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Autor Tema: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.  (Leído 29997 veces)

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Re: JOT DOWN. Las lágrimas de Kalusha Bwalya.
« Respuesta #20 en: Febrero 22, 2012, 16:16 Horas »
Las lágrimas de Kalusha Bwalya

Rubén Uría



http://www.jotdown.es/2012/02/ruben-uria-las-lagrimas-de-kalusha-bwalya/

Es absolutamente magnífico. Los vellos pa rascar cristales.

Desconectado rafapaz

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Re: Re :Los doce asaltos del " Toro Salvaje".
« Respuesta #21 en: Febrero 23, 2012, 13:56 Horas »
LOS DOCE ASALTOS DE "TORO SALVAJE"

http://www.jotdown.es/2012/01/ruben-uria-doce-asaltos-del-toro-salvaje-2/

No soy un gran seguidor del boxeo, pero este artículo está muy pero que muy bien escrito. En serio, recomiendo su lectura, es una historia que me ha resultado muy emocionante por como está contada. Felicidades a su autor.

Desconectado kiral

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Re: Re :Los doce asaltos del " Toro Salvaje".
« Respuesta #22 en: Febrero 25, 2012, 19:11 Horas »
No soy un gran seguidor del boxeo, pero este artículo está muy pero que muy bien escrito. En serio, recomiendo su lectura, es una historia que me ha resultado muy emocionante por como está contada. Felicidades a su autor.

El articulo de boxeo tiene poco, la verdad. Solo que a mi Sugar Robinson no me parece ni de lejos el mejor pugil de todos los tiempos. Me parece de chiste vaya, cuando hoy en dia los hay que incluso suben y bajan de peso de una semana para otra para seguir peleando en otras modalidades y arrasando igualmente.

Por lo demas, la historia no se como es, pero la pelicula es fantastica. Impresionante De Niro, como casi siempre.

Desconectado RojoMental

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Re: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« Respuesta #23 en: Febrero 25, 2012, 20:57 Horas »
Mi afición por el boxeo es reciente, pero me ha llegado con pasión y el boxeo contemporáneo lo sigo bastante de cerca. En cuanto a el mejor boxeador de todos los tiempos Sugar  Ray Robinson, ocupa un lugar privilegiado para la etiqueta. En  muchos de los aspectos que harían calificar a un boxeador como el mejor de todos los tiempos, como el estilo que crea escuela posteriormente para muchos boxeadores, o el aval de un impresionante palmares.
Pero entre los grandes ídolos del boxeo hay debate, cada uno podía aportar no sólo dentro del cuidrilatero diversos estilos pugilisticos u otras azañas acotadas exclusivamente dentro de la parcela deportiva .

Desconectado RojoMental

  • Benjamín
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Re: Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« Respuesta #24 en: Febrero 25, 2012, 21:23 Horas »
Ah..El artículo sobre La motta me ha gustado mucho.
Y para el que no la halla visto increíble peli la de racing bull.

Desconectado RED SKIN

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Re: JOT DOWN. LA CHISPA ADECUADA A MIKE TYSON.
« Respuesta #25 en: Marzo 01, 2012, 18:26 Horas »


“Los primeros recuerdos de mi vida son los hospitales. Tenía una neumonía y todos estaban alrededor de mi cama en el hospital. Tal vez mi padre estuviera allí, o el que creía que fuera mi padre, porque nunca lo supe“. Huérfano desde siempre, porque su padre biológico, James Kirkpatrick, se desentendió de su madre nada más dejarla embarazada, Mike Tyson creció en el miedo. En su barrio, a caballo entre Brownsville y Crown Heights, matabas o te mataban. El corazón más sucio de Brooklyn no era un crucero de placer para un chico tímido, introvertido, gordo y con complejo de inferioridad. Su madre, Donna Tyson, trató de protegerle, pero fue en vano. El pequeño Michael era el blanco perfecto del resto de los chicos de un vecindario hostil. Raro era el día que no le pegaban, que no le robaban en plena calle o que no le humillaban. Lo noquearon varias veces, le agredieron con un bate de béisbol y le partieron un ladrillo en la cabeza. Estaba asustado y veía cómo su extrema timidez era traducida por los vagos del barrio como un gesto de debilidad, del que abusaban después de la escuela. “Una vez cogieron mis gafas y me las rompieron. Salí corriendo. Estaba asustado, no quería que me humillaran“. Obeso, torpe, analfabeto y asustado, Mike sólo encontraba refugio en sus silenciosas y frágiles compañeras, las palomas mensajeras. Por ellas le detuvieron por primera vez, cuando sólo tenía seis años y rompió un escaparate para llevarse a casa un pichón. Las palomas, como él, respetaban el silencio y la soledad. Ellas no le arañaban de frente y perfil. Respetaban su miedo, no les importaba compartir unas migas de pan con un gordo con gafas. “Me gustaban las palomas. Un día un tipo me las quitó y a una de mis palomas le retorció el cuello y la mató. Esa fue mi primera pelea. A partir de entonces, todo el mundo me respetó“. Alistado en una peligrosa pandilla de gamberros callejeros, detenido casi cuarenta veces por hurto, incluso a mano armada, Mike llevó sus miserias hasta el reformatorio. Allí descargó su frustración y se expresó con el único lenguaje que sabía hablar: el de sus puños. Su pegada, una fuerza de la naturaleza, sirvió para que adivinaran en él condiciones innatas para boxear. Podría ser un futuro campeón. Pero se necesitaba que alguien canalizara toda esa violencia encerrada en un cuerpo de adolescente. Entonces decidieron llevarle a casa de Cus D’Amato, un ex boxeador que había hecho fortuna como mentor de Floyd Patterson.

Cuando Tyson llegó a Catskill, D’Amato le recibió de manera cariñosa y le enseñó su casa. Era una mansión de la época victoriana, de catorce dormitorios, llena de muebles de lujo. A Mike los ojos se le salían de las órbitas. Aquello no tenía nada que ver con el correccional, ni con su maldito barrio infestado de pobreza y delincuencia. “Me dije a mi mismo, ahora voy a esperar hasta la noche y cuando estén durmiendo, le voy a robar todo esto a estos blancos tan confiados“. D’Amato lo miró, le puso la mano en el hombro y le dijo: “Esta es tu casa. Si me obedeces en todo, serás campeón del mundo y podrás ayudar a tu familia, sólo tienes que confiar en mi“. Tyson pensó que aquel viejo estaba loco, pero después de una copiosa cena, mientras todos dormían, no se levantó a hurtadillas para robar a su nuevo maestro. Simplemente, permaneció en su cama, en silencio, esperando acontecimientos. Echaba de menos a sus palomas, pero aquel blanco parecía sincero y él soñaba con ser campeón del mundo. Con sacar a su familia de aquella hedionda cloaca del barrio. Durante las tres primeras semanas, Cus se pasó el día y la noche hablándole del boxeo, convenciéndole de que no era físico, sino espiritual. En la cuarta semana, mientras entrenaba, no dejaba de alargarle, de darle ánimo, de levantarle la autoestima. “Si te ves haciéndolo bien, lo harás bien“. Corría 20 kilómetros diarios, hacía flexiones, saco y sesiones interminables de sombra. Cus jamás se despegaba de su lado. “La velocidad mata, la rapidez es letal, tu eres un rayo, el más rápido“. Se lo repetía una y otra vez. Una y otra vez. Hasta la hora de cenar. Después, ambos se sentaban en el comedor y visionaban cintas de vídeo. El entrenador le ponía los mejores combates del siglo y analizaba, en voz alta, todos los golpes de aquellos gigantes del ring, para que Mike mimetizara y sincronizara esos movimientos. “De niño veía todas las colecciones de Cus, sabía todos sus movimientos y él me hacía estudiarlos. Vimos esos vídeos cada noche, desde los catorce años hasta que cumplí los veinte, con dos sesiones por noche“. Al caer la noche, cuando Tyson se acostaba, su mentor se apostaba, al pie de su cama, para hablarle del carácter de los hombres. “Sabía que con él ahí, cada noche, junto a mi cama, nada malo podría pasarme“. Le hablaba de Alí, de Frazier, de Marciano, de los mejores. Y le repetía, una y otra vez, que él estaba hecho del mismo material que ellos, pero que sólo tenía que domar su miedo, convertirlo en su mejor amigo, en su mejor aliado. “¿Quieres de verdad ser el campeón? Lo serás. Persigue un sueño y lo conseguirás“. Mike Tyson, aquel ladrón de poca monta de un barrio conflictivo que vivía asustado, se transformó en un alumno modélico, en un chico disciplinado. “Gracias a Cus dejé de ser un ladrón. Mi vida cambió. Él me cambió. Me lavó el cerebro, me convenció de que era el mejor. Me hizo de todo, me convirtió en otra persona“.



El venerable Cus se esforzó en fabricar al campeón más duro y agresivo de la historia. Lo logró gracias al sudor y la cultura del esfuerzo, pero ganó la batalla por su discurso dirigido al corazón. “Yo no enseño boxeo. Trato de enseñar sobre el poder de las emociones y el poder de la mente“. D’Amato golpeó y golpeó en el yunque de su obsesión. Y su obsesión era transformar a Mike, una oveja descarriada, en un campeón. “Mike, los héroes y los cobardes tienen el mismo miedo, pero solo el héroe es el que reacciona. Tu eres un héroe, hijo“. Le hablaba de respeto, de amor, de la vida, de la familia, de ser un hombre siempre y en cualquier circunstancia. De cómo no dejarse cegar por el éxito, de cómo gestionar el fracaso, de cómo ser fiel a uno mismo, de no traicionar nunca sus principios. “Mike es mi hijo. Hace años que debería estar muerto, pero él me da la motivación para poder seguir vivo. Es mi única razón para poder continuar. Quiero verte campeón hijo, sé que puedes hacerlo. Las personas mueren cuando ya no quieren vivir, pero Mike me da la motivación y voy a seguir con vida. No me iré hasta que eso suceda“. Pero Cus se fue antes de que eso sucediera. El 4 de noviembre de 1985, una neumonía aceleró su muerte. Había preparado a Tyson para salir al ring y destruir. Había fabricado la máquina de matar más precisa de la historia. Había forjado una voluntad de hierro en el cuadrilátero (‘I refuse the loose’). Había brindado a aquel niño negro todo el amor del padre que jamás pudo tener. Su verdadero padre murió sin haber visto cumplido su sueño, verle coronado del mundo. Por eso visitó su mausoleo, en 1985, para descorchar una botella de champán y contarle a Cus que lo habían logrado, que ambos estaban en la cima del mundo, que la corona era cosa de ambos. “Vive conmigo, Cus forma parte de mi. Es imposible olvidarle“.

Con el paso del tiempo, cuando se hicieron públicos los detalles sobre cómo se había fabricado a Mike Tyson como superestrella del boxeo, la intensa relación D’Amato y Tyson fue fuente de inspiración para la industria de Hollywood. Sylvester Stallone, para continuar con éxito la saga de la oscarizada Rocky –donde realizó una recreación del combate entre Wepner y Alí– , convenció al director John G. Avlidsen de basar el momento cumbre de Rocky V en los mejores diálogos de Cus D’Amato y Mike Tyson, para conformar el guión adaptado. El director aceptó y la cinta recogió la esencia de las conversaciones entre Cus y Mike, asignando sus frases a los personajes ficticios de Rocky y su venerable mánager, Mickey, interpretado por el genial Burguess Meredith. Aquellos diálogos, ambientados con la excepcional canción Mickey, compuesta por Bill Conti, se convirtieron en el momento más intenso de la quinta entrega de la saga del ‘potro italiano’. Frases que, para siempre, inmortalizaron la grandeza de Cus D’Amato.

Veinticinco años después de la muerte de Cus D’Amato, los renglones torcidos de la vida de Tyson han vuelto a cobrar sentido. Después de dilapidar su fortuna, tras haber sido víctima de sirenas que dicen te quiero si ven una cartera llena y de haberse visto privado de libertad, Tyson se desembarazó del promotor Don King, la sanguijuela que le había chupado toda la sangre. Ahora trata, a pesar de sus agobios económicos, de rehacer su vida, escuchando los consejos de grandes figuras como Magic Johnson, ex estrella de Los Angeles Lakers. Tyson, que volvió al ring sólo por dinero, parece haber consuelo en su relación con Mónica. Sus hijos, Gina, Mikey, Rayna y su único varón, Amir, son el centro de su vida. Desposeído de su millonaria fortuna por su mala cabeza y sus malas compañías, trata de no fracasar en su matrimonio y se alquila, por horas, para hacer acto de aparición en fiestas y cumpleaños de particulares. Sigue enamorado de la paz que le infunden las palomas mensajeras, cree que el amor es más fuerte que el odio y se imagina cómo habría sido su vida si al viejo Cus no se lo hubiera llevado al otro barrio aquella maldita pulmonía. Su ángel de la guardia jamás le habría abandonado, jamás habría permitido que le hicieran tanto daño, ni que le exhibieran como un mono de feria para meter un poco de pasta en su aplanada cuenta corriente. Jamás habría permitido que Tyson se convirtiera en su propio verdugo.

Hoy, el viejo gimnasio de Cus, aún con ese inconfundible olor a linimento, sigue activo. Se encuentra en el número catorce de Union Street Square que, desde 1993, recibió el nombre de ‘Cus D’Amato Way’. Los más viejos del lugar siguen recordando los gritos que salían de aquellas cuatro paredes, cuando Cus trataba de enseñar a Floyd Patterson la defensa ‘Peek-a-boo’, que le catapultaría a la fama y el campeonato del mundo. Los vecinos confiesan que, en primavera, el barrio recibe la visita sorpresa de Tyson. El campeón llega al gimnasio, inspecciona el estado de salud de las paredes del edificio y después se pasa un buen rato apoyado en el quicio de la puerta, con un rictus de nostalgia. Luego coge el coche y se dirige al cementerio. Allí busca la tumba de su mentor, el viejo Cus, y deposita una flor junto a ella. Trata de bucear en sus recuerdos, rememorar las palabras de quien le enseñó a dominar su miedo. El peso pesado con más instinto asesino de la historia contempla la sepultura del que fue su verdadero padre y llora, desconsolado, preguntándose por qué se marchó antes de haberle visto coronarse campeón. ‘King Kong’ se lleva sus negras manazas a la cara para secarse el llanto, pero las lágrimas siguen deslizándose, a su antojo, por sus mejillas. Cuentan que, cuando logra serenarse, ‘Iron Mike’ se sienta al pie de la lápida de Cus y permanece ahí, sin mover un músculo, con la mirada perdida. Luego se coloca enfrente de la tumba y lee, en voz alta, la frase que le dedicó Cus. La misma que él mandó grabar, cuando murió, sobre la piedra de su lápida. “Primero transformé la chispa en una llama. Esta se tornó fuego. Y el fuego, en un incendio incontrolable“. Cuando enfila el camino hacia su coche, mientras abandona el cementerio, Tyson vuelve a recordar las sabias palabras de Cus, su chispa adecuada. Entonces, el alma de ‘King Kong’ se estremece.




Rubén Uría

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Re: JOT DOWN. BOBBY FISHER: LA INFANCIA DEL PEQUEÑO DIABLO.
« Respuesta #26 en: Marzo 06, 2012, 19:30 Horas »


Mediados de los años cincuenta. Una pareja de chavales camina por las calles de Nueva York. En mitad del ajetreo urbano nadie repara en su presencia. Los transeúntes, los policías, los trabajadores de las obras públicas; cualquiera que se cruce con ellos ve solamente a dos adolescentes. Porque eso es lo que son, sólo dos chicos de trece años. Pero la gente poco puede sospechar que uno de ellos se convertirá, en el transcurso de sólo un par de años, en uno de individuos más famosos del país. Y al cabo de algunos años más, en una de las mayores celebridades de todo el planeta. Es el más delgadito, de cabello castaño, vestimenta humilde y aspecto ligeramente desaliñado. Se llama Robert James Fischer y está a punto de irrumpir en la Historia cuando aún no tenga edad para afeitarse; el mundo, de hecho, lo conocerá para siempre con el diminutivo de “Bobby”.

Los dos chiquillos que deambulan juntos por las abarrotadas aceras son amigos y comparten una misma pasión: el ajedrez. Se han conocido participando en diversos torneos juveniles y cada vez que se encuentran suelen pasar bastante tiempo juntos. Uno de ellos se acaba de trasladar desde California hasta Nueva York, porque es la meca ajedrecística de los Estados Unidos. El otro, Bobby, ha crecido en esta misma ciudad, donde ya es un habitual en los clubes de ajedrez, de hecho suele saltarse las clases del colegio para poder participar en los torneos.

Este día, un día de primavera de 1956, los dos jovenzuelos se dirigen al sur de Manhattan. Nueva York es una metrópolis inmensa, pero su mundo —el microcosmos del ajedrez— es relativamente pequeño, repartido a lo largo de unas cuantas calles. Cerca de la 5ª Avenida, casi camuflado en una tranquila entrada de semisótano, está el Marshall Chess Club, uno de los clubes de ajedrez más importantes de la ciudad, que es a donde hoy se dirigen los dos jóvenes jugadores de nuestra historia. A unas pocas calles del club está el parque de Washington Square, donde suelen reunirse ajedrecistas de toda índole para echar unas partidas al aire libre; también allí se ha dejado ver el joven Bobby bastante a menudo. Un par de manzanas más allá —prácticamente a la vista del parque— hay varias legendarias tiendas de material ajedrecístico, como el Chess Forum, que es probablemente uno de los comercios más bonitos del mundo aunque sólo sea por lo que contiene tras sus coquetos escaparates; o el Village Chess Shop, donde a veces podemos ver a gente jugando en la misma acera, ante mesas situadas junto a la puerta del local como si fuese la terraza de un café. Los dos escolares transitan, pues, por el auténtico corazón del ajedrez neoyorquino. Caminan en silencio, y en ese momento, uno de ellos —que ha estado reflexionando durante un rato— parece tener un momento de revelación sobre su futuro. Su juego ha estado mejorando en los últimos meses de manera considerable, pero ahora su mirada va más allá y siente que se ha abierto una nueva puerta ante él. Todavía no ha cumplido los catorce años pero puede notarlo: está hecho para la grandeza.  Así lo recordaba después su acompañante y amigo, Ron Gross:

“Bobby y yo nos hicimos amigos. Solíamos vagabundear juntos por la ciudad. A veces íbamos al club Marshall para jugar un torneo de partidas rápidas, cosas por el estilo. Un día nos dirigíamos juntos a Manhattan porque ambos participábamos en un pequeño torneo temático sobre la apertura Ruy Lopez. De repente, Bobby dijo:

— ¿Sabes qué? Puedo ganarles a todos esos tipos.

Yo creí que se refería a la gente del torneo en que estábamos participando, y pensé que lo que estaba diciendo era una perogrullada. No era un torneo muy fuerte, y de hecho ambos habíamos ganado todas nuestras partidas hasta el momento. Pero él no se refería a eso. El se refería a que podía vencer a ‘cualquiera’ en los Estados Unidos. Y a finales de ese mismo año, eso es precisamente lo que hizo”.
El hijo de una enfermera


Regina Fischer, madre de Bobby, fue una mujer extremadamente inteligente y de carácter bastante difícil.

Regina Fischer era una mujer muy particular. Nació en Suiza, aunque su familia emigró después a los Estados Unidos, donde se hizo ciudadana estadounidense. Muy inteligente e inquieta, había estudiado medicina en la Unión Soviética —además del inglés, hablaba con fluidez ruso, alemán, francés, español y portugués… que se sepa— y se había casado con el físico alemán Hans Gerhardt Fischer, con quien tuvo una hija, Joan. Pero Hans la dejó y Regina volvió a los Estados Unidos para trabajar dando clases o como enfermera; poco dada a la monotonía, solía cambiar a menudo de residencia. Cuando nació su segundo hijo estaba en Chicago y como hoy sabemos ya no vivía con Hans, aunque este era todavía oficialmente su marido y a causa de ello durante muchos años se atribuyó al alemán la paternidad de Bobby. Por entonces, Regina se relacionaba con otro físico, el húngaro Paul Nemenyi, un simpatizante comunista que solía dejar atónitos a quienes se cruzaban en su camino por su prodigiosa inteligencia. Nemenyi había ganado la medalla nacional de matemáticas siendo un adolescente en Hungría, tenía al parecer una memoria fotográfica y destacaba especialmente en pruebas de medición de razonamiento espacial, curiosamente una de las cualidades básicas para un buen jugador de ajedrez. En 1942, cuando el futuro fenómeno Bobby vino al mundo, Nemenyi era la pareja de Regina Fischer. Así lo testimonian incluso papeles del FBI: la policía vigilaba a la mujer porque era una entusiasta activista de la izquierda, de la que incluso se sospechaba —sin fundamento, en realidad— que podía ejercer como espía para los rusos.

La verdadera ascendencia de Bobby, pues, siempre fue una materia confusa. Recibió el apellido Fischer y en su pasaporte constaba el alemán Hans, marido de su madre, como su progenitor legal. Si Paul Nemenyi era su padre, como parece probable por la circunstancias —e incluso por un cierto parecido físico entre ambos— Regina Fischer nunca lo declaró abiertamente y mantuvo el dato en secreto. Cabe recordar que hablamos de los años cuarenta y su madre pensó que convenía registrar al niño como fruto de una pareja todavía legalmente reconocida, y no como el hijo natural de un simpatizante comunista húngaro con quien no estaba casada. ¿Quién fue el padre de Bobby Fischer? Quizá nunca lo averigüemos con total certeza, y la única prueba concluyente sería la genética. Aunque resulta difícil creer que no fuese hijo biológico de Paul Nemenyi, por todo lo que sabemos sobre la vida de Regina Fischer. Lo que con seguridad nunca averiguaremos es si el propio Bobby conocía el dato sobre quién era su verdadero progenitor. Probablemente sí, pero durante su vida raramente se pronunció acerca de sus asuntos personales, y menos sobre las difíciles circunstancias familiares y económicas de su infancia. La única declaración pública al respecto se limitaba a un escueto resumen de la versión oficial:

“Mi padre abandonó a mi madre cuando yo tenía dos años. Nunca lo he visto. Mi madre sólo me ha dicho que se llamaba Gerhardt y que era de origen alemán”

Ni él, ni su madre, ni siquiera su hermana Joan arrojaron nunca demasiada luz sobre este tema. Existen versiones contradictorias que proceden de diversas fuentes relacionadas con la familia, pero resulta difícil saber con seguridad cuánto de verdad hay en cada una de ellas. Lo que sí sabemos es que cuando Bobby tenía cinco años, Regina, siempre inquieta, dejó Chicago y se trasladó con sus hijos a Nueva York… sola, lo cual indica que seguramente también había terminado rompiendo su relación con Nemenyi. Si intentamos componer un cuadro completo de lo que afirman todas esas versiones —aunque a veces choquen entre sí— parece ser que Paul Nemenyi podría no solamente ser el padre, sino que quizá incluso enviaba dinero a Regina Fischer con regularidad, a modo de pensión alimenticia oficiosa —legalmente no estaba obligado, claro— porque se consideraba el padre de la criatura. También parece, si hacemos caso a otros testimonos cercanos a Nemenyi, que el físico visitaba ocasionalmente al pequeño Bobby, sacándolo de paseo como lo haría una especie de tío adoptivo, por lo que parece sin hacerle saber que realmente era hijo suyo. Otros aseguran que el húngaro se mostraba muy preocupado por el modo en que Regina Fischer estaba educando a su hijo, y que llegaba incluso a derramar lágrimas porque no podía ver más a menudo al niño ni tener una relación auténticamente paternal con él. También ha habido personas cercanas al entorno de Joan, la hermana mayor de Bobby, que aseguran que ella dijo en alguna ocasión “Bobby y yo tenemos padres distintos”. Todo esta información, a menudo difícil de comprobar pero que más o menos encaja en un mismo marco —el de la paternidad de Nemenyi— construye un escenario incompatible con la versión oficial de la familia Fischer, donde Paul Nemenyi era ignorado y Hand Gerhardt Fischer era públicamente recordado como el padre biológico del ajedrecista.

Y según cuentan algunos otros, cuando Nemenyi murió —Bobby tenía nueve años— el niño preguntó por su prolongada ausencia y fue entonces cuando su madre, supuestamente, le respondió: “¿No lo sabías? Él era tu padre”.

No cabe duda de que Bobby Fischer ha sido uno de los personajes más psicoanalizados —a distancia, eso sí— de todo el siglo XX y es posible que de toda la Historia, así que frecuentemente se ha elucubrado sobre lo que pudo suponer la ausencia de una figura paterna para él. Durante sus años de gloria —los sesenta y setenta— aún no existía la idea de que la ausencia de un padre no es necesariamente determinante para un niño, y que hay otros factores más importantes en su desarrollo. Sea como fuere, es innegable que todo el asunto de su origen familiar le dolía; Bobby Fischer siempre se negaba a hablar de todo aquello que le había traumatizado o dolido durante sus primeros años, y el asunto de su ascendencia no fue una excepción.


Bobby Fischer (izquierda) y Paul Nemenyi (derecha). Aunque nunca fue reconocido como su padre, la gente no ha dejado de observar un cierto parecido.

Bobby, pues, había nacido en Chicago pero creció como neoyorquino de pro, en un pequeño apartamento de Brooklyn donde convivían su madre, su hermana mayor y él. El niño destacó pronto por una aguda inteligencia, y sabemos también que su madre no sabía muy bien qué hacer con ello. Era una mujer que quería a sus hijos y peleaba por sacarlos adelante, pero que quizá estaba poco conformada para la maternidad en el aspecto emocional. Descrita frecuentemente como poseedora de un carácter conflictivo, afectivamente fría y con cierta tendencia a la paranoia —quizá explicable por el hecho de que había sufrido vigilancia del FBI a causa de sus ideas— no era quizá una madre modélica. Además, solía estar todo el día trabajando para sacar adelante el hogar, algo que generalmente conseguía muy a duras penas entre no pocas apreturas económicas. Los Fischer eran realmente una familia cuya existencia lindaba en la pobreza.

Joan y Bobby pasaban bastante tiempo solos en su diminuto apartamento de Brooklyn. Dado que Joan era cuatro años mayor y no tenían dinero para contratar una persona encargada de cuidar a ambos hermanos, con frecuencia era la propia niña quien se ocupaba de cuidar y entretener a su hermanito. Lo cual no resultaba fácil, ya que el cerebro de Bobby crecía a marchas forzadas, no había muchas distracciones al alcance por motivos monetarios y cualquier actividad parecía quedársele corta. Un buen día, cuando Bobby tenía seis años, Joan subió a casa con una caja de “juegos reunidos” que traía de la tienda de caramelos y juguetes situada en el mismo edificio (a veces se dice que Joan la compró con dinero que le había dado su madre, y a veces se dice que la recibió como regalo del dueño de la tienda, que había simpatizado con la pobre condición de los dos hermanos). Entre otros entretenimientos, aquella caja de juegos contenía un pequeño tablero de ajedrez junto a un folleto que explicaba las reglas más básicas del juego. Ambos hermanos disputaron unas cuantas partidas, pero lo que para Joan era únicamente un pasatiempo fugaz, para Bobby se convirtió en una verdadera obsesión. Es habitual que muchos niños prodigio del ajedrez aprendiesen el juego por influencia de los adultos, ya fuera viéndolos jugar entre ellos o siendo introducidos a la práctica por sus padres y familiares. Pero Bobby Fischer, en una circunstancia que resume a la perfección su futura carrera, descubrió el ajedrez por sí mismo.

La niña pronto se cansó de intentar seguirle el ritmo a su pequeño hermano y dejó de jugar con él. No porque ella no fuese también inteligente; de hecho terminó siendo una pionera de la educación computerizada en la Universidad de Stanford… no había nadie tonto entre los Fischer, desde luego. Pero Bobby siguió absorbido por las sesenta y cuatro casillas, sólo que ahora en solitario porque su hermana prefería hacer también otras cosas, como cualquier niña normal. De hecho, la fijación por el ajedrez de Bobby adquirió proporciones casi patológicas.

Su madre, que observó bastante preocupada el proceso, llegó incluso a consultar con un psiquiatra. El médico le dijo, simple y llanamente, que “el ajedrez no es lo peor con lo que un niño puede obsesionarse”, una verdad a medias que, como sabemos, suele esconder la peor de las mentiras. Quizá hubiese sido conveniente intentar moderar aquella obsesión. Pero, aparte de la poca habilidad de Regina Fischer como madre, en aquellos tiempos no existían demasiadas pautas educativas o psiquiátricas para encaminar a niños con estas características tan peculiares hacia una infancia más normal. Bobby Fischer no sólo era un niño superdotado, sino que destacaba incluso entre los niños con esa condición: cuando se midió su capacidad intelectual en la escuela, deshizo todos los registros archivados en el centro. Durante su vida, Bobby Fischer nunca fue psiquiátricamente diagnosticado: sí sabemos por su conducta que sufrió cierto grado de paranoia en su madurez —que quizá estaba, como la de su madre, parcialmente justificada por la persecución de que estaba siendo objeto— y sobre todo se lo suele citar como un ejemplo paradigmático del síndrome de Asperger. Dicho síndrome parece encajar bastante con lo que sabemos de su figura, pero una vez más son todo conjeturas hechas a distancia. Durante sus años jóvenes, muchas personas de su entorno comentaban las rarezas de Bobby con simpatía —o con antipatía, según el caso— pero jamás nadie fue más allá de considerarlo un tipo con una personalidad extremadamente fuerte y que solía mostrar alguna que otra extravagancia, lo cual tampoco les extrañaba sabiendo lo peculiar que había sido su educación. Lo único cierto, lo que sí sabemos, es que aquella obsesión temprana con las sesenta y cuatro casillas no lo abandonaría, por lo menos, hasta convertirse en el campeón mundial a los veintinueve años.
El niño que lloraba cuando perdía una partida

“A los doce años, sencillamente, me volví bueno”

El pequeño Bobby sólo parecía interesado en el ajedrez o en personas que jugasen al ajedrez, y casi cualquier otro entretenimiento o relación social parecía resbalarle. Eso no significa que no tuviese aficiones propias de otros niños. Vivía en Brooklyn, cerca del estadio de béisbol, así que terminó gustándole bastante aquel deporte. Al parecer acudía ocasionalmente a algún que otro partido y fue siempre un aficionado. También sabemos que se sintió atraído por la moda del rock & roll, y que en años posteriores desarrolló también una afición hacia el jazz. Por su actividad como adulto —le gustaba nadar, jugar al tenis, jugar a los bolos y al pinball, etc.— podríamos deducir que también de pequeño le interesaban estas cosas… siempre y cuando no se interpusieran entre él y los escaques. El tablero absorbía la mayor parte de su tiempo y jugaba contra sí mismo una y otra vez, sin parecer agotarse nunca.

Cuando Bobby tenía ocho años y viendo que no encontraba manera de alejar a su hijo del ajedrez, Regina Fischer optó por intentar encontrar algún otro niño de su misma edad que compartiese aquella intensa fijación, para que Bobby, al menos, no estuviese jugando siempre solo. Escribió una pequeña nota en la que preguntaba si alguna otra madre de la zona tenía un hijo con parecidas condiciones, y la envió a la sección de anuncios de un periódico local de Brooklyn. Cuando en la redacción del periódico recibieron la nota no la publicaron, porque sencillamente no sabían en qué sección incluirla, pero los trabajadores del diario —bastante sorprendidos por el extraño anuncio— pusieron a la atribulada madre en contacto con gente del mundo del ajedrez. Así, Regina Fischer supo que el maestro Max Pavey iba a ofrecer una sesión de partidas simultáneas en la ciudad, y que jugaría contra cualquier aficionado que quisiera anotarse sin importar la edad: quizá allí Bobby conocería a algún otro niño con el que compartir afición.

Regina anotó a su hijo en la sesión de simultáneas; el pequeño Bobby llegó, ocupó su sitio y perdió a las pocas jugadas. Lloró amargamente por la rápida y fulminante derrota; de hecho después recordaría vivamente aquel momento como un acicate, un impulso para querer mejorar. Aquel día no conocieron a ningún niño de la misma edad, pero la sesión de simultáneas no terminó en vano: la insólita presencia de Bobby no pasó desapercibida entre la gente del mundillo y el presidente del Brooklyn Chess Club, Carmine Nigro, reparó en su actitud y creyó detectar ciertas condiciones en el pequeño. Habló con Regina Fischer, invitó a Bobby a anotarse en su club, donde podría practicar bajo supervisión, conocer a otros niños ajedrecistas, tener acceso a libros, etc. Él aceptó feliz la posibilidad de inscribirse en un verdadero club de ajedrez y Carmine Nigro se convirtió así en el primer entrenador de la vida de Bobby Fischer, aunque en esencia puede afirmarse que el jugador fue siempre fundamentalmente autodidacta.

Nigro creía en el talento de su nuevo pupilo y no era el único, aunque antes de los trece años Bobby no destacó particularmente ante los tableros, ni siquiera entre el grupo de jugadores de su edad. Es más, hasta cumplir los doce nunca fue considerado la mayor promesa de su generación de jóvenes ajedrecistas, ni mucho menos. No fue un niño prodigio especialmente brillante y su curva de aprendizaje fue, en un principio, relativamente lenta dadas sus enormes condiciones. Sin embargo, en el transcurso de poco más de un par de años, Bobby Fischer pasó de no llamar la atención entre los demás chavales de su edad a situarse directamente entre los mejores ajedrecistas del mundo.



Transcripción de las jugadas de la partida contra Byrne, del puño y letra del propio Bobby, y un diagrama con el movimiento de alfil que le valió la inmortalidad a los trece años.

CONTINUAR

http://www.jotdown.es/2012/03/bobby-fischer-la-infancia-del-pequeno-diablo-i/

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Re: UN GUSANO DE 2 METROS, NEGRO Y TATUADO.
« Respuesta #27 en: Abril 14, 2012, 21:48 Horas »


Si en los años 70 hubieran obligado a Shirley Rodman a apostar por alguno de sus hijos como futura estrella del baloncesto, sin dudarlo lo habría hecho por alguna de sus hijas, Debra o Kim, pero jamás por su único hijo varón, Dennis. Probablemente habría creído más factible que el padre de las criaturas regresara de Filipinas, adonde había huido unos años antes tras abandonar a su familia. Sí, el baloncesto femenino en esos años quizá no daba como para dedicarse a ello profesionalmente, pero ambas chicas fueron seleccionadas para el equipo americano ideal. Debra, incluso, llegó a ganar dos campeonatos nacionales. Pero Dennis… Dennis, en su primer año de instituto no llegaba al metro setenta de altura y no tenía demasiada técnica individual, por lo que se acostumbraba a pasar los partidos con el culo pegado al banquillo. Pensó que quizá le iría mejor en otra disciplina, así que lo intentó en el fútbol americano con unos resultados aún peores, por lo que se dio cuenta de que el deporte no era lo suyo. Viendo que su futuro era de currante y no de deportista de elite, tras acabar el instituto, se metió a limpiador en el aeropuerto de Dallas. De hecho, en la familia era una broma bastante recurrente comparar el baloncesto de Dennis con el de sus hermanas.

Pero, misterios de las hormonas y la genética, a Dennis Rodman le dio por crecer. Y bastante. Hasta llegar a rozar los dos metros, concretamente. Y desde ahí arriba el baloncesto se ve diferente, amigo. Todo es más fácil si en lugar de tener que mirar hacia arriba para ver a tu oponente te basta con bajar la mirada. Al ver que el aro estaba más cerca que antes, pensó que quizá debería intentarlo otra vez con el baloncesto. Y acertó, vaya si acertó. Empezó a jugar en el equipo de una pequeña universidad regional promediando más de 15 puntos y 13 rebotes, números más que destacables; pero los resultados académicos eran desastrosos, por lo que tuvo que buscarse otro equipo tras sólo un semestre. En una universidad con más tradición deportiva habrían hecho la vista gorda y le habrían aprobado, pero en el Cooke County College, universidad pública, no se proponían formar a futuras estrellas del deporte, así que las notas mandaban y Dennis debía cederle su puesto a un futuro profesor, informático o historiador.

Se enroló en la universidad de Southeastern Oklahoma y, pese a que sus respuestas en los exámenes probablemente no fueran mucho mejores, dos importantes factores hicieron que Dennis permaneciera tres años sin ser expulsado por malas notas: por un lado, la universidad ya tenía cierta experiencia en formar futuras estrellas del deporte; y por el otro, los números de nuestro protagonista ya apuntaban a algo muy grande: más de 25 puntos y 15 rebotes por partido. Al final de su tercera temporada, en 1986, fue invitado a participar en unas jornadas pre-draft, y se salió. Tanto, que le distinguieron como jugador más valioso. Eso le valió ser seleccionado en la tercera posición de la segunda ronda del draft poco después.

Los Detroit Pistons, el equipo que adquirió sus derechos para su debut en la liga, eran un equipo más de la NBA. Llegaban a play-offs, pero poco se podía esperar de ellos. Por ello, tras ser eliminados, una vez más, en las primeras rondas de la temporada 1985-86, cuerpo técnico y jugadores decidieron que de cara a la temporada siguiente cambiarían algo con el fin de que llegaran mejores resultados. Probablemente quienes llevaran la voz cantante en la reunión fueran Chuck Daly, el entrenador; Isiah Thomas, la estrella del equipo, y Bill Laimbeer, el corazón. Y decidieron que su cambio iba a ser, sobre todo, de actitud. Iban a ser más duros, más rocosos, más incómodos, menos educados… se iban a convertir en unos verdaderos “bad boys”. Y a fe que lo consiguieron, pues ése fue el apelativo por el que fue conocido el equipo durante el resto de los 80 y toda la década siguiente. Ese cambio de actitud en el equipo trajo sus réditos, no en vano gran parte de los nombres que componían la plantilla de la época permanecen en la memoria de todos los aficionados a la NBA: los ya nombrados Thomas y Laimbeer, Ricky Mahorn, Joe Dumars, Vinnie “El microondas” Johnson, Adrian Dantley, Mark Aguirre… uno de los “rosters”míticos de la liga americana, junto con los Celtics de Larry Bird, Kevin McHale y Robert Parish; los Lakers de Earvin “Magic” Johnson, Kareem-Abdul Jabbar y James Worthy; los Sixers del Dr.J, Moses Malone y Maurice Cheeks o los Bulls de Dios, Scottie Pippen y Toni Kukoč. Visto así, uno se asusta pensando qué grandes fueron los años 80 y 90 en la NBA y qué de figuras legendarias aportaron (además de preguntarse por qué ya no es lo mismo, cuándo se nos rompió la NBA de tanto usarla), pero si se observa semejante constelación de estrellas teniendo en mente a Rodman uno se da cuenta de que, coño, el tío fue muy importante no para una, sino para dos de estas plantillas históricas. Debía de tener algo especial, ¿no?

Pues sí, algo tenía. La NBA no incluirá en el “Hall of fame” de la NBA a Brian Scalabrine. Ni los Pistons retirarán la camiseta de Kwame Brown cuando se retire rememorando lo que aportó a la franquicia. Así que, pese a no ser precisamente un dechado de técnica, seguro que era mejor que esos dos… aunque le retiraran la camiseta un 1 de abril, día de los inocentes en Estados Unidos. Quizá en el baloncesto FIBA en el que no existe la “defensa ilegal” no habría destacado, ya que cuando él estaba en cancha su equipo atacaba con cuatro, pero lo bueno de la NBA en esa época era que si atacabas con cuatro, te defendían con cuatro debido a lo muy restringido que estaba el tema de las ayudas defensivas. Y es que en ataque “El gusano” era nulo: no tenía tiro, no tenía bote, no tenía buen manejo del balón, no tenía una gran visión de juego… para eso ya estaban Joe Dumars, Isiah Thomas, Michael Jordan o Scottie Pippen. Su aportación en ataque era la lucha por el rebote (en lo que era un maestro), hacer pantallas o bloqueos para que otros tiraran con comodidad e ir preparando psicológicamente a su par para cuando le tocara defender; ya fuera mediante el trash talk (igual que grandes provocadores contemporáneos suyos como Gary Payton o Reggie Miller) o con constantes triquiñuelas como choques, golpes y empujones. Pero si en ataque era un accesorio, en defensa era otra cosa. Sus máximas cualidades estaban en lo que en baloncesto se llama “los intangibles” o el “trabajo sucio”. Especialista en forzar faltas en ataque, su intensidad defensiva contagiaba al resto del equipo y, bajo el tablero, el rebote era suyo. Aunque su principal aportación, además de sumar rebotes y actitud defensiva a su equipo, era restar al rival. Era capaz de minar la moral de cualquier jugador que se enfrentase a él con provocaciones constantes y piques, desconcentrando a cualquiera. Quizá su valoración como jugador fuera, en una escala sobre 100, de 60 o 70, pero conseguía que el rival (ya fuera un 4 fuerte como Karl Malone; Shaquille O’Neal, el pívot más dominante de las últimas décadas; Charles Barkley, otro de los grandes reboteadores de la Historia y gran estrella de Phoenix o cualquier piltrafilla que le tocara en suerte, como Frank Brickowski) pasara de su habitual 90 a un 70 o 60. Y ese diferencial habría que anotárselo a Rodman. Porque en baloncesto es tan importante que tu equipo meta 100 puntos en lugar de 80 como que la estrella del equipo rival meta 10 en lugar de 30. A Rodman le daba igual quién tuviera delante. Él defendía al mejor del equipo rival. Punto. Si era un base, como Magic Johnson, bien; si era un escolta, como Jordan, también; y si era un pívot inmenso de 2,15 metros y 140 kilos como Shaq, pues también. No importa, le iba a secar igual.

Como decíamos, dio sus primeros pasos en la mejor liga del mundo vistiendo el azul, blanco y rojo de los Detroit Pistons. Y si se tenía que ser un bad boy, se era y punto. Como si eso fuera algo difícil para alguien criado en el barrio de Oak Cliff de Dallas, una de las zonas más conflictivas de la ciudad en esa época. El juego agresivo, incómodo y alejado del fair-play de los Pistons (lástima que Bruce Bowen no naciera 10 años antes, habría encajado perfectamente en ese equipo) funcionó, y esa misma temporada los de Michigan llegaron hasta la tercera ronda de los play-off, siendo eliminados tras siete partidos por los Celtics de Bird. Esa eliminatoria fue dura, muy dura, con Rodman afirmando que Bird estaba sobrevalorado por el hecho de ser blanco. En esa primera temporada en la NBA Dennis ya se dio cuenta de que se había acabado lo de irse a más de 15 o 20 puntos por partido; esto ya no era la liga universitaria, tenía ante sí a los mejores jugadores del mundo, por lo que debía centrarse en lo que mejor sabía hacer. Así, paulatinamente, su promedio anotador fue descendiendo, mientras que el reboteador aumentaba y aumentaba sin parar.

La temporada siguiente Rodman gozó de más minutos en cancha, y lo aprovechó mejorando sus números individuales. El equipo también lo notó llegando a la final, que perderían ante los Lakers. Por si aún no estaba convencido del todo de que si se centraba en la defensa su global como jugador mejoraba, en el sexto partido de esa final, a falta de poco más de 5 segundos para el final, “El gusano” erró un tiro bajo canasta que le habría dado a su equipo el tan ansiado anillo. Falló, y en el siguiente partido los de Magic Johnson se adornaron un dedo.

No sería hasta el siguiente curso cuando el juego marrullero daría el fruto más preciado que podía ofrecerles: el anillo. Promediando ya más rebotes que puntos (aspecto que no haría más que acentuarse durante el resto de su carrera) e incluido en el equipo defensivo ideal de la temporada, Rodman supo por fin cómo sabía la victoria absoluta dejando por el camino, como si de una venganza digna de Vito Corleone se tratara, al equipo que les había eliminado dos años antes (Celtics) y, en la final, apabullando con un 4 a 0 a los que les habían derrotado el año anterior, los Lakers. Rodman había tocado el cielo, y la fórmula de ser los malotes de la liga había funcionado.

De cara a la temporada 1989-90, cuando los Pistons serían el enemigo a batir y tendrían que defender el título, los de Detroit perdieron a Ricky Mahorn. Eso los intranquilizó. Y no porque Mahorn fuera un gran anotador o un insaciable reboteador (bueno, pero sin aspavientos), sino porque si los Pistons eran la pandilla de los gamberros de la clase, Mahorn era el matón. El típico repetidor que ya se afeita, fuma y te roba el bocadillo en el recreo sólo para tirarlo al suelo y reírse en tu cara. La encarnación de Nelson de los Simpsons, vaya. No en vano el locutor oficial de los Pistons le llamaba “The baddest bad boy of them all”. ¿Qué pasa cuando al matón de la clase desaparece? Pues hay dos opciones: o los malos se diluyen, empiezan a mezclarse con los empollones y se ponen gafas o aparece un nuevo matón. ¿Por qué posibilidad optaron los Pistons? Efectivamente, ahí estaba Rodman para impedir que un equipo campeón que funcionaba se desintegrase. No debió de hacerlo mal, ya que fue All-Star por primera vez en su carrera. Acabando la temporada regular como fijo en el cinco inicial, fue nombrado mejor jugador defensivo de la NBA y consiguió el mayor porcentaje de acierto en tiros de campo de toda la liga. Sí, pero no hay mucho secreto en eso. Para empezar no quiere decir que anotara mucho, sino que metía los tiros que hacía. Y no es que se hubiera pasado el verano practicando el tiro de media distancia en una escuela de Vilnius y se hubiera convertido en un cañonero raza blanca tirador, sino que la mayoría de sus tiros eran a consecuencia de rebotes ofensivos capturados por él mismo o porque Isiah Thomas, consciente de las debilidades de Rodman, intentaba hacerle el pase bajo el tablero. De hecho, casi duranto toda su carrera su acierto en los tiros de campo estuvo por encima del 50%. También Roberto Dueñas tuvo durante su carrera un gran porcentaje de acierto en tiro de dos. Y así, apretando los dientes en defensa, dejando que metieran los puntos los que sabían de eso y, cuando fallaban, estando ahí para recoger el balón y darles una segunda oportunidad a sus tiradores, Rodman llegó otra vez a las finales de la NBA y volvió a ganar, esta vez ante Portland Trail Blazers. Segundo anillo consecutivo.




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« Última modificación: Abril 14, 2012, 22:14 Horas por RED SKIN »

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Re: Toni Kukoc, el asesino con cara de niño
« Respuesta #28 en: Julio 18, 2012, 23:04 Horas »
Toni Kukoc, el asesino con cara de niño.


Guillermo Ortiz


Un triple. Y luego otro triple. Después un tercero. Los comentaristas italianos directamente se ríen porque no se pueden creer lo que están viendo, es casi una burla. Dos triples más, después el sexto, y seguimos en la primera parte. Enfrente, la poderosa selección juvenil de Estados Unidos, país que extendía su dominio total en el baloncesto FIBA con dos triunfos en las dos ediciones anteriores del Mundial Sub 20. Cuando Kukoc llega a su séptimo triple hay gestos de desesperación en el banquillo porque ese chico se supone que no es un tirador ni un anotador. En ese equipo, los tiradores son Ilic y Djordjevic y los anotadores son los pivots: Vlade Divac y Dino Radja. Larry Brown, el entrenador estadounidense, pretende formar una tela de araña en la zona y ese espigado niñato no hace más que dejarlo en ridículo.

En Bormio, verano de 1987, la grada enloquece y cada vez que Kukoc se levanta se oye un griterío que antecede al sonido de la pelota entrando limpia en la red. Ocho triples, nueve. Gary Payton y Larry Johnson no saben qué hacer. Stacey Augmon mira a Scott Williams con cara de desconcierto. ¿De dónde ha salido este hijo de puta? Kukoc mete su décimo triple y luego el undécimo en doce intentos. Es un partido de primera fase, en principio intrascendente, pero quiere marcar bien pronto el terreno. Yugoslavia ya ha ganado sus anteriores partidos con una media de 119 puntos ante rivales muy inferiores como China o Nigeria.

Esto es diferente. Esto es Estados Unidos…

…Y ese día a Estados Unidos le caen 110 puntos, así como suena. 37 de ellos firmados por el espigado número siete que no se sabe muy bien si juega de base, de alero tirador o de ala-pivot, posición que le debería corresponder por su altura, en torno a los 2,05. El resto de la anotación corre por cuenta de Ilic, Djordjevic, Pecarski y en menor medida, Divac y Radja. Sin duda, es el principio de una época, un cambio de paradigma. Aquel equipo yugoslavo se volvería a encontrar con Estados Unidos en la final del torneo y, con más dificultades, volvería a vencer. La primera vez que un equipo no estadounidense se alzaba con el triunfo, un previo de lo que podría venir en Seúl 88 o Argentina 90. La llegada de un mito, del jugador total, de la fantasía hecha baloncestista............................................................................................



seguir leyendo.


http://www.jotdown.es/2012/07/toni-kukoc-el-asesino-con-cara-de-nino/

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Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« Respuesta #29 en: Julio 18, 2012, 23:09 Horas »
La página, y no solo en los artículos deportivos, es la puta polla.

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Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« Respuesta #30 en: Julio 18, 2012, 23:13 Horas »
La página, y no solo en los artículos deportivos, es la puta polla.

Realmente es muy buena, pero no puedo enlazar todos los buenos artículos que hay...........................  ;D ;D ;D ;D ;D;)

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Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« Respuesta #31 en: Julio 18, 2012, 23:54 Horas »
Realmente es muy buena, pero no puedo enlazar todos los buenos artículos que hay...........................  ;D ;D ;D ;D ;D.  ;)

Ya la tengo en favoritos. He leído unas cuantas entrevistas y algunos artículos, y me han enganchado.

Merece mucho la pena, aunque puede agobiar porque te dan ganas de leerlos casi todos.

Pd. Gracias por el enlace. Por cierto, hay un reportaje sobre la desintegración de Yugoslavia y el fútbol, que está muy bien.

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Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« Respuesta #32 en: Julio 19, 2012, 00:04 Horas »
Ya la tengo en favoritos. He leído unas cuantas entrevistas y algunos artículos, y me han enganchado.

Merece mucho la pena, aunque puede agobiar porque te dan ganas de leerlos casi todos.

Pd. Gracias por el enlace. Por cierto, hay un reportaje sobre la desintegración de Yugoslavia y el fútbol, que está muy bien.

Muy bueno.



El amigo Boban.  ::)

Desconectado Jose Luis Bueno

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Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« Respuesta #33 en: Agosto 23, 2012, 20:17 Horas »
Machoooooooooooooooooo, qué barbaidad de página. Es que está guapísima.

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Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« Respuesta #34 en: Agosto 24, 2012, 08:41 Horas »
Machoooooooooooooooooo, qué barbaidad de página. Es que está guapísima.

+1

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Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« Respuesta #35 en: Agosto 24, 2012, 08:51 Horas »
Es la puta polla, sí.

La mejor revista que existe en la red.

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Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« Respuesta #36 en: Agosto 24, 2012, 11:43 Horas »
Es sencillamente impresionante

La versión especial en papel la vendían en una papelería de la Alameda. No sé si les quedará algún ejemplar

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Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« Respuesta #37 en: Agosto 24, 2012, 14:23 Horas »
Si que es buena. Es más, tenía perdido cierto entretenimiento y gracias a un artículo del pasado 6 de marzo  ;) me reenganché. A tal punto que paso malas noches , jejeje.

Me gustaría, para no pisar el protagonismo, que trajese aquí una entrevista que aparece a la Gran Rosa María Calaf

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Re: CUANDO DIOS JUGÓ AL FÚTBOL.
« Respuesta #38 en: Octubre 07, 2012, 00:07 Horas »


“Dicen que por lo menos una vez en la vida todos los hombres asisten a un milagro. El mío ocurrió la tarde de un sábado de marzo de 1969 sobre el pasto mojado del Parque Saavedra cuando un pibe bajito, que me dijo que tenía ocho años —y yo no le creí—, hizo maravillas con la pelota” (Francisco Cornejo, primer entrenador de Maradona)
.................................SEGUIR

http://www.jotdown.es/2012/09/el-mundial-de-maradona-i/


Faltan sólo unas pocas semanas para el comienzo del Mundial de México. Diego Armando Maradona, de veinticinco años de edad, acaba de contribuir a que el modesto Nápoles alcance la tercera posición de la tabla en la durísima liga italiana, por delante de todopoderosos acorazados como el Inter o el AC Milan. Un equipo que antes de su llegada peleaba por no descender y que ahora, con el diez argentino entre sus filas, ha cometido la osadía de querer colarse entre los grandes. El “Pelusa” ha terminado el año como cuarto goleador del “Calcio”, con 11 goles (la liga italiana, ultradefensiva por entonces, penalizaba a los goleadores; el “Pichichi” del año, Roberto Pruzzo, había logrado la exigua cifra de 19 tantos). Pero ya no se trata solamente de anotar; Maradona es el general y director de orquesta del Nápoles y su presencia ha transformado por completo al equipo llevándolo a posiciones de competición europea, algo con lo que en la ciudad ni se atrevían a soñar un par de temporadas atrás. Su rendimiento en Italia ha despertado el asombro del resto del Calcio y de la prensa deportiva mundial. La afición napolitana no alberga dudas al respecto: Maradona es un jugador sobrenatural. Pero para el resto, sin embargo, queda por probar que pueda repetir ese brillante papel en el Mundial, con una selección argentina que despierta más incertidumbre que otra cosa.......................................SEGUIR.

http://www.jotdown.es/2012/09/el-mundial-de-maradona-ii/



Domingo, 22 de junio de 1986, Estadio Azteca. Es la una de la tarde en la capital mexicana, las ocho de la tarde en la Península Ibérica; medio mundo está sentado ante un televisor. Todo por un partido de fútbol, sí, pero no es necesario ser aficionado a al balompi ejercicios de innecesaria obviedad y no ha dejado de recordar constantemente que este partido será la “revancha” de la Guerra de las Malvinas.
...................................................................SEGUIR.

http://www.jotdown.es/2012/10/el-mundial-de-maradona-y-iii/
« Última modificación: Octubre 07, 2012, 00:13 Horas por RED SKIN »

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Re: LOS RENGLONES TORCIDOS DE ROBERTO BAGGIO
« Respuesta #39 en: Octubre 18, 2012, 19:57 Horas »


LOS RENGLONES TORCIDOS DE ROBERTO BAGGIO

“Baggio necesita esta Copa del Mundo tanto como la Copa del Mundo necesita a Baggio. Hasta 1993, cuando la Juventus ganó la UEFA, su deslumbrante heterodoxia nunca había llevado a sus equipos a ganar un gran título. Su leyenda ha sido construida no sobre títulos sino sobre instantes determinados, como aquel slalom de cincuenta metros que hizo contra Checoslovaquia en lo que terminó siendo el mejor gol de Italia 90. Ese gol se produjo en su debut mundialista: como talento todavía por pulir, había comenzado el campeonato en el banquillo. [...] Pero ahora Italia es el equipo de Baggio, ahora es el momento de Baggio”. (Michael Farber, Sports Illustrated, en un artículo previo al Mundial 94)

“El ‘Bello’ es uno de los grandes, aunque nunca ha llegado a desarrollar todo su potencial”. (Diego Armando Maradona)

“Siempre es recordado por el motivo equivocado. Su fallo en el penalty en la final de la Copa del Mundo de 1994 contra Brasil. Antes de ese tiro, no había fallado ninguno de los siete penalties lanzados para su selección. Durante toda su carrera en primera división hasta 2001 [se retiró en el 2004], Baggio marcó 71 penalties de 79 intentos”. (Nota editorial de Una porta nel cielo, biografía de Baggio)

Impertérrito e inextricable como de costumbre, Roberto Baggio, el mejor jugador del mundo, se acerca al balón y lo sitúa en el punto de penalty. Va dando pasos hacia atrás para tomar carrerilla. Dirige un par de miradas breves al árbitro, esperando el permiso para lanzar desde los once metros. ¿Qué está pensando durante esos instantes? Resulta imposible saberlo y menos a través de las cámaras de televisión; si hay un futbolista hermético, ese es precisamente él. Quizá no piensa nada. Quizá está sencillamente cansado, abrumado sin saberlo por la presión del momento.

Y es que está en juego nada menos que el campeonato del mundo: en una final tensa aunque ciertamente aburrida para el espectador, Italia y Brasil se han encarado con un más que visible miedo durante el tiempo reglamentario. Presas de un juego conservador y timorato, han empatado a cero y ahora se están jugando el título en la tanda de penalties. El portero Taffarel acaba de detener el lanzamiento de Massaro y el brasileño Dunga ha anotado justo después, así que Italia está al borde del desastre. Justo cuando es el turno de que lance el referente del equipo italiano, el jugador más en forma del planeta. El Estadio Rose Bowl de Los Ángeles ruge mientras Baggio se prepara para chutar. Si hace gol, Italia seguirá teniendo posibilidades; una vez más en este torneo “il Codino” (“el coleta”) habrá salvado in extremis a su selección. Pero si Baggio falla, Brasil se proclamará campeona. Tras varias semanas de competición en las que sus goles han hecho que Italia avance la final, todo depende de un único disparo. Es injusto, es casi completamente absurdo, pero es la manera en que se hacen las cosas en el fútbol. Toda la responsabilidad descansa sobre sus hombros. No solamente es el referente del equipo —y, hasta esta final, el jugador estrella de las eliminatorias— sino que cualquier buen aficionado sabe que Baggio apenas ha fallado algún penalty en toda su carrera y que cuando lo ha hecho, ha sido más bien porque el portero ha tenido la suerte o la habilidad de parar el balón. No en vano ha sido siempre designado primer lanzador en todos sus equipos. Será raro que falle.

Chuta. Los comentaristas, según el caso, celebran, se lamentan o se quedan atónitos cuando ven lo que sucede. El balón se ha ido por encima del larguero. Los jugadores brasileños corren a celebrarlo. Los italianos se quedan inmóviles. Baggio permanece en pie sobre el punto de penalty. Apoya las manos en la cintura y mira al frente durante unos segundos; continúa sin apenas mover un músculo de su rostro. Después baja la cabeza. Es un gesto sobrio, austero, pero no hay que ser muy perspicaz para entender el significado del detalle. Incluso para el reservado budista de las exóticas trencitas, el jugador que siempre ha huido de los dramatismos de prima donna, este instante es demasiado triste. A su manera, aunque dé pocas muestras de ello, el mundo se le está viniendo encima. En ese momento y lugar infaustos, se acaba de decidir cómo será recordado su paso por la historia del fútbol.

Porque esa historia del fútbol es cruel y acaba de adelantar a Roberto Baggio por la derecha. Casi nadie recordará después que también Franco Baresi, el veteranísimo capitán italiano curtido en mil batallas, había enviado por alto el primero de los penalties de la tanda, lanzándolo exactamente por el mismo lugar que Baggio. También Massaro había fallado. Pero así son las cosas: il Divino Baggio ha errado el tiro definitivo y ese error se le quedará adherido como un estigma. Bastantes años después, hay muchos aficionados al fútbol —que no pocas veces son de breve memoria y escaso interés por el pasado de ese deporte que afirman amar tanto— que al escuchar el nombre de Roberto Baggio responderán casi como en un acto reflejo: “ah, sí, el que falló el penalty”. Bueno, así son las cosas. La historia del fútbol no está edificada solamente sobre hechos, sino sobre tópicos que se enquistan en la memoria colectiva. Por ello resulta inevitable hablar de aquel instante como de algo definitorio, de aquella encrucijada en la que toda una carrera se desvió de rumbo de manera dramática. Incluso para el propio Baggio, aquel penalty fallado fue una losa difícil de superar. Nunca volvió a ser exactamente el mismo jugador. Un único instante aciago se cernió como una sombra sobre uno de los más grandes talentos, uno de los más deslumbrante genios de la historia del fútbol, y con seguridad el más exquisito jugador que Italia haya producido nunca. Su historia es contar lo que fue, pero también lo que pudo haber sido y no fue. Lesiones, entrenadores que no apreciaban su juego, el maldito penalty por el que casi todos lo recuerdan ahora, cuando jamás había errado un tiro así y no lo volvió a hacer en lo que le quedaba de carrera profesional. Tuvo que suceder ese día. Quizá su verdadero fallo fue el no haber marcado durante el tiempo reglamentario de la final, el no haber escapado del festival de centrocampismo que marcó los destinos del partido, el no haber decidido el partido personalmente como había hecho con las semifinales, los cuartos y los octavos. Pero nadie puede decidir una final mundial a voluntad. Nadie. No pudo Cruyff, ni siquiera pudo Maradona —no sin ayuda de los goles de sus compañeros— así que tampoco se lo íbamos a pedir a Roberto Baggio.

Pero si lo hubiese conseguido…




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