Gracias al Sevilla FC, esta noche he rejuvenecido por lo menos veinte años.
Que alegría más grande, Dios mío.
Que alegría y que pena.
Viendo el partido de esta noche, he tenido una extraña sensación a la vez feliz y desgraciada, entre dulce y amarga.
Todavía estoy viendo las imágenes borrosas de los recuerdos de mi juventud, mientras veía los primeros partidos del Sevilla jugando fuera, retrasmitidos en blanco y negro por televisión española, en los que siempre acabábamos perdiendo.
No se si por suerte o por desgracia, esta noche he vivido un espejismo, una vivencia extraña, como un sueño placentero y doloroso.
Viendo el partido de esta noche ha sido cómo si de golpe volviera a recuperar mi juventud, como si me quitara 30 años de encima, pero solo para recordar la etapa más triste y desgraciada de la historia del Sevilla de los años desgraciados de la mediocridad y la indigencia deportiva.
Viendo el partido de esta noche en Valencia, he recuperado de golpe, como de un inesperado fogonazo, los tristes recuerdos de los partidos que siempre veíamos en la Televisión, los recuerdos grises de las continuas derrotas, los recuerdos amargos del mal juego, los recuerdos de un juego anodino, de un juego carente de ambición, de fe en la victoria, los penosos recuerdos del equipo que solo al final de la liga nos daba, y no siempre, una única la alegría, la de escapar in extremis del descenso.
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