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Autor Tema: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.  (Leído 29954 veces)

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JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« en: Diciembre 24, 2011, 11:23 Horas »


Os enlazo esta nueva revista, donde aparecen artículos muy interesantes, extensos, eso si, pero muy currados y documentados.

http://www.jotdown.es/

Y lo traigo aquí, por un articulo critico sobre el actual panorama del periodismo español deportivo.

Los porqués del actual periodismo deportivo

La parasitología, esa rama de la biología que se presume tan fascinante como repulsiva, tiene entre sus numerosos objetos de estudio uno especialmente llamativo para nosotros los profanos. Uno de esos que resultan carne propicia de documental de La 2. Nos referimos al Leucochloridium paradoxum, un gusano parásito cuyo ciclo vital se basa en una curiosa habilidad para “controlar mentes”.  Es cierto que son sólo mentes de caracoles y no las controla exactamente, sino que daña la capacidad de estos moluscos para distinguir la luz haciéndolos por ello más proclives a permanecer en zonas donde se vean amenazados. A su vez, toma posesión de alguno de sus tentáculos para hacerlos semejar con movimientos y vivos colores a algo parecido a una oruga. Expuestos y tentadores, los convierte en comida fácil para cualquier pájaro, en el medio perfecto para conseguir llegar a un huésped mayor. Una vez en el sistema digestivo del pájaro en cuestión, el parásito se reproduce y sus huevos son expelidos al mundo a través de los excrementos del ave, esos que serán consumidos de nuevo por los caracoles para de esta manera completar el ciclo.

Es cierto que la parasitología no trata como caso a investigar el actual periodismo deportivo, pero atendiendo al ejemplo del Leucochloridium paradoxum bien podría. Porque viven del deporte, perdón, del fútbol  -y si acaso de algún deportista español de éxito-, se expanden básicamente a través de toda la mierda que puedan sacar de él (polémicas, confrontación, sensacionalismo, glorificación de lo anecdótico…) para que, de esta manera, sea consumida por la masa poco crítica o directamente descerebrada. Apelando así a sus más bajos instintos serán fácilmente manipulados para que continúen alimentando el gran negocio en que se ha convertido el fútbol de hoy día. Un ciclo perfecto. Parásitos dignos de estudio.

Aquellos años de lo escaso pero honrado

Probablemente esté de más decir que el periodismo deportivo no siempre fue como es ahora. Aquellos que comenzamos a interesarnos por el deporte en la década de los noventa o anteriores reconocemos con cierta nostalgia una época donde con matices y excepciones (siempre las hay) primaba el ejercicio periodístico honesto, el criterio, la profesionalidad del que responde a un código deontológico. Una época donde lo que más importaba era la información, la buena información como premisa vocacional. Cuando Marca era un ejemplo de calidad a niveles internacionales (por especial atención al Real Madrid que tuviera), las secciones deportivas de los telediarios se ceñían a lo que realmente importaba y El Día Después era un programa de culto. Un escenario donde una noticia sobre tenis o ciclismo podía ser portada con total normalidad y los periodistas en su mayoría eran individuos cercanos al anonimato que aceptaban su posición tras la noticia y no dentro de ella. Las ventas dependían de lo que debía contarse en vez de limitarse a publicar lo que más vende.

No todo era tan maravilloso, es cierto. Principalmente porque el volumen de información era mucho más limitado que en la actualidad. Los pocos periódicos o revistas especializados que encontrabas en el kiosco o lo que se escuchaba en los programas nocturnos de radio era básicamente la única forma de permanecer informado. Seguramente también fuera por ello por lo que la profesión se tomaba su trabajo con mucha más responsabilidad y vivía en permanente deuda con la verdad. El bien era escaso y había que cuidarlo.

Entonces, con el nuevo siglo, llegó internet; para hacernos más libres, para ofrecernos al segundo toda la información, opinión y discusión que pudiéramos soñar, para arruinar el periodismo irremediablemente.

El nuevo periodismo, el que no necesita periodistas

Hablar sobre todos los males del periodismo deportivo actual es de forma inevitable hacerlo de muchos de los males que acucian al periodismo en general.

Los avances que nos ha proporcionado internet en los últimos años son abundantes. Entre ellos destaca especialmente su desarrollo como medio de información instantánea. El suceso, en cuanto ocurre, se comunica y extiende por la red desde múltiples focos con suma velocidad (especialmente desde la irrupción definitiva de las redes sociales), lo que acaba por provocar que la inmediatez prime sobre la calidad. La información como tal deja de resultar potestad de unos pocos periodistas que monopolizan su transmisión a través de unos contados medios como en las anteriores décadas. Ahora los profesionales pasan a ser, en el mejor de los casos, un simple canal rutinario porque basta uno solo de ellos conectado con la fuente para que cualquier consumidor sea capaz de acceder a ella. Si incluso los portales de noticias pierden eficacia como medios de información genuina centrándose en copiar lo que algún otro ya ha dicho en otro lugar, el periódico del día siguiente alcanza para muchos carácter de auténtica reliquia. Ante una situación donde lo informativo ya no es un rasgo de exclusividad periodística, especialmente en lo resultante al deporte donde el marco es más reducido y la mayoría de lo noticiable está previsto con fecha y hora, el mercado de la opinión comienza a hacerse vital. El periodismo, y en el caso que nos ocupa, el deportivo, continúa sirviendo para informar pero con una preponderancia de lo valorativo. El periodista ya no se limita a contar lo que pasa, también cuenta lo que le parece. Los medios deportivos pasan a convertirse en empresas de opinión.

Nace un monstruo del que vivir

El deporte, a través de las últimas décadas, ha ido progresando como forma de negocio hasta convertirse, primero mediante la televisión, y en los últimos años también gracias a internet, en el escenario publicitario ideal para todo tipo de empresas. Un verdadero catalizador económico. Punta de lanza del nuevo capitalismo que ha acabado por convertir a equipos y jugadores en marcas con enormes fuentes de ingresos. Las nuevas estrellas del rock. El periodismo deportivo, siempre dependiente, ha ido paralelamente aumentando también su influencia sintiéndose legitimado a exigir su parte del pastel para acabar convertidas a su vez en meras empresas subsidiarias del deporte. Esto, cambiando deporte por política, también podría hacerse extensivo al periodismo generalista.

Porque, efectivamente, el periodismo ha pasado a ser fuente de opinión pero, sobre todo, opinión como recurso básico de una actividad empresarial. Los diarios, televisiones, radios…, cualquier medio de comunicación tiene como misión maximizar beneficios. Hay que ganar y hay que hacerlo vendiendo noticias y opinión sobre las mismas, pero en tal tesitura de agresiva competencia empresarial deben buscarse mejoras de productividad a toda costa, aunque muchas acaben atentando contra los principios básicos del periodismo. Uno de los pilares básicos es la obsesión de ciertos medios en adaptar su línea editorial a un colectivo concreto, a una determinada ideología, o en el caso del periodismo deportivo a un equipo con un gran número de aficionados. Para que esta resulte efectiva deban manipular la información con un barniz valorativo, perpetuando una perspectiva interesada, para que esa audiencia potencial lea lo que quiere leer y oiga lo que le quiere oír, independientemente de cuanta verdad resida en ella.

El deporte, como simple espectáculo, como forma de ocio que el negocio ha llevado a la hipertrofia, ha posibilitado que el periodismo que lo cubre se frivolice y pervierta hasta niveles solo equiparables al del periodismo del corazón, explotando métodos de productividad sin límites, sin escrúpulos.

Guerra deportiva y prostitución intelectual

No podíamos imaginarlo entonces, pero el día de la bestia fue aquel 2 de Julio de 2007, cuando un señor recién pintado por El Greco, y anónimo para la mayoría, era nombrado director de Marca tras la compra del Grupo Recoletos por parte de Unidad Editorial. Eduardo Inda estaba destinado a liderar una transformación del periodismo deportivo escrito que llevaría a corromper los principios más básicos del mismo a cambio de rendimiento económico.

No lo hizo sólo, qué duda cabe; directores y redactores del resto de periódicos deportivos del país se sumaron a la causa, pasando a convertirse definitivamente en aparatos propagandísticos de F.C. Barcelona y Real Madrid. Aprovechando la lucha de gigantes que sometía al fútbol que dividía a España a niveles deportivos pero también políticos. Era la guerra, perfecto escenario para intereses bastardos. Para que cada periódico defendiera con todas las armas necesarias al equipo del que vivía. Para hacer caja con los sentimientos de los aficionados, especialmente del sector más exaltado.

Portadas convertidas en banderas de un club, en cañón contra el enemigo, en la mejor tira cómica posible para el aficionado crítico o neutral. Otrora periódicos ahora convertidos en teletiendas de pijamas, tazas y plumíferos con escudo. Noticias manipuladas, titulares descontextualizados, polémicas baratas, anécdotas convertidas en noticia; todo ello para la exaltación del equipo propio y el disparo contra el rival. Los rumores sobre fichajes que nunca se producen como placebo de ilusión y las conspiraciones victimistas como kleenex del desahogo en la derrota; métodos de venta asegurada. Webs cuyos ingresos publicitarios se basan en el número de clics sobre las noticias publicadas y donde por tanto un titular sensacionalista que lo posibilite es lo único que importa, aprovechando así el secreto de que indignar atrae mucha más atención que contribuir. Haga clic aquí para dar salida a su espíritu de incredulidad o denuncia, pero haga clic.

En síntesis, el deporte esclavizado y el periodismo prostituido como forma de negocio.

La caja imbécil

Por desgracia no sólo el periodismo deportivo escrito se degradó persiguiendo rentabilidad económica, el audiovisual también aprovechó el mantra televisivo del “todo por la audiencia” para sacar tajada de tan suculenta presa. Incluso desde espacios hasta entonces de naturaleza discreta y formal.

Las secciones deportivas de informativos conocieron con la irrupción de Los Manolos en el telediario de sobremesa de Cuatro el fin de su condición seria y concisa. Con vocación de pequeño circo y métodos propios de los programas del corazón (Aquí hay tomate)  ha venido trivializando la información deportiva para hacer de la chanza, el video de Youtube y el reportaje sensacionalista cebos para una audiencia más amplia que no tiene por qué estar verdaderamente interesada en el deporte. En mayor o menor medida es un tratamiento de la información deportiva que se ha ido extendiendo por telediarios de otras cadenas para conformar un paisaje de frivolidad conectado a otro de supuesta seriedad. El deporte como vulgaridad. Más que nunca como opio del pueblo.

Por otra parte, las madrugadas llevaban siendo franja deportiva desde épocas remotas en las que José María García metió los transistores en las camas, pero curiosamente ningún programa deportivo había fructificado en televisión a esas horas. Así fue hasta que llegó Punto Pelota, espacio de tertulia encendida, hija de la peor Crónicas marcianas y hermana deportiva de esa cumbre de la telebasura llamada Sálvame. El programa líder de Intereconomía erigido sobre el monotema Real Madrid contra F.C. Barcelona, viene a ser un híbrido entre discusión a gritos salida de cualquier tasca, el maratón de polémicas donde el deporte es solo un trasfondo y el teatrillo con personajes representando siempre el mismo papel. El engendro perfecto que mejor simboliza la degeneración del actual periodismo deportivo, centrado en remover los más bajos instintos que todo ser humano posee y especialmente el odio al contrario.

Flores en el vertedero

La mutación del deporte como auténtico monstruo económico y mediático lo ha plagado de malformaciones y parásitos, pero también ha posibilitado una cobertura de amplitud sin igual para regocijo de los verdaderos amantes de las muchas modalidades deportivas. No todo puede ser negativo cuando las televisiones ofrecen más acontecimientos deportivos que nunca y con una calidad de imagen nunca vista, cuando hay canales dedicados exclusivamente al deporte cubriendo desde torneos de tenis a mundiales de patinaje pasando por combates de boxeo o campeonatos de natación. No puede serlo cuando internet potencia la pluralidad y el diálogo y, si se busca bien, aún quedan periodistas íntegros e interesantes -más de lo que parece, aunque haciendo menos ruido-  a los que seguir como la extensión perfecta a nuestra pasión deportiva.

Sin duda la red, con su profusión de foros donde los seguidores de cualquier deporte han podido intercambiar material y opiniones como forma extraordinaria de enriquecimiento y la expansión del formato blog que le ha dado voz a gente anónima pero con mucho y bueno que decir, ha cambiado para mejor el ecosistema del deporte. El acceso a información y opinión de calidad de medios extranjeros o de periodistas españoles concretos que dignifican la profesión, tales como Gonzalo Vázquez, Axel Torres, Santiago Segurola, Rubén Uría, Ramón Besa, Martí Perarnau y tantos otros, constituyen un fructífero terreno para los exiliados del manicomio más mediático.

En el fondo todo el conflicto parece fácil de explicar, y es que salvo estas excepciones comentadas donde la profesionalidad prevalece por encima de todo, lo gratuito o barato, por naturaleza, difícilmente puede ser bueno de veras. Los medios deportivos que permiten el acceso gratuito a su servicio se pliegan a llegar al mayor número de gente para sacar el más alto beneficio económico por publicidad aunque para ello haya que vulgarizar al máximo el contenido. Por contraposición los canales de pago como GolT o Canal Plus ofrecen una cobertura deportiva notable, como la ESPN en Estados Unidos o, en otros ámbitos, la HBO produciendo las mejores series de televisión. ¿Es concebible una web deportiva de pago aunque sea parcialmente? ¿Un periódico con un tratamiento imparcial de la información que tenga ventas suficientes para su subsistencia? ¿Es realmente  posible otro periodismo deportivo de éxito? Son cuestiones de difícil respuesta, pero mientras alguien se decide a darles solución muchos seguiremos comprobando con lástima el maltrato deportivo de los grandes medios mientras nos recluimos en nuestros rincones de culto minoritario. Al fin y al cabo, más allá de todo aquello que lo rodea, el juego sigue siendo lo verdaderamente importante.


Autor: Isaac Ramos
« Última modificación: Enero 10, 2012, 21:57 Horas por RED SKIN »

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Re: JOT DOWN. INFORME ROBINSON.
« Respuesta #1 en: Diciembre 24, 2011, 11:25 Horas »
http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2011/12/Informe-Robinson-port.jpg

Sospechaba que lo más difícil de esta entrevista sería vencer las reticencias de un equipo acostumbrado a trabajar en la comodidad del anonimato. Cuando trabajas en Canal+ todos hablan de “los de Informe Robinson” con veneración y distancia. Son el Cuerpo de Élite de la cadena. Uno imagina tipos bien parecidos curtidos en mil batallas. Lejos de eso, ante el objetivo del fotógrafo de Jot Down, aparece un heterogéneo grupo de treintañeros largos con cierto aire de despiste y una sorprendente falta de tablas a la hora de posar. Ellos prefieren estar al otro lado de la cámara. El toque mediático se lo dejan al jefe, Michael Robinson, un guiri que más allá de su socarronería exhibe un exquisito paladar televisivo. Él hace muchas veces de ariete para abrir puertas cerradas eternamente a cualquier periodista mundano, y a partir de ahí sus chicos seducen al protagonista con un despliegue hollywoodiense. Conversar con ellos en uno de los cubículos actualmente desocupados en la redacción de Tres Cantos durante una hora y media pasa por ser un absoluto lujo, pues es la primera entrevista que concede todo el equipo que forman los redactores José Larraza, Luis Fermoso, Raúl Román, José Luis de la Osa (ausente por estar convaleciente de una operación), el productor Ander Gómez, los realizadores Román Escoda, Edgar Delgado, Javier Culebras, Juan Porres, el cámara Adolpho Cañadas y el director Michael Robinson. Lo realmente difícil fue convencer a la editora de que era posible entrevistar a ocho personas a la vez sin morir en el intento. Lo que no le dije es que esto no era una entrevista, sino una conversación entre amigos y admirados colegas.....................

SEGUIR LEYENDO.

http://www.jotdown.es/2011/12/informe-robinson-las-historias-te-poseen-las-sufres-y-las-disfrutas/

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Re: JOT DOWN. Los porqués del actual periodismo deportivo
« Respuesta #2 en: Diciembre 24, 2011, 14:04 Horas »


Os enlazo esta nueva revista, donde aparecen artículos muy interesantes, extensos, eso si, pero muy currados y documentados.

http://www.jotdown.es/

Y lo traigo aquí, por un articulo critico sobre el actual panorama del periodismo español deportivo.

Los porqués del actual periodismo deportivo

Autor: Isaac Ramos


Sin querer defender al periodismo actual, estoy en contra de "cualquier tiempo pasado siempre fue mejor". Está muy bien valorar el trabajo de gente que había antes, los programas, sus narraciones y tal, pero gracias a Internet, ahora somos nosotros los que opinamos de los partidos, jugadores o situaciones, porque las estamos viviendo y no dependemos de cómo lo narre Araujo o José María García.

Gracias a Internet, también conocemos otros puntos de vista y somos nosotros mismos los que seleccionamos el tipo de información que queremos recibir. Habrá gente que disfrute viendo "Punto y pelota", otros lo harán leyendo a Uría, otros debatiendo en foros, etc.

En mi opinión, la información ahora es más rica y de más calidad.


http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2011/12/Informe-Robinson-port.jpg


http://www.jotdown.es/2011/12/informe-robinson-las-historias-te-poseen-las-sufres-y-las-disfrutas/

Buen artículo y parece que buen programa. Ahora van a hacer uno sobre Barcelona 92 que promete bastante.

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Re :Los doce asaltos del " Toro Salvaje".
« Respuesta #3 en: Enero 04, 2012, 23:58 Horas »


Primer asalto.
Un ratero, dos escuelas. Años veinte. Nueva York es un gigantesco jardín de piedra, un reguero de calles inhóspitas cuyo centro neurálgico de violencia es un barrio que fusiona la cultura del miedo y la del esfuerzo: El Bronx. Jake, hijo de una familia siciliana cuya familia se acababa de mudar desde Filadelfia se inscribió en la escuela de la calle y se matriculó como ladrón de poca monta. ‘Tenía 16 años y no sabía nada de la vida. Si un policía me hubiera disparado mientras robaba tuberías de plomo, no habría pasado nada’. Sobrevivir en mitad de la Gran Depresión no era tarea fácil para un chico que soñaba con jugar en las Grandes Ligas de baseball y que no tuvo infancia más allá de las peleas callejeras. ‘En la escuela se juntaban varios niños y me pegaban para robarme el sandwich. Un día mi padre me dio un picahielos y me dijo ‘vamos, chico, aprende a usarlo para defenderte. Y aprendí, claro’. El pequeño de los LaMotta vivía como un vagabundo. No había un mañana. No existía un futuro. ‘Si hubiera muerto cuando era un ratero, me habrían hecho un funeral de veinte minutos’. Nadie le disparó pero, como Rocky Graziano, otra leyenda de los pesos medios —Marcado por el odio, con Paul Newman—, acabó en el reformatorio. Había empujado al librero Harry Gordon a un callejón oscuro y siniestro en mitad de la noche. Le golpeó con una barra de hierro en la cabeza y le robó la cartera para después darse a la fuga en una carrera desesperada por los infectos callejones del barrio. Al llegar a casa se topó con dos malas noticias: la primera, que la cartera estaba vacía; la segunda, que el periódico se hacía eco de la muerte de Gordon, al que habían encontrado tirado y sangrando víctima de un atraco brutal; el ladrón se había dejado casi dos mil dólares en el bolsillo delantero de la camisa del librero. ‘Nunca fui a la Iglesia y los curas no pudieron meterme en la cabeza aquel rollo de ir al infierno pero sabía que, más tarde o más temprano, pagaría por aquello que había hecho’. Se equivocó. Nunca pagó por aquello, pero la muerte de Gordon le atormentó durante buena parte de su vida. LaMotta, forjado a base de puñetazos y violencia, fue un alumno aventajado en asuntos de supervivencia. Nunca pudo elegir otra cosa. ‘Sólo tuve dos escuelas: el reformatorio y el ring’.

Segundo asalto. Un tipo duro que quería morir. ‘Un día me pregunté para qué demonios quería usar el picahielos para defenderme, si tenía mis puños’. LaMotta se apuntó al gimnasio y debutó como profesional antes de cumplir los veinte. Su hermano estaba entusiasmado con la idea: ‘Es un milagro que aún no te hayan matado ni metido en la cárcel, así que descarga tu rabia en el ring’. Entusiasta del olor a linimento, del contacto de la sangre en sus guantes, adicto a contemplar el miedo reflejado en la cara de su enemigo y escuchar el crujir de huesos después del impacto de sus pequeñas manos, Lamotta se empeñaba en liberar su alma en el ring, cada noche, como si el mundo se fuera a acabar en cada combate. Antes de cada pelea, en el vestuario, se desfogaba una y otra vez golpeando, arriba y abajo, de manera figurada, mientras repetía en voz alta una frase de manera enfermiza para autoafirmarse. ‘Soy el mejor, soy el mejor, soy el mejor’. En su primer año disputó 22 combates en Nueva York, Cleveland y Chicago ante Charles Mackley, Jimmy Reaves o Nate Bolden. No era técnico, no tenía demasiada pegada y no tenía los fundamentos necesarios para esquivar los golpes de sus rivales. Pero LaMotta se transformaba en una auténtica bestia cuando subía al ring. Torturado por la muerte del librero Harry Gordon, Jake mantenía una actitud que llamaba la atención de su esquina y, sobre todo, del público. Quería que le castigaran, que le hicieran daño, que le rompieran todos los huesos. Se exponía, entraba en el cuerpo a cuerpo y no conocía el miedo. ‘Luchaba como si no me importara vivir. De hecho, no sé si entonces me importaba vivir. Quería morir’’.

Tercer asalto. Sobredosis de azúcar. ‘El dolor no significaba nada para mí. Iba al dentista sin anestesia. Me sentaba allí y me decía a mí mismo ‘no hay dolor, no hay dolor’. Y no lo sentía’. LaMotta no conocía el dolor, pero no conseguía entrar en el ‘top’ de los mejores boxeadores del país. Necesitaba un plus. Entonces se cruzó en su camino Ray ‘Sugar’ Robinson, el mejor boxeador de la historia, libra por libra. El 2 de octubre de 1942, en el Madison Square Garden, ‘Sugar’ le derrotó por puntos, pero LaMotta acabó de pie. Cuando el combate finalizó, lanzó su reto. ‘La próxima vez seré yo quien pueda reírme en la cara de Robinson’. Sólo cinco meses después, el 5 de febrero de 1943, en Detroit, LaMotta cumplía su promesa. Intimidó a Robinson desde el primer tañido de la campana y le persiguió como una fiera por todo el ring. Ray, trabado,  incapaz de imponer su velocidad, apenas podía contener a una furia con genes sicilianos que le empujaba a las cuerdas, con unas acometidas suicidas. En el octavo asalto, Ray ‘Sugar’ Robinson caía, a plomo, por primera vez en su carrera. Robinson se levantó después de escuchar una cuenta de protección que se detuvo en el nueve, pero acabó perdiendo su condición de invicto. La rivalidad entre LaMotta —raza blanca, fajador— y Robinson —raza negra, fino estilista— había alcanzado su punto más álgido. Después de dos batallas tremendas en Nueva York y Detroit, lejos de evitarse, ambos querían volver a medir fuerzas. El 23 de febrero de 1945, en el Madison, en casa de LaMotta, ‘Sugar’ volvía a imponerse a los puntos tres diez asaltos; en Comiskey Park, Chicago, en septiembre de 1945, Robinson confirmaba que seguía siendo el mejor peso de la categoría al volver a imponerse a LaMotta, que había noqueado a George Kochan sólo siete días antes. Robinson sabía que era mejor boxeador que LaMotta, dominaba los combates y sabía imponer su estilo de boxeo. Pero en todos y cada uno de sus enfrentamientos ante ‘El Toro del Bronx’ se había impuesto a los puntos sin ser capaz de noquear a un hombre que, cuanto más castigo recibía, más se crecía. Robinson asumía la fortaleza sobrenatural de su rival y después de su cuarto combate lo hacía público ante la prensa con cierta resignación cristiana: ‘¿Qué puedo decir de él? Le pego con todo y se queda ahí, tan pancho. Menudo tío’. LaMotta, que peleó hasta seis veces con ‘Sugar’, definió con precisión sus enfrentamientos: ‘Él era el mejor púgil de todos los tiempos. He peleado tantas veces contra Ray ‘Sugar’ que no sé cómo no tengo diabetes’.



Cuarto asalto. Un campeón sin corona. A pesar de sus heroicas peleas ante Robinson y de sus victorias a la tremenda ante Bell, Lester, Yarosz o Janiro —la segunda esposa de LaMotta dijo que era un tipo agraciado y su marido le premió con una paliza que le desfiguró la cara—, Jake LaMotta vivía un infierno. Se dejaba la piel en cada combate, era el favorito del público y mostraba una actitud propia de un kamikaze en el ring, pero no se le presentaba la oportunidad de poder pelear por el título. El periodismo neoyorkino le apodó ‘el campeón sin corona’ y sólo Robinson había demostrado poder hacerle frente con éxito. Angelo Dundee, en su día entrenador de Muhammad Ali, decía que LaMotta era ‘un guerrero, alguien con una determinación terrorífica. Sabía cómo triunfar y se metía al público en el bolsillo. Era un peligro público’. Y nadie quería ir a un peligro público como campeón del mundo. LaMotta era uno de los pocos boxeadores del circuito que no tenía manager (‘no me fio de nadie’), y aunque escuchaba los consejos de su hermano y del promotor Al Silvani, siempre se resistía a acudir a los que sí podían darle la oportunidad de convertirse en campeón. La Mafia.

Quinto asalto. En manos de La Mafia. En los años cuarenta la alargada sombra de la ‘cosa nostra’ era omnipotente, para desesperación de la Comisión Nacional de Boxeo. Rocky Graziano, que como LaMotta había forjado su leyenda en el reformatorio, había sido suspendido por tongo. Y Ray ‘Sugar’ Robinson se había negado a delatar a varios hampones que habían querido comprar una de sus peleas por miedo a ser asesinado. En vísperas de un combate ante Billy Fox, un paquete al que LaMotta habría destrozado en condiciones normales, La Mafia llamó a la puerta de ‘El Toro del Bronx’. Las instrucciones fueron muy claras. ‘Pierde hoy y serás campeón mañana’. LaMotta, desconocido y desmotivado, perdió aquella noche. Investigado por la Comisión de Boxeo y acosado por la prensa negó cualquier arreglo sucio con Frankie Carbo, un conocido mafioso del que se decía que se había embolsado 30.000 dólares de la época apostando por la derrota de LaMotta ante Fox. A Jake le cayeron mil dólares de multa y una suspensión de siete meses. ‘No sé nada de mafiosos, aunque a algunos les conozco sólo de saludarlos’. Años más tarde, cuando ya había logrado el cinturón de campeón del mundo, LaMotta confesó todo al escritor Peter Heller. ‘Perdí ante Foz porque me prometieron que tendría una oportunidad de pelear por el título. Me dijeron que era la única manera de ser campeón. Después de mi suspensión aún tuve que pagarles 20.000 dólares para que me consiguieran una combate por el título’. La Mafia cumpliría su palabra el 16 de junio de 1949 en Detroit, Michigan. Jake LaMotta se enfrentaba a Marcel Cerdan por el título mundial de los medios.

Sexto asalto. El título ante Cerdan. La Mafia había hecho sus deberes a conciencia, con un trabajo fino. Había conseguido que un púgil europeo cruzara el charco y accediera, contra todo pronóstico, a enfrentarse a LaMotta en suelo norteamericano. Francés de origen argelino, Marcel Cerdan había conquistado el cinturón en un combate terrorífico ante el ya veterano púgil Tony Zale, el gran rival de Rocky Graziano, y era un boxeador más que notable, un rival de cuidado. Algo que hubiera inquietado a cualquier púgil, pero no a Jake LaMotta, que llevaba esperando ese combate toda una vida y que estaba ansioso por subir al ring y destrozar al único hombre sobre la tierra que le podía privar de consumar el gran sueño de su vida, ser el campeón. Cerdan mantuvo el tipo hasta el octavo asalto, donde se resintió en un hombro. A partir de ahí, LaMotta atacó sin tregua al francés, le llevó a las cuerdas y descargó una serie de rabiosos ganchos de izquierda que minaron a Cerdan. El púgil de origen argelino se rindió a finales del noveno asalto. Cuando el árbitro de la contienda dio comienzo al décimo asalto, el galo dio una orden tajante a su esquina: ‘No más, por favor, no más’. Jake LaMotta, exultante, había hecho realidad su sueño. Era el nuevo campeón. Su segunda esposa, Vicky, fue testigo de excepción de aquellos días. ‘Le gusta tanto el cinturón de campeón del mundo que incluso se lo pone para dormir’.

Séptimo asalto. El fantasma de Harry Gordon. En su vestuario, mientras él respondía a las preguntas de la prensa mientras se anudaba su bata fetiche de piel de leopardo se agolpaban mafiosos, políticos y gente del mundo del espectáculo. Todos querían compartir la noche de gloria del campeón. Fue allí, en ese mismo instante, cuando LaMotta se quedó paralizado y su rostro palideció al ver a Harry Gordon, aquel librero al que, presuntamente, había asesinado de un golpe en la cabeza para quitarle la cartera cuando deambulaba de reformatorio en reformatorio. No, no se trataba de un fantasma salido del ultratumba para hacerle pagar el día que LaMotta menos esperaba. Aquel anciano con la cabeza llena de cicatrices era Harry Gordon en persona. Al parecer, la prensa se había precipitado al anunciar su muerte y el viejo había sobrevivido a la paliza en aquel callejón oscuro, y ahora estaba en el vestuario de LaMotta para estrechar la mano del nuevo campeón. Con Harry vivo y coleando, Jake se había liberado de aquella bestia que, atormentada por la culpa, se había convertido en una máquina insensible programada para destrozar a todo bicho viviente en el ring. Una vez que comprobó que Gordon no era una pesadilla y que estaba bien de salud, ‘El Toro del Bronx’ respiró aliviado y disfrutó de aquello que más anhelaba, el cinturón de campeón.

Octavo asalto. ‘La masacre de San Valentín’. Marcel Cerdan falleció en un accidente de avión cuando regresaba a Estados Unidos para la revancha con Jake LaMotta. Ese giro inesperado del destino provocó otro combate ante su gran enemigo, Ray ‘Sugar’ Robinson. Fue el 14 de febrero de 1951, el día de San Valentín. LaMotta había perdido en cuatro de sus cinco anteriores peleas, pero siempre se había mantenido en pie, una barrera psicológica para ‘Sugar’, incapaz de enviarle a la habitación del sueño.  La pelea era un ajuste de cuentas. El definitivo. En el pesaje previo, Robinson quiso amedrentar a su rival bebiéndose un vaso de sangre de toro. Era una provocación en toda regla. Con el coraje de siempre, ‘El Toro del Bronx’ se abalanzó sobre Robinson en el décimo asalto. Con ganchos cortos, buscó el KO. No dio resultado. ‘Sugar’ alcanzaba el undécimo asalto y pasaba a dominar la situación. En el siguiente round, LaMotta, desfondado y destrozado por los golpes de Robinson, está a merced de su rival. Recibe un uno-dos que casi le arranca la cabeza de cuajo y se agarra a las cuerdas. Cuando el público vislumbra la inminente caída de LaMotta, éste desafía a Robinson. ‘Vamos Ray, ven aquí, veamos si eres capaz de noquearme, vamos’. El aspirante, más potente y entero, se ceba con LaMotta. Golpea en serie, arriba y abajo, convirtiendo la cara de su contrincante en una masa tumefacta de carne que no para de manar sangre por la boca y los ojos. Ray es pura electricidad y Jake soporta un huracán de manos. ‘El Toro’ se tambalea, pero no cae al suelo. Algo, nadie sabe qué, le mantiene el pie. ‘¿De qué está hecho este tío?’. El árbitro, asustado por la cantidad de sangre que tiñe el rostro de LaMotta decide parar el combate. El asalto es una completa carnicería y los periodistas titulan al día siguiente que la pelea había sido ‘La masacre del día de San Valentín’. Robinson, el nuevo campeón, se marcha hasta su esquina mientras Jake permanece en pie sabiendo que ha perdido la corona. Mientras ‘Sugar’ levanta los brazos y se lleva los flashes de los fotógrafos, LaMotta avanza, desmadejado y roto, hasta la posición de Ray. Le toca en el hombro y cuando el nuevo campeón se gira para mirarle a los ojos, le susurra: ‘You never got me down, Ray… You never got me down, Ray’’. [‘Oye, Ray, no me has derribado..Jamás me vas a derribar’]. Después del combate, Robinson atiende a la prensa y no encuentra palabras para describir la actitud suicida de LaMotta. ‘No ha perdido Jake. Este hombre es un gladiador. Yo he ganado, pero él no ha perdido’. Sin título, con la cara destrozada y después de que le aplicasen oxígeno durante media hora, LaMotta ofrece su versión embutido en su bata de piel de leopardo. ‘Tuve varios pensamientos para ese hijo de puta. Le dije ‘no vas a derribarme. Nadie ha derribado a Jake LaMotta y tu no vas a ser el primero’.

SIGUE.....................

Autor: Rubén Uría

http://www.jotdown.es/2012/01/ruben-uria-doce-asaltos-del-toro-salvaje-2/

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Re: JOT DOWN. Los porqués del actual periodismo deportivo
« Respuesta #4 en: Enero 05, 2012, 02:08 Horas »
Joder, interesante este último artículo. Mañana mismo videare el film de Scorsese.

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Re: JOT DOWN. EN EL PAÍS DE DIOS, LE TISSIER.
« Respuesta #5 en: Enero 10, 2012, 22:11 Horas »
Para el estimado forero, Le Tissier.


EL PAÍS DE DIOS, LE TISSIER.



No hay mucho que ver en Southampton, ciudad del sur de Inglaterra, situada a unos 100 kilómetros al sudoeste de Londres. La mayor parte de su casco viejo fue destruido por los bombardeos de los nazis en la Segunda Guerra Mundial y su puerto, uno de los más importantes del Reino Unido, fue el punto de partida del tristemente célebre Titanic. Es una ciudad melancólica, con un clima gris, cuyas carreteras convergen en un mismo punto neurálgico. La M27 envuelve la ciudad con todos los puntos de la costa Sur de Inglaterra, la A34 enlaza con Winchester y la más famosa, la M3, es la autopista que une Londres con Southampton. Sin embargo, en todos los accesos hasta la ciudad conocida como ciudad de los santos uno puede leer cientos de leyendas y carteles a la entrada de Southampton que rezan así: ‘Welcome to Southampton, you’re entering the country from Le God‘. [Bienvenido a Southampton. Está usted entrando en el país del Dios]. Southampton es muy religiosa, es cierto, aunque basta un cuarto de hora en el corazón de la ciudad para descubrir que, para los casi trescientos mil vecinos de Southampton, ese concepto de divinidad tiene su raíz en el fútbol. En la ciudad desde la que zarpó el Titanic, el título honorífico de Dios de Southampton es para un futbolista de calidad superlativa cuyos milagros forjaron una leyenda a comienzos de los años noventa. Su nombre apenas figura entre las páginas más brillantes de de los libros de historia y estadística del fútbol mundial. Sus goles imposibles nunca merecieron prestigio fuera de Las Islas y sus hazañas nunca llegaron a traspasar el umbral del Canal de La Mancha. Pero si en la Tierra los dioses del fútbol responden por nombres como Maradona o Pelé, existe un lugar en el mundo donde Dios —con mayúscula— es británico. En Southampton, Dios bajó a la tierra para vestirse de corto y jugar al fútbol en un modesto. Lucía camiseta rojiblanca, calzón negro y llevaba el siete a la espalda. En Southampton, Dios era un tal Matt Le Tissier.

El gran ídolo de Southampton nació en Saint Peter Port, en Guernsey, una isla situada en el Canal de La Mancha, entre Inglaterra y Francia. De niño, su sueño era jugar en la Premier League y vestir, algún día, la camiseta de Inglaterra con los tres leones grabados tatuados en su pecho. Talento precoz, hizo sus primeros pinitos como futbolista en el Vale Recreation, equipo en el que se dio a conocer muy pronto por sus goles imposibles, algunos desde el centro del campo o desde el saque de esquina. ‘Para mí, salir de mi pueblo fue como pisar la Luna, así que disfruté de lo único que se me daba bien, jugar al fútbol y beber cerveza’. En 1985 llamó la atención del Southampton, que lo fichó sin titubear. Los dirigentes tenían mucha confianza en aquel chico alto con tendencia a engordar, con nariz de alcayata y gesto displicente, que era tan irregular como genial, siendo capaz de andar, literalmente, durante 85 minutos, para anotar un hat-trick en los cinco restantes. Matt tenía precisión de cirujano en la diestra, dibujaba pases de 40 metros que provocaban el asombro del público y era el terror de los rivales cuando levantaba la cabeza desde fuera del área y apuntaba a la escuadra, alojando la pelota en el ángulo. No tenía demasiada velocidad, no tenía demasiado ritmo, no luchaba cada balón dividido y tenía serios problemas para marcharse de su marcador en velocidad. Pero cuando aquel falso lento encaraba la portería rival, de sus botas salían relámpagos teledirigidos.

En su primera temporada como jugador de los Saints Le Tissier marcó tantos goles espectaculares que la prensa le bautizó como ‘Mister Le’, aunque la hinchada del Southampton fue mucho más allá después de un golazo al Aston Villa, a raíz del cual Le Tissier pasó a ser conocido con el calificativo de ‘Le God’ [El Dios]. Sábado a sábado, la fama de Le Tissier comenzó a crecer entre los fieles que acudían en masa al Victorian Former Ground, el estadio del Southampton, más conocido por The Dell. Después de un par de temporadas donde Le Tissier fue máximo goleador del equipo y su mejor asistente, antes de cada partido los hinchas rojiblancos recibían la salida al campo de Matt con un grito unánime que inmortalizaron como el estribillo de una canción cuya estrofa más repetida y coreada decía: ‘He is God, Matt Le God‘. Matthew, abrumado por tanto cariño, se tomaba su condición de estrella de un modo campechano y terrenal. ‘Me llamaban Le God, pero podría haber sido Matt The Fat [ Matt, el gordo]. Bebía tanta cerveza antes de los partidos que a veces me pesaba el culo. También me pasaba con las hamburguesas y el chili’. Tímido, reservado y hombre de pocas palabras, se sentía extraño ante tanto halago. ‘Cuando me llamaban Dios, no sabía qué decir, sobre todo si me cruzaba con un cura… Yo no era Dios, claro. Imagínate que Dios siguiera mi dieta de cerveza y hamburguesas’.

El siete del Southampton correspondió a tanto afecto con una fidelidad de por vida. Jamás se movió del hogar de los ‘saints’. Nunca abandonó a un equipo pobre privado de grandes futbolistas, acostumbrado a pelear por no descender y cuyo presupuesto era reducido. Vistió la zamarra rojiblanca durante quince intensas temporadas, donde disputó 540 partidos entre Liga, Copa y Copa de la Liga, anotando más de 200 goles como capitán y emblema del club. Muchos futbolistas que compartieron vestuario con Le Tissier sí se subieron en marcha al tren de la fama, fichando por los grandes de Inglaterra, como Alan Shearer, que acabó en el Blackburn Rovers. No fue el caso de Le Tissier. Él jamás llegó a abandonar las calvas praderas del vetusto estadio de The Dell. Nottingham Forest, Arsenal, Tottenham o Liverpool lo quisieron en algún momento. Fuera de Inglaterra, Lazio de Roma, Juventus, Marsella y Atlético de Madrid preguntaron por él. Siempre recibían la misma respuesta. El club estaba como loco por vender, pero Le Tissier nunca les devolvía la llamada. Tenía todo lo que necesitaba. ‘Es fácil jugar en el Manchester United o en el Liverpool. Yo prefiero jugar al borde del abismo, con presión, sacando a un equipo de bajar a Segunda’. En una entrevista concedida a la BBC le preguntaron por qué motivo no había aceptado nunca las ofertas del United o del Liverpool, siempre interesados en hacerse con sus servicios. La respuesta de Matt fue comparable a una Copa de Europa para los hinchas del Southampton: ‘Jugar en los mejores clubes es un reto bonito, pero hay un reto mucho más difícil: jugar contra los grandes y ganarles. Yo me dedico a eso…’. Años después, confesaría a Four Four Two: ‘siempre me pregunté si habría sido capaz de ganar la Premier League, pero conseguí algo más importante, estar 16 años en Southampton y conseguir que ese equipo estuviera en la elite. Quien ha nacido en Southampton sabe de qué hablo, era un pequeño milagro mantener siempre a un equipo tan modesto’.





Le Tissier siempre tuvo claro que entre el honor y el dinero, lo segundo nunca era lo primero. La mejor muestra llegó cuando, a comienzos de los años noventa y según confesión de su mejor amigo y compañero, Ronnie Ekelund—que llegó a probar con el Barcelona de Cruyff—, el Chelsea decidió poner toda la carne en el asador para llevarse a ‘Le God’ a Londres. Por aquel entonces, el Chelsea necesitaba recuperar su cartel como equipo grande y estaba dispuestos a pagar lo que hiciera falta para convencer a Matt, pero Le Tissier jamás llegó a negociar y considerar todos los ceros que podrían adornar su cuenta bancaria. ‘Antes de un partido en casa, Matt me comentó que el Chelsea le había hecho una oferta de tanto, tanto dinero, que la vida de los hijos de sus hijos estaría resuelta —confiesa Ronnie Ekelund—. Luego se calzó las botas, se puso la camiseta con el siete a la espalda y me dijo que él no valía todo ese dinero. Aquel día ganamos, Matt marcó un golazo, se duchó y se fue a casa. Nunca devolvió la llamada al Chelsea’. Cuenta la leyenda que rechazó un cheque en blanco del Mónaco (‘son habladurías, me daban mucho dinero, quizá demasiado’), también un ofertón de la Juve (‘no hablaba una palabra de italiano y allí no tendría a mis amigos para hablar en el pub’) y una propuesta, la del Tottenham, que fue la única que estuvo cerca de cuajar (‘me iba a casar y a mi futura esposa no le apetecía mudarse recién casados, así que me quedé y punto’). Esa resistencia a la tentación, ese orgullo por su camiseta, esa contumaz idea de ser el estandarte de un equipo pobre, consiguió que Le Tissier no sólo fuera considerado el mejor jugador del club, sino que se ganó el primer lugar del escalafón del santoral de la hinchada del modestísimo Southampton, un equipo que llegó a batir varias veces a los grandes en su estadio gracias a los goles de Le Tissier, su sempiterno capitán, una especie de Robin Hood del fútbol que robaba a los ricos para dárselo a los pobres. ‘Pude cambiar de camiseta muchas veces, pero no tengo remordimientos. Dicen que soy un romántico, pero los que dicen eso no ven la cara de los niños de esta ciudad, que son felices cuando me piden autógrafos’.

El Dios de Southampton pasaba consulta los fines de semana regalando milagros a su parroquia. Una tarde ganaba, él solo, al Manchester United. Otras veces, salvaba a su equipo del descenso con un gol desde el centro del campo. Y otras, como en la temporada 1994-95, marcaba el gol de los goles. Ese sábado el gigante en cuestión era el Newcastle, y el Southampton estaba en su lugar natural, el fondo de la tabla. Había que ganar o ganar. ‘Estábamos en una situación difícil y pensé, Matt, de esto te deberías ocupar tú porque es lo que los chicos esperan de ti’. Le Tissier enganchó un balón suelto en el centro del campo. La pelota bajaba con nieve y el siete, mal colocado para recibir, giró sobre sí mismo y controló de espuela para bajar la pelota al pasto. Primera ovación y primer rugido del estadio para ‘Le God’. Le Tissier avanza con la pelota controlada, encara a un defensa y le supera en carrera con toque, sutil y dulce, para sortearle por un costado. Segunda ovación y segundo rugido en honor a ‘Le God’. Le Tissier prosigue su carrera hacia el corazón del área, un central le sale al paso y, cuando la pelota bota delante del capitán del Southampton, Le Tissier se inventa un sombrero que deja roto al central. Tercera ovación y tercer rugido de The Dell para su héroe. Matt aguarda a que baje la pelota mientras observa cómo el portero del Newcastle le achica el ángulo desde el área pequeña, espera una décima de segundo y coloca el empeine derecho de su bota para acompañar la pelota de una manera suave y delicada, junto al poste. Para sorpresa del personal, aquel gol maradoniano, kilométrico, desde el centro del campo, no fue elegido gol de la temporada por votación popular. ¿Quién podría superar aquel golazo? Pues… el propio Le Tissier. Su tanto al Blackburn Rovers, desde el centro del campo, con un disparo a la escuadra desde más de 40 metros, fue su milagro más sonado con los ‘saints’. Un gol que hoy, muchos años después, sigue en el top-10 de goles más descargados en Internet en el Reino Unido. ‘Han pasado mucho años desde aquello y ahora puedo decir que tuve mucha suerte. De cien veces, esos goles me salen una’.

La única prueba existente de que Le Tissier era humano y que estaba hecho de carne y hueso, había llegado un año antes, un 24 de marzo de 1993, en un partido de la First Division. Hasta entonces, ‘Le God’ había anotado todos los penaltis que había chutado. Aquella tarde, Matt había marcado un golazo y tenía en sus botas la oportunidad de empatar la contienda ante el Nottingham Forest de Roy Keane y Nigel Clough, el vástago del mítico Brian Clough. Le Tissier cogió la pelota, la colocó en el punto fatídico, cogió carrerilla y pateó, para sorpresa de todos, de modo defectuoso. La pelota salió mordida y Mark Crossley, el meta visitante, alargó la mano para despejar la pelota y conjurar el peligro. Crossley recuerda aquella parada como un fenómeno extraño. ‘Él era un seguro de vida, pero le pegó mal y lo paré’. Le Tissier había marrado una pena máxima y su equipo había caído por 1-2. Entonces sucedió lo inesperado. ‘Matt se me acercó y me dijo que algún día tenía que fallar, y que esperaba que mi parada me diera buena suerte para jugar algún día con mi selección’. Años después, Mark Crossley llegaría a ser el portero titular de la selección de Gales, pasando a la historia como el único portero que fue capaz de detener un penalti a Matthew Le Tissier. Después de casi 16 años en el Southampton, ‘Le God’ anotó todos y cada uno de los que lanzó. Ejecutó 50 penaltis y anotó 49. Tras fallar ante Crossley, nadie volvió a detenerle una pena máxima.

Sin embargo, sus goles espectaculares, su carisma en Southampton y su extraordinaria elegancia sobre el campo nunca fueron un aval suficiente como para que Le Tissier triunfara con Inglaterra. Siendo un chaval pudo haber elegido jugar para Francia, al haber nacido en territorio anglo-francés, y alguna vez debió arrepentirse de no haber probado con Les Bleus. Porque, a pesar de que Le Tissier fue convocado en varias ocasiones para jugar con su selección, nunca fue un fijo para su país. Nunca tuvo continuidad. Siempre fue injustamente marginado. ‘Mi reputación de perezoso no me hizo ningún favor con Inglaterra. Cuando estaba en el mejor momento de mi carrera los seleccionadores no fueron lo suficientemente valientes como para encontrarme un acomodo en el once inglés’. Sólo disputó ocho encuentros con la camiseta de los ‘pross’ y se quedó fuera tanto de la lista de la Eurocopa de Inglaterra, en 1996, como dos años más tarde del Mundial de Francia, en 1998. Ni Terry Venables ni Glenn Hoddle, ni Kevin Keegan ni Sven-Göran Eriksson confiaron en su pie de seda. Todos dieron la espalda a Le Tissier como pieza clava para ganar los campeonatos y le sacrificaron en beneficio de jugadores de un perfil mucho más áspero. Unas veces fue por sus lesiones musculares. Otras veces, el ‘no’ llegó por sus problemas de espalda, otras, por su propensión a engordar más de la cuenta y, la mayoría, por su carácter introvertido. Nadie sabe qué habría conseguido Inglaterra con el siete del Southampton como director de orquesta.

Con los tobillos resentidos, con un evidente sobrepeso, con múltiples problemas en su espalda y una rodilla muy desgastada decidió colgar las botas en el año 2002. Tenía 33 años y había dado toda una vida por su club. En mayo de ese mismo año Matthew Le Tissier tuvo su partido homenaje, en un choque amistoso que enfrentó a sus dos únicos equipos desde que era un niño. El Southampton y la selección de Inglaterra. Rodeado de sus ex compañeros, Alan Shearer, Tim Flowers, Paul Gascoigne o Ronnie Ekelund, el último adiós de Matt Le Tissier congregó a 32.000 aficionados en las gradas. Fue un día triste para Southampton, aunque él lo asumió con naturalidad: ‘En esta vida estamos para pasar un buen rato’. Su cuerpo había dicho basta y su prominente barriguita jamás volvería a lucir la elástica con el siete. El Daily Mirror fue tajante en su emotiva despedida: ‘Se va uno de los más grandes de la historia, un genio de andar por casa que habría sido mucho más si hubiera querido irse de Southampton’. Tras la retirada de Le Tissier los fans del Southampton comercializaron un CDRom biográfico con todos los detalles de su carrera. Sus mejores goles, su vida, sus comienzos, sus mejores frases, su familia y sus amigos. Lo compraron veinte mil seguidores y tuvo tanto éxito que a partir de 2006 decidieron que se pudiera descargar de manera gratuita a través de Internet.



Aficionados, ‘celebrities’ del fútbol británico y prensa coinciden en señalar que Matt Le Tissier fue único, irrepetible, un genio que pudo haber marcado una época. Sir Alex Ferguson fue explícito: ‘Podía ganar un partido cuando le diera la gana’. George Graham también: ‘Tiene aspecto de gordinflón, pero le ves tocar la pelota y piensas, demonios, quién fuera un gordinflón’. Su compañero Ekelund, tajante: ‘Si tenía ganas de jugar, te marchabas al vestuario sabiendo que habías visto jugar a Maradona en The Dell’. Y Tommy Docherty, mito viviente de los banquillos y que presume de haber tenido más clubes que Jack Nicklaus, ponía el dedo en la llaga: ‘Podría haber sido lo que le hubiera dado la gana. Su pierna derecha era pura clase’. En opinión de Julio Maldonado, comentarista de fútbol internacional de Canal Plus y la Cadena SER, Le Tissier fue uno de esos talentos mitad pereza, mitad genialidad. ‘Recuerdo haberle visto bostezar en mitad de un partido. Era el Mágico González del fútbol inglés. Tenía un talento similar, no exagero. Le Tissier era un deleite para la vista’. Gaby Ruiz, analista de Canal Plus y eminencia del fútbol internacional, define al siete eterno del Southampton en cuatro palabras: ‘El Trinche, Le Tissier’, en un paralelismo con la figura genial de Carlovich con el genio británico. Axel Torres, referencia en Gol TV y Radio Marca, considera que Matt fue ‘una isla de clase y fantasía casi latina en el contexto de un fútbol inglés que no parecía poseer espacio para piernas finas y cabezas frías como la suya’. Iván Castelló, comentarista del programa Fiebre Maldini va más allá. ‘En su grandeur, Napoleón imaginó su Imperio, y esa obra inacabada la continuó Matt Le Tissier en un campo de fútbol. Fue el mejor jugador que jamás he visto’. Y Fermín de la Calle, periodista de As y Esquire, disecciona así al crack que se quedó grabado en su memoria: ‘Recuerdo que vi a Le Tissier con mi padre, en el año 94, en el campo del QPR. Escondía la mejor pierna derecha del fútbol inglés en un cuerpo de estibador. Era el Zidane de la Premier en una Premier más británica y menos técnica que la actual. Era perfume caro en una botella de dos litros’.

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Autor: Rubén Uría

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« Última modificación: Enero 10, 2012, 22:17 Horas por RED SKIN »

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Re: JOT DOWN. Scottie Pippen, el escudero perfecto.
« Respuesta #6 en: Enero 16, 2012, 19:32 Horas »
Scottie Pippen, el escudero perfecto
Posted by Guillermo Ortiz



Junio de 1992. El equipo de Estados Unidos se reúne en Portland para disputar el pre-olímpico de clasificación para los Juegos de Barcelona. Es la mejor plantilla de la historia, un equipo de ensueño; “Dream Team”, dice la prensa estadounidense y con ella la de todo el mundo: Magic Johnson, Larry Bird, Michael Jordan, Patrick Ewing, John Stockton, Karl Malone, Chris Mullin, David Robinson, Charles Barkley, Clyde Drexler, el universitario Christian Laettner… y Scottie Pippen, con el número ocho, satisfecho en esa constelación de megaestrellas, el profesional más joven del grupo, apenas 26 años.

Pippen está en lo más alto de su carrera: viene de ganar la NBA por segundo año consecutivo, ha sido incluido en el mejor quinteto defensivo de la liga, su promedio por partido ha llegado a los 21 puntos por primera vez desde que coincide en cancha con Michael Jordan… y ha firmado una extensión multimillonaria de su contrato con los Chicago Bulls. Ya no tiene nada que demostrarle a nadie. Ni a su general manager, Jerry Krause, con el que mantendrá una relación de amor-odio durante toda su carrera en Chicago, ni a los “bad boys” de Detroit —¿dónde está ahora Thomas, dónde Dumars, dónde Rodman?— ni a la prensa que le tildó de “blando” tantas veces.

Como mucho le queda ajustar cuentas con Toni Kukoc, el hombre que puso en riesgo su contrato y su puesto en el equipo durante la convulsa temporada 1990/91 cuando Krause se empeñó en hacerle sitio por si daba el salto a la NBA. Kukoc y Pippen, Krause y Pippen, Jordan y Pippen. ¿Cómo entender más de una década de NBA sin ese hombre de nariz improbable, gesto de estatua de Pascua, brazos infinitos? El alero que podía ser base, el defensor que anotaba desde cualquier lado, el hombre de carácter que miraba con admiración a Larry Bird y a Magic Johnson, sin imaginar que un día tendría más anillos en sus manos que cualquiera de los dos.

El rookie inesperado

Scottie Pippen llegó a la NBA como número cinco del Draft de 1987, elegido por los Seattle Supersonics. Se trataba de un alero por encima de los dos metros con mentalidad de base, su puesto cuando entró en la universidad de Central Arkansas, antes de crecer sorprendentemente casi 20 centímetros en un par de años. Había demostrado sobradamente su capacidad para anotar y para defender y solo se cuestionaba su carácter, algo apocado, silencioso, sin madera de líder.

Los Sonics tenían ese puesto bien guardado con Dale Ellis y el espectacular Xavier McDaniel. Lo que necesitaban en Seattle era un pívot fajador que le diera un extra al equipo. Pese a las genialidades de los Jerry West, Oscar Robertson, Bob Cousy, incluso los propios Magic Johnson o Larry Bird, la constante en la NBA era entonces y lo sigue siendo construir el equipo de dentro afuera, es decir, con un pívot como referencia. No en vano apenas tres años antes, en 1984, Sam Bowie fue elegido como número dos del draft por delante de Michael Jordan.

Así pues, los Sonics tuvieron claro desde el principio que Pippen sería una gran incorporación… para forzar un buen traspaso.  Punto.

Un poco más tarde le tocaría el turno a los Chicago Bulls. Para entonces, ya era “el equipo de Michael Jordan”, para lo bueno y para lo malo: un equipo en el que todo el juego se supeditaba a su superestrella y cuya capacidad para competir estaba aún por descubrirse. Por dentro, solo Charles Oakley era una presencia intimidatoria pese a su corta estatura. Por fuera, la jugada consistía demasiadas veces en dársela a Michael y que los demás miraran.

Hacía falta profundidad, eso lo tenía claro Jerry Krause. Profundidad y versatilidad, pedía Doug Collins, el antiguo All Star reconvertido a entrenador. Por eso escogieron a Horace Grant, un ala pivot con clase, buen anotador de media distancia, facilidad para el rebote, no demasiado alto pero con buen instinto a la hora de defender y taponar… Grant era un diamante en bruto que no se sabe por qué cayó tan abajo en las prioridades de los general managers. Conseguido el pívot, Krause buscó al escudero de Jordan, el hombre que diera un paso adelante en la defensa y pudiera dar minutos de calidad cuando la estrella descansara.

Su debilidad era Scottie Pippen. A cambio le pidieron a Olden Polynice, un hombre de casi 2,10 con una técnica muy limitada. No lo dudó dos veces: el traspaso dotaba a los Bulls de dos jugadores muy jóvenes y con mucho talento. Los dos dieron resultados desde su primer año: Grant promedió casi 8 puntos y más de 5 rebotes en 22 minutos de juego, Pippen se fue a los 7,9 puntos y 3,8 rebotes. Lo más importante: entre los dos sumaban casi dos robos de balón y un tapón por partido. Los Bulls, por fin, defendían. La franquicia pasó de ganar 40 partidos a ganar 50 en una sola temporada, Jerry Krause fue nombrado Directivo del Año y solo los Pistons de Detroit pudieron frenar a Michael Jordan en semifinales de la Conferencia Este.

El éxito estaba un peldaño más cerca, lo que tardaran los larguísimos brazos de Pippen, Jordan y Grant en agarrarlo.



La barrera de los Pistons

Muchas veces, la segunda temporada de un rookie es la más complicada, igual que el segundo disco de una banda con éxito es pasto fácil para los críticos. Pippen se había consolidado como suplente de lujo, entrando en la lista de los mejores novatos del año. Su tiro exterior aún tenía mucho que mejorar pero era rápido en el contraataque, un excelente defensor en anticipación y se entendía a la perfección con sus compañeros.

Collins entendió que ya estaba para ser titular y “Pip” no defraudó: en 33 minutos por partido, promedió 14,4 puntos, 6,1 rebotes y más de 2 robos. El equipo cambió por completo con un nuevo ingrediente: el veterano Bill Cartwright entraba por Charles Oakley, el “guardaespaldas” oficial de Michael Jordan. Aquel traspaso enrareció el ambiente en Chicago: Jordan no entendía nada, no confiaba en la madurez mental ni física de los nuevos chicos y estaba convencido de que la actitud de Oakley, siempre dispuesto a armar un buen lío o defender a un compañero, era necesaria.

Todo el mundo coincidía: los Bulls eran flojos. ¿Qué sentido tenía vender a tu jugador más duro por un veterano con tendencia a las lesiones?

Sin embargo, no fue una mala temporada, ni mucho menos: Chicago ganó 48 partidos en la División Central, por entonces el hueso duro de la liga, superó a Cavaliers y Knicks en los play-offs y se plantó en la final de Conferencia de nuevo frente a los Pistons. Aquello era un paso adelante muy importante en una franquicia que nunca había ganado un título en su historia. La juventud de los Bulls, su talento puro, su elasticidad frente a la dureza de los “Bad Boys” de Chuck Daly, empezando por Isiah Thomas, el demonio de sonrisa angelical, y acabando por Bill Laimbeer, uno de los jugadores más inteligentes –y sucios– que se recuerdan.

En medio, los Rodman, Aguirre, Mahorn, Dumars, Edwards, Vinnie Johnson… un equipo de ninjas al margen de las portadas y que odiaban con todas sus fuerzas a Jordan y lo que los Bulls representaban: el glamour, el arte, la foto de póster. En su segundo año frente a los Pistons, Pippen volvió a naufragar y todos empezaron a señalarle con el dedo: ¿Sería capaz de afrontar el reto físico que suponían los Pistons? Aquel año cayeron en seis partidos, el año siguiente, ya con Phil Jackson en el banquillo caerían en siete.

Esa tercera eliminación consecutiva fue un momento terrible para Pippen. Su temporada había vuelto a ser excelente: 16,5 puntos, 6,7 rebotes, 5,4 asistencias… y 2,1 robos, su especialidad. En play-offs su rendimiento mejoró: más de 20 puntos, más de 7 rebotes, 40 minutos sobre la cancha… Los Bulls pusieron a los Pistons contra las cuerdas. Eran los tiempos de las “Jordan Rules”, el sobrenombre que Daly le daba a su táctica de repartir estopa contra Michael y compañía. Tras mantener ambos equipos el factor cancha, la serie llegó al séptimo partido en Auburn Hills.

La gran oportunidad de Jordan había llegado después de seis años, solo hacía falta que sus compañeros estuvieran a la altura… pero no fue así. Aquejado de una horrorosa migraña, Pippen tuvo una noche espantosa: 2 puntos, con 1 de 10 en tiros de campo. No le fue mejor a Grant, quien se fue a 3 de 17. Bill Cartwright tenía la rodilla de nuevo destrozada y B. J. Armstrong, el novato que había impresionado en los partidos de Chicago, dio una lección de sobre-excitación, yéndose a 1 de 8. A mediados del tercer cuarto, los Bulls perdían 61-39. La eliminatoria estaba acabada. Pippen miraba alrededor al borde del desmayo, vomitando en los vestuarios, las luces cegándole sin poder enfocar siquiera.

Jordan no se creía lo de la “migraña”. Jordan no sabía perder. Jordan necesitaba a alguien que diera el máximo en el momento más importante y si Pippen no estaba dispuesto a asumir ese reto se buscaría a otro. En esas condiciones empezó la temporada 1990/1991.


Los tres anillos

Phil Jackson tenía un plan: sabía que si los Bulls querían ganar un anillo tendría que dosificar a Jordan. Por supuesto, Michael podía meter 40, 50, 60 puntos si quería, pero esa no era manera de ganar anillos. Jackson lo aprendió en los Knicks de los 70, un equipo con estrellas como Willis Reed, Walt Frazier o Dave DeBusschere, pero que sobresalía por su capacidad de sacrificio y generosidad. El primer paso era convencer a Jordan de que eso era posible, que podía ganar sin controlarlo todo, reservándose para los minutos clave de los partidos clave, integrar a sus compañeros en el ataque.

Junto a Jackson se sentaba siempre su ayudante, Tex Winter, un hombre ya mayor en 1990, que había desarrollado en varios libros la teoría del “triángulo ofensivo”, una serie de movimientos sobre el campo que hacían que todos los jugadores pudieran tener su oportunidad recibiendo en el lugar que les hacía más efectivos. Meter a Jordan en el “triángulo” costó mucho. Muchísimo. Cada vez que Pippen tenía un mal partido y los Bulls perdían, sabía que podía contar con el comentario agrio de Michael: “¿Otra migraña, Pip?”.

Sin embargo, aquel año los Bulls perdieron poco, apenas 21 partidos por 61 victorias, la mejor temporada de la historia de la franquicia. El éxito se basaba en la presión defensiva: Pippen asumía la punta de lanza y enviaba al base contrario hacia el lado donde le esperaba Jordan o en ocasiones Grant, el pase al lado contrario era invariablemente interceptado y daba pie a un contraataque fulgurante. Los Bulls eran muy jóvenes: Jordan, pese a sus múltiples años de estrellato, apenas cumplía 28 años, Grant y Pippen no rebasaban los 25.

Con triángulos continuos en defensa y en ataque, los Bulls simplemente eran superiores a cualquier rival. Pippen se convirtió en una pieza clave para Phil Jackson, el hombre decisivo sin el cual lo demás no tenía sentido: podía subir la bola como un base, podía correr como un escolta, rebotear como un pívot… Aquel año, Scottie se fue a los 18 puntos y 6 rebotes, con 2,4 robos por partido. Eso ya lo habíamos visto antes, la pregunta era: ¿Podría Pippen pasar por los play-offs sin migrañas ni extrañas lesiones?

No había sido un año fácil para él. Obsesionado con el dinero, Pippen seguía teniendo su contrato de novato, lo que le convertía en uno de los jugadores peor pagados dentro de la propia plantilla, clase baja de la NBA. Aquello era intolerable. Como medida de presión, amenazó con saltarse el campo de entrenamiento de octubre, pero Reinsdorf, el propietario del equipo, le convenció de lo contrario. A mitad de temporada empezaron a surgir los rumores de que los Bulls iban a por Toni Kukoc. Kukoc por aquí y Kukoc por allá, Krause no hablaba de otra cosa.

Pippen se sentía traicionado y eso a veces le derrumbaba y a veces le daba más energía para demostrar la injusticia. ¿Quién ese era Kukoc aparte de otro europeo flacucho? La cuerda de las negociaciones estuvo a punto de romperse varias veces, pero milagrosamente todo acabó encajando. Curtido mentalmente tras las dos derrotas anteriores contra los Pistons y los meses negociando con Krause y Reinsdorf, Pippen llegó a las finales de Conferencia dispuesto a comerse a quien tuviera delante.

Y delante tenía, cómo no, a los chicos de Detroit.

Pistons y Bulls se necesitaban. Los Pistons eran para los Bulls lo que los Celtics habían sido para los Pistons: la prueba de madurez. Aquel año, los bicampeones estaban aún más ajados, pero de nuevo habían llegado allí tras una temporada con más sombras que luces. Por juego, no había color, pero no se trataba del juego, sino de la madurez mental, de la agresividad, de la condición física. Rodman se emparejó con Pippen desde el principio y jugó toda clase de tretas mentales con él: empujones, codazos, insultos… No sirvió de nada. Nadie podía parar a Scottie en aquella serie ni en aquellos play-offs. Se iría a los 22 puntos y 9 rebotes por partido lanzando por encima del 50%.

Los Bulls ganaron el primer partido, luego el segundo, luego el tercero… y cuando estaba claro que se impondrían en el cuarto, los jugadores de Detroit simplemente abandonaron el campo sin saludar a nadie, pasando por delante del banquillo de los “chicos suaves” sin un solo intento de felicitación. Ahora no solo les robaban las portadas sino también los campeonatos. Pippen había solventado todas las dudas y volvió a hacerlo en la final ante los Lakers de un renqueante Magic Johnson. Con un Jordan insuperable, Paxson impecable en la suspensión, Cartwright sabiendo dominar a Divac, y Pippen y Grant descomponiendo a Worthy y Perkins, los Bulls se llevaban el primer anillo de su historia. Ya no había interrogantes.

Con la vitola de campeones, con la presión ya fuera de sus hombros, los Bulls se convirtieron en un equipo imbatible durante los dos años siguientes, siempre basándose en el triángulo, en la defensa presionante y en la versatilidad. En la temporada 91/92 Pippen se fue a los 21 puntos y 8 rebotes, ¡con casi 8 asistencias por partido! Todos corrían, todos pasaban, todos lanzaban desde el lugar preciso. Ya no era el equipo de Jordan sino el equipo de Jordan y Pippen, compañeros en el mejor quinteto defensivo del año, compañeros en el Dream Team de Barcelona, compañeros en las finales contra Portland y posteriormente en las que les enfrentarían a los Phoenix Suns de Charles Barkley.

En junio de 1993, Pippen tenía todo lo que una vez soñó: un contrato de muchos millones, un estatus indiscutible de estrella, tres títulos de la NBA y ninguna duda sobre su fortaleza mental. La saga podía durar años y años… solo que apenas unos meses después, tras el hallazgo del cadáver de su padre, Michael Jordan anunciaba su retirada de las canchas. “No me queda motivación”, dijo en rueda de prensa, visiblemente afectado. El testigo de los campeones pasaba a manos de Pippen.



La vida sin Michael

Pocos apostaban por los Bulls sin Jordan. De acuerdo, habían ganado tres títulos seguidos y aún contaban con grandes jugadores, incluida la estrella europea, Toni Kukoc, llegada aquel año para ir rodándose al lado de Michael y que ahora tendría que asumir un protagonismo mayor del deseado por Phil Jackson. La baja de Paxson se suplió con el fichaje de Steve Kerr, un jornalero de la liga, y Cartwright, al borde de la retirada, fue dando poco a poco el relevo al australiano Luc Longley.

Sorprendentemente, la cosa funcionó. Muy bien, de hecho. Los Bulls ganaron 55 partidos, solo dos menos que el año anterior, y se lanzaron a los play-offs con la intención de ganar el cuarto anillo sin Jordan, una machada sin matices. La temporada de Pippen fue sencillamente espectacular, a la altura de las expectativas: 22 puntos, 9 rebotes, casi 6 asistencias y 3 robos de balón por partido. Por primera vez en su carrera fue elegido en el mejor quinteto de la liga y por supuesto en el de mejores defensores.

Sin embargo, los play-offs no fueron todo lo bien que uno podía esperar: después de eliminar a los Cavs sin problemas, los Bulls tenían que enfrentarse a los Knicks en semifinales de conferencia. El equipo de Pat Riley era cosa seria, ya lo había demostrado varias veces en los años anteriores y hasta cierto punto tenía la misma necesidad de eliminar por fin a los Bulls que los Bulls habían sentido con los Pistons.  Tras dos victorias locales en Nueva York, la serie llega a Chicago. Con 1,8 segundos para acabar el tercer partido, el marcador registra un empate a 102 puntos. Phil Jackson pide tiempo muerto y diseña una jugada para… ¡Toni Kukoc! Pippen no puede creérselo. Es el momento más decisivo de la temporada, y el entrenador le pasa de largo. Cabreado, inconsolable, se sienta en el banquillo y se niega a salir. La bola llega al croata, que, desequilibrado, consigue lanzar… y anotar.

Todos le abrazan menos Pippen, condenado de nuevo a la figura de escudero, una herida difícil de cerrar.

De alguna manera, los Bulls consiguieron forzar los siete partidos de la serie. De hecho, si no fuera por un arbitraje lamentable en el quinto encuentro, en Nueva York, probablemente habrían llegado a su sexta final de Conferencia consecutiva, pero no fue posible. En otro partido horrendo para el espectador, los Bulls perdieron 87-77 en el Madison Square Garden, su primera eliminatoria perdida en cuatro años. Pippen había demostrado que podía liderar al equipo, pero no quedaba claro si podía hacerlo campeón o si sus miedos, sus inseguridades acabarían con él. Los números no dejaban lugar a la crítica: 23 puntos y 8 rebotes por partido más la habitual colección de asistencias y robos de balón. Su actitud, especialmente en aquel crucial tercer partido, indicaba que aún necesitaba madurar.

Todo ese proceso, mirado en perspectiva, era necesario. Pippen tenía que saber lo que suponía ser el centro de todas las miradas, el encargado de resolver, la estrella a la que se alaba o se hunde para entender todo por lo que había tenido que pasar Jordan durante años y años. La temporada siguiente fue un desastre: menos de 50 victorias, demasiados cambios y lesiones, una eliminación prematura ante los Orlando Magic en los play-offs… pero dos noticias positivas: la primera, el equipo había aprendido a sufrir. La segunda, Michael Jordan anunciaba su regreso.



Del cuarto al sexto título

Los Bulls ya no eran el equipo joven y vigoréxico de principios de década. El bigote de Phil Jackson se llenaba de canas, Jordan volvía después de dos temporadas arrastrándose por campos de béisbol con 32 años y Pippen cumplía 30. Harper, fichado el año anterior para aportar anotación exterior, también superaba la treintena… Si no podían ser los más rápidos ni los más fuertes no les quedaba más remedio que ser los más listos. El equipo más grande de la historia de la NBA se fraguo cuando Krause consiguió lo imposible: el “bad boy” por excelencia, el hombre de los mil peinados y los mil rebotes, Dennis Rodman, llegaba a la franquicia que tanto había odiado. Pippen acogió la medida con reserva. Pippen odiaba a Rodman tanto como odiaba a Kukoc.

Pero sabía que necesitaban a Rodman si querían volver a ganar y él quería volver a ganar, desde luego. Las victorias eran prestigio y eran dinero, siempre envuelto en inversiones y compraventas, la gran obsesión de su vida, el miedo a que una lesión, una enfermedad, un accidente lo estropeara todo para siempre…





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Re: JOT DOWN. UN OSO EN LAS GARRAS DE LA MAFIA.
« Respuesta #7 en: Enero 23, 2012, 21:54 Horas »


Charles ‘Sonny’ Liston nació bajo la sombra del infortunio. Desde pequeño, como miembro de una familia más pobre que las ratas que había tenido 25 hijos, tuvo que ganarse la vida trabajando de sol a sol en una plantación en Pine Bluff, Arkansas. Sin educación, sin dinero y tras varios arrestos de la policía local, Charles se mudó a San Luis, en el estado de Missouri, junto a su madre y parte de sus hermanos. Era rudo, de pocas palabras, con escaso bagaje cultural y a duras penas sabía escribir su nombre, con lo que solía firmar con una ‘X’. Tras participar en el robo de una gasolinera y ser detenido, ingresó en prisión. Allí, en la penitenciaría, su suerte cambiaría. Conoció al capellán Alois Stevens, un reverendo que le convenció de que Dios le había bendecido con el don del boxeo, y que si era capaz de purgar sus pecados entre el confesionario y el gimnasio enderezaría su rumbo. Dicho y hecho. Supervisado por el reverendo Alois, Liston aprendió a boxear y sacó provecho de su cuerpo, una mole de metro ochenta y cinco adornada por más de cien kilos de peso. Los presos le apodaron ‘Sonny’. Un diminutivo para un gigante superlativo. A base de entrenamientos, de disciplina y mucha fuerza de voluntad el convicto Liston se convirtió en una auténtica máquina de picar carne. Un oso salvaje. En un tipo que, cuando subía al ring y cerraba aquellas manazas más negras que un tizón descargaba unos puños que, cuando impactaban, sacaban humo del saco y hacían añicos a sus atemorizados rivales. El capellán fue explícito con Liston: “Charles, hijo, Dios ha puesto dinamita en esos puños. Sólo tienes que usarlos”. No se equivocó. Cuando alcanzó el grado de libertad condicional, Charles ‘Sonny’ Liston ensayó con boxeadores profesionales. Su gancho, un tren de mercancías, conquistó los Guantes de Oro. “Les pego y se caen”.

‘Sonny’, una fuerza de la naturaleza con un pasado turbio, irrumpe en los cuadriláteros y comienza su impopular reinado a finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta. Aunque la prensa especializada se esfuerza en escribir cuentos de hadas, los puños de Liston no entienden de refugios narrativos. Él se abre paso hablando con sus manazas, a martillazos de realidad, a puñetazo limpio. Son tiempos del gancho de izquierda de un ogro de color cuya reputación atenta contra el idílico estilo de vida americano. Villano, indeseable y marcado por el odio, no es ningún ejemplo para los niños. Entre rejas por agredir a un policía en plena calle y habiendo pasado seis meses a la sombra por reincidente, Liston era una bomba de racimo humana que alcanzaba su punto álgido en el ring. Sus desventuras en el calabozo le instaban a golpear más fuerte, más rápido, más contundente que antes de vestir el traje de rayas. Alentado por una sed de venganza interior, Liston se adivina indestructible. No conoce la piedad. “Voy a tumbarlos a todos”. Un periodista pregunta, acongojado por los registros del ex presidiario: “¿Y qué harás cuando no te quede nadie a quien tumbar, Sonny?” La mole responde con firmeza. “Pues entonces volveré a tumbarles a todos otra vez”. La prensa sufre. A pesar de ser demonizado por su turbulento pasado, Liston noquea a Mike DeJohn en seis asaltos, a Cleveland Williams en tres y acaba con Nino Valdez, que no acaba de pie el tercer round. Tumba de nuevo a Williams en la revancha en dos asaltos. Pasa por encima de Roy Harris y de Zora Folley. Y aplasta a Eddie Machen con una superioridad insultante. Liston es un ogro. El ogro. Un tipo hecho a sí mismo, un campeón forjado entre los barrotes de la cárcel, un boxeador con conexiones con la mafia. Un cuerpo grueso, compacto, de mirada maliciosa, de perfil siniestro. El típico animal salvaje al que uno jamás querría encontrarse de madrugada, a oscuras, en el rellano del portal de su casa. Un enterrador que disfruta noqueando a cualquier bicho viviente a su alcance. “Desayuna marines y se come a los boxeadores crudos”. Hablar de Liston era hablar de miedo. De conocer el terror.

Apenas le queda un adversario de cierto renombre por derribar, Floyd Patterson, entrenado por Cus D’Amato, una leyenda del boxeo. Tras una escaramuza con la ley —siempre problemas con la autoridad— Liston es condenado por la Comisión de Boxeo. Los mentores de Patterson se agarran a ese clavo ardiendo para esgrimir que un ejemplo para la sociedad como Floyd no puede compartir ring con condenado como Liston. Pero la estratagema del entorno de Patterson no da resultado. Cuando la calle comienza a rumiar que Floyd desea evitar a toda costa medirse a Sonny Liston, entra en juego un factor tan inesperado como sorprendente: La Casa Blanca. A petición del mismísimo presidente John Fitzgerald Kennedy, que entiende que Liston es un deshonor para la división de los pesos pesados, Patterson da el sí quiero al combate más esperado. Por un buen puñado de dólares, amén del consejo áulico del presidente de la nación, Floyd (el bueno) decide subirse al ring para enfrentarse a Sonny (el malo). No podía negarse. La paliza, que no combate, tiene lugar en Comiskey Park, Chicago, Illinois, el 25 de septiembre de 1962. Liston se convierte en campeón mundial al noquear a Patterson en un asalto. Herido en lo más profundo de su orgullo, Patterson vuelve a la carga en Las Vegas un año después para la revancha. Liston le castiga con otra humillación sin precedentes. El ‘chico bueno’ visita la habitación del sueño en el primer round. Patterson jamás debió hacer caso a la Casa Blanca. Después de comprobar hasta dónde llegaba el poder de los puños del bribón Liston, la prensa agacha la cabeza. Su estandarte del fair play, su Adonis del boxeo, Patterson, es un juguete roto en manos del despiadado púgil que cuenta con el visto bueno y la amistad de los pesos pesados de la Cosa Nostra. Portada de todas las revistas, protagonista de anuncios de refrescos, estrella de los clubes regentados por ilustres mafiosos y boxeador favorito de The Beatles —solía escuchar Night Train mientras entrenaba y apareció en la portada del disco Sargeant Pepper’s—, Liston se convierte en un asesino en serie del ring, en un campeón indestructible. En las garras de La Mafia, que se forra con las apuestas ilegales, Liston es un campeón si oposición. Las rotativas echan humo: “Patterson es historia. Folley también. Cleveland Williams no sirve. ¿Qué hacer?” Los puños de Liston hablan un lenguaje crudo, real, terrorífico. Y llega la pregunta: “¿Existe alguien en este mundo, lo suficientemente loco, como para pelear con Liston y arriesgarse a que le partan el alma?”

La respuesta es Cassius Marcellus Clay. Un peso pesado negro de talento, con buen juego de piernas, instalado en la elite de los pesados gracias al mecenazgo de un puñado de millonarios blancos. Joven, musculado, rápido y lenguaraz, Clay entra en escena. Es un regalo llovido del cielo para la prensa. Es una suerte de hidroavión que, lleno de palabras, amenazas e ingeniosas rimas, se atreve a rociar el fuego abrasador de Liston. Las casas de apuestas encuentran un filón, una novedad: la cuestión era jugarse el dinero para acertar en qué asalto caería Clay o, en su defecto, averiguar a qué hospital acudiría Cassius después de la previsible manta de golpes que iba a soportar. Clay ya había caído y su mandíbula no tenía la mejor de las famas para la crítica especializada. Henry Cooper, el campeón de Inglaterra, había demostrado que un buen gancho de izquierda era suficiente para ponerle patas arriba. Si Cooper le había derribado, Liston podía enviarlo de vuelta a Louisville en una bolsa, pedacito a pedacito. Conocedor del lado oscuro de Liston, Clay debía ser un bailarín de claqué, un mosquito trompetero para revolotear lejos de Liston, un challenger precavido y que siempre mantuviera la distancia para no encajar una paliza a las primeras de cambio. El gran problema para la esquina de Clay reside en su propio boxeador. Lejos de amilanarse, Clay saca a pasear su lengua y destroza verbalmente a su rival. Amenaza, rima, grita, canta, salta, baila, alardea y reta. Cassius muestra un abanico mediático que provoca la ira del campeón y estimula a los aficionados a hablar del combate sin parar.



Comediante o visionario, Clay se hace acreedor a su apodo de ‘Bocazas de Lousville’. Entiende que, para ganar la pelea dentro del ring, el primer paso es ganarse el respeto fuera del mismo y lograr que el rival pierda el suyo. Ignorando las advertencias de sus promotores, CC abandera una guerra psicológica sin precedentes. Si ve una cámara de televisión se tira de cabeza, si tiene cerca un micrófono de radio se pregunta a la vez que se responde y si un reportero no ha tomado buena nota de sus gases verbales, decide escribirlo él mismo de su puño y letra. Clay sabe que, en esa guerra psicológica, en el ring de los medios de comunicación, Liston no sabe protegerse. Haciendo bueno eso de que quien golpea primero pega dos veces, Cassius Clay se convence de que Liston es un blanco fácil a la hora de pelear con la lengua en vez de con los puños. Acierta de pleno. Liston, semianalfabeto y con menos palabra que un telegrama, se siente fuera de su hábitat natural ante un rival que le provoca de manera constante y que no deja de atacarle de manera rabiosa en los periódicos. Sonny empieza a sentirse devorado, poco a poco, por la difusión del huracán mediático Cassius Clay. El ‘Loco de Louisville’ abre la caja de Pandora. Amenaza, rima, grita, canta, salta, baila, alardea y reta. Todo Clay es un ‘show’ de circo. Una comedia con ínfulas de campeón que destroza, una y otra vez, el orgullo de Liston. Lo hace sin piedad. Con sarcasmo. Con una vehemencia propia de un loco. O de un cobarde.

Cuenta la historia que el campeón acababa de mudarse a Denver, y justo enfrente de su casa apareció Clay montado en un extraño autobús que se había comprado para la ocasión. Pintado de rojo y blanco, como en la película Más dura será la caída, Clay decide colgar del mismo un cartel gigantesco con la leyenda: ‘Liston caerá en el octavo’. Después, sin tregua, avisa a todos los periodistas de la zona y les aconseja que a primera hora de la tarde deben pasar por casa de Liston. Cumpliendo su amenaza, Clay se presenta a la hora indicada en el hall de la casa de Liston, toca el timbre y, cuando tiene cara a cara al campeón, descarga sobre él un buen puñado de insultos para, acto seguido, retarle a pelear en el jardín. Liston, estupefacto, no sale de su asombro. La prensa, tampoco. Los únicos en reaccionar ante el encendido Clay son un grupo de vecinos, que deciden llamar inmediatamente a la policía, que detiene a Clay ipso facto. La imagen, dantesca, da la vuelta al mundo. “Clay está loco” titula la flor y nata del periodismo norteamericano. El Post va más allá: “Clay se hace el loco”.

Clay enseña todas sus dotes de ‘showman’. Su boca cruza todas las líneas rojas. Llega a presentarse en uno de los entrenamientos privados de Liston para, rodeado de una buena corte de periodistas, lanzarle un buen puñado de improperios. La Mafia trata de dulcificar la imagen impopular de Liston (fue portada de la revista Esquire en 1963, disfrazado de Santa Claus), pero no hay quien pueda frenar la lengua de un Clay que se lleva, de calle, la batalla de la propaganda. No hay quien pueda frenar la lengua de Clay. Deja ver su lado narciso. “Liston no puede ser el campeón del mundo de los pesos pesados. Es demasiado feo y gordo. En cambio, yo soy guapo”. Enseña su perfil retador. “Está viejo, es lento y está cansado. Soy más fuerte y rápido. Soy el campeón”. Explota su versión profética: “Sonny ¿me oyes? Eres un oso. Un oso feo y perezoso, y te voy a cazar. Voy a salir a cazar un oso feo y perezoso”. Muestra su lado más soberbio. “¿Humildad? Soy demasiado grande como para ser humilde. Soy lo máxxxxximo”. Hace gala de un extraño sarcasmo. “Sé que los que apuestan pondrán mucho dinero para ver a qué hora me ingresarán en el hospital, pero después del combate sólo se encontrarán allí con el oso feo y perezoso. Yo estaré en casa, viendo una película”. Se comporta como un fanfarrón. “Liston, debieron explicarte que el boxeo es un deporte de riesgo”. Promociona su lado más ingenioso. “Soy tan rápido que anoche apagué la luz y me metí en la cama antes de que el cuarto se quedara a oscuras”. Y alardea con una frase lapidaria, ideada por el inevitable ‘Bundini’ Brown, que pasaría a la historia. “Contra Sonny voy a bailar, voy a bailar. Vuelo como una mariposa pero pico como una abeja”. Toda una profecía.

El pandemónium de Clay consigue el efecto esperado. ¿Es un loco o un cobarde? Los periodistas le califican de payaso fanfarrón, la esquina de Liston de niño asustado y La Mafia cree que la irrupción de Clay responde a fuegos de artificio que, cuando comience el combate, acabarán con el aspirante en el suelo, un final esperado. Nadie repara en el estado de forma de Cassius Clay. El campeón tampoco. Liston anda obsesionado con cerrar la boca del aspirante, un tipo cuyo aliento resulta un insulto para alguien que ha destrozado sin piedad a toda la división, crujiendo a Patterson, el campeón de la Casa Blanca, en el primer asalto. El entorno de Sonny trata de aplacar la furia contenida del campeón, pero no hay quien calme a Liston. “Voy a matar a ese bocazas”. Ese deseo de Liston se multiplica durante el pesaje. Mientras Liston se despoja de su ropa para subir a la báscula, Clay se convierte en un manojo de nervios cuya boca explota en todas direcciones. Pierde los nervios, empuja a todo el mundo, insulta a su rival y grita cada vez más. Está rabioso, fuera de sí, a punto de sacar espumarajos por la boca. Liston se acerca hasta la posición de Clay y se dirige a él en tono desafiante: “Sigue hablando, te joderé con mis puños”. La escena sube tanto de tono que los allí presentes deciden separar a ambos púgiles. Angelo Dundee y ‘Bundini’ Brown, la esquina de Clay, obligan a su boxeador a tranquilizarse, está a punto de darle un infarto. “El oso feo y perezoso caerá como saco en el octavo asalto, apuntadlo bien, en el octavo”. Los médicos diagnostican que Cassius Clay ha sido víctima de un ataque de pánico. La noticia trasciende en los medios de comunicación y el periodismo entiende que la locura de Clay ha degenerado en un ataque de miedo. Después del escándalo del pesaje, Clay recibe una multa de dos mil quinientos dólares del ala por escándalo público.

La pelea tiene lugar en Miami, Florida. Es 25 de febrero. De un lado, Charles ‘Sonny’ Liston, ex presidiario vinculado al mundo del hampa y campeón del mundo. En la otra esquina, el aspirante Cassius Clay, loco o cobarde, cuyas controvertidas conexiones con los musulmanes negros del Islam empiezan a florecer. A la cita acude Malcom X, ministro de la Nación del Islam, que consigue un asiento de primera fila, el número siete, cerca del rincón del aspirante. Es entonces cuando resuena un grito seco, directo, desgarrador, de un aficionado: “¡¡Sonny, mata a ese negro bocazas!!”. El público ruge. El ambiente se caldea. La hora de la verdad se acerca. Momento escogido por Clay para su última fanfarronada. Se acerca a Liston y le señala su cinturón de campeón. El bocazas de Louisville responde al gesto con ironía: “¿Para qué quieres eso, Sonny? ¿Para sujetarte los pantalones?”. La mirada de Liston se tiñe de sangre. La de Clay se pierde en el tendido. Los vecinos de Miami jalean. Suena la campana.




Liston ocupa el centro del ring y descarga una serie de derechazos. Ninguno conecta con el cuerpo de Clay, que se desplaza un lado a otro del ring con facilidad, con armonía, con unos movimientos tan sincronizados que terminan por dejar en ridículo al campeón. Suena la campana y los presentes en el estadio de Miami empiezan a mirarse unos a otros. Clay, la oruga que esperaba no ser pisoteada por Liston, se transforma por momentos en la mariposa que Bundini Brown había profetizado (“Vuela como mariposa, pica como abeja”). Clay está en pie después del primer asalto y la prensa no sale de su asombro. El Clay que imaginaban era huidizo. Rápido, sí, pero con algodón en los puños. El Clay que sus ojos perseguían por el cuadrilátero no se parecía en nada a esta versión de un negro alto, potente, elegante y preciso, que esquivaba los golpes del campeón de La Mafia. Cassius tenía un martillo pilón por jab, unos hombros tan enormes como los de Liston, un juego de pies eléctrico y una espalda tan ancha como la del campeón. Se hizo el silencio en la primera fila. Segundo asalto y tercer asalto. Liston no encuentra la manera de entrar en la distancia corta, persigue fantasmas y Clay sigue desquiciando al campeón con esquivas fulgurantes. El murmullo aumenta antes del cuarto round. Clay ha enchufado varias manos en el rostro de Liston y el campeón se muestra impotente ante un chico más joven y más rápido.

Clay se sienta en su taburete al final del cuarto, otea el horizonte, mira de refilón a su esquina y se dirige a su entrenador Angelo Bundee. “No veo nada Angelo, me han puesto algo en los ojos”. Bundee no responde, Clay se bloquea y el combate entra en una fase de indefinición. La esquina de Liston no es ajena a la escena. Esperan la decisión de Clay. Esperan ver a Bundee arrojando la toalla. El aspirante amaga con abandonar, Bundee le persuade, le echa agua fría en los ojos y escupe un par de frases cortas dirigidas a su pupilo: “No tendrás otra oportunidad. Sal y no pares de correr”. Cassius asiente con cara de cordero degollado y corre una maratón alrededor de Liston. El campeón lanza rayos de izquierda y truenos de derecha, pero no consigue dañar seriamente al aspirante, que soporta el castigo y vuelve más despejado a su esquina. Está vivo. Sabe que Liston ha tirado todo lo que tiene. Exhausto por el esfuerzo, abriendo la boca, jadeando, Clay detiene el mundo con la mirada. Está listo para cazar un oso feo y perezoso. Liston se lleva la mano al hombro, parece cansado. Clay exige el protector bucal, siente que el quinto asalto es su oportunidad. Sale a por todas. Mete la quinta velocidad y empieza a conectar golpes en serie, castigando arriba y abajo a Liston, inmóvil en el centro del ring. El campeón empieza a tardar en responder al zafarrancho de combate de Clay, que descarga un uno-dos frenético. Luego un gancho de izquierda. Otro uno-dos. Otro. Otro. Y otro. No hay respuesta del campeón. Liston se marcha a su rincón fatigado, dolorido, herido. En silencio. Su esquina es un funeral. Increíble, pero cierto: Clay le está humillando.

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Autor: Rubén Uría

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Re: JOT DOWN. JOSE MARIA GARCIA EN ESTADO PURO.
« Respuesta #8 en: Enero 25, 2012, 19:01 Horas »


Fue uno de los contados personajes de los que se puede afirmar que contribuyeron a redefinir la información deportiva y la radio española en general. Atravesó diversas etapas en su larga trayectoria periodística, pero es especialmente recordado por su programa nocturno Supergarcía —lo convirtió en un fenómeno de masas—, que le ayudó a cosechar férreas lealtades y enemistades furibundas, donde amalgamó un peculiar repertorio de vocablos y frases hechas que pasaban rápidamente al acervo popular y con el que dejó un considerable poso en la memoria colectiva de como mínimo un par de generaciones de oyentes. El periodista nos atendió amablemente en el hotel Hesperia Emperatriz de Madrid, donde pudimos comprobar que pese a sus años de retiro sigue siendo, como suele decirse, “genio y figura”. Con ustedes, José María García.
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Has declarado en varias ocasiones tu intención de volver a la radio pero que ninguna de las ofertas ha cuajado o te ha convencido, y que no era problema de dinero, ¿qué es lo que ha faltado?


Pues, simplemente, la situación en este momento de los medios de comunicación no es que sea dramática: es tétrica. Si yo vuelvo como quiero, tengo que ponerme en el medio de un río. Y claro, para que la corriente no te lleve tienes que tener los anclajes que te faculten para seguir siendo como eras: plural, independiente, claro y sincero. En este momento el periodismo ha retrocedido tremendamente. Cada día hay menos investigación —salvo la excepción que confirma la regla—, cada día hay menos denuncia. ¿Por qué? Porque el periodismo de investigación no sólo es el más peligroso, sino también el más costoso. Cada día hay menos rigor. Durante muchísimos años esta profesión se regía por una máxima: para que una noticia sea noticia, tiene que estar suficientemente contrastada. Eso lo hemos cambiado por “no permitas que la realidad te estropee una noticia”.

Como en la famosa frase de Hearst.

Entonces, claro, volver en estas condiciones es excesivamente arriesgado y sobre todo no merece la pena. Mientras que la comunicación no vuelva a recuperar su independencia… echa un vistazo al gran “imperio del monopolio”, el grupo Prisa, el grupo mediático que más ayudas ha recibido del gobierno. Está en una deuda —que acaba de refinanciar— de 3.700 millones de euros. El Mundo debe más de 1.000 millones. Y ¿cuál es la situación de Vocento? Público acaba de entrar en concurso de acreedores. Y así podríamos seguir… Creían que las televisiones digitales podían ser la panacea y han sido un auténtico fiasco, han agravado la crisis, si cabe. Porque no nos equivoquemos, la inmensa mayoría de los españoles —el señor ya mayor de Benavente o de La Puebla— ve la uno, la tres y la cinco. Las televisiones digitales, cuando tienen un dos o tres por ciento de audiencia, cantan victoria. Eso significa unos ingresos ruinosos de publicidad. En consecuencia, ¿qué pasa? Pues que en la televisión lo que se está haciendo es radio. Y mala radio. Por ejemplo en deporte. Yo siento vergüenza e indignación ante programas como Futboleros o Punto Pelota. Indignación. En el capítulo de la información política prácticamente son todo tertulianos que además saben de todo… y lo más grave, si están en un medio hablan de lo que interesa a ese medio y si están en otro medio hablan de lo que interesa a ese otro medio. Pero en todo esto el problema no es del comunicador, al que le pagan mal y en muchísimos casos, tarde. El problema está en las empresas. ¿La razón por la que yo quería volver? Soy un auténtico privilegiado… han pasado diez años y todavía no puedo salir a la calle. Quería agradecer algo de lo que me han dado —o intentarlo, porque no soy ninguna panacea y a lo mejor me daba una bofetada como la copa de un pino— y si contribuyo a esclarecer las cosas, mucho mejor. Pero repito, en estas condiciones no me atrevo a dar el paso porque va a durar muy poco. No hay una sola empresa que hoy pueda enfrentarse a un programa real.

¿Deduzco de tus palabras que ninguna empresa te garantiza la independencia que necesitas?

No, si no es que no me la garantice… yo, cuando hablo con una empresa, no tengo que hablar de independencia. Porque eso se da por supuesto. Lo que pasa es que he analizado y he estudiado… y no he tenido ni que decir que no. No he seguido hablando porque no reunían las condiciones mínimas exigidas. No hemos llegado ni a hablar de un euro.

Entiendo también de lo que comentas que crees que ha involucionado la información deportiva.

Ha involucionado. Lo primero que tiene que ser un periodista, es plural. Independiente. Por ejemplo, en la tertulia de Punto Pelota hay un genuino representante del forofismo que sale con una bufanda o con un anorak del Madrid y que va a todas las peñas… si eso es periodismo, que venga Dios y lo vea.

Entonces, ¿por qué se hace? ¿Porque es rentable?

Porque no se busca la independencia, se busca el circo.

¿Para ganar espectadores?

Sí. Para ganar espectadores momentáneamente… y para perderlos a la larga.

¿El espectador puede llegar a cansarse?

Ya se está cansando, clarísimamente. Sólo hay que mirar las audiencias para ver que se está aburriendo y piensa que es detestable. La imagen del periodista queda por los suelos.

¿Crees que hay gente nueva que va a tomar el relevo, haciendo las cosas en otro sentido?

No sé si van a tomar el relevo, pero ahora es muy difícil abrirse camino… es que les pagan tres pesetas. O sea, tres euros.

Quizá el hecho de que empezar en la profesión resulte tan difícil, por un lado sea malo pero por otro lado haga que la gente que empieza realmente sea gente con vocación.

Ojalá que sea gente con vocación, ojalá que sea gente trabajadora y ojalá que sea gente absolutamente rigurosa.

¿Qué le recomendarías a una persona que quisiera empezar a dedicarse al periodismo?


Que volase hacia América.

Directamente.

Directamente.

¿Qué es lo que más echas de menos de hacer un programa diario de radio?

Mira, podría haber tenido al principio algún temor. Dimití porque soy un hombre de empresa, pero lo que no soporto son los caprichos de los empresarios. Me equivoqué cuando di el paso de dejar la Cope —donde me ofrecían quince años de contrato— por montar un imperio con Telefónica. Avisé al presidente de que no íbamos a ser amanuenses. Y a los tres meses me di cuenta de que me había equivocado gravísimamente. Porque José María Aznar es, después de Franco, el mayor dictador que yo he conocido. Al punto de —siendo yo responsable de la información deportiva de Antena 3 TV, Vía Digital y Onda Cero— levantar un vídeo faltando tres minutos para iniciar el telediario. Censura pura y dura. Lo digo sin rubor, lo puedo demostrar y lo repito: después de Franco, el mayor dictador sobre la prensa española ha sido Jose Mª Aznar.

Bueno, a veces cuentas la historia de que Aznar pidió personalmente la cabeza de Antonio Herrero, ¿es eso cierto?

Sí. Con un matiz: quien me pide directamente a mí la cabeza de Antonio Herrero es Miguel Ángel Rodríguez, por entonces portavoz del PP. Pero a los tres meses. Y yo digo “pero qué barbaridad estás diciendo, si Antonio Herrero es el hombre que sin ser del PP más ha ayudado al PP”. Porque era un periodista de raza, un periodista con mayúsculas, por la persistencia en su denuncia: Filesa, los GAL, etc. Periodista por encima de todo. Jose Mª Aznar pidió personalmente la cabeza de Antonio Herrero a Luis Herrero y a Federico Jiménez Losantos. Con algo muchísimo más grave: se los lleva a cenar un viernes por la noche y les dice que no pueden seguir con Antonio Herrero —eso lo cuenta muy claramente Federico en su libro— y el sábado por la mañana, se ahoga Antonio Herrero. Nada tiene que ver, evidentemente: lo de Antonio fue un accidente, una casualidad, no motivado por nadie y está demostrado. Pero Aznar, horas antes, pide su cabeza. A mí lo que me indigna es que no tenga ni el valor de ir al funeral ni al entierro.

Este tipo de presiones, ¿se daban a menudo por parte de los poderes políticos, deportivos o de otra índole?

Yo no porque era muy fácil: cuando tenía una presión, me iba. Tuve una —después de diez años ayudándome en la Cadena Ser con Hora 25— por parte de Pío Cabanillas, y me fui. Y me despedí a la francesa: “señoras y señores, como habrán advertido, esta noche del señor Cabanillas…”

“…ni pío” (risas)

Y me fui a Antena 3 porque no quería trabajar para Polanco, para el imperio del monopolio. Después me fui de la Cope para montar un grupo que pudiese luchar en igualdad de condiciones con El País. Y me fui de ese grupo, de Telefónica, por la censura de don José Mª Aznar.

¿Crees que esta censura, este pedir cabezas, sigue produciéndose en la actualidad?

Pues hombre, me han contado una anécdota: hace poco tiempo, la que ahora es alcaldesa de Madrid, Ana Botella, llamó para poner firme a una presentadora de Telemadrid, la televisión más manipulada de España.

¿Llamó personalmente?

Sí.

¿Para poner firme a una presentadora de Telemadrid?

Porque había cometido un pequeño error.

¿Qué error era ése?

En una noticia absolutamente intrascendente había cometido un error, y luego resulta que la que se había equivocado era Ana Botella.

Has citado a tus antiguos compañeros Luis Herrero y Federico Jiménez Losantos. Te has mostrado muy, muy crítico con la evolución de ambos.


Ahora me llevo bien con ellos, pero creo que hemos perdido dos figuras del periodismo. Han dejado de ser periodistas plurales para inclinarse totalmente. Primero fue Luis, cuando abandonó el periodismo por la política…error gravísimo. Ha retornado, pero ya no en las mismas condiciones de independencia. Y luego Federico, que con el talento que tiene y lo buenísima gente que es me da la sensación de que está absolutamente equivocado y que en este momento está navegando a la deriva. Pero ojo, es una persona tan honesta que está haciendo lo que él cree que debe hacer. No lo hace por dinero, no lo hace por ningún interés.

Volviendo a la radio, ¿cuáles rememoras como los mejores o peores momentos?

Hay muchos momentos, sería imposible… hombre, fuera de la información deportiva tengo que significar la matanza de la Plaza de Tlatelolco, en los Juegos Olímpicos de México, donde conseguí dos exclusivas mundiales. La noche del 23-F. O uno de los últimos programas, donde arreglé una huelga de Iberia. La etapa que con más cariño recuerdo, inolvidable —y que además nunca volverá— es la de Antena 3 Radio. Y muy penosa la última de la Cope.

Precisamente de aquella noche del 23-F, en la que estuviste radiando el golpe de estado, te quería preguntar: ¿qué recuerdas de un momento tan complicado?

Que rápidamente me di cuenta de lo que nos estábamos jugando todos los españoles y que por esa audiencia supermillonaria tenías que ser absolutamente veraz. Comedido, pero no mentiroso.

¿Llegaste a considerar en algún momento la idea de que si triunfaba el golpe militar te podías haber metido en serios problemas, o en ese momento no lo pensaste?

No, no… si lo piensas, te vas. Porque además yo estaba allí por voluntad propia y después de salvar muchísimas dificultades.

¿Es cierto que antes de la transición los periodistas utilizabais la crónica futbolística como una forma sutil de criticar al franquismo, al régimen?

No, lo que pasa es que yo siempre he utilizado un poco el deporte como protesta para la crítica política.

Por cierto, ¿crees que es cierta la crítica que se te hace a veces de que al principio reprobabas el que los medios tuviesen excesivo poder, pero que al final tú mismo caíste en esa tentación?

Es posible.

¿Es difícil para un periodista estar al frente durante muchos años y mantener la esencia?

No, yo eso lo he conseguido. He cometido algún error, obviamente, pero he conseguido hasta el final mantener mi esencia. Y la esencia era la independencia.

El programa Supergarcía, opinan muchos, marcó un cambio en la forma de hacer radio en España. Este cambio, ¿fue producto del día a día, fue algo planificado, te inspiraste en algo en concreto…?

Hombre, nada es producto de la casualidad, pero es verdad que desde una idea mínimamente preconcebida el programa fue haciéndose día a día, porque era hijo de la rabiosa actualidad. Luego ya tenía lo que aporta el autor: los silencios intencionados, las muletillas, la utilización de ese vocabulario tan particular: “lametraserillos”, “abrazafarolas”…

(risas) Precisamente tenía una curiosidad y quería preguntarte si aquellos silencios que hacías a veces al principio del programa, justo al terminar la sintonía, eran siempre premeditados.

Tienes que ser absolutamente natural. Y es lo que requería. A mí lo que me llama la atención, por ejemplo, es cuando estoy viendo un telediario y el presentador o la presentadora utilizan la misma entonación para hablar de una catástrofe que para hablar de un éxito.

Crees que falta naturalidad en los comunicadores.

Creo que lo que falta es haberlo mamado.

¿Piensas que en aquella etapa hubo algún personaje con el que fuiste demasiado duro, o por el contrario con el que fuiste demasiado blando?

De las dos cosas hubo. De lo único de lo que no me arrepiento es de que he procurado ser inflexible con los de arriba y generoso con los de abajo.

También hay mucha gente —sobre todo de mi generación— que tiene asociados sus años de infancia o adolescencia al doble programa nocturno Supergarcía-Polvo de Estrellas, un tándem particular en la historia de la radio.

Me hace muchísima gracia cuando ahora me paran por la calle y me dicen “yo escuchaba Supergarcía haciendo la carrera”… y ahora ya es un talludo abogado o ingeniero.

¿Te ha perdonado ya Carlos Pumares los minutos que le quitabas cuando alargabas el programa?

¡Sí! Pumares es un tipo singular pero, en aquellos momentos, encantador.

Otra cosa que se recuerda bastante son tus retransmisiones en vivo de las grandes vueltas ciclistas, ¿por qué te gustaba tanto desplazarte para radiarlas personalmente?

Como homenaje a los ciclistas. Para mí es el deporte más duro. Creo que la Vuelta Ciclista a España creció conmigo… no me quiero colgar ninguna medalla y simplemente recuerdo que hace dos o tres años —las cosas ya iban mal en la Vuelta— hubo una reunión, y todos llegaron a la conclusión de que faltaban las retransmisiones en directo que hacíamos nosotros. El “¡Pino, Pino, Pino!” de toda la vida, el helicóptero y todas estas cosas. Para mí, la Vuelta era una carga pesadísima. He llegado a montar —en un solo día— en avión, coche, moto, tren y helicóptero. Y a tener maletas en siete sitios diferentes, porque tenía que hacer el programa diario, tenía que hacer la Vuelta, tenía que hacer la Copa de Europa y, los fines de semana, la Liga.

¿Hay algún peso que te alegra haberte quitado de encima al abandonar la radio?

Poder ver más a mis hijos, poder hacer vida familiar.

¿A qué crees que te hubieras dedicado de no haber sido periodista?

Ni puñetera idea. Yo con doce años —en el colegio Maravillas, donde se editaba la revista Perseverancia— decidí lo que quería ser: contador de cosas. Y siendo mucho más limitado que otros muchos pude ganar precisamente por la perseverancia. Yo encendía y apagaba la luz todos los días.

No te imaginas a José Mª García en cualquier otra profesión.

Difícil.

¿A qué periodistas, deportivos o de información general, te gusta leer o seguir en la actualidad?

De información general hay varios. Pero hay uno muy especial, que leo con muchísimo cariño, que es Manolo Martín Ferran, porque a pesar de sus problemas físicos sigue teniendo un talento natural. El mejor articulista en este momento, sin ningún género de dudas, creo que es Raúl del Pozo. Me encanta Carmen Rigalt. Hay una nueva irrupción gozosa: David Gistau. En el periodismo deportivo Santi Segurola, y un capítulo especial en el periodismo de investigación para Eduardo Inda, Esteban Urreiztieta y Juan Luis Galiacho.



SEGUIR LEYENDO...........

http://www.jotdown.es/2012/01/jose-ma-garcia-el-mayor-dictador-sobre-la-prensa-espanola-ha-sido-jose-ma-aznar/

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Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« Respuesta #9 en: Enero 25, 2012, 19:23 Horas »
Cada vez que veo una entrevista suya,  mas me jode no verlo en la radio.


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Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« Respuesta #10 en: Enero 26, 2012, 12:47 Horas »
Cada vez que veo una entrevista suya,  mas me jode no verlo en la radio.



Ni escucharlo en la tele.  ;D ;D

Buena página, no la conocía.

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Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« Respuesta #11 en: Enero 26, 2012, 13:02 Horas »
Ayer vi punto pelota, Garcia no es que lleve razón no, es que ese programa es un insulto a la inteligencia.

Lo de Roncerdo en la redaccion de As, diciendo que en AS son todos del madrid y lo de Siro Lopez diciendo que ha existido un robo y cachondeandose de una tia del Barcelona es lamentable.

Ese programa incita a la violencia.

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Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« Respuesta #12 en: Enero 26, 2012, 13:02 Horas »
Manda huevos que hable de objetividad e imparcialidad un tío que defendía un día sí y otro también a amigos suyos como Jesús Gil.

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Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« Respuesta #13 en: Enero 26, 2012, 13:11 Horas »
Manda huevos que hable de objetividad e imparcialidad un tío que defendía un día sí y otro también a amigos suyos como Jesús Gil.

Jose Luis.

Garcia no era solo un tema,  podia tener amigos como los tenemos tu y yo.

Garcia hacia muchas horas de radio, no puedes comparar ni una millonesima parte del periodismo que hacia Garcia con el que hacen estos ultras.

Eran otros tiempos, tiempos donde se abrian los diarios y noticias con la noticia deportiva del dia, y no con las caquitas de Ronaldo, La infancia de Ozil, o la comunion de Guti, y por supuesto donde en partidos como los de ayer, Garcia habria puesto firmes a los imbeciles estos que hablan de robo  cuando el robo mas grande es que no le saquen una amarilla de libro a Lass, aun habiendo visto la entrada el arbitro.

100 Garcias quiero yo en la radio.






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Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« Respuesta #14 en: Enero 26, 2012, 13:13 Horas »
Ayer vi punto pelota, Garcia no es que lleve razón no, es que ese programa es un insulto a la inteligencia.

Lo de Roncerdo en la redaccion de As, diciendo que en AS son todos del madrid y lo de Siro Lopez diciendo que ha existido un robo y cachondeandose de una tia del Barcelona es lamentable.

Ese programa incita a la violencia.

Es el eterno dilema.  ¿Tú crees que si existiera un buen programa la gente lo sintonizaría en detrimento de la bazofia?

Esta crisis no empaña sólo los datos de las bolsas, existe también un crisis de valores, y ésta es más importate si cabe que la otra.

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Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« Respuesta #15 en: Enero 26, 2012, 13:22 Horas »
Es el eterno dilema.  ¿Tú crees que si existiera un buen programa la gente lo sintonizaría en detrimento de la bazofia?

Esta crisis no empaña sólo los datos de las bolsas, existe también un crisis de valores, y ésta es más importate si cabe que la otra.

Lo peor de todo es que tienes mucha razon, al final mucha gente demanda esta mierda.


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Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« Respuesta #16 en: Enero 26, 2012, 13:24 Horas »
Jose Luis.

Garcia no era solo un tema,  podia tener amigos como los tenemos tu y yo.

Garcia hacia muchas horas de radio, no puedes comparar ni una millonesima parte del periodismo que hacia Garcia con el que hacen estos ultras.

Eran otros tiempos, tiempos donde se abrian los diarios y noticias con la noticia deportiva del dia, y no con las caquitas de Ronaldo, La infancia de Ozil, o la comunion de Guti, y por supuesto donde en partidos como los de ayer, Garcia habria puesto firmes a los imbeciles estos que hablan de robo  cuando el robo mas grande es que no le saquen una amarilla de libro a Lass, aun habiendo visto la entrada el arbitro.

100 Garcias quiero yo en la radio.


Si yo no comparo la prensa de antes con la de ahora. La de ahora no la soporto y la de antes tampoco.

Yo no quiero 100 Garcías ni 100 Ronceros.

Quiero programas buenos tipo "Informe Robinson", quiero que se hable de todos los equipos, quiero entrevistas con jugadores de todos los equipos, quiero programas que diviertan, no que enfrenten, quiero ver fútbol.

García era un pedante, influyente y partidista.

Lo peor de todo es que tienes mucha razon, al final mucha gente demanda esta mierda.



Tampoco estoy de acuerdo. Tú pon a la misma hora "El día después" de antes y ya te diré yo quién tiene más audiencia.  ;)

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Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« Respuesta #17 en: Enero 26, 2012, 13:57 Horas »
Si yo no comparo la prensa de antes con la de ahora. La de ahora no la soporto y la de antes tampoco.

Yo no quiero 100 Garcías ni 100 Ronceros.

Quiero programas buenos tipo "Informe Robinson", quiero que se hable de todos los equipos, quiero entrevistas con jugadores de todos los equipos, quiero programas que diviertan, no que enfrenten, quiero ver fútbol.

García era un pedante, influyente y partidista.

Tampoco estoy de acuerdo. Tú pon a la misma hora "El día después" de antes y ya te diré yo quién tiene más audiencia.  ;)

Yo es que creo que tu no escuchabas mucho los domingos a Garcia.

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Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« Respuesta #18 en: Enero 26, 2012, 15:05 Horas »
Yo es que creo que tu no escuchabas mucho los domingos a Garcia.

No te voy a decir que era un fiel seguidor, pero sí que en la 99-00 rara fue la noche que no escuché su programa.  ;) Pero vamos, que García no es un desconocido. Hay miles de entrevistas donde incluso reconoce que no trataba igual a sus amigos que a otros, y pone el ejemplo de Gil.

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Re: JOT DOWN. Las lágrimas de Kalusha Bwalya.
« Respuesta #19 en: Febrero 22, 2012, 14:30 Horas »
Las lágrimas de Kalusha Bwalya

Rubén Uría



“No debe de haber demasiadas cosas que ver en Zambia. Bueno sí, Kalusha Bwalya”. No se equivocaba Leo Beenhacker, uno de los mejores entrenadores holandeses de todos los tiempos, en la primera parte de su frase. Conocida como Rodesia del Norte por obra y gracia de los colonos ingleses —Doctor Livingstone, supongo—, forjada a sangre y fuego, con el virus del Sida afectando al 16% de la población y con una esperanza de vida tercermundista, Zambia resulta uno esos puntos geográficos del mundo donde, como en algunas favelas de Brasil, “si los pobres nacieran sin culo, la mierda sería oro”. Consumida por su caos político y por la extrema pobreza, que contrastan con los safaris turísticos y sus interminables sabanas, los niños juegan al fútbol en los terrenos baldíos bañados en las aguas del río Zambeze, el caudal que da nombre al país. Ahí, en esas tierras, nació Kalusha Bwalya, el único nombre propio por el que Beenhacker consideraba que merecía la pena recordar aquel paisito enterrado, sin mar, en las entrañas del corazón africano.

Hijo del hambre, Kalusha Bwalya era uno de los secretos mejor guardados del fútbol de Zambia. Criado en un suburbio pobre del barrio de Mufulira Male, como tantos otros niños del África Negra, Kalusha perseguía una pelota de trapo. Soñaba con ser un goleador, con ayudar a su familia y con jugar, quizá algún día, en Europa. Era rápido como un leopardo y un demonio en el área. Un atleta soberbio, un prodigio que mezclaba lo mejor de los genes africanos con la magia de los latinos. Así lo entendió el fútbol belga cuando el Círculo de Brujas, a través de un video, decidió su ficharle por 25000 dólares. En Flandes hizo gala de su instinto y su apetito goleador, lo que le catapultó hasta convertirse en Jugador del Año en África, siendo tercero en el Balón de Oro y además, nominado como uno de los más destacados del año por la prestigiosa publicación France Football. Después, junto a Romario o Kieft, integraría la delantera explosiva del PSV Eindhoven, un gran club de Holanda. Fue entonces cuando recibió una llamada telefónica de un viejo zorro de los banquillos, Leo Beenhacker , ex del Real Madrid, que estaba probando fortuna en la Liga deMexico y que, gracias a Bwalya, había ubicado a Zambia en el mapa geográfico. En tierra de mariachis, el leopardo de Zambia explotaría como goleador de primer orden, llegando a ser la estrella del América de Mexico.

Antes, con Kalusha Bwalya como atracción y gran referente, Zambia había alcanzado la gloria en los Juegos Olímpicos de Seúl, en 1988, goleando sin paliativos a la gran favorita, Italia, por 4 a 0. Bwalya y sus compañeros, después de hacer añicos los pronósticos con la exhibición de Kalusha ante el excéntrico Walter Zenga, acabaron cayendo ante Alemania, pero los expertos vaticinaban que estaban destinados a ser la alternativa de poder en la Copa del Mundo de 1994. El destino no lo quiso así. El 27 de abril de 1993, la selección de Zambia, debía coger un avión en Libreville, Gabón, con destino Senegal, para sellar el que sería su pasaporte al Mundial de Estados Unidos. El seleccionador Chola incluyó en la convocatoria a todas sus estrellas, a excepción de su mejor jugador, Kalusha Bwalya, aún convaleciente de una lesión. La estrella de Zambia insistió en viajar con el resto del equipo, incluso llegando a las manos con su entrenador, pero se quedó en tierra. Se fue a casa, maldijo su inoportuna lesión y pensó que acababa de dejar escapar la gran oportunidad de su carrera deportiva.

En la medianoche del 28 de abril, el avión de las fuerzas aéreas que transportaba a la selección de Zambia, que había realizado una parada para repostar combustible en Libreville, comenzó a hacer ruidos extraños. Minutos después, la tripulación cayó en la cuenta de que se había incendiado uno de sus motores y, de forma repentina, el aparato se precipitó al vacío. El avión, modelo de Havilland DHc-5 Buffalo, se estrellaba contra las revueltas aguas del océano. A bordo viajaba una expedición compuesta por 30 personas, 24 futbolistas y seis miembros del cuerpo técnico. Todos encontraron la muerte en aquel trágico e inexplicable accidente. Diez horas después, la esperanza de Zambia, el delantero Kalusha Bwalya, encendía la radio para escuchar la última hora de sus compañeros. El relato del locutor consiguió que un escalofrío recorriera su espalda. “El avión donde viajaba la selección nacional se ha estrellado. No se han registrado supervivientes”. Bwalya entró en estado de ‘shock’. Sus compañeros y amigos, Chomba, Chabaia, Makinka o Chikabala, artífices de la heroica victoria frente a Italia en los Juegos Olímpicos, habían perecido. Y a él, que habría dado la vida por embarcar en aquel maldito vuelo, su lesión le había salvado la vida. Zambia se tiñó de luto y las autoridades organizaron un funeral en memoria de los caídos con honores de Jefe de Estado. Kalusha Bwalya, abatido, destrozado por la irreparable pérdida de compañeros y amigos, decidió visitar las tumbas de sus malogrados compañeros de vestuario. Rezó por todos ellos, elevó una plegaria al cielo y se comprometió, durante una comparecencia pública, a honrar su memoria: “Jamás volveré a celebrar un gol, mis compañeros merecen ese silencio. Lo fácil sería arrojar la toalla, pero no lo haremos. Así es la muerte, así es la vida. Ha muerto una parte de Zambia, pero está por llegar una nueva Zambia”.

Sin prisa, pero sin pausa, Bwalya comenzó a reconstruir su selección. Primero rescató para su país a Johnson, su hermano, y luego reclutó a Charles Musonda, entonces en la liga belga. Con Bwalya como héroe, ya con 32 años, Zambia alcanzó las semifinales de la Copa África ante Túnez, en un torneo donde Bwalya anotó cinco goles. No era suficiente para Kalusha. Aún afectado por el accidente que le había privado del mejor equipo de su país y de varios de sus mejores amigos, él siguió ejerciendo su oficio de goleador en sitios tan remotos como México (Necaxa, León, Iraputo) o Emiratos Árabes (Al Wahda). Nunca tuvo problemas con el idioma, porque hablaba futbolés, y se comunicaba gracias a un dialecto universal, el gol. Pero cuando colgó las botas, a los 37 años, en el Correcaminos mexicano, en Segunda división, decidió probar suerte en los banquillos. Primero debutó en el modesto Potros de Marte en su adorado México y después, cuando adquirió experiencia y conocimientos, pasó a ser seleccionador nacional de Zambia. A pesar de no lograr el billete para Alemania 2006, viajó por diferentes países como embajador de Zambia, tratando de conseguir patrocinadores, material deportivo y nuevos conocimientos organizativos para el fútbol de su país. Comparado con mitos africanos como George Weah (Liberia), Roger Milla (Camerún) o Abdi Pelé (Ghana) cuando era jugador, Kalusha Bwalya se empeñó en hacer un último servicio a su país.

Lo hizo desde el sillón de la presidencia de la Federación de Zambia. Desde el despacho, gracias a su experiencia como jugador fetiche del pueblo y a sus conocimientos del fútbol europeo (el Círculo de Brujas le fichó gracias a un vídeo y fue delantero centro del PSV Eindhoven), Bwalya fue construyendo, poco a poco, los cimientos de una selección capaz de hacer que su pobre país se sintiera orgulloso. Bajo el lema patrio, ‘One Zambia, one nation’, fue dando pequeños pasos para mejorar la competitividad de un equipo sin grandes jugadores. Contrató a Herve Renard como seleccionador, con la esperanza de conseguir que la palabra equipo se cumpliera en toda la extensión de la palabra. Lo consiguió. A pesar de que apenas un componente de la selección actuaba en clubes europeos —Mayuka, en Young Boys suizo, era la excepción que confirmaba la regla—, Bwalya y Renard tenían fe en armar un bloque compacto. El objetivo, dejar el pabellón alto en la Copa de África que se iba a disputar en Guinea Ecuatorial y Gabón, la tierra donde aquel maldito avión modelo Buffalo se había estrellado. La crítica especializada sostenía que con aquella tragedia aérea aún grabada a fuego, Zambia sería presa fácil de las grandes potencias africanas, como ‘Las estrellas negras’ (Ghana) o ‘Los elefantes’ (Costa de Marfil), equipos mucho más cualificados y occidentalizados, con grandes estrellas como Ayew o Gyan, o Yaya Touré o Didier Drogba, respectivamente. Pero la crítica se equivocaba.

Como en un guión de Hollywood —la industria jamás rechazaría un guión adaptado de esta historia basada en hechos reales—, Zambia fue regateando todos los obstáculos que encontró en el camino. Pasó con apuros en cuartos de final, se plantó en semifinales para derrotar contra todo pronóstico a Ghana gracias a un gol de Mayuka y se enfrentó a la todopoderosa Costa de Marfil en la gran final. La esperanza de uno de los países más pobres del planeta Tierra se hizo pelota, Musonda se lesionó y tuvo que ser llevado en alzas por sus compañeros, el seleccionador nacional hizo gala de un temple y una ambición sin límites y Zambia, haciendo realidad el sueño de Cenicienta, plantó cara a ‘Los elefantes’. Drogba pudo acabar con su sueño desde los once metros. Pero cuando chutó, fue como si el espíritu de los desparecidos en la tragedia aérea apareciese, desde algún lugar del estrellado cielo africano, para atraer el balón y desviarlo hacia su hábitat natural, las nubes. Drogba, perseguido por alguna ignota maldición esotérica con las penas máximas, entró en barrena. Zambia, en estado de éxtasis. Kalaba, Mayuka y Katongo, la trilogía ‘naranja’, comenzaron a soñar más fuerte que su rival. Sentían que los espíritus de 1993 estaban con ellos. Y tras una tanda de penaltis tan emocionante como interminable, zanjada por un gol de Sunzu, la ‘nueva Zambia’ que profetizó Kalusha Bwalya se proclamó reina de África.

Diecinueve años después de llorar la muerte de la generación más brillante de su historia, Zambia derramaba lágrimas de felicidad por su primera, sorprendente y merecida Copa África. Kalusha Bwalya, el delantero que escapó de las garras de la muerte al no subir a aquel avión, había cumplido su promesa como presidente de la Federación. Casi veinte años antes había visitado, tumba por tumba, a sus compañeros fallecidos. Les juró que no descansaría hasta forjar una ‘nueva Zambia’. Dos décadas después, Bwalya cumplió su juramento. Su país había ganado la Copa África. Y Kalusha, al fin, pudo llorar. De felicidad.



http://www.jotdown.es/2012/02/ruben-uria-las-lagrimas-de-kalusha-bwalya/
« Última modificación: Febrero 22, 2012, 14:34 Horas por RED SKIN »

 


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