Tened cuidado con lo que os meteis en el cuerpo, bueno me refiero bebiendo, de otras cosas prefiero no saberlo
El Caso Metílico forma parte ya de ese deleznable grupo de tragedias inventadas por el hombre, sólo superadas por las guerras y las grandes catástrofes naturales. La bebida asesina provocó más de mil muertos en el año 1963, según las estimaciones del fiscal Fernando Seoane Rico, aunque las investigaciones judiciales se basaron únicamente en las pruebas obtenidas de la exhumación de cincuenta y un cadáveres, en los que se hallaron restos de alcohol metílico en sangre. Una cifra ridícula a tenor de la magnitud de los hechos y los datos oficiosos, según los cuales millares de desgraciados cayeron fulminados tras ingerir el venenoso licor en Galicia, Canarias, Madrid, Cataluña, País Vasco, Guinea Ecuatorial y el Sáhara español.
Aquella primavera de 1963 algo inexplicable estaba provocando extrañas y masivas muertes en el rural gallego y en la costa canaria, pero nadie era capaz de aventurar su patogenia. En un primer momento se pensó en aneurismas cerebrales o en una epidemia de meningitis. Marineros de Lanzarote fallecían en pocas horas, al igual que decenas de campesinos de O Carballiño (Ourense), pero ni el más avezado de los investigadores había pensado en hermanar ambos episodios. Resultaba difícil amalgamar culturas tan dispares en busca de un anónimo y común asesino. Sin embargo, una etiqueta ofreció una pista inequívoca y certera: “Lago e Hijos, S.L.”. Esta firma acompañaba a los barriles de ron que un mayorista canario había vendido en tabernas de Lanzarote, isla en donde casualmente se intoxicaron y murieron varias personas después de consumir bebidas alcohólicas.
La trama comenzó a hilvanarse. Pronto se supo que Casa Lago, de Vigo, compraba la materia prima de sus licores al industrial ourensano Rogelio Aguiar Fernández, propietario de un almacén de aguardientes, quien, a su vez, adquirió a una empresa de Madrid 75.000 litros de alcohol metílico, altamente tóxico, y cuyo empleo estaba prohibido para “uso de boca”. A partir de ahí la catástrofe fue imparable. El Gobierno de Franco nunca reconoció, siquiera tácitamente, el error cometido al permitir durante años el libre comercio de metanol, y soslayó así cualquier responsabilidad que pudiera salpicar a la Administración franquista.
Cuatro años de intenso trabajo investigador, las declaraciones de 133 testigos, un juicio que se prolongó por espacio de un mes, y un brillantísimo informe del fiscal Fernando Seoane -de siete horas de duración- fueron precisos para aclarar el criminal entuerto. Al final, condenas de 140 años de cárcel e indemnizaciones por importe de 20 millones de pesetas pusieron el colofón a esta historia, en la que once personas no supieron medir las consecuencias de un desmesurado afán de lucro, que las llevó a envenenar el mercado de bebidas alcohólicas sin saber que con ello estaban promocionando también la muerte embotellada.
El Caso del Metílico -el proceso más voluminoso junto con la Causa General de la Guerra Civil- se mantiene vivo aún hoy, con el sufrimiento de los ciegos, la ruina económica y el pánico generalizado en el que se vio sumida la población; y con ellos, un eterno luto y familias rotas por efecto de las bebidas asesinas.
El sumario 1/1963, de 80 kilos de peso y 36.000 folios, sirvió para sentar en el banquillo a once acusados y a dos responsables civiles subsidiarios.
Todos tendrían que responder de la muerte constatada de 51 personas y de las lesiones sufridas por otras nueve. Además del fiscal, cinco acusadores privados y 13 abogados defensores expusieron sus tesis al tribunal, e interrogaron a 133 testigos y dos peritos en el juicio, que dio comienzo el 1 de diciembre de 1967.
Los acusados fueron condenados a penas de entre 1 y 20 años de prisión por los delitos contra la salud pública e imprudencia temeraria. La Sala reconoció que los procesados no tuvieron intención de matar o causar lesiones, aunque sí obraron llevados “por un afán desmedido de enriquecimiento, a costa de la comercialización de metílico“.
No importan los años que hayan pasado desde aquella tragedia. A buen seguro, algunos no tendrán suficiente con toda la eternidad para olvidarla. Es más, tal vez se lleven el recuerdo más allá de la vida por si acaso se ven obligados a rendir cuentas.