Yo na más que os digo que empujón que no peguéis hoy, mañana ya no podéis pegarlo. Imagino que la belleza del arte de enterrar el muñeco radica en gran parte en esta tragedia, en la efímera e improrrogable inmediatez que separa el acabar sudando como un cerdo en bolas -poseída la cadera por un paroxismo empujador- del verse aporreándose uno mismo la sardina, cabizbajo y apuntando a los tropezones de la taza del inodoro.