructible. En las garras de La Mafia, que se forra con las apuestas ilegales, Liston es un campeón si oposición. Las rotativas echan humo: “Patterson es historia. Folley también. Cleveland Williams no sirve. ¿Qué hacer?” Los puños de Liston hablan un lenguaje crudo, real, terrorífico. Y llega la pregunta: “¿Existe alguien en este mundo, lo suficientemente loco, como para pelear con Liston y arriesgarse a que le partan el alma?”

La respuesta es Cassius Marcellus Clay. Un peso pesado negro de talento, con buen juego de piernas, instalado en la elite de los pesados gracias al mecenazgo de un puñado de millonarios blancos. Joven, musculado, rápido y lenguaraz, Clay entra en escena. Es un regalo llovido del cielo para la prensa. Es una suerte de hidroavión que, lleno de palabras, amenazas e ingeniosas rimas, se atreve a rociar el fuego abrasador de Liston. Las casas de apuestas encuentran un filón, una novedad: la cuestión era jugarse el dinero para acertar en qué asalto caería Clay o, en su defecto, averiguar a qué hospital acudiría Cassius después de la previsible manta de golpes que iba a soportar. Clay ya había caído y su mandíbula no tenía la mejor de las famas para la crítica especializada. Henry Cooper, el campeón de Inglaterra, había demostrado que un buen gancho de izquierda era suficiente para ponerle patas arriba. Si Cooper le había derribado, Liston podía enviarlo de vuelta a Louisville en una bolsa, pedacito a pedacito. Conocedor del lado oscuro de Liston, Clay debía ser un bailarín de claqué, un mosquito trompetero para revolotear lejos de Liston, un challenger precavido y que siempre mantuviera la distancia para no encajar una paliza a las primeras de cambio. El gran problema para la esquina de Clay reside en su propio boxeador. Lejos de amilanarse, Clay saca a pasear su lengua y destroza verbalmente a su rival. Amenaza, rima, grita, canta, salta, baila, alardea y reta. Cassius muestra un abanico mediático que provoca la ira del campeón y estimula a los aficionados a hablar del combate sin parar.

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Comediante o visionario, Clay se hace acreedor a su apodo de ‘Bocazas de Lousville’. Entiende que, para ganar la pelea dentro del ring, el primer paso es ganarse el respeto fuera del mismo y lograr que el rival pierda el suyo. Ignorando las advertencias de sus promotores, CC abandera una guerra psicológica sin precedentes. Si ve una cámara de televisión se tira de cabeza, si tiene cerca un micrófono de radio se pregunta a la vez que se responde y si un reportero no ha tomado buena nota de sus gases verbales, decide escribirlo él mismo de su puño y letra. Clay sabe que, en esa guerra psicológica, en el ring de los medios de comunicación, Liston no sabe protegerse. Haciendo bueno eso de que quien golpea primero pega dos veces, Cassius Clay se convence de que Liston es un blanco fácil a la hora de pelear con la lengua en vez de con los puños. Acierta de pleno. Liston, semianalfabeto y con menos palabra que un telegrama, se siente fuera de su hábitat natural ante un rival que le provoca de manera constante y que no deja de atacarle de manera rabiosa en los periódicos. Sonny empieza a sentirse devorado, poco a poco, por la difusión del huracán mediático Cassius Clay. El ‘Loco de Louisville’ abre la caja de Pandora. Amenaza, rima, grita, canta, salta, baila, alardea y reta. Todo Clay es un ‘show’ de circo. Una comedia con ínfulas de campeón que destroza, una y otra vez, el orgullo de Liston. Lo hace sin piedad. Con sarcasmo. Con una vehemencia propia de un loco. O de un cobarde.

Cuenta la historia que el campeón acababa de mudarse a Denver, y justo enfrente de su casa apareció Clay montado en un extraño autobús que se había comprado para la ocasión. Pintado de rojo y blanco, como en la película Más dura será la caída, Clay decide colgar del mismo un cartel gigantesco con la leyenda: ‘Liston caerá en el octavo’. Después, sin tregua, avisa a todos los periodistas de la zona y les aconseja que a primera hora de la tarde deben pasar por casa de Liston. Cumpliendo su amenaza, Clay se presenta a la hora indicada en el hall de la casa de Liston, toca el timbre y, cuando tiene cara a cara al campeón, descarga sobre él un buen puñado de insultos para, acto seguido, retarle a pelear en el jardín. Liston, estupefacto, no sale de su asombro. La prensa, tampoco. Los únicos en reaccionar ante el encendido Clay son un grupo de vecinos, que deciden llamar inmediatamente a la policía, que detiene a Clay ipso facto. La imagen, dantesca, da la vuelta al mundo. “Clay está loco” titula la flor y nata del periodismo norteamericano. El Post va más allá: “Clay se hace el loco”.

Clay enseña todas sus dotes de ‘showman’. Su boca cruza todas las líneas rojas. Llega a presentarse en uno de los entrenamientos privados de Liston para, rodeado de una buena corte de periodistas, lanzarle un buen puñado de improperios. La Mafia trata de dulcificar la imagen impopular de Liston (fue portada de la revista Esquire en 1963, disfrazado de Santa Claus), pero no hay quien pueda frenar la lengua de un Clay que se lleva, de calle, la batalla de la propaganda. No hay quien pueda frenar la lengua de Clay. Deja ver su lado narciso. “Liston no puede ser el campeón del mundo de los pesos pesados. Es demasiado feo y gordo. En cambio, yo soy guapo”. Enseña su perfil retador. “Está viejo, es lento y está cansado. Soy más fuerte y rápido. Soy el campeón”. Explota su versión profética: “Sonny ¿me oyes? Eres un oso. Un oso feo y perezoso, y te voy a cazar. Voy a salir a cazar un oso feo y perezoso”. Muestra su lado más soberbio. “¿Humildad? Soy demasiado grande como para ser humilde. Soy lo máxxxxximo”. Hace gala de un extraño sarcasmo. “Sé que los que apuestan pondrán mucho dinero para ver a qué hora me ingresarán en el hospital, pero después del combate sólo se encontrarán allí con el oso feo y perezoso. Yo estaré en casa, viendo una película”. Se comporta como un fanfarrón. “Liston, debieron explicarte que el boxeo es un deporte de riesgo”. Promociona su lado más ingenioso. “Soy tan rápido que anoche apagué la luz y me metí en la cama antes de que el cuarto se quedara a oscuras”. Y alardea con una frase lapidaria, ideada por el inevitable ‘Bundini’ Brown, que pasaría a la historia. “Contra Sonny voy a bailar, voy a bailar. Vuelo como una mariposa pero pico como una abeja”. Toda una profecía.

El pandemónium de Clay consigue el efecto esperado. ¿Es un loco o un cobarde? Los periodistas le califican de payaso fanfarrón, la esquina de Liston de niño asustado y La Mafia cree que la irrupción de Clay responde a fuegos de artificio que, cuando comience el combate, acabarán con el aspirante en el suelo, un final esperado. Nadie repara en el estado de forma de Cassius Clay. El campeón tampoco. Liston anda obsesionado con cerrar la boca del aspirante, un tipo cuyo aliento resulta un insulto para alguien que ha destrozado sin piedad a toda la división, crujiendo a Patterson, el campeón de la Casa Blanca, en el primer asalto. El entorno de Sonny trata de aplacar la furia contenida del campeón, pero no hay quien calme a Liston. “Voy a matar a ese bocazas”. Ese deseo de Liston se multiplica durante el pesaje. Mientras Liston se despoja de su ropa para subir a la báscula, Clay se convierte en un manojo de nervios cuya boca explota en todas direcciones. Pierde los nervios, empuja a todo el mundo, insulta a su rival y grita cada vez más. Está rabioso, fuera de sí, a punto de sacar espumarajos por la boca. Liston se acerca hasta la posición de Clay y se dirige a él en tono desafiante: “Sigue hablando, te joderé con mis puños”. La escena sube tanto de tono que los allí presentes deciden separar a ambos púgiles. Angelo Dundee y ‘Bundini’ Brown, la esquina de Clay, obligan a su boxeador a tranquilizarse, está a punto de darle un infarto. “El oso feo y perezoso caerá como saco en el octavo asalto, apuntadlo bien, en el octavo”. Los médicos diagnostican que Cassius Clay ha sido víctima de un ataque de pánico. La noticia trasciende en los medios de comunicación y el periodismo entiende que la locura de Clay ha degenerado en un ataque de miedo. Después del escándalo del pesaje, Clay recibe una multa de dos mil quinientos dólares del ala por escándalo público.

La pelea tiene lugar en Miami, Florida. Es 25 de febrero. De un lado, Charles ‘Sonny’ Liston, ex presidiario vinculado al mundo del hampa y campeón del mundo. En la otra esquina, el aspirante Cassius Clay, loco o cobarde, cuyas controvertidas conexiones con los musulmanes negros del Islam empiezan a florecer. A la cita acude Malcom X, ministro de la Nación del Islam, que consigue un asiento de primera fila, el número siete, cerca del rincón del aspirante. Es entonces cuando resuena un grito seco, directo, desgarrador, de un aficionado: “¡¡Sonny, mata a ese negro bocazas!!”. El público ruge. El ambiente se caldea. La hora de la verdad se acerca. Momento escogido por Clay para su última fanfarronada. Se acerca a Liston y le señala su cinturón de campeón. El bocazas de Louisville responde al gesto con ironía: “¿Para qué quieres eso, Sonny? ¿Para sujetarte los pantalones?”. La mirada de Liston se tiñe de sangre. La de Clay se pierde en el tendido. Los vecinos de Miami jalean. Suena la campana.

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Liston ocupa el centro del ring y descarga una serie de derechazos. Ninguno conecta con el cuerpo de Clay, que se desplaza un lado a otro del ring con facilidad, con armonía, con unos movimientos tan sincronizados que terminan por dejar en ridículo al campeón. Suena la campana y los presentes en el estadio de Miami empiezan a mirarse unos a otros. Clay, la oruga que esperaba no ser pisoteada por Liston, se transforma por momentos en la mariposa que Bundini Brown había profetizado (“Vuela como mariposa, pica como abeja”). Clay está en pie después del primer asalto y la prensa no sale de su asombro. El Clay que imaginaban era huidizo. Rápido, sí, pero con algodón en los puños. El Clay que sus ojos perseguían por el cuadrilátero no se parecía en nada a esta versión de un negro alto, potente, elegante y preciso, que esquivaba los golpes del campeón de La Mafia. Cassius tenía un martillo pilón por jab, unos hombros tan enormes como los de Liston, un juego de pies eléctrico y una espalda tan ancha como la del campeón. Se hizo el silencio en la primera fila. Segundo asalto y tercer asalto. Liston no encuentra la manera de entrar en la distancia corta, persigue fantasmas y Clay sigue desquiciando al campeón con esquivas fulgurantes. El murmullo aumenta antes del cuarto round. Clay ha enchufado varias manos en el rostro de Liston y el campeón se muestra impotente ante un chico más joven y más rápido.

Clay se sienta en su taburete al final del cuarto, otea el horizonte, mira de refilón a su esquina y se dirige a su entrenador Angelo Bundee. “No veo nada Angelo, me han puesto algo en los ojos”. Bundee no responde, Clay se bloquea y el combate entra en una fase de indefinición. La esquina de Liston no es ajena a la escena. Esperan la decisión de Clay. Esperan ver a Bundee arrojando la toalla. El aspirante amaga con abandonar, Bundee le persuade, le echa agua fría en los ojos y escupe un par de frases cortas dirigidas a su pupilo: “No tendrás otra oportunidad. Sal y no pares de correr”. Cassius asiente con cara de cordero degollado y corre una maratón alrededor de Liston. El campeón lanza rayos de izquierda y truenos de derecha, pero no consigue dañar seriamente al aspirante, que soporta el castigo y vuelve más despejado a su esquina. Está vivo. Sabe que Liston ha tirado todo lo que tiene. Exhausto por el esfuerzo, abriendo la boca, jadeando, Clay detiene el mundo con la mirada. Está listo para cazar un oso feo y perezoso. Liston se lleva la mano al hombro, parece cansado. Clay exige el protector bucal, siente que el quinto asalto es su oportunidad. Sale a por todas. Mete la quinta velocidad y empieza a conectar golpes en serie, castigando arriba y abajo a Liston, inmóvil en el centro del ring. El campeón empieza a tardar en responder al zafarrancho de combate de Clay, que descarga un uno-dos frenético. Luego un gancho de izquierda. Otro uno-dos. Otro. Otro. Y otro. No hay respuesta del campeón. Liston se marcha a su rincón fatigado, dolorido, herido. En silencio. Su esquina es un funeral. Increíble, pero cierto: Clay le está humillando.

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Autor: Rubén Uría

http://www.jotdown.es/2012/01/ruben-uria-un-oso-en-las-garras-de-la-mafia/ (http://www.jotdown.es/2012/01/ruben-uria-un-oso-en-las-garras-de-la-mafia/)
Título: Re: JOT DOWN. JOSE MARIA GARCIA EN ESTADO PURO.
Publicado por: RED SKIN en Enero 25, 2012, 19:01 Horas
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Fue uno de los contados personajes de los que se puede afirmar que contribuyeron a redefinir la información deportiva y la radio española en general. Atravesó diversas etapas en su larga trayectoria periodística, pero es especialmente recordado por su programa nocturno Supergarcía —lo convirtió en un fenómeno de masas—, que le ayudó a cosechar férreas lealtades y enemistades furibundas, donde amalgamó un peculiar repertorio de vocablos y frases hechas que pasaban rápidamente al acervo popular y con el que dejó un considerable poso en la memoria colectiva de como mínimo un par de generaciones de oyentes. El periodista nos atendió amablemente en el hotel Hesperia Emperatriz de Madrid, donde pudimos comprobar que pese a sus años de retiro sigue siendo, como suele decirse, “genio y figura”. Con ustedes, José María García.
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Has declarado en varias ocasiones tu intención de volver a la radio pero que ninguna de las ofertas ha cuajado o te ha convencido, y que no era problema de dinero, ¿qué es lo que ha faltado?


Pues, simplemente, la situación en este momento de los medios de comunicación no es que sea dramática: es tétrica. Si yo vuelvo como quiero, tengo que ponerme en el medio de un río. Y claro, para que la corriente no te lleve tienes que tener los anclajes que te faculten para seguir siendo como eras: plural, independiente, claro y sincero. En este momento el periodismo ha retrocedido tremendamente. Cada día hay menos investigación —salvo la excepción que confirma la regla—, cada día hay menos denuncia. ¿Por qué? Porque el periodismo de investigación no sólo es el más peligroso, sino también el más costoso. Cada día hay menos rigor. Durante muchísimos años esta profesión se regía por una máxima: para que una noticia sea noticia, tiene que estar suficientemente contrastada. Eso lo hemos cambiado por “no permitas que la realidad te estropee una noticia”.

Como en la famosa frase de Hearst.

Entonces, claro, volver en estas condiciones es excesivamente arriesgado y sobre todo no merece la pena. Mientras que la comunicación no vuelva a recuperar su independencia… echa un vistazo al gran “imperio del monopolio”, el grupo Prisa, el grupo mediático que más ayudas ha recibido del gobierno. Está en una deuda —que acaba de refinanciar— de 3.700 millones de euros. El Mundo debe más de 1.000 millones. Y ¿cuál es la situación de Vocento? Público acaba de entrar en concurso de acreedores. Y así podríamos seguir… Creían que las televisiones digitales podían ser la panacea y han sido un auténtico fiasco, han agravado la crisis, si cabe. Porque no nos equivoquemos, la inmensa mayoría de los españoles —el señor ya mayor de Benavente o de La Puebla— ve la uno, la tres y la cinco. Las televisiones digitales, cuando tienen un dos o tres por ciento de audiencia, cantan victoria. Eso significa unos ingresos ruinosos de publicidad. En consecuencia, ¿qué pasa? Pues que en la televisión lo que se está haciendo es radio. Y mala radio. Por ejemplo en deporte. Yo siento vergüenza e indignación ante programas como Futboleros o Punto Pelota. Indignación. En el capítulo de la información política prácticamente son todo tertulianos que además saben de todo… y lo más grave, si están en un medio hablan de lo que interesa a ese medio y si están en otro medio hablan de lo que interesa a ese otro medio. Pero en todo esto el problema no es del comunicador, al que le pagan mal y en muchísimos casos, tarde. El problema está en las empresas. ¿La razón por la que yo quería volver? Soy un auténtico privilegiado… han pasado diez años y todavía no puedo salir a la calle. Quería agradecer algo de lo que me han dado —o intentarlo, porque no soy ninguna panacea y a lo mejor me daba una bofetada como la copa de un pino— y si contribuyo a esclarecer las cosas, mucho mejor. Pero repito, en estas condiciones no me atrevo a dar el paso porque va a durar muy poco. No hay una sola empresa que hoy pueda enfrentarse a un programa real.

¿Deduzco de tus palabras que ninguna empresa te garantiza la independencia que necesitas?

No, si no es que no me la garantice… yo, cuando hablo con una empresa, no tengo que hablar de independencia. Porque eso se da por supuesto. Lo que pasa es que he analizado y he estudiado… y no he tenido ni que decir que no. No he seguido hablando porque no reunían las condiciones mínimas exigidas. No hemos llegado ni a hablar de un euro.

Entiendo también de lo que comentas que crees que ha involucionado la información deportiva.

Ha involucionado. Lo primero que tiene que ser un periodista, es plural. Independiente. Por ejemplo, en la tertulia de Punto Pelota hay un genuino representante del forofismo que sale con una bufanda o con un anorak del Madrid y que va a todas las peñas… si eso es periodismo, que venga Dios y lo vea.

Entonces, ¿por qué se hace? ¿Porque es rentable?

Porque no se busca la independencia, se busca el circo.

¿Para ganar espectadores?

Sí. Para ganar espectadores momentáneamente… y para perderlos a la larga.

¿El espectador puede llegar a cansarse?

Ya se está cansando, clarísimamente. Sólo hay que mirar las audiencias para ver que se está aburriendo y piensa que es detestable. La imagen del periodista queda por los suelos.

¿Crees que hay gente nueva que va a tomar el relevo, haciendo las cosas en otro sentido?

No sé si van a tomar el relevo, pero ahora es muy difícil abrirse camino… es que les pagan tres pesetas. O sea, tres euros.

Quizá el hecho de que empezar en la profesión resulte tan difícil, por un lado sea malo pero por otro lado haga que la gente que empieza realmente sea gente con vocación.

Ojalá que sea gente con vocación, ojalá que sea gente trabajadora y ojalá que sea gente absolutamente rigurosa.

¿Qué le recomendarías a una persona que quisiera empezar a dedicarse al periodismo?


Que volase hacia América.

Directamente.

Directamente.

¿Qué es lo que más echas de menos de hacer un programa diario de radio?

Mira, podría haber tenido al principio algún temor. Dimití porque soy un hombre de empresa, pero lo que no soporto son los caprichos de los empresarios. Me equivoqué cuando di el paso de dejar la Cope —donde me ofrecían quince años de contrato— por montar un imperio con Telefónica. Avisé al presidente de que no íbamos a ser amanuenses. Y a los tres meses me di cuenta de que me había equivocado gravísimamente. Porque José María Aznar es, después de Franco, el mayor dictador que yo he conocido. Al punto de —siendo yo responsable de la información deportiva de Antena 3 TV, Vía Digital y Onda Cero— levantar un vídeo faltando tres minutos para iniciar el telediario. Censura pura y dura. Lo digo sin rubor, lo puedo demostrar y lo repito: después de Franco, el mayor dictador sobre la prensa española ha sido Jose Mª Aznar.

Bueno, a veces cuentas la historia de que Aznar pidió personalmente la cabeza de Antonio Herrero, ¿es eso cierto?

Sí. Con un matiz: quien me pide directamente a mí la cabeza de Antonio Herrero es Miguel Ángel Rodríguez, por entonces portavoz del PP. Pero a los tres meses. Y yo digo “pero qué barbaridad estás diciendo, si Antonio Herrero es el hombre que sin ser del PP más ha ayudado al PP”. Porque era un periodista de raza, un periodista con mayúsculas, por la persistencia en su denuncia: Filesa, los GAL, etc. Periodista por encima de todo. Jose Mª Aznar pidió personalmente la cabeza de Antonio Herrero a Luis Herrero y a Federico Jiménez Losantos. Con algo muchísimo más grave: se los lleva a cenar un viernes por la noche y les dice que no pueden seguir con Antonio Herrero —eso lo cuenta muy claramente Federico en su libro— y el sábado por la mañana, se ahoga Antonio Herrero. Nada tiene que ver, evidentemente: lo de Antonio fue un accidente, una casualidad, no motivado por nadie y está demostrado. Pero Aznar, horas antes, pide su cabeza. A mí lo que me indigna es que no tenga ni el valor de ir al funeral ni al entierro.

Este tipo de presiones, ¿se daban a menudo por parte de los poderes políticos, deportivos o de otra índole?

Yo no porque era muy fácil: cuando tenía una presión, me iba. Tuve una —después de diez años ayudándome en la Cadena Ser con Hora 25— por parte de Pío Cabanillas, y me fui. Y me despedí a la francesa: “señoras y señores, como habrán advertido, esta noche del señor Cabanillas…”

“…ni pío” (risas)

Y me fui a Antena 3 porque no quería trabajar para Polanco, para el imperio del monopolio. Después me fui de la Cope para montar un grupo que pudiese luchar en igualdad de condiciones con El País. Y me fui de ese grupo, de Telefónica, por la censura de don José Mª Aznar.

¿Crees que esta censura, este pedir cabezas, sigue produciéndose en la actualidad?

Pues hombre, me han contado una anécdota: hace poco tiempo, la que ahora es alcaldesa de Madrid, Ana Botella, llamó para poner firme a una presentadora de Telemadrid, la televisión más manipulada de España.

¿Llamó personalmente?

Sí.

¿Para poner firme a una presentadora de Telemadrid?

Porque había cometido un pequeño error.

¿Qué error era ése?

En una noticia absolutamente intrascendente había cometido un error, y luego resulta que la que se había equivocado era Ana Botella.

Has citado a tus antiguos compañeros Luis Herrero y Federico Jiménez Losantos. Te has mostrado muy, muy crítico con la evolución de ambos.


Ahora me llevo bien con ellos, pero creo que hemos perdido dos figuras del periodismo. Han dejado de ser periodistas plurales para inclinarse totalmente. Primero fue Luis, cuando abandonó el periodismo por la política…error gravísimo. Ha retornado, pero ya no en las mismas condiciones de independencia. Y luego Federico, que con el talento que tiene y lo buenísima gente que es me da la sensación de que está absolutamente equivocado y que en este momento está navegando a la deriva. Pero ojo, es una persona tan honesta que está haciendo lo que él cree que debe hacer. No lo hace por dinero, no lo hace por ningún interés.

Volviendo a la radio, ¿cuáles rememoras como los mejores o peores momentos?

Hay muchos momentos, sería imposible… hombre, fuera de la información deportiva tengo que significar la matanza de la Plaza de Tlatelolco, en los Juegos Olímpicos de México, donde conseguí dos exclusivas mundiales. La noche del 23-F. O uno de los últimos programas, donde arreglé una huelga de Iberia. La etapa que con más cariño recuerdo, inolvidable —y que además nunca volverá— es la de Antena 3 Radio. Y muy penosa la última de la Cope.

Precisamente de aquella noche del 23-F, en la que estuviste radiando el golpe de estado, te quería preguntar: ¿qué recuerdas de un momento tan complicado?

Que rápidamente me di cuenta de lo que nos estábamos jugando todos los españoles y que por esa audiencia supermillonaria tenías que ser absolutamente veraz. Comedido, pero no mentiroso.

¿Llegaste a considerar en algún momento la idea de que si triunfaba el golpe militar te podías haber metido en serios problemas, o en ese momento no lo pensaste?

No, no… si lo piensas, te vas. Porque además yo estaba allí por voluntad propia y después de salvar muchísimas dificultades.

¿Es cierto que antes de la transición los periodistas utilizabais la crónica futbolística como una forma sutil de criticar al franquismo, al régimen?

No, lo que pasa es que yo siempre he utilizado un poco el deporte como protesta para la crítica política.

Por cierto, ¿crees que es cierta la crítica que se te hace a veces de que al principio reprobabas el que los medios tuviesen excesivo poder, pero que al final tú mismo caíste en esa tentación?

Es posible.

¿Es difícil para un periodista estar al frente durante muchos años y mantener la esencia?

No, yo eso lo he conseguido. He cometido algún error, obviamente, pero he conseguido hasta el final mantener mi esencia. Y la esencia era la independencia.

El programa Supergarcía, opinan muchos, marcó un cambio en la forma de hacer radio en España. Este cambio, ¿fue producto del día a día, fue algo planificado, te inspiraste en algo en concreto…?

Hombre, nada es producto de la casualidad, pero es verdad que desde una idea mínimamente preconcebida el programa fue haciéndose día a día, porque era hijo de la rabiosa actualidad. Luego ya tenía lo que aporta el autor: los silencios intencionados, las muletillas, la utilización de ese vocabulario tan particular: “lametraserillos”, “abrazafarolas”…

(risas) Precisamente tenía una curiosidad y quería preguntarte si aquellos silencios que hacías a veces al principio del programa, justo al terminar la sintonía, eran siempre premeditados.

Tienes que ser absolutamente natural. Y es lo que requería. A mí lo que me llama la atención, por ejemplo, es cuando estoy viendo un telediario y el presentador o la presentadora utilizan la misma entonación para hablar de una catástrofe que para hablar de un éxito.

Crees que falta naturalidad en los comunicadores.

Creo que lo que falta es haberlo mamado.

¿Piensas que en aquella etapa hubo algún personaje con el que fuiste demasiado duro, o por el contrario con el que fuiste demasiado blando?

De las dos cosas hubo. De lo único de lo que no me arrepiento es de que he procurado ser inflexible con los de arriba y generoso con los de abajo.

También hay mucha gente —sobre todo de mi generación— que tiene asociados sus años de infancia o adolescencia al doble programa nocturno Supergarcía-Polvo de Estrellas, un tándem particular en la historia de la radio.

Me hace muchísima gracia cuando ahora me paran por la calle y me dicen “yo escuchaba Supergarcía haciendo la carrera”… y ahora ya es un talludo abogado o ingeniero.

¿Te ha perdonado ya Carlos Pumares los minutos que le quitabas cuando alargabas el programa?

¡Sí! Pumares es un tipo singular pero, en aquellos momentos, encantador.

Otra cosa que se recuerda bastante son tus retransmisiones en vivo de las grandes vueltas ciclistas, ¿por qué te gustaba tanto desplazarte para radiarlas personalmente?

Como homenaje a los ciclistas. Para mí es el deporte más duro. Creo que la Vuelta Ciclista a España creció conmigo… no me quiero colgar ninguna medalla y simplemente recuerdo que hace dos o tres años —las cosas ya iban mal en la Vuelta— hubo una reunión, y todos llegaron a la conclusión de que faltaban las retransmisiones en directo que hacíamos nosotros. El “¡Pino, Pino, Pino!” de toda la vida, el helicóptero y todas estas cosas. Para mí, la Vuelta era una carga pesadísima. He llegado a montar —en un solo día— en avión, coche, moto, tren y helicóptero. Y a tener maletas en siete sitios diferentes, porque tenía que hacer el programa diario, tenía que hacer la Vuelta, tenía que hacer la Copa de Europa y, los fines de semana, la Liga.

¿Hay algún peso que te alegra haberte quitado de encima al abandonar la radio?

Poder ver más a mis hijos, poder hacer vida familiar.

¿A qué crees que te hubieras dedicado de no haber sido periodista?

Ni puñetera idea. Yo con doce años —en el colegio Maravillas, donde se editaba la revista Perseverancia— decidí lo que quería ser: contador de cosas. Y siendo mucho más limitado que otros muchos pude ganar precisamente por la perseverancia. Yo encendía y apagaba la luz todos los días.

No te imaginas a José Mª García en cualquier otra profesión.

Difícil.

¿A qué periodistas, deportivos o de información general, te gusta leer o seguir en la actualidad?

De información general hay varios. Pero hay uno muy especial, que leo con muchísimo cariño, que es Manolo Martín Ferran, porque a pesar de sus problemas físicos sigue teniendo un talento natural. El mejor articulista en este momento, sin ningún género de dudas, creo que es Raúl del Pozo. Me encanta Carmen Rigalt. Hay una nueva irrupción gozosa: David Gistau. En el periodismo deportivo Santi Segurola, y un capítulo especial en el periodismo de investigación para Eduardo Inda, Esteban Urreiztieta y Juan Luis Galiacho.



SEGUIR LEYENDO...........

http://www.jotdown.es/2012/01/jose-ma-garcia-el-mayor-dictador-sobre-la-prensa-espanola-ha-sido-jose-ma-aznar/ (http://www.jotdown.es/2012/01/jose-ma-garcia-el-mayor-dictador-sobre-la-prensa-espanola-ha-sido-jose-ma-aznar/)

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Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: Platon en Enero 25, 2012, 19:23 Horas
Cada vez que veo una entrevista suya,  mas me jode no verlo en la radio.

Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: hwuan en Enero 26, 2012, 12:47 Horas
Cada vez que veo una entrevista suya,  mas me jode no verlo en la radio.



Ni escucharlo en la tele.  ;D ;D

Buena página, no la conocía.
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: Platon en Enero 26, 2012, 13:02 Horas
Ayer vi punto pelota, Garcia no es que lleve razón no, es que ese programa es un insulto a la inteligencia.

Lo de Roncerdo en la redaccion de As, diciendo que en AS son todos del madrid y lo de Siro Lopez diciendo que ha existido un robo y cachondeandose de una tia del Barcelona es lamentable.

Ese programa incita a la violencia.
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: Jose Luis Bueno en Enero 26, 2012, 13:02 Horas
Manda huevos que hable de objetividad e imparcialidad un tío que defendía un día sí y otro también a amigos suyos como Jesús Gil.
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: Platon en Enero 26, 2012, 13:11 Horas
Manda huevos que hable de objetividad e imparcialidad un tío que defendía un día sí y otro también a amigos suyos como Jesús Gil.

Jose Luis.

Garcia no era solo un tema,  podia tener amigos como los tenemos tu y yo.

Garcia hacia muchas horas de radio, no puedes comparar ni una millonesima parte del periodismo que hacia Garcia con el que hacen estos ultras.

Eran otros tiempos, tiempos donde se abrian los diarios y noticias con la noticia deportiva del dia, y no con las caquitas de Ronaldo, La infancia de Ozil, o la comunion de Guti, y por supuesto donde en partidos como los de ayer, Garcia habria puesto firmes a los imbeciles estos que hablan de robo  cuando el robo mas grande es que no le saquen una amarilla de libro a Lass, aun habiendo visto la entrada el arbitro.

100 Garcias quiero yo en la radio.





Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: ADiaz Photo en Enero 26, 2012, 13:13 Horas
Ayer vi punto pelota, Garcia no es que lleve razón no, es que ese programa es un insulto a la inteligencia.

Lo de Roncerdo en la redaccion de As, diciendo que en AS son todos del madrid y lo de Siro Lopez diciendo que ha existido un robo y cachondeandose de una tia del Barcelona es lamentable.

Ese programa incita a la violencia.

Es el eterno dilema.  ¿Tú crees que si existiera un buen programa la gente lo sintonizaría en detrimento de la bazofia?

Esta crisis no empaña sólo los datos de las bolsas, existe también un crisis de valores, y ésta es más importate si cabe que la otra.
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: Platon en Enero 26, 2012, 13:22 Horas
Es el eterno dilema.  ¿Tú crees que si existiera un buen programa la gente lo sintonizaría en detrimento de la bazofia?

Esta crisis no empaña sólo los datos de las bolsas, existe también un crisis de valores, y ésta es más importate si cabe que la otra.

Lo peor de todo es que tienes mucha razon, al final mucha gente demanda esta mierda.

Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: Jose Luis Bueno en Enero 26, 2012, 13:24 Horas
Jose Luis.

Garcia no era solo un tema,  podia tener amigos como los tenemos tu y yo.

Garcia hacia muchas horas de radio, no puedes comparar ni una millonesima parte del periodismo que hacia Garcia con el que hacen estos ultras.

Eran otros tiempos, tiempos donde se abrian los diarios y noticias con la noticia deportiva del dia, y no con las caquitas de Ronaldo, La infancia de Ozil, o la comunion de Guti, y por supuesto donde en partidos como los de ayer, Garcia habria puesto firmes a los imbeciles estos que hablan de robo  cuando el robo mas grande es que no le saquen una amarilla de libro a Lass, aun habiendo visto la entrada el arbitro.

100 Garcias quiero yo en la radio.


Si yo no comparo la prensa de antes con la de ahora. La de ahora no la soporto y la de antes tampoco.

Yo no quiero 100 Garcías ni 100 Ronceros.

Quiero programas buenos tipo "Informe Robinson", quiero que se hable de todos los equipos, quiero entrevistas con jugadores de todos los equipos, quiero programas que diviertan, no que enfrenten, quiero ver fútbol.

García era un pedante, influyente y partidista.

Lo peor de todo es que tienes mucha razon, al final mucha gente demanda esta mierda.



Tampoco estoy de acuerdo. Tú pon a la misma hora "El día después" de antes y ya te diré yo quién tiene más audiencia.  ;)
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: Platon en Enero 26, 2012, 13:57 Horas
Si yo no comparo la prensa de antes con la de ahora. La de ahora no la soporto y la de antes tampoco.

Yo no quiero 100 Garcías ni 100 Ronceros.

Quiero programas buenos tipo "Informe Robinson", quiero que se hable de todos los equipos, quiero entrevistas con jugadores de todos los equipos, quiero programas que diviertan, no que enfrenten, quiero ver fútbol.

García era un pedante, influyente y partidista.

Tampoco estoy de acuerdo. Tú pon a la misma hora "El día después" de antes y ya te diré yo quién tiene más audiencia.  ;)

Yo es que creo que tu no escuchabas mucho los domingos a Garcia.
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: Jose Luis Bueno en Enero 26, 2012, 15:05 Horas
Yo es que creo que tu no escuchabas mucho los domingos a Garcia.

No te voy a decir que era un fiel seguidor, pero sí que en la 99-00 rara fue la noche que no escuché su programa.  ;) Pero vamos, que García no es un desconocido. Hay miles de entrevistas donde incluso reconoce que no trataba igual a sus amigos que a otros, y pone el ejemplo de Gil.
Título: Re: JOT DOWN. Las lágrimas de Kalusha Bwalya.
Publicado por: RED SKIN en Febrero 22, 2012, 14:30 Horas
Las lágrimas de Kalusha Bwalya

Rubén Uría  

(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2012/02/Kalusha-Bwalya.jpg)

“No debe de haber demasiadas cosas que ver en Zambia. Bueno sí, Kalusha Bwalya”. No se equivocaba Leo Beenhacker, uno de los mejores entrenadores holandeses de todos los tiempos, en la primera parte de su frase. Conocida como Rodesia del Norte por obra y gracia de los colonos ingleses —Doctor Livingstone, supongo—, forjada a sangre y fuego, con el virus del Sida afectando al 16% de la población y con una esperanza de vida tercermundista, Zambia resulta uno esos puntos geográficos del mundo donde, como en algunas favelas de Brasil, “si los pobres nacieran sin culo, la mierda sería oro”. Consumida por su caos político y por la extrema pobreza, que contrastan con los safaris turísticos y sus interminables sabanas, los niños juegan al fútbol en los terrenos baldíos bañados en las aguas del río Zambeze, el caudal que da nombre al país. Ahí, en esas tierras, nació Kalusha Bwalya, el único nombre propio por el que Beenhacker consideraba que merecía la pena recordar aquel paisito enterrado, sin mar, en las entrañas del corazón africano.

Hijo del hambre, Kalusha Bwalya era uno de los secretos mejor guardados del fútbol de Zambia. Criado en un suburbio pobre del barrio de Mufulira Male, como tantos otros niños del África Negra, Kalusha perseguía una pelota de trapo. Soñaba con ser un goleador, con ayudar a su familia y con jugar, quizá algún día, en Europa. Era rápido como un leopardo y un demonio en el área. Un atleta soberbio, un prodigio que mezclaba lo mejor de los genes africanos con la magia de los latinos. Así lo entendió el fútbol belga cuando el Círculo de Brujas, a través de un video, decidió su ficharle por 25000 dólares. En Flandes hizo gala de su instinto y su apetito goleador, lo que le catapultó hasta convertirse en Jugador del Año en África, siendo tercero en el Balón de Oro y además, nominado como uno de los más destacados del año por la prestigiosa publicación France Football. Después, junto a Romario o Kieft, integraría la delantera explosiva del PSV Eindhoven, un gran club de Holanda. Fue entonces cuando recibió una llamada telefónica de un viejo zorro de los banquillos, Leo Beenhacker , ex del Real Madrid, que estaba probando fortuna en la Liga deMexico y que, gracias a Bwalya, había ubicado a Zambia en el mapa geográfico. En tierra de mariachis, el leopardo de Zambia explotaría como goleador de primer orden, llegando a ser la estrella del América de Mexico.

Antes, con Kalusha Bwalya como atracción y gran referente, Zambia había alcanzado la gloria en los Juegos Olímpicos de Seúl, en 1988, goleando sin paliativos a la gran favorita, Italia, por 4 a 0. Bwalya y sus compañeros, después de hacer añicos los pronósticos con la exhibición de Kalusha ante el excéntrico Walter Zenga, acabaron cayendo ante Alemania, pero los expertos vaticinaban que estaban destinados a ser la alternativa de poder en la Copa del Mundo de 1994. El destino no lo quiso así. El 27 de abril de 1993, la selección de Zambia, debía coger un avión en Libreville, Gabón, con destino Senegal, para sellar el que sería su pasaporte al Mundial de Estados Unidos. El seleccionador Chola incluyó en la convocatoria a todas sus estrellas, a excepción de su mejor jugador, Kalusha Bwalya, aún convaleciente de una lesión. La estrella de Zambia insistió en viajar con el resto del equipo, incluso llegando a las manos con su entrenador, pero se quedó en tierra. Se fue a casa, maldijo su inoportuna lesión y pensó que acababa de dejar escapar la gran oportunidad de su carrera deportiva.

En la medianoche del 28 de abril, el avión de las fuerzas aéreas que transportaba a la selección de Zambia, que había realizado una parada para repostar combustible en Libreville, comenzó a hacer ruidos extraños. Minutos después, la tripulación cayó en la cuenta de que se había incendiado uno de sus motores y, de forma repentina, el aparato se precipitó al vacío. El avión, modelo de Havilland DHc-5 Buffalo, se estrellaba contra las revueltas aguas del océano. A bordo viajaba una expedición compuesta por 30 personas, 24 futbolistas y seis miembros del cuerpo técnico. Todos encontraron la muerte en aquel trágico e inexplicable accidente. Diez horas después, la esperanza de Zambia, el delantero Kalusha Bwalya, encendía la radio para escuchar la última hora de sus compañeros. El relato del locutor consiguió que un escalofrío recorriera su espalda. “El avión donde viajaba la selección nacional se ha estrellado. No se han registrado supervivientes”. Bwalya entró en estado de ‘shock’. Sus compañeros y amigos, Chomba, Chabaia, Makinka o Chikabala, artífices de la heroica victoria frente a Italia en los Juegos Olímpicos, habían perecido. Y a él, que habría dado la vida por embarcar en aquel maldito vuelo, su lesión le había salvado la vida. Zambia se tiñó de luto y las autoridades organizaron un funeral en memoria de los caídos con honores de Jefe de Estado. Kalusha Bwalya, abatido, destrozado por la irreparable pérdida de compañeros y amigos, decidió visitar las tumbas de sus malogrados compañeros de vestuario. Rezó por todos ellos, elevó una plegaria al cielo y se comprometió, durante una comparecencia pública, a honrar su memoria: “Jamás volveré a celebrar un gol, mis compañeros merecen ese silencio. Lo fácil sería arrojar la toalla, pero no lo haremos. Así es la muerte, así es la vida. Ha muerto una parte de Zambia, pero está por llegar una nueva Zambia”.

Sin prisa, pero sin pausa, Bwalya comenzó a reconstruir su selección. Primero rescató para su país a Johnson, su hermano, y luego reclutó a Charles Musonda, entonces en la liga belga. Con Bwalya como héroe, ya con 32 años, Zambia alcanzó las semifinales de la Copa África ante Túnez, en un torneo donde Bwalya anotó cinco goles. No era suficiente para Kalusha. Aún afectado por el accidente que le había privado del mejor equipo de su país y de varios de sus mejores amigos, él siguió ejerciendo su oficio de goleador en sitios tan remotos como México (Necaxa, León, Iraputo) o Emiratos Árabes (Al Wahda). Nunca tuvo problemas con el idioma, porque hablaba futbolés, y se comunicaba gracias a un dialecto universal, el gol. Pero cuando colgó las botas, a los 37 años, en el Correcaminos mexicano, en Segunda división, decidió probar suerte en los banquillos. Primero debutó en el modesto Potros de Marte en su adorado México y después, cuando adquirió experiencia y conocimientos, pasó a ser seleccionador nacional de Zambia. A pesar de no lograr el billete para Alemania 2006, viajó por diferentes países como embajador de Zambia, tratando de conseguir patrocinadores, material deportivo y nuevos conocimientos organizativos para el fútbol de su país. Comparado con mitos africanos como George Weah (Liberia), Roger Milla (Camerún) o Abdi Pelé (Ghana) cuando era jugador, Kalusha Bwalya se empeñó en hacer un último servicio a su país.

Lo hizo desde el sillón de la presidencia de la Federación de Zambia. Desde el despacho, gracias a su experiencia como jugador fetiche del pueblo y a sus conocimientos del fútbol europeo (el Círculo de Brujas le fichó gracias a un vídeo y fue delantero centro del PSV Eindhoven), Bwalya fue construyendo, poco a poco, los cimientos de una selección capaz de hacer que su pobre país se sintiera orgulloso. Bajo el lema patrio, ‘One Zambia, one nation’, fue dando pequeños pasos para mejorar la competitividad de un equipo sin grandes jugadores. Contrató a Herve Renard como seleccionador, con la esperanza de conseguir que la palabra equipo se cumpliera en toda la extensión de la palabra. Lo consiguió. A pesar de que apenas un componente de la selección actuaba en clubes europeos —Mayuka, en Young Boys suizo, era la excepción que confirmaba la regla—, Bwalya y Renard tenían fe en armar un bloque compacto. El objetivo, dejar el pabellón alto en la Copa de África que se iba a disputar en Guinea Ecuatorial y Gabón, la tierra donde aquel maldito avión modelo Buffalo se había estrellado. La crítica especializada sostenía que con aquella tragedia aérea aún grabada a fuego, Zambia sería presa fácil de las grandes potencias africanas, como ‘Las estrellas negras’ (Ghana) o ‘Los elefantes’ (Costa de Marfil), equipos mucho más cualificados y occidentalizados, con grandes estrellas como Ayew o Gyan, o Yaya Touré o Didier Drogba, respectivamente. Pero la crítica se equivocaba.

Como en un guión de Hollywood —la industria jamás rechazaría un guión adaptado de esta historia basada en hechos reales—, Zambia fue regateando todos los obstáculos que encontró en el camino. Pasó con apuros en cuartos de final, se plantó en semifinales para derrotar contra todo pronóstico a Ghana gracias a un gol de Mayuka y se enfrentó a la todopoderosa Costa de Marfil en la gran final. La esperanza de uno de los países más pobres del planeta Tierra se hizo pelota, Musonda se lesionó y tuvo que ser llevado en alzas por sus compañeros, el seleccionador nacional hizo gala de un temple y una ambición sin límites y Zambia, haciendo realidad el sueño de Cenicienta, plantó cara a ‘Los elefantes’. Drogba pudo acabar con su sueño desde los once metros. Pero cuando chutó, fue como si el espíritu de los desparecidos en la tragedia aérea apareciese, desde algún lugar del estrellado cielo africano, para atraer el balón y desviarlo hacia su hábitat natural, las nubes. Drogba, perseguido por alguna ignota maldición esotérica con las penas máximas, entró en barrena. Zambia, en estado de éxtasis. Kalaba, Mayuka y Katongo, la trilogía ‘naranja’, comenzaron a soñar más fuerte que su rival. Sentían que los espíritus de 1993 estaban con ellos. Y tras una tanda de penaltis tan emocionante como interminable, zanjada por un gol de Sunzu, la ‘nueva Zambia’ que profetizó Kalusha Bwalya se proclamó reina de África.

Diecinueve años después de llorar la muerte de la generación más brillante de su historia, Zambia derramaba lágrimas de felicidad por su primera, sorprendente y merecida Copa África. Kalusha Bwalya, el delantero que escapó de las garras de la muerte al no subir a aquel avión, había cumplido su promesa como presidente de la Federación. Casi veinte años antes había visitado, tumba por tumba, a sus compañeros fallecidos. Les juró que no descansaría hasta forjar una ‘nueva Zambia’. Dos décadas después, Bwalya cumplió su juramento. Su país había ganado la Copa África. Y Kalusha, al fin, pudo llorar. De felicidad.



http://www.jotdown.es/2012/02/ruben-uria-las-lagrimas-de-kalusha-bwalya/ (http://www.jotdown.es/2012/02/ruben-uria-las-lagrimas-de-kalusha-bwalya/)
Título: Re: JOT DOWN. Las lágrimas de Kalusha Bwalya.
Publicado por: nashozo en Febrero 22, 2012, 16:16 Horas
Las lágrimas de Kalusha Bwalya

Rubén Uría  

(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2012/02/Kalusha-Bwalya.jpg)

http://www.jotdown.es/2012/02/ruben-uria-las-lagrimas-de-kalusha-bwalya/ (http://www.jotdown.es/2012/02/ruben-uria-las-lagrimas-de-kalusha-bwalya/)

Es absolutamente magnífico. Los vellos pa rascar cristales.
Título: Re: Re :Los doce asaltos del " Toro Salvaje".
Publicado por: rafapaz en Febrero 23, 2012, 13:56 Horas
LOS DOCE ASALTOS DE "TORO SALVAJE"

http://www.jotdown.es/2012/01/ruben-uria-doce-asaltos-del-toro-salvaje-2/ (http://www.jotdown.es/2012/01/ruben-uria-doce-asaltos-del-toro-salvaje-2/)

No soy un gran seguidor del boxeo, pero este artículo está muy pero que muy bien escrito. En serio, recomiendo su lectura, es una historia que me ha resultado muy emocionante por como está contada. Felicidades a su autor.
Título: Re: Re :Los doce asaltos del " Toro Salvaje".
Publicado por: kiral en Febrero 25, 2012, 19:11 Horas
No soy un gran seguidor del boxeo, pero este artículo está muy pero que muy bien escrito. En serio, recomiendo su lectura, es una historia que me ha resultado muy emocionante por como está contada. Felicidades a su autor.

El articulo de boxeo tiene poco, la verdad. Solo que a mi Sugar Robinson no me parece ni de lejos el mejor pugil de todos los tiempos. Me parece de chiste vaya, cuando hoy en dia los hay que incluso suben y bajan de peso de una semana para otra para seguir peleando en otras modalidades y arrasando igualmente.

Por lo demas, la historia no se como es, pero la pelicula es fantastica. Impresionante De Niro, como casi siempre.
Título: Re: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: RojoMental en Febrero 25, 2012, 20:57 Horas
Mi afición por el boxeo es reciente, pero me ha llegado con pasión y el boxeo contemporáneo lo sigo bastante de cerca. En cuanto a el mejor boxeador de todos los tiempos Sugar  Ray Robinson, ocupa un lugar privilegiado para la etiqueta. En  muchos de los aspectos que harían calificar a un boxeador como el mejor de todos los tiempos, como el estilo que crea escuela posteriormente para muchos boxeadores, o el aval de un impresionante palmares.
Pero entre los grandes ídolos del boxeo hay debate, cada uno podía aportar no sólo dentro del cuidrilatero diversos estilos pugilisticos u otras azañas acotadas exclusivamente dentro de la parcela deportiva .
Título: Re: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: RojoMental en Febrero 25, 2012, 21:23 Horas
Ah..El artículo sobre La motta me ha gustado mucho.
Y para el que no la halla visto increíble peli la de racing bull.
Título: Re: JOT DOWN. LA CHISPA ADECUADA A MIKE TYSON.
Publicado por: RED SKIN en Marzo 01, 2012, 18:26 Horas
(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2012/02/cus-damato-y-mike-tyson-1.jpg)

“Los primeros recuerdos de mi vida son los hospitales. Tenía una neumonía y todos estaban alrededor de mi cama en el hospital. Tal vez mi padre estuviera allí, o el que creía que fuera mi padre, porque nunca lo supe“. Huérfano desde siempre, porque su padre biológico, James Kirkpatrick, se desentendió de su madre nada más dejarla embarazada, Mike Tyson creció en el miedo. En su barrio, a caballo entre Brownsville y Crown Heights, matabas o te mataban. El corazón más sucio de Brooklyn no era un crucero de placer para un chico tímido, introvertido, gordo y con complejo de inferioridad. Su madre, Donna Tyson, trató de protegerle, pero fue en vano. El pequeño Michael era el blanco perfecto del resto de los chicos de un vecindario hostil. Raro era el día que no le pegaban, que no le robaban en plena calle o que no le humillaban. Lo noquearon varias veces, le agredieron con un bate de béisbol y le partieron un ladrillo en la cabeza. Estaba asustado y veía cómo su extrema timidez era traducida por los vagos del barrio como un gesto de debilidad, del que abusaban después de la escuela. “Una vez cogieron mis gafas y me las rompieron. Salí corriendo. Estaba asustado, no quería que me humillaran“. Obeso, torpe, analfabeto y asustado, Mike sólo encontraba refugio en sus silenciosas y frágiles compañeras, las palomas mensajeras. Por ellas le detuvieron por primera vez, cuando sólo tenía seis años y rompió un escaparate para llevarse a casa un pichón. Las palomas, como él, respetaban el silencio y la soledad. Ellas no le arañaban de frente y perfil. Respetaban su miedo, no les importaba compartir unas migas de pan con un gordo con gafas. “Me gustaban las palomas. Un día un tipo me las quitó y a una de mis palomas le retorció el cuello y la mató. Esa fue mi primera pelea. A partir de entonces, todo el mundo me respetó“. Alistado en una peligrosa pandilla de gamberros callejeros, detenido casi cuarenta veces por hurto, incluso a mano armada, Mike llevó sus miserias hasta el reformatorio. Allí descargó su frustración y se expresó con el único lenguaje que sabía hablar: el de sus puños. Su pegada, una fuerza de la naturaleza, sirvió para que adivinaran en él condiciones innatas para boxear. Podría ser un futuro campeón. Pero se necesitaba que alguien canalizara toda esa violencia encerrada en un cuerpo de adolescente. Entonces decidieron llevarle a casa de Cus D’Amato, un ex boxeador que había hecho fortuna como mentor de Floyd Patterson.

Cuando Tyson llegó a Catskill, D’Amato le recibió de manera cariñosa y le enseñó su casa. Era una mansión de la época victoriana, de catorce dormitorios, llena de muebles de lujo. A Mike los ojos se le salían de las órbitas. Aquello no tenía nada que ver con el correccional, ni con su maldito barrio infestado de pobreza y delincuencia. “Me dije a mi mismo, ahora voy a esperar hasta la noche y cuando estén durmiendo, le voy a robar todo esto a estos blancos tan confiados“. D’Amato lo miró, le puso la mano en el hombro y le dijo: “Esta es tu casa. Si me obedeces en todo, serás campeón del mundo y podrás ayudar a tu familia, sólo tienes que confiar en mi“. Tyson pensó que aquel viejo estaba loco, pero después de una copiosa cena, mientras todos dormían, no se levantó a hurtadillas para robar a su nuevo maestro. Simplemente, permaneció en su cama, en silencio, esperando acontecimientos. Echaba de menos a sus palomas, pero aquel blanco parecía sincero y él soñaba con ser campeón del mundo. Con sacar a su familia de aquella hedionda cloaca del barrio. Durante las tres primeras semanas, Cus se pasó el día y la noche hablándole del boxeo, convenciéndole de que no era físico, sino espiritual. En la cuarta semana, mientras entrenaba, no dejaba de alargarle, de darle ánimo, de levantarle la autoestima. “Si te ves haciéndolo bien, lo harás bien“. Corría 20 kilómetros diarios, hacía flexiones, saco y sesiones interminables de sombra. Cus jamás se despegaba de su lado. “La velocidad mata, la rapidez es letal, tu eres un rayo, el más rápido“. Se lo repetía una y otra vez. Una y otra vez. Hasta la hora de cenar. Después, ambos se sentaban en el comedor y visionaban cintas de vídeo. El entrenador le ponía los mejores combates del siglo y analizaba, en voz alta, todos los golpes de aquellos gigantes del ring, para que Mike mimetizara y sincronizara esos movimientos. “De niño veía todas las colecciones de Cus, sabía todos sus movimientos y él me hacía estudiarlos. Vimos esos vídeos cada noche, desde los catorce años hasta que cumplí los veinte, con dos sesiones por noche“. Al caer la noche, cuando Tyson se acostaba, su mentor se apostaba, al pie de su cama, para hablarle del carácter de los hombres. “Sabía que con él ahí, cada noche, junto a mi cama, nada malo podría pasarme“. Le hablaba de Alí, de Frazier, de Marciano, de los mejores. Y le repetía, una y otra vez, que él estaba hecho del mismo material que ellos, pero que sólo tenía que domar su miedo, convertirlo en su mejor amigo, en su mejor aliado. “¿Quieres de verdad ser el campeón? Lo serás. Persigue un sueño y lo conseguirás“. Mike Tyson, aquel ladrón de poca monta de un barrio conflictivo que vivía asustado, se transformó en un alumno modélico, en un chico disciplinado. “Gracias a Cus dejé de ser un ladrón. Mi vida cambió. Él me cambió. Me lavó el cerebro, me convenció de que era el mejor. Me hizo de todo, me convirtió en otra persona“.

Mike tyson and Cus D'amato (http://www.youtube.com/watch?v=BxHMBpA3NJk&feature=player_embedded#ws)

El venerable Cus se esforzó en fabricar al campeón más duro y agresivo de la historia. Lo logró gracias al sudor y la cultura del esfuerzo, pero ganó la batalla por su discurso dirigido al corazón. “Yo no enseño boxeo. Trato de enseñar sobre el poder de las emociones y el poder de la mente“. D’Amato golpeó y golpeó en el yunque de su obsesión. Y su obsesión era transformar a Mike, una oveja descarriada, en un campeón. “Mike, los héroes y los cobardes tienen el mismo miedo, pero solo el héroe es el que reacciona. Tu eres un héroe, hijo“. Le hablaba de respeto, de amor, de la vida, de la familia, de ser un hombre siempre y en cualquier circunstancia. De cómo no dejarse cegar por el éxito, de cómo gestionar el fracaso, de cómo ser fiel a uno mismo, de no traicionar nunca sus principios. “Mike es mi hijo. Hace años que debería estar muerto, pero él me da la motivación para poder seguir vivo. Es mi única razón para poder continuar. Quiero verte campeón hijo, sé que puedes hacerlo. Las personas mueren cuando ya no quieren vivir, pero Mike me da la motivación y voy a seguir con vida. No me iré hasta que eso suceda“. Pero Cus se fue antes de que eso sucediera. El 4 de noviembre de 1985, una neumonía aceleró su muerte. Había preparado a Tyson para salir al ring y destruir. Había fabricado la máquina de matar más precisa de la historia. Había forjado una voluntad de hierro en el cuadrilátero (‘I refuse the loose’). Había brindado a aquel niño negro todo el amor del padre que jamás pudo tener. Su verdadero padre murió sin haber visto cumplido su sueño, verle coronado del mundo. Por eso visitó su mausoleo, en 1985, para descorchar una botella de champán y contarle a Cus que lo habían logrado, que ambos estaban en la cima del mundo, que la corona era cosa de ambos. “Vive conmigo, Cus forma parte de mi. Es imposible olvidarle“.

Con el paso del tiempo, cuando se hicieron públicos los detalles sobre cómo se había fabricado a Mike Tyson como superestrella del boxeo, la intensa relación D’Amato y Tyson fue fuente de inspiración para la industria de Hollywood. Sylvester Stallone, para continuar con éxito la saga de la oscarizada Rocky –donde realizó una recreación del combate entre Wepner y Alí– , convenció al director John G. Avlidsen de basar el momento cumbre de Rocky V en los mejores diálogos de Cus D’Amato y Mike Tyson, para conformar el guión adaptado. El director aceptó y la cinta recogió la esencia de las conversaciones entre Cus y Mike, asignando sus frases a los personajes ficticios de Rocky y su venerable mánager, Mickey, interpretado por el genial Burguess Meredith. Aquellos diálogos, ambientados con la excepcional canción Mickey, compuesta por Bill Conti, se convirtieron en el momento más intenso de la quinta entrega de la saga del ‘potro italiano’. Frases que, para siempre, inmortalizaron la grandeza de Cus D’Amato.

Veinticinco años después de la muerte de Cus D’Amato, los renglones torcidos de la vida de Tyson han vuelto a cobrar sentido. Después de dilapidar su fortuna, tras haber sido víctima de sirenas que dicen te quiero si ven una cartera llena y de haberse visto privado de libertad, Tyson se desembarazó del promotor Don King, la sanguijuela que le había chupado toda la sangre. Ahora trata, a pesar de sus agobios económicos, de rehacer su vida, escuchando los consejos de grandes figuras como Magic Johnson, ex estrella de Los Angeles Lakers. Tyson, que volvió al ring sólo por dinero, parece haber consuelo en su relación con Mónica. Sus hijos, Gina, Mikey, Rayna y su único varón, Amir, son el centro de su vida. Desposeído de su millonaria fortuna por su mala cabeza y sus malas compañías, trata de no fracasar en su matrimonio y se alquila, por horas, para hacer acto de aparición en fiestas y cumpleaños de particulares. Sigue enamorado de la paz que le infunden las palomas mensajeras, cree que el amor es más fuerte que el odio y se imagina cómo habría sido su vida si al viejo Cus no se lo hubiera llevado al otro barrio aquella maldita pulmonía. Su ángel de la guardia jamás le habría abandonado, jamás habría permitido que le hicieran tanto daño, ni que le exhibieran como un mono de feria para meter un poco de pasta en su aplanada cuenta corriente. Jamás habría permitido que Tyson se convirtiera en su propio verdugo.

Hoy, el viejo gimnasio de Cus, aún con ese inconfundible olor a linimento, sigue activo. Se encuentra en el número catorce de Union Street Square que, desde 1993, recibió el nombre de ‘Cus D’Amato Way’. Los más viejos del lugar siguen recordando los gritos que salían de aquellas cuatro paredes, cuando Cus trataba de enseñar a Floyd Patterson la defensa ‘Peek-a-boo’, que le catapultaría a la fama y el campeonato del mundo. Los vecinos confiesan que, en primavera, el barrio recibe la visita sorpresa de Tyson. El campeón llega al gimnasio, inspecciona el estado de salud de las paredes del edificio y después se pasa un buen rato apoyado en el quicio de la puerta, con un rictus de nostalgia. Luego coge el coche y se dirige al cementerio. Allí busca la tumba de su mentor, el viejo Cus, y deposita una flor junto a ella. Trata de bucear en sus recuerdos, rememorar las palabras de quien le enseñó a dominar su miedo. El peso pesado con más instinto asesino de la historia contempla la sepultura del que fue su verdadero padre y llora, desconsolado, preguntándose por qué se marchó antes de haberle visto coronarse campeón. ‘King Kong’ se lleva sus negras manazas a la cara para secarse el llanto, pero las lágrimas siguen deslizándose, a su antojo, por sus mejillas. Cuentan que, cuando logra serenarse, ‘Iron Mike’ se sienta al pie de la lápida de Cus y permanece ahí, sin mover un músculo, con la mirada perdida. Luego se coloca enfrente de la tumba y lee, en voz alta, la frase que le dedicó Cus. La misma que él mandó grabar, cuando murió, sobre la piedra de su lápida. “Primero transformé la chispa en una llama. Esta se tornó fuego. Y el fuego, en un incendio incontrolable“. Cuando enfila el camino hacia su coche, mientras abandona el cementerio, Tyson vuelve a recordar las sabias palabras de Cus, su chispa adecuada. Entonces, el alma de ‘King Kong’ se estremece.

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Rubén Uría

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Título: Re: JOT DOWN. BOBBY FISHER: LA INFANCIA DEL PEQUEÑO DIABLO.
Publicado por: RED SKIN en Marzo 06, 2012, 19:30 Horas
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Mediados de los años cincuenta. Una pareja de chavales camina por las calles de Nueva York. En mitad del ajetreo urbano nadie repara en su presencia. Los transeúntes, los policías, los trabajadores de las obras públicas; cualquiera que se cruce con ellos ve solamente a dos adolescentes. Porque eso es lo que son, sólo dos chicos de trece años. Pero la gente poco puede sospechar que uno de ellos se convertirá, en el transcurso de sólo un par de años, en uno de individuos más famosos del país. Y al cabo de algunos años más, en una de las mayores celebridades de todo el planeta. Es el más delgadito, de cabello castaño, vestimenta humilde y aspecto ligeramente desaliñado. Se llama Robert James Fischer y está a punto de irrumpir en la Historia cuando aún no tenga edad para afeitarse; el mundo, de hecho, lo conocerá para siempre con el diminutivo de “Bobby”.

Los dos chiquillos que deambulan juntos por las abarrotadas aceras son amigos y comparten una misma pasión: el ajedrez. Se han conocido participando en diversos torneos juveniles y cada vez que se encuentran suelen pasar bastante tiempo juntos. Uno de ellos se acaba de trasladar desde California hasta Nueva York, porque es la meca ajedrecística de los Estados Unidos. El otro, Bobby, ha crecido en esta misma ciudad, donde ya es un habitual en los clubes de ajedrez, de hecho suele saltarse las clases del colegio para poder participar en los torneos.

Este día, un día de primavera de 1956, los dos jovenzuelos se dirigen al sur de Manhattan. Nueva York es una metrópolis inmensa, pero su mundo —el microcosmos del ajedrez— es relativamente pequeño, repartido a lo largo de unas cuantas calles. Cerca de la 5ª Avenida, casi camuflado en una tranquila entrada de semisótano, está el Marshall Chess Club, uno de los clubes de ajedrez más importantes de la ciudad, que es a donde hoy se dirigen los dos jóvenes jugadores de nuestra historia. A unas pocas calles del club está el parque de Washington Square, donde suelen reunirse ajedrecistas de toda índole para echar unas partidas al aire libre; también allí se ha dejado ver el joven Bobby bastante a menudo. Un par de manzanas más allá —prácticamente a la vista del parque— hay varias legendarias tiendas de material ajedrecístico, como el Chess Forum, que es probablemente uno de los comercios más bonitos del mundo aunque sólo sea por lo que contiene tras sus coquetos escaparates; o el Village Chess Shop, donde a veces podemos ver a gente jugando en la misma acera, ante mesas situadas junto a la puerta del local como si fuese la terraza de un café. Los dos escolares transitan, pues, por el auténtico corazón del ajedrez neoyorquino. Caminan en silencio, y en ese momento, uno de ellos —que ha estado reflexionando durante un rato— parece tener un momento de revelación sobre su futuro. Su juego ha estado mejorando en los últimos meses de manera considerable, pero ahora su mirada va más allá y siente que se ha abierto una nueva puerta ante él. Todavía no ha cumplido los catorce años pero puede notarlo: está hecho para la grandeza.  Así lo recordaba después su acompañante y amigo, Ron Gross:

“Bobby y yo nos hicimos amigos. Solíamos vagabundear juntos por la ciudad. A veces íbamos al club Marshall para jugar un torneo de partidas rápidas, cosas por el estilo. Un día nos dirigíamos juntos a Manhattan porque ambos participábamos en un pequeño torneo temático sobre la apertura Ruy Lopez. De repente, Bobby dijo:

— ¿Sabes qué? Puedo ganarles a todos esos tipos.

Yo creí que se refería a la gente del torneo en que estábamos participando, y pensé que lo que estaba diciendo era una perogrullada. No era un torneo muy fuerte, y de hecho ambos habíamos ganado todas nuestras partidas hasta el momento. Pero él no se refería a eso. El se refería a que podía vencer a ‘cualquiera’ en los Estados Unidos. Y a finales de ese mismo año, eso es precisamente lo que hizo”.
El hijo de una enfermera


Regina Fischer, madre de Bobby, fue una mujer extremadamente inteligente y de carácter bastante difícil.

Regina Fischer era una mujer muy particular. Nació en Suiza, aunque su familia emigró después a los Estados Unidos, donde se hizo ciudadana estadounidense. Muy inteligente e inquieta, había estudiado medicina en la Unión Soviética —además del inglés, hablaba con fluidez ruso, alemán, francés, español y portugués… que se sepa— y se había casado con el físico alemán Hans Gerhardt Fischer, con quien tuvo una hija, Joan. Pero Hans la dejó y Regina volvió a los Estados Unidos para trabajar dando clases o como enfermera; poco dada a la monotonía, solía cambiar a menudo de residencia. Cuando nació su segundo hijo estaba en Chicago y como hoy sabemos ya no vivía con Hans, aunque este era todavía oficialmente su marido y a causa de ello durante muchos años se atribuyó al alemán la paternidad de Bobby. Por entonces, Regina se relacionaba con otro físico, el húngaro Paul Nemenyi, un simpatizante comunista que solía dejar atónitos a quienes se cruzaban en su camino por su prodigiosa inteligencia. Nemenyi había ganado la medalla nacional de matemáticas siendo un adolescente en Hungría, tenía al parecer una memoria fotográfica y destacaba especialmente en pruebas de medición de razonamiento espacial, curiosamente una de las cualidades básicas para un buen jugador de ajedrez. En 1942, cuando el futuro fenómeno Bobby vino al mundo, Nemenyi era la pareja de Regina Fischer. Así lo testimonian incluso papeles del FBI: la policía vigilaba a la mujer porque era una entusiasta activista de la izquierda, de la que incluso se sospechaba —sin fundamento, en realidad— que podía ejercer como espía para los rusos.

La verdadera ascendencia de Bobby, pues, siempre fue una materia confusa. Recibió el apellido Fischer y en su pasaporte constaba el alemán Hans, marido de su madre, como su progenitor legal. Si Paul Nemenyi era su padre, como parece probable por la circunstancias —e incluso por un cierto parecido físico entre ambos— Regina Fischer nunca lo declaró abiertamente y mantuvo el dato en secreto. Cabe recordar que hablamos de los años cuarenta y su madre pensó que convenía registrar al niño como fruto de una pareja todavía legalmente reconocida, y no como el hijo natural de un simpatizante comunista húngaro con quien no estaba casada. ¿Quién fue el padre de Bobby Fischer? Quizá nunca lo averigüemos con total certeza, y la única prueba concluyente sería la genética. Aunque resulta difícil creer que no fuese hijo biológico de Paul Nemenyi, por todo lo que sabemos sobre la vida de Regina Fischer. Lo que con seguridad nunca averiguaremos es si el propio Bobby conocía el dato sobre quién era su verdadero progenitor. Probablemente sí, pero durante su vida raramente se pronunció acerca de sus asuntos personales, y menos sobre las difíciles circunstancias familiares y económicas de su infancia. La única declaración pública al respecto se limitaba a un escueto resumen de la versión oficial:

“Mi padre abandonó a mi madre cuando yo tenía dos años. Nunca lo he visto. Mi madre sólo me ha dicho que se llamaba Gerhardt y que era de origen alemán”

Ni él, ni su madre, ni siquiera su hermana Joan arrojaron nunca demasiada luz sobre este tema. Existen versiones contradictorias que proceden de diversas fuentes relacionadas con la familia, pero resulta difícil saber con seguridad cuánto de verdad hay en cada una de ellas. Lo que sí sabemos es que cuando Bobby tenía cinco años, Regina, siempre inquieta, dejó Chicago y se trasladó con sus hijos a Nueva York… sola, lo cual indica que seguramente también había terminado rompiendo su relación con Nemenyi. Si intentamos componer un cuadro completo de lo que afirman todas esas versiones —aunque a veces choquen entre sí— parece ser que Paul Nemenyi podría no solamente ser el padre, sino que quizá incluso enviaba dinero a Regina Fischer con regularidad, a modo de pensión alimenticia oficiosa —legalmente no estaba obligado, claro— porque se consideraba el padre de la criatura. También parece, si hacemos caso a otros testimonos cercanos a Nemenyi, que el físico visitaba ocasionalmente al pequeño Bobby, sacándolo de paseo como lo haría una especie de tío adoptivo, por lo que parece sin hacerle saber que realmente era hijo suyo. Otros aseguran que el húngaro se mostraba muy preocupado por el modo en que Regina Fischer estaba educando a su hijo, y que llegaba incluso a derramar lágrimas porque no podía ver más a menudo al niño ni tener una relación auténticamente paternal con él. También ha habido personas cercanas al entorno de Joan, la hermana mayor de Bobby, que aseguran que ella dijo en alguna ocasión “Bobby y yo tenemos padres distintos”. Todo esta información, a menudo difícil de comprobar pero que más o menos encaja en un mismo marco —el de la paternidad de Nemenyi— construye un escenario incompatible con la versión oficial de la familia Fischer, donde Paul Nemenyi era ignorado y Hand Gerhardt Fischer era públicamente recordado como el padre biológico del ajedrecista.

Y según cuentan algunos otros, cuando Nemenyi murió —Bobby tenía nueve años— el niño preguntó por su prolongada ausencia y fue entonces cuando su madre, supuestamente, le respondió: “¿No lo sabías? Él era tu padre”.

No cabe duda de que Bobby Fischer ha sido uno de los personajes más psicoanalizados —a distancia, eso sí— de todo el siglo XX y es posible que de toda la Historia, así que frecuentemente se ha elucubrado sobre lo que pudo suponer la ausencia de una figura paterna para él. Durante sus años de gloria —los sesenta y setenta— aún no existía la idea de que la ausencia de un padre no es necesariamente determinante para un niño, y que hay otros factores más importantes en su desarrollo. Sea como fuere, es innegable que todo el asunto de su origen familiar le dolía; Bobby Fischer siempre se negaba a hablar de todo aquello que le había traumatizado o dolido durante sus primeros años, y el asunto de su ascendencia no fue una excepción.


Bobby Fischer (izquierda) y Paul Nemenyi (derecha). Aunque nunca fue reconocido como su padre, la gente no ha dejado de observar un cierto parecido.

Bobby, pues, había nacido en Chicago pero creció como neoyorquino de pro, en un pequeño apartamento de Brooklyn donde convivían su madre, su hermana mayor y él. El niño destacó pronto por una aguda inteligencia, y sabemos también que su madre no sabía muy bien qué hacer con ello. Era una mujer que quería a sus hijos y peleaba por sacarlos adelante, pero que quizá estaba poco conformada para la maternidad en el aspecto emocional. Descrita frecuentemente como poseedora de un carácter conflictivo, afectivamente fría y con cierta tendencia a la paranoia —quizá explicable por el hecho de que había sufrido vigilancia del FBI a causa de sus ideas— no era quizá una madre modélica. Además, solía estar todo el día trabajando para sacar adelante el hogar, algo que generalmente conseguía muy a duras penas entre no pocas apreturas económicas. Los Fischer eran realmente una familia cuya existencia lindaba en la pobreza.

Joan y Bobby pasaban bastante tiempo solos en su diminuto apartamento de Brooklyn. Dado que Joan era cuatro años mayor y no tenían dinero para contratar una persona encargada de cuidar a ambos hermanos, con frecuencia era la propia niña quien se ocupaba de cuidar y entretener a su hermanito. Lo cual no resultaba fácil, ya que el cerebro de Bobby crecía a marchas forzadas, no había muchas distracciones al alcance por motivos monetarios y cualquier actividad parecía quedársele corta. Un buen día, cuando Bobby tenía seis años, Joan subió a casa con una caja de “juegos reunidos” que traía de la tienda de caramelos y juguetes situada en el mismo edificio (a veces se dice que Joan la compró con dinero que le había dado su madre, y a veces se dice que la recibió como regalo del dueño de la tienda, que había simpatizado con la pobre condición de los dos hermanos). Entre otros entretenimientos, aquella caja de juegos contenía un pequeño tablero de ajedrez junto a un folleto que explicaba las reglas más básicas del juego. Ambos hermanos disputaron unas cuantas partidas, pero lo que para Joan era únicamente un pasatiempo fugaz, para Bobby se convirtió en una verdadera obsesión. Es habitual que muchos niños prodigio del ajedrez aprendiesen el juego por influencia de los adultos, ya fuera viéndolos jugar entre ellos o siendo introducidos a la práctica por sus padres y familiares. Pero Bobby Fischer, en una circunstancia que resume a la perfección su futura carrera, descubrió el ajedrez por sí mismo.

La niña pronto se cansó de intentar seguirle el ritmo a su pequeño hermano y dejó de jugar con él. No porque ella no fuese también inteligente; de hecho terminó siendo una pionera de la educación computerizada en la Universidad de Stanford… no había nadie tonto entre los Fischer, desde luego. Pero Bobby siguió absorbido por las sesenta y cuatro casillas, sólo que ahora en solitario porque su hermana prefería hacer también otras cosas, como cualquier niña normal. De hecho, la fijación por el ajedrez de Bobby adquirió proporciones casi patológicas.

Su madre, que observó bastante preocupada el proceso, llegó incluso a consultar con un psiquiatra. El médico le dijo, simple y llanamente, que “el ajedrez no es lo peor con lo que un niño puede obsesionarse”, una verdad a medias que, como sabemos, suele esconder la peor de las mentiras. Quizá hubiese sido conveniente intentar moderar aquella obsesión. Pero, aparte de la poca habilidad de Regina Fischer como madre, en aquellos tiempos no existían demasiadas pautas educativas o psiquiátricas para encaminar a niños con estas características tan peculiares hacia una infancia más normal. Bobby Fischer no sólo era un niño superdotado, sino que destacaba incluso entre los niños con esa condición: cuando se midió su capacidad intelectual en la escuela, deshizo todos los registros archivados en el centro. Durante su vida, Bobby Fischer nunca fue psiquiátricamente diagnosticado: sí sabemos por su conducta que sufrió cierto grado de paranoia en su madurez —que quizá estaba, como la de su madre, parcialmente justificada por la persecución de que estaba siendo objeto— y sobre todo se lo suele citar como un ejemplo paradigmático del síndrome de Asperger. Dicho síndrome parece encajar bastante con lo que sabemos de su figura, pero una vez más son todo conjeturas hechas a distancia. Durante sus años jóvenes, muchas personas de su entorno comentaban las rarezas de Bobby con simpatía —o con antipatía, según el caso— pero jamás nadie fue más allá de considerarlo un tipo con una personalidad extremadamente fuerte y que solía mostrar alguna que otra extravagancia, lo cual tampoco les extrañaba sabiendo lo peculiar que había sido su educación. Lo único cierto, lo que sí sabemos, es que aquella obsesión temprana con las sesenta y cuatro casillas no lo abandonaría, por lo menos, hasta convertirse en el campeón mundial a los veintinueve años.
El niño que lloraba cuando perdía una partida

“A los doce años, sencillamente, me volví bueno”

El pequeño Bobby sólo parecía interesado en el ajedrez o en personas que jugasen al ajedrez, y casi cualquier otro entretenimiento o relación social parecía resbalarle. Eso no significa que no tuviese aficiones propias de otros niños. Vivía en Brooklyn, cerca del estadio de béisbol, así que terminó gustándole bastante aquel deporte. Al parecer acudía ocasionalmente a algún que otro partido y fue siempre un aficionado. También sabemos que se sintió atraído por la moda del rock & roll, y que en años posteriores desarrolló también una afición hacia el jazz. Por su actividad como adulto —le gustaba nadar, jugar al tenis, jugar a los bolos y al pinball, etc.— podríamos deducir que también de pequeño le interesaban estas cosas… siempre y cuando no se interpusieran entre él y los escaques. El tablero absorbía la mayor parte de su tiempo y jugaba contra sí mismo una y otra vez, sin parecer agotarse nunca.

Cuando Bobby tenía ocho años y viendo que no encontraba manera de alejar a su hijo del ajedrez, Regina Fischer optó por intentar encontrar algún otro niño de su misma edad que compartiese aquella intensa fijación, para que Bobby, al menos, no estuviese jugando siempre solo. Escribió una pequeña nota en la que preguntaba si alguna otra madre de la zona tenía un hijo con parecidas condiciones, y la envió a la sección de anuncios de un periódico local de Brooklyn. Cuando en la redacción del periódico recibieron la nota no la publicaron, porque sencillamente no sabían en qué sección incluirla, pero los trabajadores del diario —bastante sorprendidos por el extraño anuncio— pusieron a la atribulada madre en contacto con gente del mundo del ajedrez. Así, Regina Fischer supo que el maestro Max Pavey iba a ofrecer una sesión de partidas simultáneas en la ciudad, y que jugaría contra cualquier aficionado que quisiera anotarse sin importar la edad: quizá allí Bobby conocería a algún otro niño con el que compartir afición.

Regina anotó a su hijo en la sesión de simultáneas; el pequeño Bobby llegó, ocupó su sitio y perdió a las pocas jugadas. Lloró amargamente por la rápida y fulminante derrota; de hecho después recordaría vivamente aquel momento como un acicate, un impulso para querer mejorar. Aquel día no conocieron a ningún niño de la misma edad, pero la sesión de simultáneas no terminó en vano: la insólita presencia de Bobby no pasó desapercibida entre la gente del mundillo y el presidente del Brooklyn Chess Club, Carmine Nigro, reparó en su actitud y creyó detectar ciertas condiciones en el pequeño. Habló con Regina Fischer, invitó a Bobby a anotarse en su club, donde podría practicar bajo supervisión, conocer a otros niños ajedrecistas, tener acceso a libros, etc. Él aceptó feliz la posibilidad de inscribirse en un verdadero club de ajedrez y Carmine Nigro se convirtió así en el primer entrenador de la vida de Bobby Fischer, aunque en esencia puede afirmarse que el jugador fue siempre fundamentalmente autodidacta.

Nigro creía en el talento de su nuevo pupilo y no era el único, aunque antes de los trece años Bobby no destacó particularmente ante los tableros, ni siquiera entre el grupo de jugadores de su edad. Es más, hasta cumplir los doce nunca fue considerado la mayor promesa de su generación de jóvenes ajedrecistas, ni mucho menos. No fue un niño prodigio especialmente brillante y su curva de aprendizaje fue, en un principio, relativamente lenta dadas sus enormes condiciones. Sin embargo, en el transcurso de poco más de un par de años, Bobby Fischer pasó de no llamar la atención entre los demás chavales de su edad a situarse directamente entre los mejores ajedrecistas del mundo.


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Transcripción de las jugadas de la partida contra Byrne, del puño y letra del propio Bobby, y un diagrama con el movimiento de alfil que le valió la inmortalidad a los trece años.

CONTINUAR

http://www.jotdown.es/2012/03/bobby-fischer-la-infancia-del-pequeno-diablo-i/ (http://www.jotdown.es/2012/03/bobby-fischer-la-infancia-del-pequeno-diablo-i/)
Título: Re: UN GUSANO DE 2 METROS, NEGRO Y TATUADO.
Publicado por: RED SKIN en Abril 14, 2012, 21:48 Horas
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Si en los años 70 hubieran obligado a Shirley Rodman a apostar por alguno de sus hijos como futura estrella del baloncesto, sin dudarlo lo habría hecho por alguna de sus hijas, Debra o Kim, pero jamás por su único hijo varón, Dennis. Probablemente habría creído más factible que el padre de las criaturas regresara de Filipinas, adonde había huido unos años antes tras abandonar a su familia. Sí, el baloncesto femenino en esos años quizá no daba como para dedicarse a ello profesionalmente, pero ambas chicas fueron seleccionadas para el equipo americano ideal. Debra, incluso, llegó a ganar dos campeonatos nacionales. Pero Dennis… Dennis, en su primer año de instituto no llegaba al metro setenta de altura y no tenía demasiada técnica individual, por lo que se acostumbraba a pasar los partidos con el culo pegado al banquillo. Pensó que quizá le iría mejor en otra disciplina, así que lo intentó en el fútbol americano con unos resultados aún peores, por lo que se dio cuenta de que el deporte no era lo suyo. Viendo que su futuro era de currante y no de deportista de elite, tras acabar el instituto, se metió a limpiador en el aeropuerto de Dallas. De hecho, en la familia era una broma bastante recurrente comparar el baloncesto de Dennis con el de sus hermanas.

Pero, misterios de las hormonas y la genética, a Dennis Rodman le dio por crecer. Y bastante. Hasta llegar a rozar los dos metros, concretamente. Y desde ahí arriba el baloncesto se ve diferente, amigo. Todo es más fácil si en lugar de tener que mirar hacia arriba para ver a tu oponente te basta con bajar la mirada. Al ver que el aro estaba más cerca que antes, pensó que quizá debería intentarlo otra vez con el baloncesto. Y acertó, vaya si acertó. Empezó a jugar en el equipo de una pequeña universidad regional promediando más de 15 puntos y 13 rebotes, números más que destacables; pero los resultados académicos eran desastrosos, por lo que tuvo que buscarse otro equipo tras sólo un semestre. En una universidad con más tradición deportiva habrían hecho la vista gorda y le habrían aprobado, pero en el Cooke County College, universidad pública, no se proponían formar a futuras estrellas del deporte, así que las notas mandaban y Dennis debía cederle su puesto a un futuro profesor, informático o historiador.

Se enroló en la universidad de Southeastern Oklahoma y, pese a que sus respuestas en los exámenes probablemente no fueran mucho mejores, dos importantes factores hicieron que Dennis permaneciera tres años sin ser expulsado por malas notas: por un lado, la universidad ya tenía cierta experiencia en formar futuras estrellas del deporte; y por el otro, los números de nuestro protagonista ya apuntaban a algo muy grande: más de 25 puntos y 15 rebotes por partido. Al final de su tercera temporada, en 1986, fue invitado a participar en unas jornadas pre-draft, y se salió. Tanto, que le distinguieron como jugador más valioso. Eso le valió ser seleccionado en la tercera posición de la segunda ronda del draft poco después.

Los Detroit Pistons, el equipo que adquirió sus derechos para su debut en la liga, eran un equipo más de la NBA. Llegaban a play-offs, pero poco se podía esperar de ellos. Por ello, tras ser eliminados, una vez más, en las primeras rondas de la temporada 1985-86, cuerpo técnico y jugadores decidieron que de cara a la temporada siguiente cambiarían algo con el fin de que llegaran mejores resultados. Probablemente quienes llevaran la voz cantante en la reunión fueran Chuck Daly, el entrenador; Isiah Thomas, la estrella del equipo, y Bill Laimbeer, el corazón. Y decidieron que su cambio iba a ser, sobre todo, de actitud. Iban a ser más duros, más rocosos, más incómodos, menos educados… se iban a convertir en unos verdaderos “bad boys”. Y a fe que lo consiguieron, pues ése fue el apelativo por el que fue conocido el equipo durante el resto de los 80 y toda la década siguiente. Ese cambio de actitud en el equipo trajo sus réditos, no en vano gran parte de los nombres que componían la plantilla de la época permanecen en la memoria de todos los aficionados a la NBA: los ya nombrados Thomas y Laimbeer, Ricky Mahorn, Joe Dumars, Vinnie “El microondas” Johnson, Adrian Dantley, Mark Aguirre… uno de los “rosters”míticos de la liga americana, junto con los Celtics de Larry Bird, Kevin McHale y Robert Parish; los Lakers de Earvin “Magic” Johnson, Kareem-Abdul Jabbar y James Worthy; los Sixers del Dr.J, Moses Malone y Maurice Cheeks o los Bulls de Dios, Scottie Pippen y Toni Kukoč. Visto así, uno se asusta pensando qué grandes fueron los años 80 y 90 en la NBA y qué de figuras legendarias aportaron (además de preguntarse por qué ya no es lo mismo, cuándo se nos rompió la NBA de tanto usarla), pero si se observa semejante constelación de estrellas teniendo en mente a Rodman uno se da cuenta de que, coño, el tío fue muy importante no para una, sino para dos de estas plantillas históricas. Debía de tener algo especial, ¿no?

Pues sí, algo tenía. La NBA no incluirá en el “Hall of fame” de la NBA a Brian Scalabrine. Ni los Pistons retirarán la camiseta de Kwame Brown cuando se retire rememorando lo que aportó a la franquicia. Así que, pese a no ser precisamente un dechado de técnica, seguro que era mejor que esos dos… aunque le retiraran la camiseta un 1 de abril, día de los inocentes en Estados Unidos. Quizá en el baloncesto FIBA en el que no existe la “defensa ilegal” no habría destacado, ya que cuando él estaba en cancha su equipo atacaba con cuatro, pero lo bueno de la NBA en esa época era que si atacabas con cuatro, te defendían con cuatro debido a lo muy restringido que estaba el tema de las ayudas defensivas. Y es que en ataque “El gusano” era nulo: no tenía tiro, no tenía bote, no tenía buen manejo del balón, no tenía una gran visión de juego… para eso ya estaban Joe Dumars, Isiah Thomas, Michael Jordan o Scottie Pippen. Su aportación en ataque era la lucha por el rebote (en lo que era un maestro), hacer pantallas o bloqueos para que otros tiraran con comodidad e ir preparando psicológicamente a su par para cuando le tocara defender; ya fuera mediante el trash talk (igual que grandes provocadores contemporáneos suyos como Gary Payton o Reggie Miller) o con constantes triquiñuelas como choques, golpes y empujones. Pero si en ataque era un accesorio, en defensa era otra cosa. Sus máximas cualidades estaban en lo que en baloncesto se llama “los intangibles” o el “trabajo sucio”. Especialista en forzar faltas en ataque, su intensidad defensiva contagiaba al resto del equipo y, bajo el tablero, el rebote era suyo. Aunque su principal aportación, además de sumar rebotes y actitud defensiva a su equipo, era restar al rival. Era capaz de minar la moral de cualquier jugador que se enfrentase a él con provocaciones constantes y piques, desconcentrando a cualquiera. Quizá su valoración como jugador fuera, en una escala sobre 100, de 60 o 70, pero conseguía que el rival (ya fuera un 4 fuerte como Karl Malone; Shaquille O’Neal, el pívot más dominante de las últimas décadas; Charles Barkley, otro de los grandes reboteadores de la Historia y gran estrella de Phoenix o cualquier piltrafilla que le tocara en suerte, como Frank Brickowski) pasara de su habitual 90 a un 70 o 60. Y ese diferencial habría que anotárselo a Rodman. Porque en baloncesto es tan importante que tu equipo meta 100 puntos en lugar de 80 como que la estrella del equipo rival meta 10 en lugar de 30. A Rodman le daba igual quién tuviera delante. Él defendía al mejor del equipo rival. Punto. Si era un base, como Magic Johnson, bien; si era un escolta, como Jordan, también; y si era un pívot inmenso de 2,15 metros y 140 kilos como Shaq, pues también. No importa, le iba a secar igual.

Como decíamos, dio sus primeros pasos en la mejor liga del mundo vistiendo el azul, blanco y rojo de los Detroit Pistons. Y si se tenía que ser un bad boy, se era y punto. Como si eso fuera algo difícil para alguien criado en el barrio de Oak Cliff de Dallas, una de las zonas más conflictivas de la ciudad en esa época. El juego agresivo, incómodo y alejado del fair-play de los Pistons (lástima que Bruce Bowen no naciera 10 años antes, habría encajado perfectamente en ese equipo) funcionó, y esa misma temporada los de Michigan llegaron hasta la tercera ronda de los play-off, siendo eliminados tras siete partidos por los Celtics de Bird. Esa eliminatoria fue dura, muy dura, con Rodman afirmando que Bird estaba sobrevalorado por el hecho de ser blanco. En esa primera temporada en la NBA Dennis ya se dio cuenta de que se había acabado lo de irse a más de 15 o 20 puntos por partido; esto ya no era la liga universitaria, tenía ante sí a los mejores jugadores del mundo, por lo que debía centrarse en lo que mejor sabía hacer. Así, paulatinamente, su promedio anotador fue descendiendo, mientras que el reboteador aumentaba y aumentaba sin parar.

La temporada siguiente Rodman gozó de más minutos en cancha, y lo aprovechó mejorando sus números individuales. El equipo también lo notó llegando a la final, que perderían ante los Lakers. Por si aún no estaba convencido del todo de que si se centraba en la defensa su global como jugador mejoraba, en el sexto partido de esa final, a falta de poco más de 5 segundos para el final, “El gusano” erró un tiro bajo canasta que le habría dado a su equipo el tan ansiado anillo. Falló, y en el siguiente partido los de Magic Johnson se adornaron un dedo.

No sería hasta el siguiente curso cuando el juego marrullero daría el fruto más preciado que podía ofrecerles: el anillo. Promediando ya más rebotes que puntos (aspecto que no haría más que acentuarse durante el resto de su carrera) e incluido en el equipo defensivo ideal de la temporada, Rodman supo por fin cómo sabía la victoria absoluta dejando por el camino, como si de una venganza digna de Vito Corleone se tratara, al equipo que les había eliminado dos años antes (Celtics) y, en la final, apabullando con un 4 a 0 a los que les habían derrotado el año anterior, los Lakers. Rodman había tocado el cielo, y la fórmula de ser los malotes de la liga había funcionado.

De cara a la temporada 1989-90, cuando los Pistons serían el enemigo a batir y tendrían que defender el título, los de Detroit perdieron a Ricky Mahorn. Eso los intranquilizó. Y no porque Mahorn fuera un gran anotador o un insaciable reboteador (bueno, pero sin aspavientos), sino porque si los Pistons eran la pandilla de los gamberros de la clase, Mahorn era el matón. El típico repetidor que ya se afeita, fuma y te roba el bocadillo en el recreo sólo para tirarlo al suelo y reírse en tu cara. La encarnación de Nelson de los Simpsons, vaya. No en vano el locutor oficial de los Pistons le llamaba “The baddest bad boy of them all”. ¿Qué pasa cuando al matón de la clase desaparece? Pues hay dos opciones: o los malos se diluyen, empiezan a mezclarse con los empollones y se ponen gafas o aparece un nuevo matón. ¿Por qué posibilidad optaron los Pistons? Efectivamente, ahí estaba Rodman para impedir que un equipo campeón que funcionaba se desintegrase. No debió de hacerlo mal, ya que fue All-Star por primera vez en su carrera. Acabando la temporada regular como fijo en el cinco inicial, fue nombrado mejor jugador defensivo de la NBA y consiguió el mayor porcentaje de acierto en tiros de campo de toda la liga. Sí, pero no hay mucho secreto en eso. Para empezar no quiere decir que anotara mucho, sino que metía los tiros que hacía. Y no es que se hubiera pasado el verano practicando el tiro de media distancia en una escuela de Vilnius y se hubiera convertido en un cañonero raza blanca tirador, sino que la mayoría de sus tiros eran a consecuencia de rebotes ofensivos capturados por él mismo o porque Isiah Thomas, consciente de las debilidades de Rodman, intentaba hacerle el pase bajo el tablero. De hecho, casi duranto toda su carrera su acierto en los tiros de campo estuvo por encima del 50%. También Roberto Dueñas tuvo durante su carrera un gran porcentaje de acierto en tiro de dos. Y así, apretando los dientes en defensa, dejando que metieran los puntos los que sabían de eso y, cuando fallaban, estando ahí para recoger el balón y darles una segunda oportunidad a sus tiradores, Rodman llegó otra vez a las finales de la NBA y volvió a ganar, esta vez ante Portland Trail Blazers. Segundo anillo consecutivo.


(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2012/04/Dennis-Rodman-2.jpg)

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(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2012/04/Dennis-Rodman-3.jpg)
Título: Re: Toni Kukoc, el asesino con cara de niño
Publicado por: RED SKIN en Julio 18, 2012, 23:04 Horas
Toni Kukoc, el asesino con cara de niño.


Guillermo Ortiz


Un triple. Y luego otro triple. Después un tercero. Los comentaristas italianos directamente se ríen porque no se pueden creer lo que están viendo, es casi una burla. Dos triples más, después el sexto, y seguimos en la primera parte. Enfrente, la poderosa selección juvenil de Estados Unidos, país que extendía su dominio total en el baloncesto FIBA con dos triunfos en las dos ediciones anteriores del Mundial Sub 20. Cuando Kukoc llega a su séptimo triple hay gestos de desesperación en el banquillo porque ese chico se supone que no es un tirador ni un anotador. En ese equipo, los tiradores son Ilic y Djordjevic y los anotadores son los pivots: Vlade Divac y Dino Radja. Larry Brown, el entrenador estadounidense, pretende formar una tela de araña en la zona y ese espigado niñato no hace más que dejarlo en ridículo.

En Bormio, verano de 1987, la grada enloquece y cada vez que Kukoc se levanta se oye un griterío que antecede al sonido de la pelota entrando limpia en la red. Ocho triples, nueve. Gary Payton y Larry Johnson no saben qué hacer. Stacey Augmon mira a Scott Williams con cara de desconcierto. ¿De dónde ha salido este hijo de puta? Kukoc mete su décimo triple y luego el undécimo en doce intentos. Es un partido de primera fase, en principio intrascendente, pero quiere marcar bien pronto el terreno. Yugoslavia ya ha ganado sus anteriores partidos con una media de 119 puntos ante rivales muy inferiores como China o Nigeria.

Esto es diferente. Esto es Estados Unidos…

…Y ese día a Estados Unidos le caen 110 puntos, así como suena. 37 de ellos firmados por el espigado número siete que no se sabe muy bien si juega de base, de alero tirador o de ala-pivot, posición que le debería corresponder por su altura, en torno a los 2,05. El resto de la anotación corre por cuenta de Ilic, Djordjevic, Pecarski y en menor medida, Divac y Radja. Sin duda, es el principio de una época, un cambio de paradigma. Aquel equipo yugoslavo se volvería a encontrar con Estados Unidos en la final del torneo y, con más dificultades, volvería a vencer. La primera vez que un equipo no estadounidense se alzaba con el triunfo, un previo de lo que podría venir en Seúl 88 o Argentina 90. La llegada de un mito, del jugador total, de la fantasía hecha baloncestista............................................................................................

(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2012/07/toni-kukoc-111.jpg)

seguir leyendo.


http://www.jotdown.es/2012/07/toni-kukoc-el-asesino-con-cara-de-nino/ (http://www.jotdown.es/2012/07/toni-kukoc-el-asesino-con-cara-de-nino/)
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: Jose Luis Bueno en Julio 18, 2012, 23:09 Horas
La página, y no solo en los artículos deportivos, es la puta polla.
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: RED SKIN en Julio 18, 2012, 23:13 Horas
La página, y no solo en los artículos deportivos, es la puta polla.

Realmente es muy buena, pero no puedo enlazar todos los buenos artículos que hay...........................  ;D ;D ;D ;D ;D.  ;)
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: Jose Luis Bueno en Julio 18, 2012, 23:54 Horas
Realmente es muy buena, pero no puedo enlazar todos los buenos artículos que hay...........................  ;D ;D ;D ;D ;D.  ;)

Ya la tengo en favoritos. He leído unas cuantas entrevistas y algunos artículos, y me han enganchado.

Merece mucho la pena, aunque puede agobiar porque te dan ganas de leerlos casi todos.

Pd. Gracias por el enlace. Por cierto, hay un reportaje sobre la desintegración de Yugoslavia y el fútbol, que está muy bien.
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: RED SKIN en Julio 19, 2012, 00:04 Horas
Ya la tengo en favoritos. He leído unas cuantas entrevistas y algunos artículos, y me han enganchado.

Merece mucho la pena, aunque puede agobiar porque te dan ganas de leerlos casi todos.

Pd. Gracias por el enlace. Por cierto, hay un reportaje sobre la desintegración de Yugoslavia y el fútbol, que está muy bien.

Muy bueno.

(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2012/07/Zvonimir-Boban-2.jpg)

El amigo Boban.  ::)
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: Jose Luis Bueno en Agosto 23, 2012, 20:17 Horas
Machoooooooooooooooooo, qué barbaidad de página. Es que está guapísima.
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: rafapaz en Agosto 24, 2012, 08:41 Horas
Machoooooooooooooooooo, qué barbaidad de página. Es que está guapísima.

+1
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: bettencourt en Agosto 24, 2012, 08:51 Horas
Es la puta polla, sí.

La mejor revista que existe en la red.
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: Le Tissier en Agosto 24, 2012, 11:43 Horas
Es sencillamente impresionante

La versión especial en papel la vendían en una papelería de la Alameda. No sé si les quedará algún ejemplar
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: Silva en Agosto 24, 2012, 14:23 Horas
Si que es buena. Es más, tenía perdido cierto entretenimiento y gracias a un artículo del pasado 6 de marzo  ;) me reenganché. A tal punto que paso malas noches , jejeje.

Me gustaría, para no pisar el protagonismo, que trajese aquí una entrevista que aparece a la Gran Rosa María Calaf
Título: Re: CUANDO DIOS JUGÓ AL FÚTBOL.
Publicado por: RED SKIN en Octubre 07, 2012, 00:07 Horas
(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2012/09/Maradona-Hz.jpg)

“Dicen que por lo menos una vez en la vida todos los hombres asisten a un milagro. El mío ocurrió la tarde de un sábado de marzo de 1969 sobre el pasto mojado del Parque Saavedra cuando un pibe bajito, que me dijo que tenía ocho años —y yo no le creí—, hizo maravillas con la pelota” (Francisco Cornejo, primer entrenador de Maradona)
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http://www.jotdown.es/2012/09/el-mundial-de-maradona-i/ (http://www.jotdown.es/2012/09/el-mundial-de-maradona-i/)
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Faltan sólo unas pocas semanas para el comienzo del Mundial de México. Diego Armando Maradona, de veinticinco años de edad, acaba de contribuir a que el modesto Nápoles alcance la tercera posición de la tabla en la durísima liga italiana, por delante de todopoderosos acorazados como el Inter o el AC Milan. Un equipo que antes de su llegada peleaba por no descender y que ahora, con el diez argentino entre sus filas, ha cometido la osadía de querer colarse entre los grandes. El “Pelusa” ha terminado el año como cuarto goleador del “Calcio”, con 11 goles (la liga italiana, ultradefensiva por entonces, penalizaba a los goleadores; el “Pichichi” del año, Roberto Pruzzo, había logrado la exigua cifra de 19 tantos). Pero ya no se trata solamente de anotar; Maradona es el general y director de orquesta del Nápoles y su presencia ha transformado por completo al equipo llevándolo a posiciones de competición europea, algo con lo que en la ciudad ni se atrevían a soñar un par de temporadas atrás. Su rendimiento en Italia ha despertado el asombro del resto del Calcio y de la prensa deportiva mundial. La afición napolitana no alberga dudas al respecto: Maradona es un jugador sobrenatural. Pero para el resto, sin embargo, queda por probar que pueda repetir ese brillante papel en el Mundial, con una selección argentina que despierta más incertidumbre que otra cosa.......................................SEGUIR.

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(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2012/09/Belgica.jpg)

Domingo, 22 de junio de 1986, Estadio Azteca. Es la una de la tarde en la capital mexicana, las ocho de la tarde en la Península Ibérica; medio mundo está sentado ante un televisor. Todo por un partido de fútbol, sí, pero no es necesario ser aficionado a al balompi ejercicios de innecesaria obviedad y no ha dejado de recordar constantemente que este partido será la “revancha” de la Guerra de las Malvinas.
...................................................................SEGUIR.

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Título: Re: LOS RENGLONES TORCIDOS DE ROBERTO BAGGIO
Publicado por: RED SKIN en Octubre 18, 2012, 19:57 Horas
(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2012/10/Baggio94.jpg)

LOS RENGLONES TORCIDOS DE ROBERTO BAGGIO

“Baggio necesita esta Copa del Mundo tanto como la Copa del Mundo necesita a Baggio. Hasta 1993, cuando la Juventus ganó la UEFA, su deslumbrante heterodoxia nunca había llevado a sus equipos a ganar un gran título. Su leyenda ha sido construida no sobre títulos sino sobre instantes determinados, como aquel slalom de cincuenta metros que hizo contra Checoslovaquia en lo que terminó siendo el mejor gol de Italia 90. Ese gol se produjo en su debut mundialista: como talento todavía por pulir, había comenzado el campeonato en el banquillo. [...] Pero ahora Italia es el equipo de Baggio, ahora es el momento de Baggio”. (Michael Farber, Sports Illustrated, en un artículo previo al Mundial 94)

“El ‘Bello’ es uno de los grandes, aunque nunca ha llegado a desarrollar todo su potencial”. (Diego Armando Maradona)

“Siempre es recordado por el motivo equivocado. Su fallo en el penalty en la final de la Copa del Mundo de 1994 contra Brasil. Antes de ese tiro, no había fallado ninguno de los siete penalties lanzados para su selección. Durante toda su carrera en primera división hasta 2001 [se retiró en el 2004], Baggio marcó 71 penalties de 79 intentos”. (Nota editorial de Una porta nel cielo, biografía de Baggio)

Impertérrito e inextricable como de costumbre, Roberto Baggio, el mejor jugador del mundo, se acerca al balón y lo sitúa en el punto de penalty. Va dando pasos hacia atrás para tomar carrerilla. Dirige un par de miradas breves al árbitro, esperando el permiso para lanzar desde los once metros. ¿Qué está pensando durante esos instantes? Resulta imposible saberlo y menos a través de las cámaras de televisión; si hay un futbolista hermético, ese es precisamente él. Quizá no piensa nada. Quizá está sencillamente cansado, abrumado sin saberlo por la presión del momento.

Y es que está en juego nada menos que el campeonato del mundo: en una final tensa aunque ciertamente aburrida para el espectador, Italia y Brasil se han encarado con un más que visible miedo durante el tiempo reglamentario. Presas de un juego conservador y timorato, han empatado a cero y ahora se están jugando el título en la tanda de penalties. El portero Taffarel acaba de detener el lanzamiento de Massaro y el brasileño Dunga ha anotado justo después, así que Italia está al borde del desastre. Justo cuando es el turno de que lance el referente del equipo italiano, el jugador más en forma del planeta. El Estadio Rose Bowl de Los Ángeles ruge mientras Baggio se prepara para chutar. Si hace gol, Italia seguirá teniendo posibilidades; una vez más en este torneo “il Codino” (“el coleta”) habrá salvado in extremis a su selección. Pero si Baggio falla, Brasil se proclamará campeona. Tras varias semanas de competición en las que sus goles han hecho que Italia avance la final, todo depende de un único disparo. Es injusto, es casi completamente absurdo, pero es la manera en que se hacen las cosas en el fútbol. Toda la responsabilidad descansa sobre sus hombros. No solamente es el referente del equipo —y, hasta esta final, el jugador estrella de las eliminatorias— sino que cualquier buen aficionado sabe que Baggio apenas ha fallado algún penalty en toda su carrera y que cuando lo ha hecho, ha sido más bien porque el portero ha tenido la suerte o la habilidad de parar el balón. No en vano ha sido siempre designado primer lanzador en todos sus equipos. Será raro que falle.

Chuta. Los comentaristas, según el caso, celebran, se lamentan o se quedan atónitos cuando ven lo que sucede. El balón se ha ido por encima del larguero. Los jugadores brasileños corren a celebrarlo. Los italianos se quedan inmóviles. Baggio permanece en pie sobre el punto de penalty. Apoya las manos en la cintura y mira al frente durante unos segundos; continúa sin apenas mover un músculo de su rostro. Después baja la cabeza. Es un gesto sobrio, austero, pero no hay que ser muy perspicaz para entender el significado del detalle. Incluso para el reservado budista de las exóticas trencitas, el jugador que siempre ha huido de los dramatismos de prima donna, este instante es demasiado triste. A su manera, aunque dé pocas muestras de ello, el mundo se le está viniendo encima. En ese momento y lugar infaustos, se acaba de decidir cómo será recordado su paso por la historia del fútbol.

Porque esa historia del fútbol es cruel y acaba de adelantar a Roberto Baggio por la derecha. Casi nadie recordará después que también Franco Baresi, el veteranísimo capitán italiano curtido en mil batallas, había enviado por alto el primero de los penalties de la tanda, lanzándolo exactamente por el mismo lugar que Baggio. También Massaro había fallado. Pero así son las cosas: il Divino Baggio ha errado el tiro definitivo y ese error se le quedará adherido como un estigma. Bastantes años después, hay muchos aficionados al fútbol —que no pocas veces son de breve memoria y escaso interés por el pasado de ese deporte que afirman amar tanto— que al escuchar el nombre de Roberto Baggio responderán casi como en un acto reflejo: “ah, sí, el que falló el penalty”. Bueno, así son las cosas. La historia del fútbol no está edificada solamente sobre hechos, sino sobre tópicos que se enquistan en la memoria colectiva. Por ello resulta inevitable hablar de aquel instante como de algo definitorio, de aquella encrucijada en la que toda una carrera se desvió de rumbo de manera dramática. Incluso para el propio Baggio, aquel penalty fallado fue una losa difícil de superar. Nunca volvió a ser exactamente el mismo jugador. Un único instante aciago se cernió como una sombra sobre uno de los más grandes talentos, uno de los más deslumbrante genios de la historia del fútbol, y con seguridad el más exquisito jugador que Italia haya producido nunca. Su historia es contar lo que fue, pero también lo que pudo haber sido y no fue. Lesiones, entrenadores que no apreciaban su juego, el maldito penalty por el que casi todos lo recuerdan ahora, cuando jamás había errado un tiro así y no lo volvió a hacer en lo que le quedaba de carrera profesional. Tuvo que suceder ese día. Quizá su verdadero fallo fue el no haber marcado durante el tiempo reglamentario de la final, el no haber escapado del festival de centrocampismo que marcó los destinos del partido, el no haber decidido el partido personalmente como había hecho con las semifinales, los cuartos y los octavos. Pero nadie puede decidir una final mundial a voluntad. Nadie. No pudo Cruyff, ni siquiera pudo Maradona —no sin ayuda de los goles de sus compañeros— así que tampoco se lo íbamos a pedir a Roberto Baggio.

Pero si lo hubiese conseguido…




Posted by E.J. Rodríguez

SEGUIR LEYENDO (http://www.jotdown.es/2012/10/los-renglones-torcidos-de-roberto-baggio-i/)
Título: Re: LOS RENGLONES TORCIDOS DE ROBERTO BAGGIO II.
Publicado por: RED SKIN en Octubre 24, 2012, 23:27 Horas
(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2012/10/RobertoBaggiohz1.jpg)

Roberto Baggio regresó del Mundial 90 convertido en la “niña de los ojos” del fútbol italiano. Si bien Salvatore “Totó” Schilacci había sido el héroe del torneo marcando varios goles decisivos que ayudaron a que Italia alcanzase la tercera plaza, resultaba evidente que Baggio, a sus veintitrés años, era el auténtico genio emergente de la selección azzurra. Su actuación en la Copa del Mundo sorprendió a muchos. Acudió al Mundial como suplente pero se las arregló para captar la atención de la prensa internacional. En Italia conocían ya bien aquel extraordinario talento, aunque fuese un jugador precoz que, paradójicamente, había explotado tarde: a los diecinueve años, estando a punto de debutar con la Fiorentina, sufrió una gravísima lesión que lo obligó a pasar sus dos primeras temporadas en primera división casi completamente alejado de las canchas. Tras superar el larguísimo bache médico, Baggio se recuperó y fue ganándose un puesto titular durante la temporada 1987/88. En las siguientes temporadas, 1988/89 y 1989/90, jugó a tal nivel que aún hoy la hinchada “viola” lo recuerda como el mejor jugador que haya pasado por el club. En 1990 ganó el premio Bravo a mejor futbolista sub-23 europeo. Baggio era la nueva joya de la corona.

Aficionados y periodistas de otros países pudieron descubrir que, en plena era del “catenaccio” —con un Calcio sumido en las defensas a ultranza, los marcajes duros y el antifútbol más feo y descorazonador— había un futbolista que desarrollaba un juego de fantasía e imaginación más propio de otros lugares y épocas. Baggio no parecía italiano, ni por su fútbol preciosista ni por su carácter reservado. Pero lo era. Italiano y de la Fiorentina. Y parecía destinado a marcar a fuego el fútbol de toda una generación.

El budista que provocó disturbios

“Sí, fue en esta plaza donde concluyó la tragicomedia protagonizada por Roberto Baggio. Fue por el ambiguo comportamiento de la Fiorentina, que hasta el último instante ilusionó a la afición diciendo: “no se sabe, quizá Baggio se quede en el equipo”. (…) Yo creo que él era sincero cuando decía que no quería irse de Florencia. Pero era el reglamento y tenía que marcharse. Los responsables fueron los dirigentes de la Fiorentina y el representante del jugador”. (Raffaelo Paloscia, periodista florentino)

“¿Por qué la Juve? Porque lo ha decidido el presidente. No me ha dado otra alternativa”. (Roberto Baggio, tras su traspaso a la Juventus de Turín)

El traspaso a la Juve lo convirtió en el jugador más caro de la historia del fútbol. En Turín ganó su único Balón de Oro.

17 mayo 1990. Es un día traumático para los tifosi de Florencia. El día anterior la Fiorentina acaba de perder la final de la Copa de la UEFA frente a la opulenta Juventus de Turín. En una época en que el poderío del Calcio está dominando Europa, el equipo de la ciudad ha rozado la gloria con las puntas de los dedos… y ha tenido que conformarse con verla pasar de largo. Pero las desgracias nunca vienen solas. Este mismo día, justo tras la derrota, la radio anuncia una noticia que en realidad muchos aficionados “viola” llevaban tiempo temiendo. Roberto Baggio, el joven ídolo del club, el prodigio que los ha llevado al borde de gestas históricas, va a ser vendido al mismo equipo con el que acaban de perder, la Juventus. Una herida que duele el doble. El repentino anuncio es el final de una larga secuencia de secretismos, distracciones y habladurías que han tenido a la afición florentina en vilo. Flavio Pontello es el presidente de la Fiore y máximo responsable del traspaso: procedente de una familia millonaria del sector inmobiliario, había comprado el equipo años atrás, pero los problemas económicos habían ido minando su torpe gestión. Finalmente, con un club casi en la ruina recurrió a vender a Roberto Baggio, pese a la furibunda oposición de la hinchada. Sin embargo, hasta este mismo día en que se hace público el hecho, el club ha estado mareando la perdiz y ha ocultado el traspaso. El propio Baggio ha dicho que no quiere marcharse y ha actuado como si la venta no fuese un hecho consumado. Los tifosi están dolidos porque la operación se les ha ocultado hasta el último día y consideran que el club los ha traicionado. Han querido confiar en su ídolo, sumido en una guerra particular con parte de la prensa local. Algunos periódicos habían publicado titulares como “Querido Roberto: no sigas mintiendo” mientras el jugador afirmaba que no daba el traspaso por hecho porque siempre había confiado en que la operación finalmente no se produjera. Los aficionados habían mantenido hasta el último momento la esperanza de conservar a “Il divin Codino” en el equipo pero ahora se sienten engañados y reaccionan irreflexivamente. Apenas unos minutos después del anuncio radiofónico ya se han congregado numerosos grupos de tifosi frente a la sede de la Fiorentina y en torno al estadio. Florencia está a punto de estallar. Llegan los antidisturbios para proteger las oficinas del club: se organiza una trifulca. Los tumultos y manifestaciones durarán nada menos que tres días y se contabilizarán cerca de cincuenta heridos. Baggio aparece cabizbajo en la prensa: “me han forzado a aceptar el traspaso”, dice, mientras en las calles de Florencia se desata el caos.


Posted by E.J. Rodríguez
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Título: Re: El campeón que apareció desde el fondo.
Publicado por: RED SKIN en Noviembre 02, 2012, 00:31 Horas
El campeón que apareció desde el fondo
Posted by Lartaun de Azumendi

(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2012/10/Dave-Wottle.jpg)

“Tienes que hacer algo de ejercicio si quieres fortalecer ese cuerpecito huesudo y débil, muchacho” —le dijo el doctor de la familia tras una breve exploración general. “Algo como, por ejemplo, correr te vendrá bien para crecer saludable. Si me haces caso, serás un hombre hecho y derecho, Dave”.

A pesar de su corta edad y de los pájaros que suelen rondar por la azotea de un niño, David se tomó muy en serio la recomendación del médico y comenzó a correr. De hecho, no había día en el que no se le viera —hiciera buen tiempo o no— recorriendo a buen ritmo las calles de Canton con sus pálidas y delgadas piernas llamando la atención de sus paisanos.

Canton conoció su boom poblacional en 1950, precisamente el año en el que David vino al mundo. Sus poco más de 115.000 habitantes fueron la cota más alta de esta ciudad de Ohio que hoy en día presenta a unos 70.000 hombres y mujeres censados. En septiembre de 1963, Canton abriría al público las puertas del Salón de la Fama del Fútbol Americano Profesional; para entonces, el disciplinado Dave conocía cómo sortear cada bache de las calles y caminos de su localidad. Ya había cumplido los trece años.

Llegado el momento de dar el salto a la universidad, se decidió por un college cercano: Bowling Green State University (BGSU), en el mismo estado de Ohio. Allí conocería el programa de atletismo, la disciplina que le reportaría una efímera fama mundial poco tiempo después. Ya en 1970, durante su año de freshman, Dave logró hacerse con el segundo puesto en el campeonato nacional universitario (NCAA) de la milla. Solo cedía ante un más experimentado Marty Liquori que había sido finalista de los 1.500 en México’68.

En Bowling Green sabían que tenían a alguien especial en el medio fondo y el año 71 debía ser el de la confirmación de Dave. Como quiera que las expectativas no tienen por qué ir ligadas a la realidad —y que esta es más bien quien marca el ritmo de los acontecimientos— 1971 fue un año aciago para David. Surgieron las lesiones y el chaval de Canton tuvo que pasarlo casi en blanco. La falta de salud le impidió alcanzar objetivo alguno.

Olvidados los problemas físicos, el delgado rubio se presentó a los campeonatos nacionales universitarios de 1972 en la prueba de los 1.500 metros y se hizo con el título. Sin duda, Dave Wottle era algo más que un chico empecinado en correr para superar su débil constitución física. Las victorias en las pruebas citadas le llevaron a competir en los trials norteamericanos que decidirían que atletas serían los que iban a representar a los EE.UU. en los Juegos Olímpicos de Múnich.

Wottle había fijado su foco en los 1.500, la prueba en la que deseaba clasificarse para los Juegos, pero decidió asimismo apuntarse a los 800 de los trials tras un consejo que le dio Mel Brodt, su entrenador de BGSU. Brodt le sugirió correr la carrera de las dos vueltas para trabajar su rapidez de cara a los 1.500, su especialidad.

Dave se explicaba antes de la carrera: “Estoy simplemente preparándome para los 1.500. Yo no soy un corredor de media milla. Corro carreras estúpidas, no tengo ninguna idea de lo que estoy haciendo. No poseo ni un cuarto de la velocidad que tienen esos chicos en Europa. ¿No puede un chico pasar solo un buen rato?”

Los espectadores que siguieron los trials asistieron a un hito difícilmente predecible. En la prueba de los 800, una de las más exigentes del programa atlético, Dave Wottle a sus 21 años, y sin experiencia internacional, igualaba la plusmarca mundial del neozelandés Peter Snell al parar el crono en 1:44.3. Un estudiante de historia de BGSU acababa de lograr un récord del mundo sin haber salido jamás a competir con los mejores del planeta.

Los trials americanos sirvieron para que Dave pudiera volar hasta Alemania y participar en los 800 y los 1.500 metros representando a su país. La historia de Wottle habría servido para ser muy tenida en cuenta si no llega a ser porque el joven estadounidense estaba siendo preso de dolores tendinianos en ambas rodillas desde varias semanas antes de llegar a Múnich. En el mismo equipo nacional se dudaba sobre si sería o no capaz de competir. Aunque a decir verdad, sus rodillas no eran su aspecto que más estaba dando que hablar.

El joven de Bowling Green había puesto patas arriba el mundo del atletismo patrio al casarse el 15 de julio, entre los trials y los Juegos, y marcharse de luna de miel con Jan, su recién estrenada esposa. Lo había hecho en contra de los deseos de Bill Bowerman, seleccionador estadounidense y un hombre de la vieja escuela. Lo cierto es que Dave no reunió el valor para decirle a su prometida que el enlace habría que aplazarlo para mejor ocasión… o sencillamente no quiso hacerlo.

“Dave Wottle está disfrutando de una agradable luna de miel, pero será un tipo afortunado si logra pasar la primera ronda de los 800 metros en Múnich” —comentaba Bill Bowerman al diario Register-Guard de Eugene, Oregón.— “Yo no quisiera que nadie pensara que soy un mojigato. Estoy tan interesado en el sexo como cualquiera. Pero la cosa más importante que vamos a hacer aquí es competir en los Juegos Olímpicos.”

En una entrevista concedida muchos años después, Wottle detallaba su situación de aquellos días:

“Me lesioné. Corrí los trials y me clasifiqué para los JJ.OO. en el 800 y el 1.500 y eso fue hacia el 9 de julio, y me casé el día 15. Entonces me fui de luna de miel durante unos días y me incorporé a la selección el 20 de julio. Estábamos reunidos en Bowden College en Maine. Bill Bowerman, el entrenador de atletismo, estaba muy en contra de que me hubiera casado antes de los Juegos. Ya sabes, estaba chapado a la antigua y no le culpo ahora, a posteriori. Pero de ninguna manera le iba a decir a mi prometida seis días antes de casarme que no iba a poder ser. Entonces, traté de demostrarle a él, una vez estuve de vuelta en Maine tras mi viaje de novios, que aún podía hacerlo. De todos modos, durante un entrenamiento duro que realicé durante mi luna de miel, me apareció una tendinitis en mi rodilla izquierda. En Maine tuve que bajar la distancia de los entrenamientos. En lugar de correr 60/80 millas a la semana, que es lo que me habría tocado hacer, solamente pude practicar entre 15 y 20. Al Buehler, que era el entrenador de Duke, era el que se encargaba de entrenar la distancia y Bowerman, el entrenador jefe. Al me decía qué ejercicios podía hacer y me animaba. Los planes que Carl Bowerman tenía para mí, los había tirado a la basura. Yo no era capaz de seguir el trabajo que me había asignado. Como es sencillo de suponer, con 15 o 20 millas no estás corriendo demasiado. No estaba donde me habría gustado estar. Estaba en mi punto álgido durante los trials y simplemente tratando de salir adelante cuando llegaban los JJ.OO.”.

Llegada la hora, era cuestión de observar la evolución de la tendinitis y tomar la decisión lo más próxima posible a la fecha de la primera competición. El 31 de agosto se corrían las ocho series de la primera ronda de los 800 metros y entre los galenos y el propio atleta consideraron que Wottle podría vestirse de corto. Dave fue segundo (1:47.6) en la cuarta manga por detrás del etíope Mulugetta Tadesse y por delante del germano occidental Josef Schmidt, último en clasificarse para las semifinales de entre los de su serie.

Las semifinales tuvieron lugar 24 horas después y a Wottle le tocó en suerte la segunda de las tres series en las que se dirimirían las ocho plazas para la gran final del día siguiente. El sistema escogido fue el de pase directo para los dos primeros de cada manga a los que acompañarían los otros dos mejores tiempos. Un sorprendente Wottle asombraba ya a muchos asistentes a las semifinales por su particular forma de correr; ganaba la segunda serie con un tiempo discreto (1:48.7) aventajando en una décima a Franz-Josef Kemper, representante de la República Federal de Alemania.

Correr mermado de facultades no le estaba resultando sencillo a Dave como él mismo relataría tiempo después:

“Yo no estaba muy confiado y mi preparación mental era muy mala. Me alegro de que mi mujer me acompañara. Ella me animaba y también lo hacía el entrenador Brodt que vino hasta Múnich antes del 800. Me sentó y me dio una charla preparatoria. Me dijo que la base de kilometraje que llevaba en mis piernas durante el año me llevaría adelante y que estaría bien cuando compitiera. Puede sonar como algo trivial pero cuando tu entrenador te sienta y te dice que estarás bien, te da algo de confianza”.

El 2 de septiembre era el día de la final de los 800, aquella carrera a cuyos trials se había apuntado el bueno de Wottle “para trabajar su rapidez de cara a los 1.500”. El de Ohio partía entre los favoritos al haber igualado el tope mundial algunas semanas antes. Pero su falta de experiencia internacional, el hecho de que su especialidad fuera el kilómetro y medio y, sobre todo, su dudoso estado físico hacían que la responsabilidad recayera más sobre el keniata Robert Ouko, el alemán del Este Dieter Fromm y, en especial, sobre el soviético Yevgeniy Arzhanov. No en vano, el ucraniano de Kalush llevaba cuatro años de claro dominio en la prueba.

Ataviado con una gorra de golf y con el dorsal 1033 en su camiseta, el delgaducho norteamericano partía por la calle 3. Al disparo de la pistola los contendientes echan a correr en pos de conseguir una buena situación de carrera; todos excepto Wottle que queda claramente descolgado desde el inicio de la prueba. Pasados diez segundos, al americano ya se le ve a unos 15 metros del grupo. El narrador de la televisión norteamericana no duda en resaltar la situación de su compatriota y duda si se trata de una estrategia para no sufrir los roces típicos de una carrera tan rápida o si simplemente Wottle “está seriamente lesionado”. Al cumplirse el paso por meta, Dave Wottle sigue descolgado. Los keniatas tiran del tropel y él trata de contactar con el grupo. Lo hace a los 500 metros. Solo quedan 300 para el final y Dave —con su ridícula gorra— tiene a sus siete adversarios por delante.

Cuando se dispone a subir un tanto su marcha para pasar al alemán occidental que le precede, Wottle observa como el favorito Arzhanov cambia el ritmo para dejar la sexta plaza como una centella por la calle 2. Wottle supera al alemán cuando quedan unos 250 metros. Arzhanov llega con suma facilidad a la cabeza de carrera y el de Canton mientras tanto ya ha superado a dos rivales. La velocidad que imprime el soviético hace parecer inútil la aceleración de Wottle pero a falta de 150 metros, Dave Wottle ya es quinto y se lanza a alcanzar al cuarto. El soviético sigue primero, embalado hacia el oro, seguido de los dos africanos. A poco más de 100 para la meta, a poco de comenzar la recta final, el americano supera a Fromm y ya tiene a tiro a los keniatas.

Las zancadas y el braceo de Wottle se muestran cada vez más poderosos. Da la sensación de que tiene las fuerzas intactas. Así vivía Jim McKay, el locutor de la ABC, los últimos 75 metros:

“Se hace con un keniata… Ya tiene al otro keniata… ¿Puede conseguirlo?… ¡Creo que lo ha hecho! ¡Dave Wottle ha ganado la medalla de oro! ¡El hombre que vino de ninguna parte en los trials olímpicos de los EE.UU!”


1972 Olympic 800m Final (Hi Quality) (http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=5LHid-nC45k#)

En una carrera sin precedentes, y tras superar a la pareja de africanos, Wottle sobrepasaba a Arzhanov en los dos últimos metros a pesar de que el soviético se lanzó literalmente en plancha para tratar de evitar la derrota.

El tiempo del vencedor fue de 1:45.86, tan solo 3 centésimas menos que Arzhanov. La marca era lo de menos. Lo que se acababa de vivir era algo único. Jamás un atleta se había impuesto en una prueba tan rápida de una competición del más alto nivel viniendo desde tanta distancia. Nunca había corrido nadie los 800 en cuatro parciales de 200 metros de 26 segundos. Los que tuvieron la suerte de presenciarlo en vivo, no lo olvidarán mientras vivan. Desde el fondo de la carrera y con un ritmo regular —y no premeditado— surgió un titán que se llevó por delante a todo el que quisiera aspirar a colgarse el oro.

El sencillo Dave Wottle estaba casi seguro de haber ganado la carrera pero la plancha del ucraniano hizo que quisiera asegurarse y no respiró aliviado hasta que la finish resolvió el caso.

(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2012/10/Dave-Wottle-2.jpg)

Sin tiempo para asimilarlo, Wottle subió al primer escalón del podio. Escuchó el himno americano con la mano en el pecho pero sin percatarse de un detalle que le costaría un pequeño disgusto: olvidó despojarse de su ridícula gorra de golf.

Durante la rueda de prensa un periodista australiano le trasladó que se estaba comentando que el gesto de no quitarse la gorra respondía a su oposición a la Guerra de Vietnam. Wottle, ajeno a la política, a la prensa y a la fama, dejó escapar alguna lágrima de rabia mientras afirmaba que simplemente no se había dado cuenta de que la llevaba puesta y que de haberlo sabido, se la habría quitado al momento.

Wottle recibió pronto telegramas —no en vano se había impuesto a un soviético— tanto de Richard Nixon, presidente del Gobierno de los EE.UU. como del vicepresidente Spiro Agnew, cuyo mensaje decía:

“Con gorra o sin gorra, eres el tipo de americano que respeto”.

La gorra de golf acompañó a Dave Wottle durante su corta carrera como atleta ya que según él mismo: “Me di cuenta de que sin la gorra nadie sabía quién era, y ya nunca me la quité para competir”.

Según Wottle, utilizó la gorra en Múnich por tres razones. Porque le protegía del sol, porque le servía para frenar el sudor de su cabeza y porque con ella impedía que su cabello —algo largo— le molestara al correr. La cosa es que el complemento del corredor de Canton se hizo tan famoso que entró a formar parte del Salón de la Fama del Atletismo de los EE.UU. en 1977, tres años antes de que él mismo fuera designado para entrar al prestigioso Hall of Fame.


Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: Community Manager en Noviembre 02, 2012, 19:11 Horas
Soberbio el artículo!, espectacular el vídeo!...

Por favor, te animo a que sigas con estas publicaciones, hacen grande al Foro.
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: RED SKIN en Noviembre 02, 2012, 19:37 Horas
Soberbio el artículo!, espectacular el vídeo!...

Por favor, te animo a que sigas con estas publicaciones, hacen grande al Foro.

Es un honor que lo disfrutéis.

Saludos.
Título: Re: MARCO VAN BASTEN. EL MAGO DE LOS TOBILLOS DE CRISTAL.
Publicado por: RED SKIN en Mayo 10, 2013, 08:28 Horas
MARCO VAN BASTEN. EL MAGO DE LOS TOBILLOS DE CRISTAL.

(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2013/04/Marco-Van-Basten.jpg)

Estamos en el minuto 86 de la final y Capello decide efectuar el cambio. Quizá ha esperado mucho. Quizá nunca debió haber apostado por Van Basten como titular, para empezar, eso nunca se podrá saber. En la derrota siempre hay culpables. El holandés se retira del campo visiblemente cojo pero lo más rápido que puede. El poderoso Milan pierde 1-0 ante el Olympique de Marsella, esa burbuja futbolística que se sacó Bernard Tapie de la chequera a base de amañar partidos y fichar todo lo fichable. Van Basten se sienta en el banquillo derrotado, todos sus esfuerzos para llegar a ese partido frustrados por una actuación mediocre, en lo individual y en lo colectivo.

Tiene solo 28 años pero el cuerpo de un veterano y un tobillo que le ha dejado varias veces al borde de la retirada. El dolor no engaña, esta vez va en serio. La final de la Champions League de 1993 se apaga mientras el delantero por antonomasia de la década de los 80 mira los intentos desesperados de su equipo, de los Baresi, Rijkaard, Maldini, Donadoni, Albertini, Massaro, Papin… chocar una y otra vez contra la muralla negra del Olympique: Desailly, Angloma, Boli, Pelé… y detrás de todos el joven calvo Fabien Barthez, un pigmeo en tierra de gigantes.

Es otro fútbol, piensa. Un fútbol físico, demasiado físico incluso para un equipo italiano. Rijkaard ya no puede ni con Deschamps. Los conceptos han cambiado y su tobillo sigue hinchado como un tomate. Nadie le pregunta. Todos esperan a que el árbitro pite, para bien o para mal. La temporada 1992/93 acaba de una manera totalmente inesperada, porque el Milan, tras su año de sanción europea, volvía a parecer imparable. Berlusconi había fichado a Papin, a Savicevic, a Boban, a Lentini, a Eranio… El propio Van Basten había tenido una temporada más que aceptable hasta su lesión a finales de 1992, poco antes de recibir su tercer Balón de Oro de manos de la revista France Football.

Meses de recuperación de un tobillo destrozado que culminan en un regreso apresurado, un último gol al Ancona y este sufrimiento absurdo en el Olympiastadion de Munich. Los jugadores franceses abrazándose y Van Basten que saluda a Rudi Völler, viejo compañero de batallas ochenteras, y se mete a recibir su sesión de hielo, masaje y lágrimas. En rueda de prensa, Capello se limita a decir sobre el holandés: “Está lesionado”, sin advertir aún de que esa lesión es algo más, que ese intento desesperado por jugar su tercera final de la Copa de Europa le costará perderse la siguiente, pasar un año en blanco, volverse a operar y tener que retirarse definitivamente un 18 de agosto de 1995, sin llegar a cumplir los 31 años, dos después de casarse en muletas, de vivir en muletas, de luchar por llegar a un Mundial que su propio club le impidió jugar en 1994. Retirarse sin retirada, lo más triste para un deportista de élite.

El recuerdo de Munich como postre amargo de una carrera espectacular que le vio ganar, aparte de los tres Balones de Oro, dos Copas de Europa con el Milan, una Eurocopa con Holanda —el único título de prestigio para esa selección en su historia— y multitud de títulos nacionales con el Ajax y el equipo de Berlusconi, Sacchi y Capello. Aquellos cuatro últimos minutos de dolor en el banquillo como resumen injusto de una década de estrellato, desde que debutara en el Ajax al lado de Johan Cruyff hasta su último Pichichi en el Scudetto, con 25 goles en 31 partidos durante la temporada 1991/92.

“Llega un momento en el que cualquier cosa es mejor que el dolor, cualquier cosa es mejor que sentirse inválido. Ahora estará en paz consigo mismo”, dirá su mujer, Liesbeth, al acabar la rueda de prensa. Tenía razón, pero no bastaba. A los aficionados no nos bastaba, eran demasiados años disfrutando de su fútbol total desde aquella primera temporada profesional en Ámsterdam con 17 años.

El goleador adolescente. Los años del Ajax a la sombra de Cruyff

Aquel verano de 1981 no se hablaba demasiado de Marco Van Basten. Había destacado con las selecciones inferiores de Holanda y viajaba de Utrecht a Ámsterdam para probar con el equipo juvenil a sus 16 años. El Ajax era un buen equipo para hacerse un nombre como adolescente, pues los años gloriosos de los 70 habían pasado y, pese a seguir dominando junto a Feyenoord, AZ Alkmaar y PSV Eindhoven, la Eredivisie, el nivel de exigencia había bajado. Marco, un delantero alto y espigado con una calidad técnica envidiable, estaba destinado a pegarse con los chavales antes de dar el gran salto.

Aquel verano, de quien se hablaba en todos lados era de Johan Cruyff, que volvía al club de toda su vida a los 34 años.

Lo de Cruyff fue una auténtica sorpresa porque el Ajax ya le había hecho partido de homenaje y todo. Tras varios años perdido en la liga estadounidense, con una excursión puntual al Levante incluida, “El Flaco” parecía más que acabado, pero aun así tuvo tiempo para dejar unas cuantas joyas, incluyendo el famoso penalti indirecto en combinación con Jesper Olsen. Cruyff era un ídolo y un ídolo ganador y alrededor de él, quisiera o no el presidente, se fue configurando un equipo que se llevó dos ligas y una Copa de Holanda mientras crecían nuevos talentos. No solo Van Basten, sino también Frank Rijkaard, un defensa central de 19 años que poco a poco se fue haciendo un hueco en la plantilla junto a los Lerby, Vanenburg y Wim Kieft.

Aquellos dos años fueron ideales para Van Basten: primeros minutos, primeros goles, primeros títulos. Su debut con la camiseta ajacied fue un tres de abril de 1982 frente al NEC, sustituyendo precisamente a Johan Cruyff en un partido que acabaría 5-0 y encarrilaría aún más el título para los de Ámsterdam. Al poco de salir al campo, aprovechando una falta lateral, Van Basten marcaría su primer gol como profesional: un cabezazo impecable entre dos centrales despistados, picado al palo contrario, impresionante en el salto y en la celebración, un ataque de locura, un sueño cumplido nada más empezar a dormir.

Aquel fue el único partido que jugó esa temporada. La siguiente llegó hasta los 20 y demostró que era cosa seria. Rijkaard y él triunfaban en el Ajax mientras Ruud Gullit lo hacía en el Go Ahead Eagles. Holanda volvía a apuntar maneras aunque su selección siguiera fracasando clasificación tras clasificación. Los nueve goles de Marco hicieron pensar al presidente que la presencia de Cruyff era prescindible. Aquel fue un error mayúsculo que el equipo pagaría con creces en uno de los episodios más impresionantes del fútbol moderno: a los 36 años, Johan se marcharía al eterno rival, el Feyenoord, y se convertiría en el mejor jugador de la liga, llevando al equipo al doblete Liga-Copa casi una década después de su último título.

El éxito de Cruyff eclipsó un año espectacular de Van Basten. Su primer año espectacular. Debutó en Copa de Europa a los 19 años pero la experiencia solo duró dos partidos, los que tardó el Olympiakos en eliminar al Ajax en primera ronda. En liga, Marco empezó como un tiro, marcándole tres goles al Feyenoord de Cruyff (y Gullit, recién fichado) en un 8-2 que prometía un nuevo paseo en la liga holandesa. Las declaraciones de Johan después del partido: “Me da igual el resultado, vamos a ganar la liga igual” resultaron ser proféticas. Pese a los 28 goles que marcó Van Basten en esa temporada, registro solo superado en Europa por el galés Ian Rush y que le valdría la Bota de Plata siendo aún un adolescente, la temporada del Ajax fue una cuesta abajo imparable con Cruyff como bestia negra: les eliminó en la Copa y les derrotó con dos goles en el partido de vuelta de liga, el que prácticamente sentenciaba el campeonato.

Van Basten ya era titular en la selección de su país y uno de los mejores delanteros de Europa. Las ofertas empezaron a lloverle, pero eran tiempos en los que los grandes equipos solo podían contar con dos extranjeros y no con quince, lo que les hacía ser algo conservadores a la hora de elegir sus fichajes. Marco estaba cómodo en el Ajax y más aún al saber que al año siguiente llegaría de nuevo Cruyff, ya retirado, a ejercer de director deportivo. La temporada fue excelente: otro título de máximo goleador para acompañar al campeonato de liga. Cruyff se cargó a De Mos al acabar el año y puso a Bruins Slot como títere para allanar su camino como entrenador la temporada siguiente, la mejor, por cierto, de la vida de Van Basten en Ámsterdam, la que le puso, ya definitivamente, en el disparadero internacional.

Y es que Marco empezaba la temporada 1985/86 aún con 21 años recién cumplidos pero tres títulos de liga ya a sus espaldas. La espina clavada de la Copa de Europa no consiguió sacársela, pues el equipo volvió a caer eliminado a primeras de cambio frente al Oporto de Madjer y Futre, pero el juego del Ajax fue espectacular: hasta 120 goles marcó aquel equipo de ensueño encabezados por los 37 que anotó su joven estrella en tan solo 26 partidos. Una barbaridad y un espectáculo que, sin embargo, no sirvió para ganar la liga. El Ajax estaba haciendo un equipo de jóvenes prometedores con Ronald Koeman y Frank Rijkaard compatibilizando defensa y medio del campo y Van Basten y Van’t Schip como delanteros. Ninguno de ellos se acercaba a los 25 años.

El problema es que, silenciosamente, y al calor del dinero de la Philips, en Eindhoven se estaba construyendo un equipo menos glamouroso, más veterano, con un juego híbrido de ataque y defensa liderado desde el banquillo por Guus Hiddink y que acabaría birlándole el título esa temporada y de paso llevándose a Ronald Koeman en el verano de 1986, el mismo en el que Berlusconi no pudo esperar más y se lanzó al fichaje de Van Basten, el delantero que le faltaba para reconstruir al Milan desde la nada. Años después, como veremos, se le unirían Rijkaard y Gullit, formando uno de los mejores equipos de la historia.

El acuerdo con el Milan quedó firmado ese mismo verano pero no contemplaba la incorporación a filas hasta la temporada siguiente, en septiembre de 1987. Fue un año muy raro para el Ajax, que cogió una ventaja muy rápida en liga pero la fue perdiendo poco a poco por centrarse demasiado en Europa. Koeman se había ido, sí, pero apareció Aron Winter y con 17 años hacía su debut un jovencito rubio llamado Dennis Bergkamp mientras Rijkaard pasó a jugar de 4, esa extraña posición en el esquema de Cruyff que alternaba las posiciones de líbero y organizador.

Van Basten tuvo otro año espléndido, con 31 goles en 27 partidos. Su dominio del campeonato era total, pero las molestias en las articulaciones, especialmente en el tobillo, comenzaron durante esa temporada y el jugador llegó a un extraño acuerdo con Cruyff: no jugaría los partidos de liga cuando hubiera un partido de Recopa en medio. El acuerdo salvó la salud de Van Basten y su traspaso a Milán pero acabó con las posibilidades del equipo en liga, cediéndole el campeonato de nuevo al todopoderoso PSV. En Ámsterdam no pareció importar demasiado: ligas habían ganado muchas, pero títulos europeos, no tantos. Desde la Copa de Europa de 1973, el equipo no había levantado un trofeo continental y esta vez la Recopa se estaba poniendo a tiro. Tras eliminar al Bursaspor, vengarse del Olympiakos, imponerse al Malmoe in extremis y superar con suficiencia al Zaragoza en semifinales, el Ajax estaba de nuevo en una final y su rival no daba demasiado miedo: el Lokomotiv Leipzig, de la República Democrática Alemana.


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http://www.jotdown.es/2013/05/marco-van-basten-el-mago-de-los-tobillos-de-cristal/ (http://www.jotdown.es/2013/05/marco-van-basten-el-mago-de-los-tobillos-de-cristal/)
Título: Re: Robin Friday, Genio ingles.
Publicado por: RED SKIN en Junio 16, 2013, 23:48 Horas
Churchill’s era el pub vertedero por excelencia de Reading en los 70. Ahí solo iba lo peor de cada casa, los desechos humanos que tenían vetada la entrada en los demás pubs: los delincuentes, los violentos y los toxicómanos. La mayoría de su clientela, de hecho, encajaba sin problemas estos tres apelativos. Su único atractivo y razón de ser era el hecho de que se pudiera beber alcohol toda la noche hasta que saliera el sol.

En medio de la noche, se abren las puertas de par en par y aparece un tipo alto y desgarbado, de pelo largo, con gabardina y botas de clavos, las pupilas como platos. Se va al medio de la pista de baile, se quita la gabardina y debajo de ella está completamente desnudo. Como si nada más importara, se pone a bailar.

—¿Quién es ese payaso? —pregunta por lo bajo un parroquiano a otro.

—Cuida esa boca, gilipollas. Ese es Robin Friday, el mejor futbolista que he visto en mi vida.

Efectivamente, Friday fue un auténtico personaje de la noche inglesa. Impredecible dentro del campo, lo era más todavía fuera del mismo: excéntrico, borracho, drogadicto, criminal, violento… y aun así, cuando al prestigioso periodista de la BBC David Coles le encargaron elaborar una lista de los mejores jugadores de la historia, en una lista de 50 en la que figuraban nombres como Pelé, Cruyff, Beckenbauer o Maradona, estaba Robin Friday.

22 años antes del suceso que abre este artículo, en 1952, Robin y su hermano gemelo Tony nacían en el barrio londinense de Acton. Hijos de una familia obrera de clase baja, sus vidas estarían profundamente marcadas por sus orígenes.

De hecho, el primer gran punto de inflexión en su trayectoria profesional y en su vida vino ya de crío. Robin empezó a destacar en el campo de fútbol, aunque era además un buen tenista, boxeador, destacaba también en cricket, era un gran jugador de bolos y un magnífico dibujante. Sin embargo fue siempre el fútbol la mayor de sus aficiones, y con 13 años su padre lo apuntó a unas pruebas para jugar en el Chelsea, que pasó sobradamente. En cualquier caso, ni su juego ni su forma de ser encajaban con las formalidades de las categorías infantiles en los equipos profesionales. Tras un año en el Chelsea volvió a jugar en divisiones inferiores y a los 14 tanto él como su hermano ya empezaban a jugar con adultos en ligas menores, donde su talento se vería relegado tantos años a lo largo de su trayectoria.

El segundo gran punto de inflexión vino a los 15 años, cuando Robin empezó a meterse pastillas. Speed, principalmente. Al mismo tiempo dejó la escuela. Las drogas requieren dinero, claro, y los estudios no eran compatibles con ganar dinero. Desgraciadamente, Robin Friday era a su vez incompatible con el trabajo, de modo que buscó otros modos de conseguir dinero. Empezó a robar, y a los 16 años ya había sido arrestado las suficientes veces como para ganarse una estancia entre rejas. Pasó 14 meses en un reformatorio rodeado de chavales con problemas de drogas, pero no hay mal que por bien no venga: en el reformatorio tenían un equipo de fútbol, que desde la llegada de Friday empezó a ganarlo todo.

Al salir del reformatorio se fue a vivir con su novia, Maxine, una chica de color, algo inaudito para la época, en un contexto social en el que muchos exigían la vuelta de los inmigrantes a sus respectivos países. Especialmente en un barrio como Acton, donde el racismo estaba en auge, pero Robin Friday nunca fue la clase de persona que se preocupa por lo que los demás piensen. Ni aunque su relación interracial tuviera un grave peso entre sus círculos sociales: muchos amigos dejaron de serlo y en una ocasión fueron atacados una noche por un grupo de fanáticos racistas. Incluso cuando se casaron, con 17 años, el propio padre de Robin se negó a acudir a la boda.

Coincidió con varios asfaltadores en los equipos en los que jugó como amateur esa época, primero en el Walthamstow y luego en el Hayes, que lo introdujeron en el oficio. En una de esas jornadas laborales asfaltando tejados, la cuerda de una grúa se quedó atascada en el andamio en el que estaba subido Friday, tirando el andamio entero al suelo y a Robin con él, que cayó sobre una verja de pinchos con la mala suerte de que uno de ellos se le metió por el trasero, atravesándole el estómago y quedándose a un centímetro de perforar un pulmón. Tal era su fortaleza que consiguió levantarse y sacarse a sí mismo del hierro en el que se empaló. Lo llevaron a un hospital, donde lo estuvieron operando durante horas.

Cuando volvió a jugar, tras tres meses hospitalizado y una corta rehabilitación, Hayes se enfrentaba a Bristol en la FA Cup. Robin cuajó un gran partido, y Hayes se hizo con la victoria por 1-0. En la siguiente ronda se enfrentaban al Reading a domicilio, un equipo muy superior, ante el que sin embargo pudieron hacer frente terminando el partido con ambos marcadores a cero. Esa fue la primera vez en que Robin Friday se encontró con Steve Death, el portero del Reading. Más que un encuentro fue un encontronazo, en el cual Friday le hizo una falta tan dolorosa a Death que lo tuvo renqueando el tiempo suficiente como para que el árbitro lo amonestara por pérdida de tiempo. Fue la primera y última tarjeta que vio Steve Death en sus 12 años como portero en el club. Ya en el partido de vuelta, en Hayes, el Reading consiguió doblegarlos mediante un pírrico 0-1. Robin Friday, sin embargo, estuvo a un nivel altísimo en la serie, y el técnico del Reading tomó buena nota: “Quiero a este tal Friday”.

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Charlie Hurley era el entrenador del Reading por aquel entonces. Antaño internacional con Irlanda en la posición de central, su estilo de juego era sobrio, incluso rígido, sin alardes ni filigranas. Todo lo contrario de lo que era Robin Friday. Sin embargo, algo en ese joven insolente lo cautivó, y eso que mientras más investigaba acerca de él, peor era el panorama: sus problemas con la justicia, el consumo de drogas, el alcohol… pero consideró que, mientras rindiera en el campo, bien podía merecer la pena hacer la vista gorda fuera de él. De modo que echó los prejuicios a la basura y se hizo con él por 750 libras y un contrato amateur. Dejaba el Hayes con un imponente total de 46 goles en 67 apariciones —varias de ellas en un penoso estado etílico—. Llegaba a su nuevo equipo a finales de enero, con media liga a las espaldas y solo dos victorias, en la que prometía ser una temporada decepcionante de cabo a rabo para el Reading.

En su primer partido con el Reading, con los reservas, compareció tarde, desaliñado, cubierto de suciedad y con unas botas mugrientas. El único motivo por el cual sus nuevos compañeros no se mofaron de él es porque además parecía un tipo peligroso. Pero todo esto dejó de importar cuando sonó el silbato: puede que su juego posicional estuviera lejos de lo deseado, y que careciera de fundamentos tácticos, pero pronto quedó claro para todos los presentes que Robin Friday era el mejor jugador en el campo. Su técnica era sublime, parecía ver las jugadas antes que cualquier otro, era valiente como ninguno y daba el 100% en cada jugada. Tácticamente era indomable: cualquier instrucción táctica que recibiera se le olvidaba en cuanto pisaba el verde, pero lo suplía con esfuerzo y, por encima de todo, un talento natural solo comparable con las grandes estrellas.

Entrenaba como jugaba: dándolo todo, luchando cada balón, y entrando fuerte. Ya en su primer entrenamiento con el equipo, Hurley lo tuvo que coger aparte y decirle “Robin, relájate un momento. Hablemos de lo que estás haciendo antes de que termines con el resto del equipo”, y a lo largo de su carrera en Reading lo tuvo que echar del entrenamiento varias veces por lesionar a sus propios compañeros. Años después, su fisioterapeuta en Cardiff confesó no haber visto nunca a Robin entrenar, pero podía hacerse una idea de cómo era por la cola de jugadores que se formaba en la enfermería tras cada entrenamiento en el que Friday participaba.

Era imposible convertirlo en una persona presentable. Charlie Hurley tuvo que pelearse con él para conseguir que llevara traje y corbata para su presentación en Reading, y aun así lo máximo que consiguió fue que se pusiera un blazer, que se quitó en cuanto terminó la sesión de fotos para no volvérselo a poner nunca.

Un jueves, con la liga empezando el domingo siguiente, Hurley hizo llamar a Friday a su despacho:

—Estoy pensando en ponerte a jugar el domingo ante el Northampton.

—Mire, jefe: me iré a casa, no beberé, no me pelearé.

—No te vuelvas loco. No me importa que me mientas, pero sí que lo hagas tres veces seguidas.

En el Reading tenían claro que querían rescindir su contrato de amateur para hacerle un contrato profesional y que pasara a jugar con el primer equipo. El problema venía por el sueldo: los futbolistas en cuarta división entonces cobraban una miseria. De hecho, Robin ganaba el doble como asfaltador de lo que ganaría como futbolista.

Aunque en cierto modo esto no importaba: Robin Friday nunca parecía tener dinero, independientemente de su sueldo. El mismo día en que cobraba su paga semanal, su piso se convertía en un hervidero de gente yendo y viniendo con pinta cuanto menos sospechosa. Al terminar el día, no tenía un solo penique. Eso sí: tenía un surtido de drogas inabarcable. En su apartamento, las paredes estaban completamente pintadas de negro: “No hay nada peor que estar colocado y mirar extraños patrones en el empapelado”. Le encantaba la música, y tenía una enorme cantidad de vinilos, que no dejaba ni siquiera tocar a sus amigos: adoraba a Janis Joplin, Desmond Dekker o Frankie Miller. A todas horas estaba sonando música en su casa, del mismo modo que había mujeres entrando y saliendo.

El tres de febrero de 1974, en su tercer partido como amateur, Robin marcó su primer gol, un cabezazo fácil con el portero vendido. “Pensé en bajar el balón con el pecho y meterla de tacón, pero pensé que sería mejor no mofarme mucho”, declararía tras el partido.

Ese gol fue la señal definitiva para Hurley, que le ofrecería el contrato profesional que Friday aceptaría a pesar de las condiciones económicas. Después de todo, ese era su sueño y no el de asfaltar tejados. En su primer partido como profesional, en Elm Park, el campo del Reading, frente al Exeter, Robin marcó dos goles para ayudar a su equipo a vencer por un cómodo 4-1. El resultado fue lo único cómodo en ese partido, porque los defensas rivales lo cosieron a patadas, algo que seguirían haciendo todos los equipos rivales a lo largo de su carrera.

Robin Friday caraEn la Inglaterra de los 70 el fútbol estaba muy lejos de convertirse en el brillante fenómeno de masas que es hoy día. Por aquel entonces era un deporte de la clase obrera, mientras que las clases superiores preferían el rugby, el tenis o el cricket. Apenas se televisaban las mejores jugadas de cinco partidos de fútbol a la semana, no hablemos ya de partidos completos. También andaba muy lejos del fútbol presente en lo que a violencia se refiere: entonces era un deporte duro dentro y fuera del campo. Fuera, el fenómeno hooligan estaba carcomiendo el deporte, protagonizando semana tras semana vergonzosos actos vandálicos y peleas multitudinarias, en una escalada de agresividad que culminaría con la exclusión de los equipos ingleses de las competiciones europeas en 1985. Dentro del campo, las entradas duras, patadas y codazos se daban y se permitían con una frecuencia hoy en día inconcebible. Matones vestidos de corto se ganaban la vida a través de la máxima “que pase el balón o pase el rival, pero nunca ambas cosas juntas”. Personas que vieron a Robin Friday entonces jugar dicen que, con las normas de hoy día, el equipo rival habría terminado el partido con tres o cuatro jugadores menos, expulsados por la cantidad de golpes que daban sin cesar al prodigio de Acton cada vez que cogía el balón. Ahora bien, aplicando ese mismo listón, el mismo Robin rara vez hubiera terminado un partido sin ser expulsado, porque no era la clase de jugador (ni de persona) que pone la otra mejilla.

Hubo partidos en los que ya recibía una entrada brutal en el primer balón que le pasaban. Los rivales iban a cazarlo porque sabían el peligro que suponía. Con otros delanteros podría funcionar: una patada dolorosa al principio del partido y ya estarían el resto del tiempo mirando alrededor asustados cada vez que se les acercara el balón. Pero Robin Friday no era alguien que se achicara ante una entrada, todo lo contrario. Respondía a las agresiones y le sobraban recursos: cuando no respondía con otra dosis de violencia, lo hacía con fútbol, o con las dos cosas. Le encantaba vacilar a los rivales y jugar con ellos psicológicamente: les hacía un caño y se reía de ellos en su cara. Se bajaba los pantalones frente a ellos, les hacía calvos o les hacía el signo de la V (con el dedo índice y corazón, el equivalente a enseñar el dedo de en medio en el Reino Unido). No era de extrañar que se llevara una somanta de palos en cada partido, más que ningún otro jugador, aunque no se cortaba al devolver las afrentas: en un partido con el Reading, un rival le propinó una dolorosa patada, que él devolvió. El árbitro debió conceder más importancia a la segunda que a la primera porque lo expulsó del partido. Friday estaba tan cabreado que se fue al vestuario del equipo visitante y se cagó en medio del mismo, a modo de regalo de bienvenida para cuando los rivales fueran a ducharse tras el partido.

Nunca fue un cobarde, es más: nunca usó espinilleras, una elección tan valiente como peligrosa. Se llevaba más patadas que nadie, pero nunca se quejaba. Por mucho que le doliera, sencillamente se levantaba y seguía jugando. Y, si lo consideraba oportuno, las devolvía. Se ganó multitud de amonestaciones en su carrera, y tuvo que dar la cara ante un tribunal disciplinario en varias ocasiones. Además presionaba mucho la salida del balón. De algún modo, pese a su estilo de vida insalubre y a entrenar menos que cualquier otro jugador, tenía una condición atlética y una resistencia envidiables, y siempre daba el 100%. Pronto se volvió dolorosamente evidente la diferencia de rendimiento entre él y sus compañeros.

A medida que avanzaba su primera temporada en el Reading, el equipo fue ascendiendo posiciones sin freno. Las únicas dudas que tenían el club y los seguidores respecto a Robin eran en qué posición estarían si hubieran contado con él desde el principio de la temporada, y si podrían retenerlo mucho tiempo antes de que se fuera a otro equipo mejor. Pronto se creó una horda de incondicionales, y las ventas de entradas subieron solo por la gente que iba a ver a ese prodigio, ese chaval salido de un barrio obrero, con pintas de matón, que hacía maravillas con un balón entre resaca y borrachera.

Si alguien hubiera tratado de domesticarlo, de refrenar su estilo de vida salvaje, probablemente su magia se habría esfumado. Hay jugadores especiales que merecen un trato especial, y Robin era sin duda uno de ellos.

El Reading terminó esa liga en una sorprendente sexta posición, sin duda gracias al genio de Acton. Ya con la temporada acabada, tras una de tantas peleas nocturnas en algún antro, Robin fue al hospital a recuperarse de la paliza, donde descubrió que había jugado los últimos cuatro partidos de liga con un esguince en el tobillo, al que no concedió mayor importancia. Un tipo duro.

Pasado el verano y al empezar la pretemporada, nadie sabía dónde estaba Robin, hasta que descubrieron que había pasado el verano en una comuna hippie en Cornwall. Cuando por fin compareció, estaba en un estado lamentable: tras un verano sin entrenamientos, hinchándose a drogas, sexo salvaje… y aun así en cuanto echó el balón a rodar era el mejor jugador del equipo, tres peldaños por encima del resto.

En un partido a domicilio ante el Crystal Palace, en él jugaba ni más ni menos que Terry Venables, internacional con Inglaterra que estaba jugando en ese club sus últimos años; posteriormente sería entrenador en el mismo, iniciando una carrera que lo llevaría unos años después a entrenar al Barcelona y a la selección inglesa. En cuanto sonó el silbato Robin llevó a cabo su habitual festival de juego, dejando maravillado al público y por supuesto a Venables, que se acercó al banquillo rival a preguntar: “¿Quién cojones es ese tío?”. Intentó hacerse con Friday, pero no pudo reunir el dinero que el traspaso requería.

Friday cogió un equipo anodino del montón y lo transformó. Aficionados de otras ciudades viajaban a Reading solo para ver a ese fenómeno con aspecto y aura de estrella del rock. Precisamente su imagen le trajo problemas en numerosas ocasiones. En un partido, apareció un futbolista rival tirado en el suelo cuando el balón estaba en el otro extremo del campo. Cerca de él, sospechosamente, estaba Robin Friday. Al descanso su entrenador le preguntó qué cojones había pasado, a lo que respondió: “Me ha llamado gitano”.

En un partido ante el Rochdale, luchando por el ascenso, Robin logró un gol en el último minuto para hacerse con la victoria. Fue corriendo hacia un agente de policía que, apático, controlaba la gradería. Le quitó el casco, le cogió la cara con ambas manos y lo besó en la frente, ante el júbilo y el jolgorio generales. “El policía parecía tan frío y aburrido que decidí alegrarlo un poco”.

Tenía la entrada vetada a multitud de sitios. Más de diez veces lo echaron del Boar’s Head, un viejo pub en Reading demolido hace unos diez años, por motivos como “hacer el elefante”, que era como Robin llamaba a darle la vuelta a sus bolsillos vacíos y sacar la polla por la bragueta. Aunque los altercados con la policía estaban a la orden del día, solía salir bien parado. Hurley era un tipo listo y se aseguraba de que el jefe de policía tuviera siempre un buen lugar reservado sin coste alguno, con tal de que tuviera algo de manga ancha con sus chicos. Además, muchos agentes eran admiradores de Friday.

Varios de sus compañeros no veían con buenos ojos que a Friday se le permitiera ausentarse de los entrenamientos, ignorar las charlas tácticas o presentarse a los partidos justo antes de su inicio, aunque era imposible no perdonárselo porque además de ser carismático, cuando llegaba la acción de verdad, estaba tan preparado como cualquiera, y no había un solo partido en el que no diera el 100%, por mucho que fuera cosido a patadas por los rivales. Cualquiera que fuera la lesión, él siempre quería jugar los partidos, y aunque el fisioterapeuta o el entrenador tuvieran sus dudas, él no las tenía: Fuck them, boss, I’ll be all right.

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Título: Re: LOS PLAVI DOBLAN LAS RODILLAS ANTE SABONIS Y COMPAÑÍA.
Publicado por: RED SKIN en Julio 01, 2013, 21:00 Horas
El hombre con el que nadie contaba: el día que la URSS, Sabonis y Valters hicieron llorar a Yugoslavia.

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Cuando solo quedan dos minutos y 15 segundos para acabar el partido, Drazen Petrovic anota el 72-81 para Yugoslavia. El tipo se vuelve loco y empieza a agitar los brazos con los puños cerrados mientras levanta las rodillas. Un baile extraño pero demasiado conocido en Madrid, donde los miles de espectadores que llenan el Palacio de los Deportes, aquel viejo Palacio con los fondos casi verticales y la pista de ciclismo formando un enorme anillo, abuchean al jugador de la Cibona de Zagreb, hartos de ver cómo se ríe de ellos una y otra vez.

Son las semifinales del Mundobasket de 1986 y, como España no está, eliminada tras perder con Brasil en una nueva exhibición de Óscar Schmidt, el público ha adoptado a la URSS. Primero, ya supondrán, porque juegan contra Petrovic. Segundo, por esa fascinación que sigue habiendo en los 80 por todo lo que venga de la gran potencia comunista, una fascinación algo paleta —“Rusia, Rusia, Rusia” gritan las gradas durante todo el partido, como si Khomicius, Kurtinaitis, Sokk o Valters fueran de Moscú— y sobre todo estética. Tercero, por Arvydas Sabonis, al que el público de Madrid adora desde que destrozó con un mate uno de los tableros del Pabellón de la Ciudad Deportiva, convirtiéndolo en un mosaico de pequeños cristales que no terminaban de caer al suelo, probablemente asustados.

El Mundobasket es el segundo gran torneo que organiza España en apenas cuatro años. Un punto medio entre el Mundial de fútbol y los Juegos Olímpicos. El país está de moda, algo así como Brasil en nuestros días, y el PSOE suma mayorías absolutas mientras a la oposición se le pone cara de Hernández Mancha. Es verano y la gente ha ido al campo porque intuye que por fin verá perder a Petrovic, algo que no se repite desde aquella mágica semifinal de Los Ángeles. Tan mágica y tan inusual que se acabó colando en una canción de Los Nikis.

Pero no, quedan dos minutos y 15 segundos y los yugoslavos, poco amigos de regalar sus ventajas, ganan por nueve puntos de diferencia en un enorme esfuerzo coral de los hermanos Petrovic, el veterano Dalipagic, los rudos Radovanovic y Petranovic y las aportaciones puntuales de Cvjeticanin, Cutura o Radovic. Para el juego interior, dos juniors casi adolescentes: Stojan Vrankovic y Franjo Arapovic. Por parte de la URSS, los que tiran del carro son Tikhonenko y Belostenny. El partido del enorme pívot rubio, que parece sacado de la enésima secuela de Rocky, es descomunal, supliendo los errores de Sabonis bajo el aro, las personales de Kurtinaitis, que apenas le dejan jugar, la sobreexcitación habitual de Khomicius y la sangre de horchata de Aleksandr Volkov.

Con todo, el problema para la URSS está en el puesto de base: Tiit Sokk, el estonio, ha estado horrible como suplente, y si ha jugado más de lo habitual es porque Valdis Valters, elegido por el entrenador Gomelski para jugar como base titular desde que se consagrara en el Europeo de 1981, no mete una, no hay manera. Valters es un organizador de 1,95 al que le gusta tirar triples y correr, pero hoy, no se sabe por qué, no corre. No hay contraataques, no hay transiciones rápidas. Valters sube el balón muy lentamente y ordena sin éxito. Ha tirado siete veces a canasta y ha fallado los siete tiros. Encarna el prototipo de base alto que todos los equipos buscarán desde la eclosión de Magic Johnson, pero la sensación que da es que no quiere molestar, que el talento ajeno le supera. Por supuesto, para el aficionado medio, Valters es conocido: no solo ganó el Eurobasket mencionado sino que repitió en 1985 y a sus éxitos hay que sumarle un Mundial, el de 1982, pero durante el año no se sabe nada de él, no visita España con los equipos estrella de la URSS ni juega Copas de Europa… y eso le resta carisma.

Hasta el momento, su torneo está siendo impecable, como el del resto de sus compañeros, que se han paseado durante los diez partidos anteriores, haciendo soñar a todos con la repetición de la final de Cali: un EEUU-URSS que la política nos negó en los Juegos de 1984 y que no vemos por tanto desde aquel Mundial de Colombia 82.



Como todo apunta a que no habrá final de ensueño, el público está cabreado, muy cabreado, especialmente con los árbitros, como es habitual en todo aficionado español. Yugoslavia gana, Petrovic celebra, y de repente, en un momento de iluminación, Valters consigue anotar su primera canasta en juego: un triple, además, que reduce la diferencia a seis puntos. En la misma jugada, Vrankovic comete la quinta falta, después de aguantar casi toda la segunda parte con cuatro. El croata es la punta de lanza de la revolución que se está mascando en el baloncesto “plavi” y que el entrenador Kresimir Cosic ve con muy buenos ojos, tanto que para sustituirle llama a otro adolescente, Vlade Divac, un jugador con apariencia de tosco, de leñero, barbilampiño, hombros cargados, dieciocho años y mirada de estar completamente perdido en ese escenario.

Divac lleva cuatro años jugando al baloncesto, dos de ellos como profesional en el modestísimo Sloga Kraljevo. Su gran temporada, con más de 15 puntos y 6 rebotes de media, le ha llevado a firmar por uno de los equipos de la capital, el Partizán. Con los años se convertirá en uno de los mejores pívots de la historia de Europa. De momento, no es más que un desconocido que intenta defender a Sabonis de la única manera que sabe: anticipándose, siendo agresivo, defensa de juvenil que no tiene nada que perder.

Solo que su equipo sí que tiene algo que perder, claro. La final de un Mundial ni más ni menos.

¡Rusia, Rusia, Rusia! ¡Sabonis, Sabonis, Sabonis!

Después de una serie de tiros libres la ventaja de Yugoslavia se queda en los siete puntos (76-83) y posesión del balón. Queda un minuto y medio aproximadamente y si la diferencia ya sería casi insalvable en 2013, en 1986 es un mundo por una cuestión de reglamento: son los tiempos del “uno más uno” optativo. Cuando un equipo recibe una falta puede elegir entre lanzar un tiro libre y, si lo anota, lanzar un segundo tiro libre… o sacar de banda y volver a tener 30 segundos de posesión. Solo pasándose el balón y dejando que el tiempo corra, los yugoslavos ganarán el partido, pero los soviéticos parecen ponérselo aún más fácil: falta sobre Drazen, que prefiere no lanzar para no arriesgarse, falta sobre Radovic, que tampoco va a la línea.

Cada falta, adrede o no, de la URSS supone treinta segundos más para su rival. Aquello es un suplicio y el público intenta pararlo con nuevos gritos de “Rusia, Rusia, Rusia” y el lanzamiento de objetos al campo, la mayoría cajetillas de tabaco vacías. Richardson, el árbitro de moda de la FIBA, las recoge calmado, como si la cosa no fuera con él y aguanta los pitos porque son parte de su trabajo. Le da el balón a Cutura para que saque y el propio Cutura, segundos después, acaba anotando una de sus típicas suspensiones de cinco metros: queda un minuto y un segundo, Yugoslavia vuelve a ganar por nueve puntos de ventaja, 76-85, el banquillo se abraza y los suplentes agitan toallas blancas.

La URSS necesita un milagro y cuando uno necesita un milagro y está jugando al baloncesto lo mejor es darle la pelota a Sabonis. El lituano ha tenido un partido horrible, pero aun así lleva tres triples en tres intentos y suma una cantidad de rebotes y tapones formidable. Son los tiempos anteriores a la lesión, probablemente la última vez que le veremos en su plenitud física porque justo antes del verano, en la final de la liga, ya ha sentido sus primeras molestias en el tendón de Aquiles. Tiene solo 21 años pero es un mito. Controla todos los fundamentos del juego: puede salir a tirar, como se ha visto, aunque dentro sea imparable. Corre el contraataque como un alero de dos metros y pasa el balón como un base. Europa lo adora como odia a Petrovic, son las dos caras necesarias del mejor momento del baloncesto europeo en varias décadas, dos chavales descarados que no se llevan nada bien y que acumulan cuentas pendientes; la última, solo dos meses antes, cuando la Cibona le ganó al Zalgiris en la final de la Copa de Europa y Sabonis fue descalificado por atizarle un puñetazo a Nakic sin venir a cuento.



Así que el número 15, ya sin bigote y aún sin rodilleras, recibe el balón en carrera y se lanza un triple a ver qué pasa. Es un tiro exagerado, una locura… pero la pelota da en el tablero –a punto está de volver a romperlo- y entra en el aro. El público ruge “¡Sabonis, Sabonis, Sabonis!” y redobla los gritos cuando ve que Radovic se lía al intentar sacar el contraataque, pierde la posesión y Tikhonenko, uno de los jugadores más improbables y a la vez más decisivos que haya visto nunca, encesta otro triple, también desequilibrado desde la esquina.

Quedan 41 segundos y la URSS ya solo pierde por tres puntos de diferencia: 82-85.

Los inolvidables dobles de Divac

Antes incluso de sacar, los soviéticos hacen falta a Cutura, por si cuela y le da por lanzar tiros libres, pero no, no cuela. La estrategia debería de ser simple: aguantar la defensa y utilizar los últimos 10-15 segundos para empatar con un triple… sin embargo todo se va al traste cuando el impaciente Khomicius le hace falta a Alexander Petrovic, el hermano mayor del mal, a mitad de posesión. Quedan solo 26 segundos. A Yugoslavia, ahora sí, le basta con pasarse el balón y el partido acabará sin que nadie lance a canasta. Solo pasarse el balón, eso es todo.

Para sacar de banda, se forma una especie de “touche” en el medio del campo, una línea que mezcla el blanco y el rojo y de la que se desprenden puntos a un lado y a otro para recibir o cortar el pase. Madrid hace su parte y los gritos de “Rusia, Rusia, Rusia” vuelven. Cutura es el encargado de sacar, como siempre, y encuentra a Drazen Petrovic, que se libra de un dos contra uno en medio campo y recibe otra falta. Quedan dieciséis segundos y el balón vuelve a Cutura en el medio del campo, rodeado de publicidad de Winston y camisas chillonas.

El ritual se repite. Balas perdidas en busca del balón, un baile perfecto para que la pelota acabe en las manos de alguien que se apellide Petrovic… solo que esta vez los soviéticos cambian los defensores a tiempo y el único jugador al que ve Cutura, justo frente a él, completamente solo, es a Vlade Divac, al adolescente. Se masca la tragedia. Divac recibe y el pánico se percibe incluso 27 años después. Está solo pero inmediatamente se le acercan dos hombres de rojo. En vez de esperar a que le hagan falta, intenta botar el balón. Mide 2,13, tiene dieciocho años, solo lleva cuatro jugando al baloncesto pero decide que lo mejor que puede hacer es ponerse a driblar rivales hacia la gloria, cosa que no sucede, por supuesto: Divac lanza el balón al suelo, lo recoge y después, en pleno ataque de ansiedad vuelve a botarlo.

Dobles. El chaval se queda mirando al árbitro con cara de “No me hagas esto, por favor”. Petranovic, solo siete años mayor que él, pero con esa jerarquía y mala leche que caracteriza a los balcánicos, le echa una bronca descomunal. Ha puesto en peligro la final pero Cosic no entra en pánico: ni siquiera le cambia. Divac vuelve a posición de defensa porque la URSS está a punto de sacar sin necesidad de tiempo muerto ni nada. Quedan doce segundos y la ventaja, recordemos, es de solo tres puntos, es decir, un triple.

El hombre con el que nadie contaba



Ser soviético implica ser disciplinado y obedecer, así que la pelota le llega al base nada más sacar de banda. Kurtinaitis, el mejor tirador del equipo, lleva varios minutos eliminado por faltas. Queda Tikhonenko, que es la opción más lógica, y quizá Khomicius, un hombre de rachas. Como opciones más descabelladas están Sabonis y Tarakanov, un jugador experto en estas lides, acostumbrado a finales así con el CSKA de Moscú. Sin embargo, de momento, el que bota y el que tiene que decidir es Valters, con su pequeño bigote, tan soviético, como si todos los totalitarismos necesitaran de su mostachito para hacerse notar, para uniformarse.

Valters, ya lo hemos dicho, acaba de anotar un triple, pero antes ha fallado otros tres. Su serie de tiro es 1/8 para siete puntos. Está acostumbrado a vivir bajo el radar porque no juega en el Zalgiris y no juega en el CSKA sino en el pequeñísimo VEF de Riga, la capital de Letonia. El VEF no disputa el campeonato a los grandes pero como buen letón ha preferido quedarse en casa aunque sea en un equipo cuyo techo en la competición local será un quinto puesto en toda la década de los 80. Riga es una ciudad de baloncesto y títulos, pero todos los ha ganado el vecino, el ASK, que está en una crisis tremenda desde que se apuntara las primeras tres Copas de Europa a finales de los cincuenta.

El público grita “Rusia, Rusia, Rusia” pero la pelota la bota un letón y todos esperan a un lituano, cosas que sabremos con el tiempo, igual que sabremos que quien le defiende es un croata.

Quedan diez segundos, nueve, ocho… Valters ordena un bloqueo y continuación con Sabonis, con la idea de que el héroe de la hinchada se abra y tire otro de sus triples frontales. Sin embargo, Valters desobedece. Valters decide que la estrella, por un día, va a ser él, y sabe que si falla, si consuma su 1/9 en tiros, Gomelski le va a mandar a Siberia o como mínimo se le van a acabar los viajecitos al extranjero, esos viajecitos en los que los jugadores soviéticos aprovechan para ganarse un dinero gracias al contrabando, casi su único contacto con el exterior.

Valters sabe todo eso pero aun así lanza. Por supuesto, anota. Como para no hacerlo. El partido está empatado a 85 y el cronómetro se apaga: dos, uno, cero… Los jugadores de la URSS no corren a abrazar al letón porque para ellos la individualidad no existe, pero sí que saltan y gritan y se abrazan entre ellos como si hubieran ganado el partido. Porque lo han ganado. Porque saben que Yugoslavia no está preparada para un golpe así y que acabará cayendo en la prórroga víctima de los tiros libres de Sabonis y del empecinamiento de Cosic y su segundo, Ivkovic, en mantener a Divac en el campo, autor de cuatro faltas en cinco minutos y, todo hay que decirlo, una canasta que anuncia grandes cosas.

Valters no necesita hacer nada más; de hecho, vuelve a fallar otro triple, ya vuelto a la normalidad, y se limita a botar tranquilamente, sin estridencias, y a buscar una y otra vez al pívot lituano. Al final, la URSS ganará 91-90 con una última posesión de libro: los cinco jugadores abiertos pasándose el balón sin que los yugoslavos ni la huelan. Porque de eso se trataba, de pasarse el balón, compartirlo, cuidarlo… Divac llora y nadie le atiende porque Yugoslavia tiene un aire a Esparta y a la batalla se viene llorado de casa. La URSS jugará la final ante los Estados Unidos de Kenny Smith, Tyrone Bogues, Steve Kerr, Brian Shaw, Sean Elliot y David Robinson, preparado para el primero de sus dos grandes envites internacionales contra Sabonis.

El segundo lo perderá en Seúl, en 1988, y será el más doloroso.



La final soñada acabará con victoria estadounidense por solo dos puntos, 87-85. Valters volverá a su papel de director anodino, acabando el partido con una sola canasta. Al año siguiente jugará el Eurobasket de Grecia, el que la URSS perderá sorprendentemente ante Nikkos Gallis y una panda de amigos exaltados. Ese será su adiós a la selección que le hizo famoso. Ya con 30 años, no puede hacer nada para competir con el joven Marciulionis y su mezcla de velocidad, coraje y tiro. De vuelta a Riga, aún tendrá tiempo de vestir la camiseta de su país, su pequeño país a orillas del Mar Báltico que ya fuera campeón de Europa en 1935, justo antes de la guerra, cuando aún no había caído en las garras de Stalin.

En la grada, medalla de bronce al cuello, Divac jura que volverá, como Mac Arthur. Al año siguiente, impresionará a todos en Bormio, aquel campeonato del mundo juvenil que reunió en un mismo equipo a Kukoc, Radja, Divac, Djordjevic, Illic… y en 1989 se convertirá en el primer yugoslavo en jugar en la NBA —ni más ni menos que en los Lakers de Magic Johnson— y no solo ganará un Mundial sino que ganará dos… pero esa es otra historia.


http://www.jotdown.es/2013/06/el-hombre-con-el-que-nadie-contaba-el-dia-que-la-urss-sabonis-y-valters-hicieron-llorar-a-yugoslavia/ (http://www.jotdown.es/2013/06/el-hombre-con-el-que-nadie-contaba-el-dia-que-la-urss-sabonis-y-valters-hicieron-llorar-a-yugoslavia/)
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: neopalmete en Julio 01, 2013, 21:12 Horas
esta fue la URSS que vimos algunos sevillanos en el estreno de San Pablo???
con USA (universitario, creo) españa y ¿puerto rico o cuba?

allá por el año 1987/88
Título: Re: Allen Iverson
Publicado por: RED SKIN en Septiembre 02, 2013, 16:16 Horas
Alegato por Allen Iverson
Publicado por David Navarro


No quiero ser Michael Jordan, no quiero ser [Larry] Bird o Isiah [Thomas]. No quiero ser como ni uno de esos tíos. Cuando me retire, quiero mirarme en el espejo y decir: «lo hice a mi manera». Allen Iverson.

A punto de anunciar su retirada definitiva del baloncesto profesional, si Iverson echa la vista atrás a lo que fueron sus 14 años en la NBA desde luego podrá decir que lo hizo a su manera. Con lo bueno y lo malo que esto conlleva. A menudo víctima de sí mismo, su vida tiene pinceladas de épica sobre un fondo trágico. La noticia de su retirada llega unos meses después de que nos enteráramos de que, pese a haber ganado más de 150 millones de dólares a lo largo de su carrera —solo en concepto de salario, sin contar los ingresos millonarios de sus patrocinadores—, se había arruinado. Siguiendo un guión familiar, que retrata duramente el excelente documental Broke, la estrella se rodeó de la gente menos adecuada, vivió como si su fortuna no fuera a acabarse nunca, llegando a gastar un millón de dólares en solo una noche en un casino de Atlantic City, y cuando su principal fuente de ingresos (el baloncesto) desapareció, todo se desmoronó paulatinamente. Cuando su amor de toda la vida, Tawanna, con la que había estado desde el instituto y compartía cinco niños, pidió el divorcio el año pasado, Iverson ya estaba en las últimas. «No tengo dinero ni para una cheeseburger», le espetó a su exmujer dándose la vuelta a los bolsillos vacíos, que le dio entonces 61 pavos.

Así pues, Allen Iverson se ha dado de bruces con el destino que tenía reservado, del que trató de huir con su estilo de vida de estrella del hip hop que tantas ampollas levantó en la encorsetada moral yanki y en los mismos cimientos de la NBA. Pero tras los anillos y cadenas de oro, las trenzas, las bandanas y la pose de matón, nunca dejó de existir el crío que sufrió una infancia durísima en Hampton, Virginia, hijo de una madre soltera de solo 15 años y un padre biológico que se desentendió de su familia.

Con solo ocho años, Allen presenció su primer asesinato. Varios de sus amigos murieron tiroteados, y a los 16 años, su mejor amigo fue apuñalado hasta la muerte. Criado en ese ambiente, no es de extrañar que lo que saliera de ahí fuera un chaval poco dado a los formalismos. Como dice un antiguo vecino suyo al ser preguntado por qué de los barrios más marginales salen los mejores deportistas: «aquí siempre decimos que la mejor comida sale de una olla a presión».

Para Allen el deporte supuso primero una muy necesaria vía de escape a la presión de ese submundo, y luego una brillante oportunidad, cuando al alcanzar la adolescencia, pese a medir apenas 180 centímetros y pesar 70 kilos, poseía una fortaleza inaudita para alguien de su tamaño, así como una gran velocidad, rápidos reflejos y una cabeza que parecía pensar más rápido que las de todos los demás. Primero vino el fútbol americano con el instituto, donde se convertiría en el mejor jugador del estado, sumando en un año 2204 yardas ofensivas, ganando el título para su equipo.

(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2013/08/Iverson3.jpg)

Pero lejos de los focos, las cheerleaders, los balones y los aplausos, cuando volvía a la vida real, todo volvía a desmoronarse de nuevo a su alrededor. Su madre solía desaparecer durante períodos indeterminados de tiempo para darse a las drogas. En una ocasión el pequeño Allen fue captado por cámaras de seguridad comprando drogas para su madre. Como el crío que va a comprar el pan. Dada la indulgencia de la madre, tuvo que hacerse cargo de su hermana, a quien tenía que alimentar de alguna forma, sin un hogar fijo, rotando entre las casas de amigos y familiares. Su entrenador de baloncesto en el instituto, Mike Bailey, recuerda: «Había ocasiones en las que Allen no sabía dónde iba a tomarse su próxima comida. Era un chaval que no podía ni siquiera ducharse porque les habían cortado el agua corriente en casa». La única persona a la que Iverson ha podido llamar «papá» fue su padrastro, Michael Freeman, que trató de sacar a Allen y su madre de la miseria de la única forma que conocía: traficando con drogas. Las cosas no le salieron bien y fue encarcelado en varias ocasiones, pero Iverson no se olvida de lo que hizo por ellos: «Lamento toda la cárcel que tuvo que sufrir por nosotros. No podía soportar vernos vivir de esa manera, así que salió a la calle e hizo lo que tenía que hacer».

No contento con ser el mejor jugador de fútbol americano de la liga, quiso ser también el mejor en baloncesto. Como no podía ser de otro modo, su éxito fue rotundo, y andaba camino de liderar a su equipo para ganar el título estatal cuando todo se estropeó en la noche de San Valentín de 1993, en una bolera donde los únicos negros que había eran Allen y sus amigos. Una escalada de insultos y empujones desembocó en una pelea multitudinaria que terminó con cuatro detenidos, de los cuales ninguno era blanco pese a que los golpes volaron en ambas direcciones. Allen era uno de los acusados.

Mientras el juicio llegaba, Iverson lideró al equipo de baloncesto de su instituto para ganar el título estatal con unos promedios de escándalo: 31,6 puntos, 8,7 rebotes y 9,2 asistencias por partido. Su total de puntos esa temporada, 948, superó ampliamente el récord anterior, que había sido ostentado por Moses Malone durante casi 20 años.

Iverson3Pero de nuevo, al salir de los pabellones que lo idolatraban, se dio de bruces con la vida. A pesar de no tener ninguno de ellos antecedentes y ser menores, se les juzgó como adultos aprovechando un artículo creado en su momento para proteger a los negros de los linchamientos a los que eran sometidos por los blancos años atrás. Irónicamente, ese mismo artículo fue usado en contra de ellos. En un juicio que pronto se convirtió en un espectáculo dada la notoriedad de Iverson, los jóvenes negros fueron duramente juzgados. Iverson, en eso que se suele llamar una condena ejemplar, fue sentenciado a cinco años de prisión y se resignó a ver como su sueño de escapar de la miseria se iba a la mierda encerrado en la prisión de Newport News City Farm.

El enorme apoyo por parte de la comunidad negra, que veía en la condena motivos racistas, logró que el gobernador revisara el caso y, tras cuatro meses en la cárcel, Iverson fue indultado en 1995 por falta de pruebas, y poco después lo serían sus amigos.

Este suceso sin embargo marcaría para siempre su vida, y en adelante su trayectoria como deportista nunca estaría disociada de lo que pasó aquella noche en la bolera. No le impidió sin embargo ser elegido por Philadelphia en la primera posición del draft de 1996, donde por fin se podría medir al mejor: a Aerolíneas Jordan.

Varios años atrás, en 1992, Iverson estaba comiendo con sus compañeros de equipo en una hamburguesería para celebrar su título de campeones de Virginia, cuando este soltó: «Creo que podría ganar a Michael en un uno contra uno»

Todos creyeron que estaba hablando de Michael Evans, un compañero de equipo, y Boo Williams, uno de los técnicos le dijo: «Allen, todos sabemos que puedes vencer a Michael».

«No, no. Apuesto a que podría con Michael Jordan»

Todos lo miraron expectantes, esperando que se riera o hiciera algún gesto que demostrara que estaba de broma, pero nunca llegó. Williams después declararía que tras eso no pudo terminarse la hamburguesa.

Ya en 1996, con Jordan en una de sus mejores temporadas, ambos se encontraron por fin frente a frente. Y esto es lo que pasó:

iverson crossover jordan (http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=QZARgv6ulkg#)

Su trayectoria en la NBA es algo que no puede explicarse en un artículo. Es preciso haber sido testigo. Pese a ser casi siempre el jugador más pequeño de la cancha, su agresividad jugando no conocía de tamaños. Sus penetraciones salvajes metiéndose entre los cuerpos de los gigantes rivales, sorteándolos con agilidad felina y jugando con los defensas rivales hasta el punto de la humillación son dos cualidades que lo hacían un jugador único e irrepetible. Su pequeño cuerpo, cosido a moratones por la gran cantidad de golpes que su insolencia le garantizaba en cada partido, era capaz de los movimientos más rápidos y los cambios de mano más fulminantes. Su increíble capacidad para anotar, bien penetrando con bandejas inverosímiles, bien con su tiro en suspensión, sus reflejos, su velocidad y su astucia le valieron para liderar a un equipo de perfil bajo como Philadelphia para codearse con los más grandes de la liga. El culmen llegó al hacer mortal a la máquina de guerra angelina que Phil Jackson construyó con un quinteto inicial cuya sola mención sigue causando sudores en más de uno: Ron Harper, Kobe Bryant, Horace Grant, Rick Fox y Shaquille O’Neal.

En 2001, Iverson llevó a los 76ers a la final de la NBA tras tres series de playoffs no exentas de épica: 3-1 ante los Pacers de Reggie Miller, 4-3 ante Toronto, entonces con Vince Carter y Anthony Davis en sus momentos más dulces, y finalmente otra victoria en el séptimo partido contra los Bucks, por entonces liderados por Sam Cassell y un joven Ray Allen.

Los Lakers, vigentes campeones, llegaban mucho más descansados: habían llegado a la final de la NBA sin perder un solo partido, un rodillo baloncestístico. Los 76ers, con Iverson como estrella, bien acompañado por Aaron McKie y el enorme en todos los sentidos Dikembe Mutombo, aterrizaron entre miradas displicentes y una euforia general en la que se daba por hecho que los Lakers ganarían ese anillo sin perder un solo partido en playoffs. El salto inicial dio paso a dos exhibiciones individuales. Shaquille estuvo colosal, como es él, pero ni sus 150 kilos ni sus 44 puntos y 20 rebotes sirvieron para evitar que un jugador con la mitad de su peso decantara el partido para el lado de su equipo: con 48 puntos, 6 asistencias y 5 robos, Allen Iverson dejó mudo al Staples Center de Los Angeles robándoles la victoria por 107 a 101. En el último cuarto nos dejó uno de sus mejores movimientos frente al impotente Tyronn Lue.Ese fue el año en el que ganó el justo galardón al mejor jugador de la temporada, pasando por delante de colosos como Tim Duncan y O’Neal.

Iverson4Pasaron varios años en los que Iverson continuó siendo uno de los mejores de la liga, siempre entre los máximos anotadores. Pero entonces le sucedió lo que a todos los jugadores: su cuerpo maduró, y se hizo más débil. Su cabeza no maduró, y se hizo más débil. Quiso seguir siendo el mismo anotador salvaje y descarado que había sido siempre, solo que ya no podía seguir siendo así. Tras su pico de juego, lo que quedó fue una frustrante lucha entre su ego y su cuerpo, negándose el primero a traspasar su rol de estrella a otro de jugador de equipo. Su marcha de los 76ers tras diez años en la franquicia para buscar un campeonato que nunca llegaría fue el inicio de una cada vez más decepcionante declive pasando por tres equipos distintos, que culminaría finalmente con una vuelta a Philadelphia en 2009, donde firmó por poco más de un millón de dólares (cuando había llegado a cobrar más de 20) y desapareció el 22 de febrero del año siguiente, sin preaviso, dejando colgados a técnicos, compañeros y aficionados, para no volver a jugar más en la NBA.

Su legado es difícilmente definible. Por un lado está la figura del jugador, sin duda alguna uno de los mejores hombres pequeños que jamás hayan jugado a baloncesto. Los trofeos así lo acreditan: MVP de la liga en 2001, rookie del año en 1996, cuatro veces líder en anotación de la liga, tres veces líder en robos de balón y once veces all-star. Por otra parte está la estrella del hip hop. Su falta de respeto a todo lo establecido, desde el resto de jugadores hasta la misma organización de la NBA, pasando por entrenadores o árbitros, no le ayudaron a hacer amigos.

Iverson llegó a la NBA comportándose del modo en que la vida le había enseñado que debía hacerlo para protegerse a sí mismo y a los suyos, entre el macho alfa y el camello con pistola sin marcar. No deja de ser hipócrita que se le exija a un chaval que viene de un gueto donde las drogas y los asesinatos son el pan de cada día que adquiera modales de mayordomo inglés por el simple hecho de jugar en una liga profesional de baloncesto.

Pionero en introducir los tatuajes y el aspecto hiphopero en el baloncesto, fue objeto de todo tipo de críticas, hasta el punto de que en 2005 el comisionado de la NBA David Stern implementó un código de vestimenta contra el que muchos protestaron, entre ellos por supuesto Iverson, indignados por la falta de libertad de expresión y la criminalización de una forma determinada de vestir, que sin embargo sí se usaba oficialmente para promocionar la liga y sus productos mediante anuncios con temática hip hop.

Así como Larry Bird y Magic Johnson fueron los símbolos de los 80 y Jordan lo fue de los 90, Allen Iverson fue uno de los jugadores más icónicos de la década de los 2000, llevando la imagen de las calles a los lujosos pabellones de la NBA. Hoy en día raro es el jugador que no lleve tatuajes o use accesorios como brazaletes o mangas, otra de las peculiaridades de Iverson. Eso sí: de la imagen de rapero poco o nada queda. Esa imagen rebelde ha sido radicalmente sustituida por una imagen que roza y supera en ocasiones la imagen ridícula del peor Steve Urkel. Ejemplos especialmente sangrantes son los de jugadores como Russell Westbrook o Dwyane Wade.

Cuando era pequeño, su madre le dijo que podía ser lo que él quisiera. Al cumplir los nueve años, le dijo a su madre que sería el primer Iverson en ser deportista profesional. Las posibilidades de que aquel niño esmirriado, criado en un gueto insalubre con una mortalidad juvenil altísima, llegara a la NBA eran ínfimas. Pero lo hizo.

Ahora es distinto. Sin dinero, sin apoyos, sin esposa y, lo que es peor: sin baloncesto, Allen Iverson es un fantasma sobre la faz de la tierra. De pequeño tenía la vida por delante para crecer y luchar, y vaya si lo hizo. No obstante, la sensación que da ahora Iverson es la de alguien que tiró la toalla ya hace años. Desde que dejara Denver, las noticias que hemos ido recibiendo de él han sido cada vez peores. Cuando creíamos que no podía caer más bajo, nos ha demostrado que sí era posible. No hay absolutamente nada que haga presagiar que recibamos una buena noticia con su nombre en ella. Pero si alguien ha demostrado que se pueden desafiar todos los pronósticos para lograr emerger de la miseria, ese ha sido él.


(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2013/08/Iverson5.jpg)

http://www.jotdown.es/2013/08/alegato-por-allen-iverson/ (http://www.jotdown.es/2013/08/alegato-por-allen-iverson/)
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: pakokoSFC1905 en Septiembre 12, 2013, 12:38 Horas
Que gran entrevista a un, por lo menos para mí, pedazo de entrenador (o vendecolchas o hacedor de lluvia, como queráis llamarle) como es Paco Jémez.

http://www.jotdown.es/2013/07/paco-jemez-cruyff-ha-sido-influencia-en-todo/ (http://www.jotdown.es/2013/07/paco-jemez-cruyff-ha-sido-influencia-en-todo/)
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: tsartas_10 en Septiembre 12, 2013, 13:05 Horas
La de Paco Jémez ya la había leido, ESPECTACULAR.
Título: Re: MIKE TYSON EN 28 ASALTOS.
Publicado por: RED SKIN en Septiembre 20, 2013, 23:42 Horas
Mike Tyson: los 28 combates que lo llevaron al título, uno a uno (I)
Publicado por E.J. Rodríguez

(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2013/09/Mike-Tyson.jpg)

«¿Por qué no puedo tener lo que quiero? ¿Por qué? He trabajado duro para conseguirlo, he sudado por conseguirlo. No lo robé. Sangré en el gimnasio por ello, he golpeado mi cuerpo bien fuerte, los rivales me han pegado fuerte. ¿Por qué no debería tenerlo? ¿Por qué deberían quitármelo?»

En Jot Down ya hemos hablado alguna vez de Mike Tyson; concretamente Rubén Uría escribió sobre su importantísima relación con Cus D’Amato —el legendario entrenador que lo recibió en su casa como a un hijo adoptivo— o sobre el día en que para estupor del mundo entero, Tyson sufrió su primera derrota profesional por KO a manos del rival más inesperado, un relativo  segundón llamado James «Buster» Douglas.

Normalmente cuando se habla de Mike Tyson se suele incidir en los aspectos personales más problemáticos o en su llamativa caída como púgil y como persona. No resulta extraño, porque Tyson es el prototipo de gigante con los pies de barro, de juguete roto que perdió el timón de su vida cuando ya había alcanzado la cumbre y que da como para escribir mil y una reflexiones. Es verdad que su tormentosa biografía es propia de personaje de alguna novela de Dickens y de hecho recomendaría a quien todavía no lo haya visto el excepcional documental-entrevista que se titula sencillamente Tyson, donde podemos ver en su faceta más descarnada a uno de los grandes mitos del boxeo y la cultura popular de finales del siglo XX. Pero hoy, al menos, de lo que me interesa hablar es del Mike Tyson boxeador en sus años de gloria. Del púgil que revolucionó un deporte como pocos antes que él. Del hombre que siendo apenas un adolescente asombró a los expertos pelea tras pelea. Del peso pesado que con 28 victorias en 28 combates —incluyendo 26 KO— se convirtió en el campeón mundial más joven de todos los tiempos. Del hombre que revitalizó el interés por una disciplina que había caído en el sopor tras la decadencia y retirada del gran Muhammad Ali. De aquel fascinante fenómeno llamado Michael Gerard Tyson. Creí que sería realmente interesante ver cómo un debutante de 18 años va haciéndose camino hasta conseguir el cinturón de campeón del mundo de los pesos pesados apenas cumplidos los veinte.

Mucha gente tiene una concepción equivocada sobre el Tyson boxeador, sobre todo si desconocen su primera etapa, la de su ascensión a la gloria. Piensan que era solamente un bruto cuya única arma era su enorme pegada. Pero nada más lejos de la realidad. Sí, sus golpes potentes podían tumbar a cualquiera. Esos golpes demoledores eran lo que más llamaba la atención y traían a la memoria la dinamita de Sonny Liston, George Foreman o (sobre todo) Joe Frazier. Y es verdad que sus rivales a menudo perdían antes de pisar el cuadrilátero, atenazados por el pánico, y que eso producía brevísimos combates que reforzaban la idea de Tyson como de un one trick pony. Pero había más, bastante más en su estilo que su pegada y su aterradora planta. No podemos olvidar que Tyson fue un gran boxeador desde varios puntos de vista, no solamente por esa pegada, y que durante una época cada una de sus apariciones eran una delicia para el aficionado, por más que sus fugaces combates acostumbrasen a terminar en un KO prematuro. No, Tyson quizá no poseía el repertorio de Ali o de Sugar Ray Robinson, eso es cierto. Pero era rápido de manos, ágil de cintura e incluso —a su manera— ligero de piernas. Tyson sabía que la velocidad también equivale a fuerza. Un golpe potente es un golpe fuerte, pero un golpe potente y rápido es doblemente fuerte. Tyson era más que un pegador básico. Dominaba varias combinaciones, sabía vulnerar las guardias de los rivales, sabía cuándo atacar y cuándo esperar. Era hábil esquivando golpes y sus cualidades defensivas —que, eso sí es cierto, se resintieron muchísimo cuando ya siendo campeón comenzó a descuidar su preparación— a menudo son infravaloradas por quienes solo recuerdan al Tyson de la gran fama.

Su más celebrado golpe era aquel gancho de izquierda que podía derribar árboles, aquel gancho que era su marca de fábrica y que se cuenta sin duda entre los mejores ganchos de izquierda de todos los tiempos. Otro de sus golpes de la casa era el uppercut, con el que desde abajo solía castigar a sus rivales en la corta distancia, especialmente si eran más altos que él. Pero como decíamos también podía lanzar veloces combinaciones de cinco, seis o siete golpes, rápidos como el relámpago. Sus dos brazos eran muy potentes y los dominaba a la perfección, de hecho cambiaba continuamente entre la guardia ortodoxa (diestra) y la southpaw (zurda), porque podía aspirar a noquear desde ambos flancos con idéntico control y precisión. Perfeccionó la guardia peek-a-boo, con los antebrazos ante la cara y los guantes casi a modo de orejeras: esa misma guardia que muchos años atrás Cus D’Amato había enseñado a Floyd Patterson. Una guardia arriesgada si uno no era lo bastante rápido como para esquivar y lanzar terribles contragolpes, pero que —al menos mientras Tyson conservó su velocidad— le permitió vapulear a púgiles mucho más altos y con mayor alcance de brazos que él. Por si fuera poco, en sus primeros años fue un boxeador tremendamente disciplinado cuya forma física era extraordinaria. Mike Tyson no era un púgil perfecto —probablemente ningún púgil es perfecto— pero edurante un tiempo fue uno de los más grandes y más excitantes pesos pesados que el mundo haya visto. Habrá cometido muchos errores en su carrera profesional y en su vida personal, desde luego, pero hay algo que como él mismo dice no le podemos quitar. Y ese algo es la gloria deportiva que se ganó bien a pulso, a base de mucho trabajo, de determinación y de talento.

Aquí repasaremos sus 28 primeros combates profesionales. Una fulgurante carrera que desde marzo de 1985 a noviembre de 1986 lo llevó desde el anonimato hasta el campeonato del mundo. Su primer año como profesional, que veremos pelea a pelea en esta primera parte, fue literalmente increíble. Debutó el seis de marzo de 1985, con 18 años de edad y siendo un desconocido… pero a finales de ese mismo año ya había periodistas que le estaban preguntando por qué no se enfrentaba a púgiles del Top Ten. Algunos incluso insinuaban la posibilidad de que a principios de 1986 intentase pelear contra alguno de los tres campeones mundiales vigentes de las tres asociaciones (WBC, WBA e IBF) en las que estaba dividido el boxeo. El joven Tyson respondía a las preguntas sobre un posible título con la cándida sencillez que lo caracterizada en aquellos tiempos, cuando el antiguo delincuente juvenil respondía a los reporteros con un cortés «Yes, sir» y trataba de no decir una palabra más alta que otra: «Llevo solo unos meses como profesional y en boxeo, hablar de pelear por el título a estas alturas es completamente absurdo». O «decidir con quién peleo es cosa de mi mánager; él no me dice cómo hacer mi trabajo y yo no le digo cómo hacer el suyo. Cuando él crea que estoy preparado para vencer a un campeón del mundo, yo también lo creeré».



(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2013/08/Tyson-Hz-2.jpg)

http://www.jotdown.es/2013/09/mike-tyson-los-28-combates-que-lo-llevaron-al-titulo-uno-a-uno-i/ (http://www.jotdown.es/2013/09/mike-tyson-los-28-combates-que-lo-llevaron-al-titulo-uno-a-uno-i/)
Título: Re: El hombre que le regaló a Michael Jordan su tercer anillo
Publicado por: RED SKIN en Octubre 09, 2013, 22:45 Horas
El hombre que le regaló a Michael Jordan su tercer anillo

Publicado por Guillermo Ortiz
John Paxson
(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2013/10/John-Paxson.jpg)

La eliminatoria ha vuelto a Phoenix. Los Bulls llevan todo el año así, un poco jugando al ratón y al gato: ahora me alcanzas, ahora me escapo. Sufrían como perros contra los Knicks en la final de conferencia, con un 2-0 en contra y unas sensaciones horrorosas, y a la semana la cosa ya estaba 2-4, billete asegurado para jugarse contra Charles Barkley la final de la NBA, su tercera consecutiva, la oportunidad de ser el primer equipo desde los Minneapolis Lakers y los Boston Celtics en ganar tres anillos de campeón en tres años.

Magic Johnson no pudo hacerlo. Kareem Abdul-Jabbar no pudo hacerlo. Larry Bird ganó tres en toda su carrera, nunca, por supuesto, consecutivos.

Ese es el reto que tiene ante sí toda una generación de jugadores que empezaron con Doug Collins a finales de los 80 y se asentaron con Phil Jackson a principios de los 90. Una generación de jugadores que poco a poco van llegando a los treinta años con lo que eso implica: mayor madurez en su juego pero la necesidad imperante de gestionar los esfuerzos: el verano anterior, Jordan y Pippen se han pasado meses con el Dream Team de gira en vez de descansar y preparar la temporada. Bill Cartwright ha estado casi todo el año lesionado y Horace Grant ya parece buscar un sitio donde le traten y le paguen mejor. El eterno agraviado.

Junto a ellos, los jornaleros de la gloria, esos jugadores que no pueden faltar en ningún equipo de Phil Jackson: el veterano base suplente John Paxson, el flamante base titular B.J. Armstrong, el pivot fajador Will Perdue, el siempre sólido Scott Williams y el bala perdida de Stacey King, figura universitaria que nunca llegará a más que a «tipo que hace vestuario» en la NBA. Ellos cinco, más las tres estrellas, más el entrenador, son los que quedan de aquel primer anillo ganado en el Forum de Inglewood en la misma cara de Jack Nicholson, el canto del cisne de unos Lakers que perderían a Magic por el SIDA apenas unos meses más tarde.

Ocho jugadores que aguantan tres años y aguantan ganando es algo de lo más inusual en la NBA y por eso pasan cosas como estas: pierdes la ventaja campo por una liga regular decepcionante, llegas a la final a base de talento… y cuando parece que está todo hecho y has ganado los dos primeros partidos en Phoenix, vas y pierdes dos de tres en tu Chicago Stadium para darle emoción a la historia. Uno de ellos, para añadir más dramatismo, después de tres prórrogas, el que hubiera puesto el casi definitivo 3-0 en el marcador.


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El hambre de una manada de lobos solitarios

En definitiva, como decía al principio, la eliminatoria ha vuelto a Phoenix, que lleva muchos años sin verse en una de estas, exactamente desde 1976, cuando otra triple prórroga en el Boston Garden y un poco de magia de John Havlicek dejaron al equipo de Paul Westphal y compañía a un paso del primer campeonato para una franquicia por entonces joven. Diecisiete años después, ahí sigue Westphal pero esta vez como entrenador y si algo se puede decir de sus Suns es que tienen hambre. Un hambre brutal. Un hambre de sesenta y dos victorias y solo veinte derrotas y contraataques constantes, triples imposibles, un juego veloz marcado por el espídico Kevin Johnson, que con los años acabaría como alcalde de Sacramento.

Es el hambre de un grupo de hombres que no están acostumbrados a la gloria, es decir, que no son los Chicago Bulls. Jugadores que se han tenido que ganar el respeto tras años y años en la liga como Danny Ainge, que han vivido con el peso de la final olímpica perdida en Seúl como Dan Majerle, que han recurrido a concursos menores para asomarse a Sports Illustrated como Richard Dumas o Cedric Ceballos… y sobre todo el hambre de dos campeones que nunca han llegado a serlo: Tom Chambers, estrella en Seattle, ya en sus treinta y muchos, con un papel residual en el equipo y sobre todos ellos Charles Barkley, el tipo que siempre estuvo «a punto de»… A punto de ser elegido por Bobby Knight para jugar los Juegos Olímpicos de 1984, a punto de ser el máximo anotador de la temporada en varias ocasiones, a punto de ser el mejor jugador de la liga sin llegar siquiera a los dos metros…

El hambre de Barkley es insaciable y la temporada de los Phoenix Suns no se entiende sin él. El paso por el Dream Team le ha venido de maravilla. Todo el mundo está de acuerdo en que fue el mejor dentro de la pista aparte de ser el más carismático fuera de ella. Por una vez el patito feo se sintió un cisne y le gustó. Harto de ser un perdedor en los Philadelphia 76ers, incapaz de continuar el legado de los Cheeks, Julius Erving o Moses Malone, con los que llegó a coincidir muy brevemente al principio de su carrera, Barkley había forzado su fichaje por los Suns para buscar por fin el anillo que le era esquivo. El resultado no podía haber sido mejor: MVP de la temporada dentro del mejor equipo de la liga.

Lejos quedan las polémicas, como cuando tras perder un partido en el último segundo, dijo a la prensa que lo que le apetecía era llegar a casa y pegarle una buena paliza a su mujer o como cuando tras ser expulsado por faltas de un partido le dijo al árbitro en cuestión: «¿Crees que esta gente ha pagado la entrada para verle a él?», refiriéndose al compañero de equipo que le sustituía. Barkley ahora no solo presume de hambre sino de madurez, y ahí está, a dos partidos de su primer título, los dos en casa, ante su público.

Sin embargo, si hay un equipo al que «el Gordo» no da miedo alguno es a los Chicago Bulls. Tiene sentido: Jordan le tiene comida la moral. Le ha vencido varias veces en la Conferencia Este, le ha superado como anotador y como estrella individual. Cuando los dos parecían condenados a ser primadonnas sin premio colectivo, Michael se ha puesto a ganar títulos como loco. Puede que alguien quiera ser como Charles, eso nadie lo duda, pero desde luego los niños lo que cantan es el «I wanna be like Mike» que les repite Nike cada cuatro anuncios.

Para los Bulls, Barkley es lo que Jordan era para los Pistons: un perdedor, un tipo predecible. De hecho, Phil Jackson apenas le presta atención y se centra más en parar como sea a Kevin Johnson y mitigar los daños que pueda causar Dan Majerle en ataque. El objetivo no es Barkley sino encerrar a los bases de Phoenix en esa tala de araña que tejen los brazos de Jordan y Pippen con las ayudas de Grant tras bloqueo. Parar el ritmo. Bajar la anotación. Llevar el partido al ritmo de las finales, donde los niños, dice el tópico, no pueden seguir el ritmo de los hombres.

La táctica tiene éxito a medias porque si no los Suns no estarían aún vivos y coleando: la anotación supera con creces los 100 puntos en casi todos los partidos y Barkley, sin ser del todo decisivo, presenta unos números impecables: 28,6 puntos, 12,2 rebotes y 4,8 asistencias por partido, aunque con unos porcentajes mejorables. Enfrente, Michael Jordan viene de tres exhibiciones majestuosas ante su público: 44 puntos en el tercer partido, 55 en el cuarto, y otros 41 en el quinto. Dos de los tres han acabado en derrota y no es casualidad: cuando el partido se convierte en una demostración individual —y así fue durante muchos años— lo normal es que el equipo pierda. Si los Bulls han aprendido a ganar y a ganar casi siempre es porque juegan en equipo, porque mezclan el uno contra uno con lo que Tex Winter y Phil Jackson han dado en llamar «el triángulo ofensivo» o «ataque de triple poste», una táctica algo confusa que solo ellos parecen entender de verdad, que, de hecho, a ellos les parece sencillísima, pero que en su sencillez esconde tal variedad de opciones que a los ojos del espectador es difícil buscar patrones.



Así que, en resumen, y tras cinco partidos, Jordan le va ganando el pulso a Barkley, pero esto no es un duelo entre dos sino entre diez y la ciudad de Phoenix se engalana para albergar el sexto encuentro con la esperanza de que la cancha vuelva a ser el fortín que fue durante la liga y no el coladero que viene siendo a lo largo de los play-offs. Los analistas coinciden en que los Suns son mejor equipo. También coinciden en que acabarán perdiendo. Sir Charles no está de acuerdo. Tras sobrevivir al quinto partido en Chicago, lo tiene claro: «Dios quiere que ganemos un campeonato del mundo». Jordan es más práctico: cuando se sube al autobús que lleva al equipo al America West Arena, lo hace con un puro de 30 centímetros entre los labios y saluda a todo el mundo de esta manera: «Hola, campeones, vamos a patear unos cuantos culos en Phoenix».

El colapso improbable de los Bulls

El problema es que durante el primer cuarto del sexto partido, el dios de Barkley no aparece por ningún lado y Michael Jordan no se cansa de patear traseros: anota tres triples para un total de 15 puntos, y los Bulls se adelantan 28-37 en el marcador. A tiras y aflojas, pese a los ataques de rabia de Barkley, Johnson y Majerle, la diferencia se mantiene a la entrada del último cuarto: 79-87. ¿Qué posibilidades tienes de ganar un partido a un equipo que tiene a Michael Jordan cuando llegas al último cuarto perdiendo? Es más, ¿qué posibilidades tienes si además a Jordan le va la vida ganar ese partido? Pocas. Ninguna. Las que te ganes con tu defensa.

Y así, de repente, los Phoenix Suns, el equipo ofensivo por excelencia, se convierten en un grupo de ninjas, que diría Andrés Montes. La magia de B.J. Armstrong, que ha anotado cuatro triples en el que parece que va a ser el partido de su consagración definitiva, desaparece: no lee bien la defensa rival y da la sensación de que el partido le supera. Chicago falla los cinco primeros tiros, Pippen envía una circulación aparentemente sencilla a la grada. A falta de cuatro minutos y medio, la ventaja es de solo dos puntos: 88-90 tras canasta de Jordan, cómo no. Kevin Johnson divide la zona y saca el balón a Dan Majerle, que intenta uno de sus triples improbables, desde casi ocho metros. Entra limpio. Llevamos siete minutos y pico del último cuarto y los Bulls pierden por un punto de diferencia por primera vez desde mediados el primer período. Lo que es peor: apenas han anotado una canasta, la citada de Michael.

Phil Jackson pide tiempo muerto y decide «jugar pequeño». Retira a Scott Williams del campo y mete a John Paxson para abrir más el campo y tener más posibilidades de tiro. Armstrong, Jordan y Paxson por fuera; Pippen y Grant, por dentro. Se lo puede permitir porque Phoenix no tiene un pivot dominante, de hecho el poste bajo es propiedad absoluta de Charles Barkley, que anota, rebotea y reparte y sobre todo enciende a la grada después de cada defensa perfecta, cada 24 segundos de posesión que se agotan…

La entrada de Paxson tiene una connotación táctica pero también mental. John Paxson siempre ha sido un jugador bajo radar: de joven, su hermano Jim era mucho mejor que él, un dos veces All Star en los Blazers de Portland. Mientras, John se ganaba la vida anotando suspensiones de seis metros cuando Jordan decidía pasarle la bola en aquellos anárquicos Bulls de Doug Collins. De él se esperaba poco o nada: no era un gran defensor, pero luchaba contra los rivales y los prejuicios de los árbitros. No era un hombre que pudiera crearse su propio tiro, pero siempre sabía colocarse donde pudiera recibir el pase correcto. No era un organizador de juego; de hecho, cada año los Bulls fichaban a alguien para reemplazarle… pero al final entendía el triángulo mejor que nadie.

En 1991, Paxson había sido clave en el primer título de los Bulls, esos Bulls a los que llegó con media melena y bigote ochentero. Cinco canastas consecutivas del base-escolta habían decidido el quinto partido en Los Angeles después de que Phil Jackson le echara una bronca a Jordan de escándalo por destrozar el ritmo del ataque con sus continuos uno para uno. «¿Quién está libre, Michael?», repetía Jackson fuera de sí hasta que Michael contestó: «Pax». «Bien, pues más te vale encontrarlo», fue la conclusión, y así, Pax se lió la manta a la cabeza y decidió el partido. Un hombre al que quieres tener en tu equipo en finales apretados. El precursor de Steve Kerr.



Solo que ahora Paxson va a cumplir treinta y tres años, su cuerpo no responde a las exigencias de una competición así, se ha visto adelantado por B.J.Armstrong en la lucha por la titularidad y en lo que va de partido solo ha anotado su clásico triple sin defensor. ¿Qué hará Paxson ahora que los Suns no dejan a nadie libre, que el partido se ha convertido en un combate de boxeo en el que los Bulls han vuelto al «balones a Jordan» como única solución ofensiva?

Jordan contra Barkley, eso es lo que dicta el guion en los últimos momentos. Quizá Majerle contra Pippen, pero es poco probable. Los Suns se adelantan 98-94 a falta de dos minutos y tienen el balón. En los diez minutos anteriores del cuarto decisivo el resultado es 19-7. Nunca jamás se ha visto a los Bulls derrumbarse de esta manera y, sí, quizá Barkley tenga razón y Dios esté de su lado como lo estuvo contra los Lakers cuando Phoenix perdió también sus dos primeros partidos en casa y tuvo que ganar los tres siguientes, o como lo estuvo contra Seattle en el séptimo partido de la final de conferencia. No hace falta irse tan lejos: ahí están las tres prórrogas del Chicago Stadium y el increíble quinto partido, cuando todo Illinois estaba preparado para celebrar el three-peat, el tercer campeonato consecutivo.

Sin embargo, Phoenix falla, Chicago falla, Phoenix vuelve a fallar porque los Bulls ahora defienden también como posesos, no les queda otra. Durante años se hablará del talento ofensivo de ese equipo que ganará seis títulos, pero la clave está en la defensa, en los largos brazos y la presión en todo el campo. A falta de 48 segundos, el veteranísimo reserva Frank Johnson se encuentra en la situación que ningún jugador de complemento desea: el reloj de posesión se agota y tiene que lanzar a cinco metros del aro. Es un tiro desastroso y el rebote va a manos de Jordan, que se cruza la cancha a toda velocidad y anota cogiendo el balón majestuoso a una mano, sin que nadie se atreva a estorbarle. 98-96 Phoenix.

Los Suns juegan sobre seguro la siguiente posesión: Barkley se coloca en su poste bajo y recibe el balón. Quedan 24 segundos de partido y Horace Grant aguanta la posición como puede. Cuando ve que viene la ayuda de Pippen, Barkley dobla el balón de nuevo a Frank Johnson, completamente solo, a una distancia asumible para cualquier escolta. Johnson debería tirar y ser el héroe de la final, pero le viene grande el puesto así que nada más recibir, sin mirar siquiera la canasta, le pasa el balón a Dan Majerle, que está perfectamente cubierto por Jordan. Majerle aún tiene tiempo para volver a pasar a Johnson, pero nada, no tira, no se atreve. La posesión se acaba de nuevo y el tiro de Majerle desde una esquina, no demasiado complicado, apenas toca aro. Muñecas que se encogen.

El rebote va para Pippen, que antes de caer al suelo pide tiempo muerto. Los Bulls tienen 13,6 segundos para darle el balón a Jordan, que lleva 33 puntos, 8 rebotes y 7 asistencias. Otras opciones, poco probables, son Pippen, que ha anotado 23 puntos, pero está inédito en el último cuarto, viejos fantasmas del pasado, y B.J. Armstrong, que dejó sus 18 puntos para el recuerdo pero no ha vuelto a mostrar confianza alguna.

El hombre con el que nadie contaba: John Paxson

Dejémonos de historias: este tiro es de Jordan. No solo es el mejor jugador del mundo, no solo es el más decisivo en los segundos finales… sino que lleva los nueve puntos de los Bulls en este cuarto. Nueve miserables puntos. El resto se ha borrado en ataque aunque haya resistido en defensa. Michael lleva un tiempo pensando en tomarse un descanso del baloncesto. Ser una estrella comercial en los 80 ya era una pesadilla pero la cosa se ha salido de madre con el éxito deportivo y los cotilleos: sus viajes a Atlantic City para jugar al póquer salen en todos los medios, las deudas por apuestas suman y suman cantidades obscenas de dólares e incluso un tal Richard Esquinas acaba de publicar un libro en el que asegura que Jordan le debe 1,25 millones solo en piques jugando al golf.

Al final tendrá que conformarse con unos 300.000, en un acuerdo privado.

Jordan está en lo más alto y eso es bonito pero a la vez es agotador. ¿Y si lo dejara aquí? Un triple en el último segundo de su tercer anillo consecutivo. ¿No sería ese el final más adecuado a esta historia y luego ya retirarse con Juanita, con su familia, cuidar de su padre como su padre ha cuidado de su carrera…? El problema es que lo que sabemos nosotros lo sabe también Paul Westphal. Primero, los Suns niegan el pase a Jordan desde la banda y luego la presión obliga a Michael a deshacerse del balón. Quedan ocho segundos y la pelota la tiene Pippen en la línea de tres puntos. Entra hacia canasta y la dobla a Horace Grant. El ataque parece errático porque de Jordan no se sabe nada pero los errores están en la defensa, que ha cambiado ya tantas veces en las ayudas que no se sabe quién está con quién.



Cuando Grant recibe, en un lateral, listo para el mate, Danny Ainge tiene que ir a una ayuda desesperada. Grant le ve venir antes incluso de tocar la pelota y en cuanto le llega a las manos la dobla hacia afuera. No es exactamente el triángulo pero se le parece: encontrar al hombre libre. ¿Y quién es el hombre libre, Horace? —la versión 1993 del «¿Quién está libre, Michael?»— Efectivamente, John Paxson. Danny Ainge se da cuenta e intenta volver pero se queda a media carrera. No puede hacer ya nada salvo confiar en que Paxson haga un Frank Johnson y renuncie al tiro o lo estampe contra el aro.

Solo que Paxson no es Frank Johnson. Paxson sigue jugando para momentos así, ni más ni menos. No sabe dónde está Jordan ni le interesa. Según su manera de jugar al baloncesto, según la manera de jugar de Phil Jackson, según la manera en la que este deporte se debe jugar, si estás solo, tiras. Seas quien seas. Y como eres un profesional y te pagan un dineral, la metes. Falten tres segundos para que acabe el sexto partido de la final de la NBA o sea el primer cuarto del anodino quinto partido en la carretera durante la liga regular.

Paxson es un mandado y hace lo que se le pide y en este caso lo que se le pide es tirar y anotar… así que eso es lo que sucede. El triple de Paxson entra limpio en la canasta de los Suns, sin dramas ni inquietudes. Jordan celebra porque parte del éxito es suyo, porque es la culminación de un camino que empezó cuatro años atrás, cuando Jackson le convenció de que para ser el mejor tenía que hacer mejores a los demás. En total, ha tenido el balón en sus manos unos dos segundos en todo el ataque. Los compañeros han estado a la altura, incluido el hombre con el que nadie contaba, el blanquito lento que parecía haberse convertido en un suplente para minutos contados.

Quedan 3,9 segundos pero da igual. A los Suns se les ha puesto cara de perdedores, que es lo que la prensa y los Bulls preveían. El ataque siguiente es un «sálvese quien pueda» en el que el gordísimo Oliver Miller recibe, se pone de los nervios, se la da a Kevin Johnson que intenta colarse entre tres y acaba recibiendo un tapón de Horace Grant. Los Bulls han ganado de nuevo. Son campeones por tercer año consecutivo. Las cámaras se centran en la celebración. En Barkley felicitando a Jordan. En el propio Jordan llevándose el balón de nuevo al vestuario.

A pocos metros, junto a los suyos, los Scott Williams, los Stacey Kings, los Bill Cartwrights de este mundo, John Paxson se pone su gorra de campeón sin creerse un héroe porque no lo es. Solo un profesional, de eso se trata.


http://www.jotdown.es/2013/10/el-hombre-que-le-regalo-a-michael-jordan-su-tercer-anillo/ (http://www.jotdown.es/2013/10/el-hombre-que-le-regalo-a-michael-jordan-su-tercer-anillo/)
Título: Re: MIKE TYSON EN 28 ASALTOS.
Publicado por: RED SKIN en Noviembre 11, 2013, 18:59 Horas
Mike Tyson: los 28 combates que lo llevaron al título, uno a uno (I)
Publicado por E.J. Rodríguez

(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2013/09/Mike-Tyson.jpg)

«¿Por qué no puedo tener lo que quiero? ¿Por qué? He trabajado duro para conseguirlo, he sudado por conseguirlo. No lo robé. Sangré en el gimnasio por ello, he golpeado mi cuerpo bien fuerte, los rivales me han pegado fuerte. ¿Por qué no debería tenerlo? ¿Por qué deberían quitármelo?»



(Viene de la  primera parte)

Enero de 1986. Durante sus primeros nueve meses como profesional Mike Tyson ha subido al cuadrilátero quince veces y todas las ha ganado por KO. Es un comienzo meteórico e intenso, porque quince combates profesionales en menos de un año son muchos combates. Ningún campeón mundial de los pesados ha peleado tanto durante su temporada de debut. Pero Tyson está obteniendo victorias tan veloces (once de sus KO han llegado en el primer asalto y ninguno después del cuarto) que se puede permitir el lujo de descansar poco entre velada y velada, acumulando currículum a velocidad de vértigo. Aún no es una celebridad mundial, ni mucho menos, aunque la prensa deportiva internacional ya empieza a mencionar su nombre. También acaba de aparecer en la portada de la revista Sports Illustrated con el titular «Kid Dynamite: es el próximo gran peso pesado y tiene solo diecinueve años». El excitado sentimiento de anticipación que su aparición está provocando es algo que muy pocos deportistas jóvenes han conseguido crear a lo largo de la historia. En ese artículo de Sports Illustrated, por ejemplo, se dicen muchas cosas de Mike Tyson, pero es especialmente interesante la descripción que de él hace el comisionado de boxeo del estado de Nueva York y excampeón mundial de los semipesados, José Torres:

Mike Tyson es tan rápido y tan potente que resulta casi imposible resistir la fuerza de sus golpes. Allá donde te golpee vas a sentirlo. Me recuerda quizá a George Foreman, pero Tyson es mucho más rápido que Foreman. Me recuerda también al estilo de Rocky Marciano, pero Tyson es mucho más rápido. También es más rápido y más potente que Joe Frazier, y además tiene un mejor gancho. Realmente no se me ocurre nadie con quien compararlo en términos de potencia de pegada.

Tras esos primeros quince combates la mayoría de los entendidos consideran al jovencísimo púgil un campeón mundial en ciernes. Lo tiene todo: combatividad, potencia, condición física, rapidez y golpes como ese gancho de izquierda que parece destinado a hacer historia. El fenómeno sigue creciendo. Muchos se preguntan ya por qué no intenta pelear por el campeonato del mundo, pero Tyson no cesa de repetir lo que le inculcan en su entorno: aún tiene cosas que aprender antes de intentar el asalto a la corona. Tendrá que seguir mejorando en nuevos combates que lo pondrán en situaciones de lo más diverso, situaciones cada vez más difíciles de resolver y frente a oponentes cada vez más cualificados. Efectivamente, en estos próximos combates veremos cómo Mike Tyson va solucionando problemas nuevos y poniendo en práctica nuevas estrategias.

Por cierto, su fama de pegador terrible le precede de tal manera que lo tiene difícil incluso para encontrar sparrings. En una ocasión, uno de sus entrenadores mostró la agenda de teléfonos donde anotaba posibles candidatos a sparring a los que querían contratar. Junto al número de uno de ellos había anotado la respuesta del candidato: «No quiere saber nada de Mike Tyson».

11 de enero de 1986. Rival: David Jaco

¿Cuántas veces hemos visto esto? ¿Cuántas veces lo habré dicho ya? Tyson: gancho de izquierda. El rival cae.

Para seguir ganando experiencia y engordando su currículum, el joven Mike se enfrenta al que posiblemente es su rival más respetable hasta la fecha: David Jaco, que en sus veinticuatro combates anteriores ha conseguido quince victorias por KO. Jaco, además, ya sabe lo que es plantarse frente a púgiles de entidad: por ejemplo se ha enfrentado al entonces invicto Tony «T.N.T.» Tucker, futuro campeón mundial de la división.

Apenas comenzado el combate y con una guardia visiblemente ineficiente ante la rapidez de manos de Tyson, David Jaco no tarda en comprobar que todo lo que se dice sobre la tremenda pegada de su rival no son habladurías (0:27). Intenta mantenerlo a raya con su jab (golpes rápidos y directos para guardar la distancia) pero cada vez que le alcanza un martillazo de Tyson queda seriamente resentido (0:51). Muy poco después cae por primera vez por obra y gracia de ese gancho de izquierda del que tanto hemos hablado y hablaremos (1:04). Consigue levantarse, pero para entonces ya es tarde: como ha venido siendo habitual en combates anteriores, en cuanto Tyson percibe signos de debilidad en el rival abandona las precauciones y se lanza a un ataque abierto en busca del KO. Esta vez lanza una feroz combinación que culmina con un gancho de izquierda que de nuevo derriba a su rival (1:17). Por segunda vez, David Jaco se levanta y Tyson se mete en el interior para cazar al oponente con varios uppercuts que hacen que su rival parezca completamente indefenso (1:40). Incluso el locutor que narra el combate para la TV reclama que el árbitro detenga el combate ahí mismo: no tendrá que esperar demasiado para ver satisfecho su reclamo, porque David Jaco cae a la lona por tercera vez en dos minutos de pelea y el árbitro, por fin, decide detener el combate (2:20). Mike Tyson ha ganado por KO en el primer asalto por decimosegunda vez en apenas un año. Otra victoria fácil.


24 de enero de 1986. Rival: Mike Jameson


Mike Jameson podrá contar a sus nietos que sobrevivió todo un asalto a Mike Tyson.

Apenas dos semanas después del combate contra David Jaco, otro púgil experimentado se pone delante del nuevo fenómeno. Se trata de Mike Jameson, un púgil de California: alto, corpulento y con pegada pero también capaz de moverse eficazmente por el ring.

Al arrancar el combate Tyson ve relativamente frustrados sus intentos de pelear desde el interior, una táctica que viene empleando contra rivales de mayor envergadura y que irá perfeccionando durante estos meses, pero que esta noche no parece funcionarle del todo. Tampoco se ve capaz de definir peleando a distancia dada la movilidad de su contrincante. Pese a todo, el joven Mike no se deja llevar por las prisas y con paciencia busca huecos en la guardia rival por donde lanzar diversos ataques. Tyson no consigue hacerse con el control y el segundo asalto comienza con un vuelco en la situación: Jameson demuestra que tampoco él es manco a la hora de soltar golpes tremebundos (7:49). Tyson contesta con una agresiva combinación, pero Jameson no se arredra y una vez más devuelve varios golpes en rápida sucesión (7:59). Finalmente hay un rival que está haciendo comprender a Tyson que no todos sus contrincantes van a comportarse como títeres inertes. Esto tiene pinta de convertirse en el combate más disputado de los que ha protagonizado hasta ahora en sus once meses de trayectoria profesional.

Las manos de Jameson siguen encontrando a Tyson (8:07, 8:54). Termina el segundo asalto y los locutores se preguntan qué sucedería si Jameson consigue mantenerse en pie y castigar al joven Mike durante varias rondas. Sin embargo, con el inicio del tercer asalto finaliza el espejismo: los ataques de Jameson no han tenido un gran efecto y, en cambio, su ceja izquierda ya está sangrando. Tyson obviamente lo ve y se dedica a castigar el punto débil del contrincante, atacando la ceja herida con un potente gancho de derecha (11:13). Ahora las tornas han cambiado y a Jameson le toca sufrir: aunque hace frente como puede a la presión no consigue evitar que diversos golpes aislados vayan empeorando su herida y minando su resistencia. Termina el tercer asalto y la pelea ya parece definitivamente escorada en su contra. Se lo ve visiblemente tocado. En el cuarto episodio cae a la lona (13:53). Tyson ni siquiera está empezando a sudar, pero viendo a Jameson se diría que estamos en un sexto o séptimo asalto, tal ha sido el castigo que ha recibido con una cantidad relativamente escasa de golpes. Aunque su entereza le permite encajar una terrorífica derecha sin dar signos de tambalearse (14:44) y sobrevivir hasta el final de ese cuarto asalto —es el primer rival de Tyson que conseguirá llegar al quinto— la suerte está echada: tras la reanudación, Tyson vuelve a tumbarlo con una de sus combinaciones relámpago (16:24). Aunque Jameson se levanta enseguida y da la impresión de estar en condiciones de continuar, el árbitro detiene el combate, probablemente por el estado de la herida en la ceja y quizá algún que otro signo de aturdimiento. Jameson está visiblemente enfadado ante la decisión: él quería seguir peleando. Tampoco el público parece conforme, quería ver más combate y protesta por lo que les parece una decisión precipitada. Pero en honor al colegiado hay que decir que a estas alturas de pelea existían nulas perspectivas de victoria para el californiano. En todo caso, la velada nos ha demostrado una cosa: los golpes de Tyson constituyen demasiado castigo y pelearle de igual a igual dejando aperturas en la guardia que le permitan colocar golpes limpios es sencillamente una mala idea.


(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2013/11/Tyson-Hz.jpg)

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Título: Re: MUNDIAL 1950: EL DRAMA DE MARACANÁ.
Publicado por: RED SKIN en Febrero 12, 2014, 00:01 Horas
(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2014/01/Gol-de-Uruguay.jpg)

Solo tres personas fuimos capaces de silenciar Maracaná: Juan Pablo II, Frank Sinatra y yo. (Alcides Ghiggia, jugador de la selección uruguaya de 1950).

Si ahora tuviera que jugar otra vez esa final, me hago un gol en contra (Obdulio Varela, capitán de la selección uruguaya de 1950).


El ganador que quiso haber perdido. Quiza hoy el fútbol ya no sea así, y esa nobleza que está por encima del balón se eche de menos. Pero veamos cómo transcurrió la historia. Aunque solamente miremos la magnitud de las cifras, aquel encuentro fue un acontecimiento único en la historia del deporte. Según la propia FIFA, es el partido de fútbol que ha congregado a un mayor número de espectadores: nada menos que 173.850 (aunque en la prensa siempre se ha hablado de 200.000 e incluso 250.000). Esto es, había más gente en el estadio de Maracaná que población en muchas ciudades del mundo. Corría el año 1950 y se celebraba en Brasil el cuarto campeonato mundial de fútbol. Pese a lo que mucha gente, cree aquel partido no era exactamente una final sino el último encuentro de una liguilla que decidiría el título. Se enfrentaban Uruguay, campeones veinte años atrás, con los máximos favoritos, Brasil. A la entonces selección blanca —aún no había adoptado la camiseta verde amarela— le bastaba un empate para proclamarse campeona. Uruguay en cambio necesitaba una victoria en la que nadie, ni siquiera ellos mismos, creía de antemano.

En opinión de muchos por entonces, aquella «final» entre vecinos debía marcar el inicio del reinado brasileño en el balompié. Necesitaban el campeonato porque jugaban en casa y porque eran una de las mayores potencias futbolísticas desde hacía décadas, pero no habían tenido suerte en los mundiales. En el primer campeonato, celebrado en Uruguay en 1930, no pasaron de la fase de grupos: una inesperada derrota ante Yugoslavia los dejó fuera del torneo (y allí los uruguayos se alzarían como primeros campeones mundiales de fútbol ante su propio público). En 1934, mundial celebrado con un formato de KO en Italia, los brasileños fueron eliminados por España: el combinado ibérico les hizo tres goles durante la primera parte, diferencia que Brasil no fue capaz de remontar (al final, como los uruguayos, los italianos ganaron en casa). En 1938 se repitió el formato de KO y esta vez Brasil llegó a las semifinales tras eliminar a Checoslovaquia y sobre todo a Polonia en un alocado partido en el que se necesitó ir a la prórroga y se marcaron, ¡once goles en total! Pero no pudo con Italia, que terminaría alzándose con su segundo título mundial. El torneo no tuvo lugar ni en 1942 ni en 1946 a causa de la II Guerra Mundial… pero sí retornaba en 1950, y se iba a celebrar precisamente en Brasil. De las tres ediciones anteriores, dos habían sido ganadas por los anfitriones. Así que, sumado este hecho a su incuestionable calidad, nadie dudaba de la victoria brasileña.

En el mundial de 1950 sí hubo fase de grupos. Brasil se impuso en el suyo con facilidad: aunque empataron frente a Suiza, las desahogadas victorias frente a Yugoslavia (2-0) y México (4-0) le otorgaron el pase a una segunda fase en la que los cuatro campeones de los cuatro grupos se jugarían el título a los puntos.

Además de Brasil, ese grupo final estaba integrado por dos escuadras que gozaban de cierto favoritismo a priori —Uruguay y España— junto a la relativa sorpresa de Suecia, que había dejado en la cuneta a los bicampeones italianos. Los uruguayos eran los únicos que contaban con una copa en sus vitrinas y no habían tenido que sufrir mucho para pasar de ronda. Por su parte, España había arrasado en su grupo con tres victorias frente a Estados Unidos, Chile y sobre todo frente a Inglaterra, con Zarra como gran estrella. Sin embargo, los brasileños eran los grandes candidatos y no tardaron en reafirmarlo de manera aplastante. No tuvieron ningún tipo de misericordia hacia sus rivales: primero apabullaron a Suecia por 7-1. Después, lo que todavía era una mayor demostración de fuerza, golearon a España por 6-1. Para colmo, los suecos únicamente marcaron de penalti cuando ya estaban cinco goles por debajo, y los españoles marcaron el gol del honor al final del partido, cuando los sudamericanos estaban básicamente celebrando que tenían medio título en las manos. Brasil era una máquina.
Varela, capitán de la Uruguay campeona en 1950 y personaje muy interesante al que mucha gente pasa por alto.

Varela, capitán de la Uruguay campeona en 1950 y personaje muy interesante al que mucha gente pasa por alto (DP).

El equipo local se plantaba en el último partido con cuatro puntos frente a los tres de Uruguay, que había empatado con España y había vencido a los suecos, aunque con bastante trabajo. A los brasileños el empate les bastaba. Pero nadie pensaba en el empate: no era cuestión de si Brasil iba a salir campeona o no, sino de cuántos goles le iba a hacer a los infelices «charrúas» en el camino. Los brasileños habían organizado un carnaval a nivel nacional y la euforia era tal que ni siquiera contemplaban una mínima oportunidad para sus vecinos. En el estadio estaba todo preparado para la ceremonia de entrega de la copa mundial: un espectacular pasillo para los campeones, una banda de música que interpretaría el himno de Brasil tras la victoria y que ni siquiera tenían la partitura del himno uruguayo. La prensa brasileña del día anterior no había mostrado el más mínimo asomo de prudencia: «Mañana, la batalla final: venceremos a Uruguay», «La victoria, para Brasil», «Estos son los campeones del mundo»… y lo que es más, los periódicos ya tenían preparadas las portadas del día siguiente con la noticia de la victoria de la escuadra blanca, pero no las portadas con la opción contraria. Tal era el estado de éxtasis en un país donde por aquellos días se iban a celebrar elecciones presidenciales y algunos hablaban incluso de presentar en las listas a jugadores de la selección. Desde luego, los políticos que se postulaban hicieron lo que pudieron para que el pueblo los relacionase lo más posible con el equipo. Una locura. En Brasil el fútbol era una religión y el ansiado momento de alzar ¡por fin! la copa de campeones estaba poniendo la nación patas arriba.

Cabe imaginar el estado de ánimo de los jugadores uruguayos mientras esperaban en el vestuario. Brasil venía de hacer trece goles en dos partidos, uno de ellos contra la poderosa España. Y ahora ellos tenían que jugar ante una intimidante multitud y frente a un equipo imparable. Tal era el peligro de goleada que el seleccionador uruguayo, Juan López Fontana, decidió plantear un partido ultradefensivo y así se lo comunicó a los jugadores.[/i]

Pero no todos en el equipo estaban de acuerdo con este planteamiento. El carismático capitán Obdulio Varela —apodado el Negro Jefe— aprovechó que el seleccionador abandonaba el vestuario para dirigirse a sus compañeros y contradecir las palabras del técnico: «si jugamos a la defensiva acabaremos como Suecia y España». Varela pensaba que esperar a los brasileños en defensa equivalía a poco menos que a regalar el partido de antemano. Pero sucedía que… ¡todo el mundo había entregado el partido de antemano, incluso sus compañeros! Es más, al poco se asomó por el vestuario un directivo de la federación uruguaya diciendo: «Muchachos, si perdemos por menos de cuatro goles salvaremos el honor». ¡Por menos de cuatro goles! Aquello, definitivamente, pudo con la paciencia del capitán, que se revolvió casi enfurecido: «¿Perder? ¡Vamos a ganar este partido!», exclamó Varela ante el asombro de todos. Aquella fue la primera de las importantísimas aportaciones psicológicas que Varela hizo aquel día. Y resultaban muy necesarias: conforme caminaban por el pasillo que conducía al césped, el rugido de las más de 170.000 gargantas se hacía más y más fuerte. Los uruguayos se sentían empequeñecidos: iban a jugar en el estadio más faraónico del mundo —recién erigido para la ocasión— ante una inmensa masa de aficionados enloquecidos en apoyo de un equipo que estaba aplastando toda competencia. De hecho, la multitud congregada en Maracaná era la más grande jamás registrada en un evento deportivo hasta entonces, y solamente ha sido superada por algunas carreras de motor, donde pueden reunirse enormes multitudes sin las restricciones arquitectónica de un estadio. Ningún partido de fútbol ni de ningún deporte que se celebre en un estadio ha vuelto a tener tanto público, y conforme escribo estas líneas ya han transcurrido sesenta y tres años.

Pero en el túnel de vestuarios Varela lanzó una consigna que terminaría haciéndose famosa: «No piensen en toda esa gente, ¡los de afuera son de palo!». Es decir: los espectadores podrán hacer mucho ruido, pero no son los espectadores quienes juegan el partido. Poco después, a punto ya de saltar a la cancha, Varela se giraba hacia los suyos de nuevo e insistía: «Salgan tranquilos, no miren para arriba. Nunca miren a la tribuna… ¡el partido se juega abajo!».

Sus palabras tuvieron efecto. Urugay salió y aguantó. El primer tiempo puso a prueba la paciencia de los espectadores brasileños. El equipo local sale repleto de confianza en sí mismo, presionando como de costumbre y completamente decidido a conseguir un gol tempranero, pero sus ataques —bien medidos, bien ejecutados, dinámicos y entusiastas— no dan fruto y chocan con la defensa uruguaya y sobre todo con el guardameta Roque Máspoli, que se ve obligado a hacer uno de los partidos de su vida. Eso sí, los jugadores de Uruguay, pese a mantener su portería a cero, no parecen tenerlas todas consigo cuando se marchan al vestuario en el descanso. De hecho los malos presagios parecen empezar a cumplirse en los inicios del segundo tiempo: apenas un par de minutos después de la reanudación, el delantero brasileño Albino Friaça se interna por la parte derecha del área uruguaya, y ante la impotencia del defensor que lo persigue, bate a Máspoli con un disparo raso.

Maracaná estalla, casi literalmente; además del estruendo de las 173.000 personas que se han vuelto repentinamente locas, explotan en el aire petardos de bastante consideración. Ya está, esto es todo; acaba de comenzar el esperado aluvión de goles y los charrúas pueden ir preparándose para la debacle.

Pero es entonces cuando el capitán Obdulio Varela hace su jugada maestra. Ha visto levantar el banderín al juez de línea, tímidamente, aunque el mismo juez lo ha vuelto a bajar tras el gol. Varela, con la cabeza muy fría y esa presencia de ánimo característica en él, lee perfectamente lo que requiere la situación. Recoge el balón del fondo de la red y comienza a caminar hacia el centro del campo. Muy despacio. Tan despacio, que el público se impacienta ante la marcha de caracol del capitán rival. Pero hay más: Varela quiere hablar con el árbitro, el inglés George Reader. Sin embargo existe un problema, porque ni el árbitro habla español ni el futbolista habla inglés, así que la discusión se transforma en un galimatías sin sentido. Con toda parsimonia, el capitán uruguayo pide un intérprete. Pasan los minutos. Entre el público la fiesta se transforma en exasperación y más tarde en perplejidad. Las gradas se enfrían, que era precisamente lo que Varela estaba buscando con tanta dilación.

El asombro se extiende también a los jugadores brasileños, e incluso a los propios uruguayos: por entonces no se estilaban estas picardías y ni los propios compañeros de Varela entendían qué estaba sucediendo con su capitán. Pero él lo tenía claro:


¿La verdad? Yo había visto al juez de línea levantando la bandera. Claro, el hombre la bajó enseguida, no fuera que lo mataran. Agarré la pelota y me fui a hablar con él. Me insultaba el estadio entero, obviamente por la demora. […] Sabía lo que estaba haciendo. Ahí me di cuenta que si no enfriábamos el juego esa máquina de jugar al fútbol nos iba a demoler. Lo que hice fue demorar, nada más. Esos tigres nos comían si les servíamos el bocado muy rápido.



SEGUIR LEYENDO (http://www.jotdown.es/2014/02/mundial-1950-el-drama-de-maracana/)
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: rafapaz en Febrero 12, 2014, 10:04 Horas
Muy chulo el artículo, gracias por traerlo. La verdad que los de JotDown hacen un gran trabajo.
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS. ¿Te has hecho eso al patear?
Publicado por: RED SKIN en Marzo 15, 2014, 23:52 Horas
¿Te has hecho eso al patear?

Warren Gatland se marchó de Irlanda sin dejar muchos amigos. El carácter agrio de este talonador de Waikato con fama de duro (talonador y duro es una redundancia) se topó con la socarronería de los dicharacheros irlandeses durante su etapa como seleccionador irish. Sin embargo, Gatland tuvo tiempo para hacer debutar a un prometedor centro de la histórica factoría del Blackrock College dublinés: un tal Brian Gerald O’Driscoll. El chico se proclamó campeón del mundo sub-19 en el 98 junto a  una generación en la que militaban O’Gara, Earls o Wallace. Pero su estreno con la senior no se produjo hasta junio de 1999. «Es un ganador, un jugador indomable«, advirtieron a Gatland, quien masculló «conozco tantos ganadores que no ganaron nada…».

Una tarde, en el viejo Donnybrook, el partido llegaba al descanso cuando el árbitro señaló golpe a favor de Leinster. O’Driscoll corrió hacia Liam Toland, por entonces capitán, y le pidió patear a palos. Habría sido algo normal salvo por dos detalles: O’Driscoll no era el pateador habitual del equipo y los palos estaban ¡a cincuenta y cinco metros de distancia! Toland accedió ante el entusiasmo del chico y este hizo el ridículo al escurrirse antes de golpear la bola, por lo que acabó desplazando la almendra apenas diez metros. Cuando el entrenador llegó al vestuario dispuesto a abroncar al chico y al capitán por no consultarle la decisión, se encontró con un panorama inquietante. El doctor Tanner retiraba a O’Driscoll la media ensangrentada, topándose con un pie que no tenía buena pinta.

—¿Te has hecho eso al patear?

—No señor. Me lo hice en el minuto 10. Pero sabía que podía pasar la patada. Lo que no contaba es con el resbalón…

La anécdota refleja el carácter del que muchos consideran el mejor jugador de la historia del rugby irlandés. Incluso por encima de la «Santísima Trinidad Verde» que forman el histórico Jack Kyle, apertura de la selección que ganó el primer Grand Slam, allá por 1948; el colosal Willie John McBride, segunda y capitán de los British & Irish Lions en el legendario tour del 74 por Sudáfrica; y el celestial Mike Gibson, centro irlandés en los setenta y ochenta que llegó a ostentar el récord de internacionalidades con ochenta y un caps. Todos irlandeses del norte, a diferencia del republicano O’Driscoll. Para McBride no hay dudas: «Brian es el mejor de los cuatro y el mejor irlandés de todos los tiempos». El escocés sir Ian McGeechan, leyenda viva de los banquillos y entrenador de O’Driscoll con los Lions, es más categórico: «Es el mejor centro que han producido jamás las islas. El jugador más dominante de su era en el hemisferio norte». Algo que siendo contemporáneo de Jonny Wilkinson es mucho decir.

Brian creció en los suburbios de Dublín, en una casa en la que la disciplina impuesta por sus padres, Frank y Geraldine, doctores ambos, dejaba al joven poco tiempo para el esparcimiento. En un principio se vinculó más al fútbol gaélico que al rugby, pero finalmente la tradición familiar acabó pesando más. Su padre y sus tíos Barry y John fueron internacionales con la selección irlandesa. Sus inicios, como apertura, pasaron desapercibidos, por lo que chupó banquillo mientras su equipo se topaba con el Clongowes del que acabaría siendo su pareja de centros en Leinster y en la selección durante más de una década: Gordon D’Arcy. Fue John McClean, su entrenador en la University College of Dublin quien decidió retrasar su posición hasta la de centro, mejorando sus prestaciones exponencialmente.

O’Driscoll debutó antes con Irlanda que con el equipo senior de Leinster. Fue en Lang Park, en Brisbane, el verano del 99, y no pudo evitar una holgada derrota ante los Wallabies (46-10). Semanas después Matt Williams le hacía debutar con los Blues Boys. Ya en esos primeros partidos el chico exhibía una exuberancia física impropia de un tres cuartos. Así lo recordaba el mítico Keith Wood: «Es una roca y le va la marcha. Entra al choque y en los entrenamientos no se acobarda a la hora de participar en los ejercicios con los delanteros«. Por su parte, Paddy Wallace, campeón del mundo sub-19 junto a Brian, recuerda con humor uno de sus secretos mejor guardados: «Lleva gafas y está medio ciego. Pero cuando salta al campo, su sentido del espacio, de dónde están la pelota y los rivales, y su visión periférica, son sencillamente increíbles». En esos meses el australiano Alan Gaffney trabajó la creatividad de O’Driscoll, que en 2000 compareció en París como un jugador más de una Irlanda resignada. La selección de Isla Esmeralda vivía años oscuros y resultados miserables. Hacía veintiocho años que no doblegaban al XV del gallo en su casa y nada hacía presagiar que aquel 19 de marzo, dos días después de la celebración de San Patricio, pudiera obrarse el milagro.

La tensión se masticaba en el vestuario visitante del Parque de los Príncipes. Wood se vendaba litúrgicamente las muñecas mientras Brian dudaba entre unas viejas botas que le sentaban como un guante o el último modelo de la marca que le patrocinaba. Wood, cajero en un banco, masculló:

—Las botas deben llevarte a ti, no tú a ellas.

Francia tomó ventaja ante una Irlanda caótica, pero un oportuno ensayo de Drico mantenía al equipo enganchado al partido al descanso (13-7). Gatland ordenó calentar a David Humpreys para suplir a O’Gara, algo que sucedería mediado el segundo tiempo. Y O’Driscoll aparcó sus flamantes botas nuevas en el vestuario calzándose las de toda la vida. Dos ensayos más del centro de Leinster y una patada final decisiva de Humpreys permitieron el triunfo (25-27) de Irlanda veintiocho años después en París.
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La deslumbrante aparición del genio de Blackrock (y sus tres ensayos), provocó que en el tercer tiempo se agotase la cerveza negra en un par de pubs de París. A la mañana siguiente un diario irlandés tituló en portada «In BOD we trust», jugando con las iniciales de su nombre y apellido. Desde entonces, ese eslogan abandera los partidos de Irlanda. Aquella actuación le elevó al Olimpo rugbístico, y tras proclamarse campeón de la Celtic League con Leinster ante Munster, fue convocado para la gira de los British & Irish Lions por Australia a las órdenes de Graham Henry, el hombre que llevaría a Nueva Zelanda al título mundial en 2011. O’Driscoll agigantó su leyenda durante la gira sumando un ensayo descomunal ante los Wallabies. «Ellos le llaman Dios. Nosotros tenemos que decir que juega incluso mejor que él«, escribió un diario local entonces.

En 2003 Keith Wood deja la selección y O’Driscoll es nombrado capitán. Tiene veinticuatro años y estrena pareja, la modelo Glenda Gilson. Tampoco en lo rugbístico deja de crecer: Irlanda conquista en 2004 la Triple Corona, trofeo que no ganaba desde 1985. Hito que repetirá en 2006 y 2007. O’Gara recuerda que «Brian era un ganador compulsivo y contagió esa mentalidad a todos. Primero llegaron las victorias, luego la Triple Corona. Pero todo sabíamos, aunque nadie lo decía, que el objetivo era el Grand Slam. Había llovido demasiado desde 1948…».

Su fama se dispara hasta límites insospechados. En cierta ocasión, el papa Juan Pablo II, jugador de rugby en su Polonia natal, recibió a los irlandeses en el Vaticano. O’Driscoll no formaba parte de la comitiva y al finalizar la visita, el sumo pontífice preguntó: «¿No vino O’Driscoll?».

La única mancha de su currículum son los mundiales de rugby. En 2003 Irlanda fue aplastada en cuartos de final por Francia (43-21) y en 2007 quedó varada en la fase de grupos, al ser doblegada por Argentina e Inglaterra, sus dos grandes más odiados en la última década. Decepcionante resultado para un grupo de jugadores acostumbrados a ganar partidos y títulos como la Heineken Cup, que en estos años han conquistado la física escuadra de Munster, la granítica Ulster y la dinámica Leinster. Sin embargo, O’Driscoll sigue acrecentando su leyenda y su palmarés. Testigo directo de ello es su escolta, Gordon D’Arcy, quien presume de «disfrutar del mejor asiento del estadio, justo al lado de Brian. Si tengo que destacar algo de él hablaría de sus contactos descomunales, independientemente de si los rivales son tres cuartos o delanteros, y de la magia que tiene en las manos para ver pases y pasillos que nadie ve».

Así transcurre su carrera hasta que llega el VI Naciones de 2009 y O’Driscoll advierte en la rueda de prensa inicial que «no hay excusas. Ha llegado el momento de este equipo. Somos maduros, competitivos y sumamos dos generaciones con talento. El Grand Slam es un objetivo real».

BOD predica con el ejemplo e Irlanda arranca doblegando a Francia en Croke Park con ensayos de O’Driscoll, D’Arcy y Heaslip, además de un puñado de golpes pasados por O’Gara. Vacunan en Roma a Italia (9-38) y reciben a Inglaterra en Dublín. «Este es el partido. Es hoy o nunca. Para esto llevamos años preparándonos», advierte Drico cuando Declan Kidney abandona el vestuario y les deja unos instantes solos. Irlanda tumba al XV de la Rosa (14-13) y BOD vuelve a ser capital en el triunfo al posar un ensayo y pasar un drop. Escocia da más problemas de los esperados en Edimburgo (15-22), pero Irlanda logra llegar adonde quería. El país pospone los festejos de San Patricio esperando el desenlace del VI Naciones, ante una hipotética victoria que les otorgaría un Grand Slam que persiguen desde 1948. Llega el día, el 21 de marzo de 2009.

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Enfrente Gales emerge con sus opciones intactas, después de ganar todos sus partidos bajo las órdenes de un viejo conocido: el inevitable Warren Gatland. El neozelandés, que dirige ahora a los galeses, se ha encargado de calentar el partido con declaraciones altisonantes en los que cuestiona a los irlandeses, «jugadores que se diluyen cuando los partidos reclaman a los hombres». El Millenium se convierte en una caldera.

O’Driscoll repite la consigna: «Este es el partido. Es hoy o nunca. Para esto llevamos años preparándonos». El choque amanece trabado. Las terceras trabajan a destajo y los medio melés no tienen bolas limpias para tensar el juego de sus tres cuartos. Es un duelo nervioso en el que Gales saca partido de un par de indisciplinas rivales. Al descanso, Irlanda va perdiendo (6-0).

Kidney insufla ánimo a sus chicos y realiza un par de apuntes tácticos antes de cerrar la puerta y dejar los jugadores a solas. Se hace el silencio sepulcral durante medio minuto y entonces O’Driscoll toma la palabra.

—¿Habéis visto a Jack Kyle en la grada? He hablado con él esta mañana. Jacky ha venido para cumplir un viejo sueño: ver ganar a Irlanda otro Grand Slam. Tiene setenta y cuatro años y no quiere morirse sin descorchar una botella que guardó hace sesenta y un años para esta ocasión. No sé vosotros, pero a mí un puñado de galeses no me van a impedir probar un sorbo del Borgoña que el viejo Jack esconde en su bodega.

BOD volvió a demostrar que es jugador de partidos grandes y señaló el camino con un ensayo segundos después de pronunciar estas palabras. Otro try de Bowe y tres patadas de Stephen Jones colocaron el partido en un agónico 15-14 para Gales. Pero una vez más un drop, esta vez de O’Gara en lugar del de Humpreys en París en 2000, otorgan el triunfo a la Isla Esmeralda. Irlanda se entrega a la fiesta durante dos días para celebrar el Grand Slam sesenta y un años después.

Corazón de joven y cabeza de veterano. Esa es la receta de este O’Driscoll que ha aparcado la frivolidad juvenil, además de cambiar de pareja. Ahora comparte su vida con la actriz Amy Huberman, con quien se acaba casando, al tiempo que recibe una oferta australiana para jugar el Super 15 en el hemisferio sur. El torneo de los torneos. La NBA del rugby. Pero después de darle muchas vueltas, BOD rechaza la oferta: «Agradezco el interés a esa franquicia australiana (nunca trascendió el nombre), pero tengo una vida junto a mi pareja, que tiene su trabajo en Irlanda, y quiero seguir involucrado en el crecimiento de mi club de siempre, Leinster, con el que estoy muy comprometido».

Si hay algo que nadie pone en duda en O’Driscoll es su nivel de compromiso, que antepone a casi todo. De hecho, BOD protagoniza un hecho que salta a las portadas de los tabloides ingleses. El príncipe Guillermo, al que le une una buena amistad, le invita a su boda, que se celebrará horas antes de un trascendental partido de semifinales de la Heineken Cup ante el todopoderoso Toulouse.

En Buckingham Guillermo recibe la siguiente misiva:

Querido William:

Es un honor recibir la invitación de tu boda. Hace más de doce años que nos conocemos y espero que comprendas que ese mismo día a esa hora tengo que dirigir el Captain’s Run (entrenamiento dirigido por el capitán), y entenderás que la ética del equipo me impide dejar solos a los chicos antes de la semifinal ante Toulouse. Supongo que lo entiendes. En nuestro nombre acudirá Amy, que seguro que nos representa como se merece un evento que seguirán más de dos mil millones de personas. Os deseo la mejor de las suertes.

Cordialmente Brian O’Driscoll

Quien sí se dejó ver por la boda fue Gareth Thomas, excapitán de Gales, con un centenar de internacionalidades, al que su buen amigo Christian Louboutin, el diseñador francés de zapatos, había aconsejado sobre el comentado modelo de chaqué que vistió en la boda. Otro ilustre invitado, el rugbier Martyn Williams, también excusó su presencia al celebrarse el derbi entre Cardiff Blues y Newport Dragons en Rodney Parade.

Ni siquiera faltó a su deber rugbístico el día que nació Sadie, su hija. O’Driscoll recibió una llamada de su mujer a las ocho de la mañana y abandonó el Shelbourne Hotel diez minutos después. Tenía permiso hasta las 13:30, pero al mediodía ya estaba de vuelta, tras comprobar que madre e hija estaban en perfectas condiciones. Horas después capitaneaba a Irlanda en Croke Park ante los temidos ingleses: «Recibí una llamada de Amy, que estaba increíblemente tranquila, mucho más que yo. Llegué al hospital, nació Sadie y pasé una hora con ellas. Luego regresé al hotel y un par de horas después estaba jugando. Ni siquiera me acuerdo del partido. Estaba en mi propio mundo durante gran parte del tiempo. Era el tipo de partido en el que necesitaba mostrar liderazgo, pero no era capaz de entregarme como se esperaba de mí. Todo era muy extraño, aunque no cometí grandes errores. Acabó el partido y tras el tercer tiempo, a eso de las 11 de la noche, me reuní con Shane Horgan y Denis Hickie para celebrar con un par de cervezas la buena noticia. Fue un día muy raro». Inglaterra venció en Dublín (8-12), «en la derrota más dulce» de la carrera de O’Driscoll.

Semanas después del nacimiento de Sadie, Brian anunció que 2014 sería el año de su despedida. Pese a vislumbrar en el horizonte próximo el Mundial de 2015 a escasos metros de casa, en Inglaterra, BOD decidió dar el paso. «Mi vida ha cambiado con el nacimiento de mi hija y mis prioridades probablemente también. No quiero ser un jugador que salga al campo tratando de evitar golpes. Deportivamente me quedan cosas por hacer aún. Es cierto que he ganado un Grand Slam, el Seis Naciones, a Inglaterra en Twickenham en 2006 o a Sudáfrica y Australia. Pero me hubiera gustado doblegar a los All Blacks o llegar a las semifinales de la Copa del Mundo».

El destino tenía reservado a O’Driscoll un par de reveses más en esta recta final. Empezando por lo vivido en la pasada gira de los British & Irish Lions  A finales de abril de 2013, fue convocado para su cuarta gira, algo que solo han logrado tres jugadores en la historia. BOD participó en los dos primeros partidos ante los aussies, pero Gatland, que ya le había negado el brazalete pese a ser la estrella más rutilante del equipo, le dejó fuera en el partido final, que los Lions ganaron 41-16. Una decisión en la que el mundo del rugby se alineó con el irlandés. «Es una falta de respeto a una leyenda como Brian», advirtió David Campese, uno de los apóstoles del rugby.

Superado el disgusto, el 24 de noviembre de 2013 O’Driscoll se preparaba para enfrentarse a los All Blacks por decimotercera vez en su carrera. Doce partidos y doce derrotas. Los kiwis llegaban con el currículum inmaculado en 2013, algo que nadie había logrado en la historia: cuadrar el año perfecto. Irlanda se convertía en el último escollo. Y el partido comenzó de forma sorprendente. Los chicos de la Isla Esmeralda parecían aviones. En el minuto dieciocho el marcador era 19-0 tras los ensayos de Murray, Ross y Kearney. Croke Park se frotaba los ojos. Al descanso la ventaja local seguía siendo solvente: 22-7. Sin embargo, en la segunda mitad Dublín fue asolado por un tsunami, una marea negra en forma de equipo de rugby que anotó un parcial de 0-17 para dejar en 22-24 el marcador en la última jugada. O’Driscoll vio el último lance en el banquillo, al ser sustituido en el minuto sesenta (con 22-10), después de que el médico le impidiera reintegrarse al juego tras una fea contusión. Su salida pesó demasiado a Irlanda, que vio cómo se le escapaba entre los dedos la primera victoria de su historia ante los All Blacks. 

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Pese a todo, estos dos malos tragos no impedirán que el sábado O’Driscoll salte al campo a cuadrar el círculo y acabar su singladura con la zamarra verde como lo empezó: ganando y deslumbrando en París, otra vez en París. Y cuando el árbitro pite el final, BOD, el centro más fiero, indómito e imprevisible que ha pisado un campo con Irlanda, enfilará el túnel de vestuario como suele hacer. Felicitando al árbitro por su actuación y agradeciendo a los rivales el esfuerzo y a sus compañeros la solidaridad. Porque como le gusta decir a O’Driscoll, «por encima de cualquier cosa, yo soy un jugador de equipo». Por eso los irlandeses se han encomendado a él para librar las últimas ciento cuarenta y una batallas: In BOD we trust…


http://www.jotdown.es/2014/03/in-bod-we-trust/
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: Cardo en Mayo 20, 2014, 22:29 Horas
  ¿Habéis leído y escuchado el último artículo de la revista? Trata sobre los mejores himnos futbolísticos mundiales (exceptuando los de España ya que aquí ya fue elegido el del Sevilla).

  A parte de los típicos del Liverpool, hay algunos que están muy bien como el del Cavese italiano, aunque faltan algunos como el del Celtic (para mi el mejor aunque sea el mismo que el del Liverpool que se lo apropió).

  http://www.jotdown.es/2014/05/cual-es-el-mejor-himno-futbolistico-del-mundo/ (http://www.jotdown.es/2014/05/cual-es-el-mejor-himno-futbolistico-del-mundo/)
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: anonimo_sevillista en Mayo 20, 2014, 23:00 Horas
Al entrar a ver el artículo, he visto este, maravilloso, sobre el Eibar. Se habla de muuuchos de los temas que se han tratado en este foro: cómo subir a 1º compitiendo deslealmente, el dinero en el fútbol, etc. Con dos cojones el Eibar a 1º, eso sí que sería enriquecer la Liga y no una megaestrella que fiche alguno de los dos de siempre.

http://www.jotdown.es/2014/04/eibar-contra-el-futbol-moderno/ (http://www.jotdown.es/2014/04/eibar-contra-el-futbol-moderno/)
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: Jose Luis Bueno en Junio 26, 2014, 11:42 Horas
http://t.co/fPFJHI5GbX (http://t.co/fPFJHI5GbX)

Para el que tenga tiempo, que se lea esta entrevista a Engonga. Merece la pena.

Habla un poco de Ramón Vázquez y del Sevilla de Bilardo.
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: JamesCG en Junio 26, 2014, 16:09 Horas
http://t.co/fPFJHI5GbX (http://t.co/fPFJHI5GbX)

Para el que tenga tiempo, que se lea esta entrevista a Engonga. Merece la pena.

Habla un poco de Ramón Vázquez y del Sevilla de Bilardo.
"... En el último partido ganamos 1-0 al Sevilla, pero bajamos a segunda. Fue uno de los peores recuerdos que tengo de mi carrera porque encima lesioné a Ramón. Era una jugada en la que ni siquiera me tiré al suelo, le di en la rodilla con la rodilla y le rompí el cruzado. Él había firmado con el Deportivo al año siguiente, con Lendoiro, y nunca volvió a ser el mismo. Le fastidié la carrera. Siempre que lo recuerdo me da coraje. Recuerdo a Manolo Jiménez en el descanso gritándome que había hundido a su amigo. Yo solo decía que no le había tocado. Con el tiempo, cuando ves que no se recupera… creo que fue lo peor que he vivido en el fútbol. Hasta me cuesta contarlo ahora. Tampoco he podido hablar nunca de esto con él, no sé si por falta de valor por mi parte, pero me sabe fatal."

" -También jugaste con el Maradona del Sevilla de Bilardo.

 -Nos echó Díaz Vega, qué buen árbitro (risas), a tres o cuatro. A los tres yugoslavos y a mí. La verdad es que fue un partido complicado, bronco. No por culpa del Sevilla de Bilardo, sino porque éramos dos equipos fuertes, duros de pelar. Aunque los jugadores del Celta nos sentimos ninguneados por el árbitro. Y Maradona me pareció un muy buen futbolista, no hizo un partido de estos que ves por la tele y suspiras, pero es que era un tío que caminando hacía lo que yo corriendo diez kilómetros. Le veías y decías: si es que da igual. "
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: Jose Luis Bueno en Junio 26, 2014, 16:26 Horas
"... En el último partido ganamos 1-0 al Sevilla, pero bajamos a segunda. Fue uno de los peores recuerdos que tengo de mi carrera porque encima lesioné a Ramón. Era una jugada en la que ni siquiera me tiré al suelo, le di en la rodilla con la rodilla y le rompí el cruzado. Él había firmado con el Deportivo al año siguiente, con Lendoiro, y nunca volvió a ser el mismo. Le fastidié la carrera. Siempre que lo recuerdo me da coraje. Recuerdo a Manolo Jiménez en el descanso gritándome que había hundido a su amigo. Yo solo decía que no le había tocado. Con el tiempo, cuando ves que no se recupera… creo que fue lo peor que he vivido en el fútbol. Hasta me cuesta contarlo ahora. Tampoco he podido hablar nunca de esto con él, no sé si por falta de valor por mi parte, pero me sabe fatal."

" -También jugaste con el Maradona del Sevilla de Bilardo.

 -Nos echó Díaz Vega, qué buen árbitro (risas), a tres o cuatro. A los tres yugoslavos y a mí. La verdad es que fue un partido complicado, bronco. No por culpa del Sevilla de Bilardo, sino porque éramos dos equipos fuertes, duros de pelar. Aunque los jugadores del Celta nos sentimos ninguneados por el árbitro. Y Maradona me pareció un muy buen futbolista, no hizo un partido de estos que ves por la tele y suspiras, pero es que era un tío que caminando hacía lo que yo corriendo diez kilómetros. Le veías y decías: si es que da igual. "

Y hay algunas respuestas más que merecen mucho la pena. Con lo de Simeone es para partirse. Y lo de Djalmina, vaya crack, tal y como la mayoría nos lo imaginábamos.

Y Simeone.

Siempre me gustó jugar contra él. Tíos aparte de buenos, fuertes, que no te vuelven la cara, que no van de mentira, que no te van a dar una colleja cuando te descuides. Una vez no sé qué pasó que le dio a alguien, le fui a protestar y cuando me vio llegar, me puso la mano delante y me dijo textualmente: «Si venís a inflar las bolas, hasete humo». Me quedé así, callado. Dije un exabrupto, giré y me fui pensando ¿qué me ha dicho? Me quedé como si me hubiera hablado en inglés o algo así. Yo esperaba insultos y me encontré eso, me rompió.

Roa.

Roa, Roa… cuando jugamos contra el Madrid que se fue la luz en el Luis Sitjar, le digo al Lechuga en el vestuario: «Ten cuidado con Raúl si se queda solo  —que era algo muy factible— que le gusta mucho amagar y tirarte una vaselina». Su famosa jugada, la cuchara. Y Roa me dice: «vale, vale, bien». Me doy la vuelta y me viene Roa otra vez: «¿Y ese qué número tiene?» (risas). Empezamos a jugar y al rato en un córner, coge a Raúl y me dice: «¿Es este, no?» (risas). Vivía en su propio mundo, no se preocupaba de los contrarios. El entrenador de porteros, Basigalup, no paraba de ponerles vídeos y estadísticas y a él le entraba por un oído y le salía por otro.

Djalminha.

Un mago. Era el fútbol de la calle. Total. Malencarado. Yo tenía unas trifulcas con él… Se reía de ti. Me recordaba al listillo del barrio que te regateaba y acababas dándole una patada en la cara. Era imposible jugar contra él, yo le he quitado balones a Zidane, pero a él, imposible. Y se reía de ti, ya te digo. Te daban ganas de matarlo. Siempre tenía alguna con alguno en todos los partidos. En España, en todo el tiempo que estuvo él, se escribió mucho de Rivaldo y Zidane, pero poco de Djalminha para lo que era. No he coincido nunca con él después de jugar, pero si le viera le daría un abrazo.

(Zidane)

El día que nos echa Francia de la Eurocopa de 2000, estábamos Helguera y yo sentados en el banquillo. Ellos pegaron un cambio de orientación y le cayó el balón a Zidane. Camacho le dijo Míchel Salgado: «Dale, dale». Míchel intentó apretarlo y según llegó a su altura, Zidane la paró con una y se la pasó al otro pie, y Míchel detrás, de ahí la puso otra vez en el otro, Míchel detrás, y de ahí al otro y la sacó jugando. Míchel ahí seco, Camacho se calló. Y Helguera y yo nos miramos diciendo: «joooooder». Cuando jugabas contra él en lo que te fijabas era en su forma de hacer las cosas. Le podías tirar una piña que tranquilamente la pillaba. Otra gente la ves que se remanga, salta. Y él, nada.
Título: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
Publicado por: Jose Luis Bueno en Julio 12, 2014, 12:49 Horas
http://www.jotdown.es/2014/07/cinco-goles-como-cinco-orgasmos-o-por-que-se-me-va-la-vida-con-el-futbol/ (http://www.jotdown.es/2014/07/cinco-goles-como-cinco-orgasmos-o-por-que-se-me-va-la-vida-con-el-futbol/)

Pedazo de artículo que ya estáis tardando en leer. Un homenaje al fútbol, al Dépor y sobre todo a lo que sentimos los aficionados. Todos os veréis reflejados en cada escena que narra.

Merece muchísimo la pena.
Título: Re: JOT DOWN. "San Francisco Dons: cuando la dignidad vale más que la victoria"
Publicado por: RED SKIN en Septiembre 09, 2014, 23:50 Horas
San Francisco Dons: cuando la dignidad vale más que la victoria

(http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2014/07/TheDons.jpg)

Imaginen un grupo de jugadores de fútbol americano que han jugado la temporada de sus vidas. Están a punto de alcanzar la gloria en el equipo de una universidad que nunca antes —ni nunca después— tuvo ocasión de conseguir logros importantes en el competitivo mundo del deporte preprofesional estadounidense. Imaginen también lo que debieron de sentir cuando, a causa de los estúpidos prejuicios que a veces imperan en nuestras sociedades, se les puso en una dolorosa disyuntiva: renunciar a sus sueños deportivos o aceptar la idea de que dos de sus compañeros fuesen apartados del equipo, y por el único motivo de tener un color distinto de piel. Imaginen el momento en que el vestuario de un joven equipo como aquel se transformó en un tribunal moral donde había que tomar una decisión con todo el país pendiente de ellos. ¿Queremos la dignidad o queremos la victoria? En su época casi nadie les iba a culpar por tomar el camino fácil y deshacerse de aquellos dos jugadores. Lo contrario significaba renunciar al producto de meses y meses de duro esfuerzo y justo al final de una temporada impresionante.

Viajamos a 1951. Los Dons, equipo de la Universidad de San Francisco, siempre fueron una escuadra modesta. Durante sus primeras tres décadas de existencia, entre 1917 y 1950, jamás habían ganado un título regional, ni mucho menos una distinción nacional. En el fútbol universitario estadounidense, conseguir un trofeo era algo extraordinariamente difícil: muchos equipos y unas cuantas universidades poderosas que solían acaparar a buena parte de los mejores jugadores, dejando las migajas a los pequeños. Y los San Francisco Dons pertenecían al grupo de los pequeños. Por no tener, el fútbol universitario ni siquiera tenía un campeonato nacional reglamentado. Pero después de cada temporada tenía lugar una serie de partidos que usualmente se jugaban a principios de enero y cuyos organizadores invitaban a los que consideraban los mejores equipos de la temporada regular. Estos eran los llamados trofeos post season, o de final de temporada, lo más parecido a un título nacional que existía en el fútbol universitario. En 1951 se celebraban seis de estos trofeos (Orange Bowl, Sugar Bowl, Rose Bowl, Sun Bowl, Cotton Bowl, Gator Bowl) y casi todos ellos se celebraban en el sur, donde la fiebre del fútbol era mucho mayor. Dato a tener en cuenta, porque las leyes de segregación racial todavía estaban vigentes en buena parte de la región. A falta como decimos de un campeonato nacional oficial, estos partidos servían para ayudar a designar un equipo «campeón», elegido por aclamación mediante encuestas, de manera parecida a la elección del Balón de Oro en el fútbol europeo. Estos trofeos, decididos a un partido, eran el botín más cotizado para cualquier escuadra universitaria. Eran el pasaporte a la gloria. En 1951 solamente doce equipos iban a ser invitados y teniendo en cuenta el número de equipos que iniciaban la temporada, llegar a disputar y ganar uno de estos trofeos resultaba extraordinariamente difícil. No pensemos que estos partidos universitarios se celebraban ante un puñado de padres y unas cuantas animadoras, no. Eran eventos deportivos de primera magnitud, disputados en granes estadios y que recibían (y reciben) la atención de toda la prensa estadounidense. No eran muy diferentes a una final de Champions League.

Para los Dons de la Universidad de San Francisco, de hecho, llegar allí nunca había parecido difícil… sino sencillamente imposible. Tradicionalmente, jamás habían pasado de ser un equipo mediocre. Su triste palmarés, o más bien la ausencia de él, los había convertido en la Cenicienta y el hazmerreír de las universidades rivales en el área de San Francisco. Los dos principales equipos vecinos, Santa Clara y Saint Mary, sabían lo que era jugar algunas grandes temporadas y llegar a los trofeos post season. El equipo de Santa Clara acumulaba dos trofeos de la Sugar Bowl. Por su parte, en Saint Mary podían presumir de haber ganado una edición de la Cotton Bowl y de haber sido finalistas en otros dos eventos. Pero en las vitrinas de los Dons, como ya hemos dicho, se acumulaban las telarañas. Nunca habían estado en un partido de final de temporada, ni se les esperaba. Los jugadores de la universidad de San Francisco tenían que conformarse con ver desde la grada cómo sus dos equipos vecinos coqueteaban con la gloria futbolística. En 1949, para colmo, el equipo de Santa Clara hizo otra gran temporada, culminada gloriosamente al ganar la Orange Bowl en un estadio abarrotado por 65.000 espectadores en Miami. Los pobres Dons se vieron todavía más empequeñecidos. Pero eso no era todo. Por si no fuese suficiente con los complejos adquiridos frente a las universidades vecinas, los problemas presupuestarios en la Universidad de San Francisco habían situado al equipo de fútbol en el umbral de la desaparición. La dirección de la Universidad decidió que no había dinero suficiente para mantener íntegra la sección deportiva, que se necesitaba hacer recortes, y el escasamente exitoso equipo de fútbol, claro, iba a ser la principal cabeza de turco. En 1951 los San Francisco Dons iban a jugar su última temporada.

Y eso que durante los dos años anteriores el equipo había dado muestras de considerable mejoría. Precisamente en aquel año 1951, el último que iban a disputar, los Dons consiguieron finalmente reunir un equipo como el que nunca habían tenido y nunca volverían a tener: un equipo capaz de competir con los mejores. El entrenador del equipo, Joe Kuharich, era un viejo lobo de mar que había jugado algunas temporadas en la NFL, aunque había destacado más como jugador universitario en el importante equipo de Notre Dame, cuyo entrenador lo había definido como «uno de los jugadores más listos que he tenido jamás a mis órdenes». Kuharich, efectivamente, era muy listo. Aquel era su cuarto año como entrenador en San Francisco y se las había arreglado para convertir el equipo perdedor que había heredado de su predecesor en una escuadra cada vez más peligrosa, que llevaba dos temporadas ganando más partidos de los que perdía, todo un logro en una universidad modesta. Y lo había conseguido gracias a su tremendo instinto para elegir a sus chicos: algunos de los jugadores que resultaron ser los mejores en aquel equipo ni siquiera habían jugado al fútbol en el instituto, o bien habían sido rechazados por equipos anteriores. Pero Kuharich no se dejaba llevar por lo que decía el historial deportivo de cada alumno. Él tenía un don natural para detectar el talento y seleccionó cuidadosamente un plantel que, aunque hecho aparentemente de retales, terminó siendo una escuadra verdaderamente temible. Y antes de iniciarse aquella última temporada ya sabía que tenía algo especial entre manos. El tiempo, hemos de decir, le daría la razón: nueve de aquellos jugadores darían el salto a la NFL —siendo incluidos en el draft de la liga profesional al finalizar aquella temporada—, incluso tres de ellos terminarían en el Salón de la Fama del fútbol americano al finalizar sus carreras. Un pequeño repaso a algunos de los nombres que Kuharich tenía en el equipo puede darnos una buena idea.


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Título: Re:Bill Laimbeer, el hombre más odiado de Portland.
Publicado por: RED SKIN en Enero 27, 2015, 13:41 Horas
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Sin Isiah Thomas en el campo, los Pistons atacan como pollos sin cabeza. Al contrario de lo que pasara en el primer partido de las finales de 1990, cuando los Portland Trail Blazers se vinieron abajo lamentablemente en los últimos minutos, ahora son los Pistons los que se ven entre la espada y la pared: después de tener el partido ganado en el tiempo reglamentario y de nuevo en la prórroga, un parcial de 0-6 les coloca dos puntos por debajo cuando apenas quedan nueve segundos por jugarse.

El encargado de sacar es Mark Aguirre y, como no sabe a quién dársela, se la pasa al más alto, a Bill Laimbeer, un pívot que supera los 2,10 y es famoso por su tosquedad y su aspereza —por llamarla de alguna manera— defensiva. A Laimbeer le defiende Clyde Drexler, un escolta, y hay una razón para ello: aparte de repartir codazos y pegarse con todo el equipo rival hasta conseguir sacar a los cinco jugadores de sus casillas, el pívot criado en Chicago, familia adinerada, clásico midwestern, lleva cinco triples en lo que llevamos de partido, dos de ellos, en apariencia decisivos, en la prórroga.

Con todo, la jugada no parece pensada para Laimbeer porque entonces no habría recibido tan pronto el balón. Más bien parece que Laimbeer es solo un punto intermedio para que la pelota acabe llegando a Joe Dumars o quizás a James Edwards en el poste bajo, en busca de uno de sus lanzamientos a la media vuelta. El resultado es 102-104 para Portland en el alborotado Palace de Auburn Hills, donde los Pistons no han perdido un solo partido de play-off en dos años, y Laimbeer parece ponerse nervioso: mira los alocados movimientos de sus compañeros pero ninguno consigue desmarcarse, el tiempo pasa y hay que hacer algo, así que bota torpemente, se escora un poco hacia su izquierda y lanza desde algo así como ocho metros y medio.

La pelota entra con la violencia habitual en esta clase de tiros, casi maltratando la red. Rick Adelman, entrenador de Portland desde que sustituyera a Mike Schuler, el «amigo» de Fernando Martín, se lleva las manos a la cabeza desesperado. Se lo imaginaba. No de esta manera, pero se lo imaginaba. Tenía que volver a ser el descerebrado de Laimbeer el que le fastidiara la final, el que echara abajo la lucha de su equipo durante todo el partido.


Sin Isiah Thomas en el campo, los Pistons atacan como pollos sin cabeza. Al contrario de lo que pasara en el primer partido de las finales de 1990, cuando los Portland Trail Blazers se vinieron abajo lamentablemente en los últimos minutos, ahora son los Pistons los que se ven entre la espada y la pared: después de tener el partido ganado en el tiempo reglamentario y de nuevo en la prórroga, un parcial de 0-6 les coloca dos puntos por debajo cuando apenas quedan nueve segundos por jugarse.

El encargado de sacar es Mark Aguirre y, como no sabe a quién dársela, se la pasa al más alto, a Bill Laimbeer, un pívot que supera los 2,10 y es famoso por su tosquedad y su aspereza —por llamarla de alguna manera— defensiva. A Laimbeer le defiende Clyde Drexler, un escolta, y hay una razón para ello: aparte de repartir codazos y pegarse con todo el equipo rival hasta conseguir sacar a los cinco jugadores de sus casillas, el pívot criado en Chicago, familia adinerada, clásico midwestern, lleva cinco triples en lo que llevamos de partido, dos de ellos, en apariencia decisivos, en la prórroga.

Con todo, la jugada no parece pensada para Laimbeer porque entonces no habría recibido tan pronto el balón. Más bien parece que Laimbeer es solo un punto intermedio para que la pelota acabe llegando a Joe Dumars o quizás a James Edwards en el poste bajo, en busca de uno de sus lanzamientos a la media vuelta. El resultado es 102-104 para Portland en el alborotado Palace de Auburn Hills, donde los Pistons no han perdido un solo partido de play-off en dos años, y Laimbeer parece ponerse nervioso: mira los alocados movimientos de sus compañeros pero ninguno consigue desmarcarse, el tiempo pasa y hay que hacer algo, así que bota torpemente, se escora un poco hacia su izquierda y lanza desde algo así como ocho metros y medio.

La pelota entra con la violencia habitual en esta clase de tiros, casi maltratando la red. Rick Adelman, entrenador de Portland desde que sustituyera a Mike Schuler, el «amigo» de Fernando Martín, se lleva las manos a la cabeza desesperado. Se lo imaginaba. No de esta manera, pero se lo imaginaba. Tenía que volver a ser el descerebrado de Laimbeer el que le fastidiara la final, el que echara abajo la lucha de su equipo durante todo el partido.


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